Recomiendo:
0

Esparto, esparteros furtivos, vidas furtivas

Fuentes: Rebelión

El esparto es una planta que crece en matas de tallos aglomerados, se da en terrenos baldíos de colinas poco aprovechables para la agricultura y a su vez se desarrolla de manera natural sin necesidad de cuidados, en una época donde todavía no se fabricaban fibras sintéticas era un recurso muy rústico y barato para […]

El esparto es una planta que crece en matas de tallos aglomerados, se da en terrenos baldíos de colinas poco aprovechables para la agricultura y a su vez se desarrolla de manera natural sin necesidad de cuidados, en una época donde todavía no se fabricaban fibras sintéticas era un recurso muy rústico y barato para la manufactura artesanal de cuerdas, (hiscales), para atar las gavillas en la siega y otros utensilios de uso común en el ámbito rural.

Estos espartales estaban en fincas de terratenientes, o bien en terrenos comunales o públicos, pero que por distintos motivos no permitían a la gente normal aprovechar el recurso, el poder caciquil en el ámbito rural era asfixiante.

Durante la dura posguerra española y hasta más o menos finales de los cincuenta, había jornaleros (sin jornal) que la única manera de llevar comida sus familias era cazar conejos, arrancar esparto y otras actividades furtivas, porque hasta los hierbajos tenían dueño, los dueños tenían » Don» y los «Don alguien» eran dueños hasta de la vida de la gente.

Los esparteros furtivos, después de pasarse muchas horas arrancando esparto y escondiéndose de los guardas de las fincas, cargaban treinta o cuarenta kilos a las costillas, quince, veinte o treinta kilómetros hasta llegar a los lugares donde malvivían, y era posible las más de las veces, que las patrullas de orden público a la entrada del pueblo les requisaran la carga, la protesta, (se me antoja), era un «me cago en dios» en un siseo, entre rabioso y resignado, y el castigo en el mejor de los casos, «solamente» eran «dos ostias guardiacivileras», de las que dolían más en el alma que en la cara, y la vida era así, la vida de esta gente no le importaba a nadie, pero en contra del «destino», se empeñaban en vivir, vivir furtivamente. Vidas furtivas de los oprimidos, de los sobrantes.

Pónganse las variantes y las «modernidades» que se quieran, ahora sigue habiendo millones de personas sobrantes en las periferias del sur global, en las periferias de las ciudades europeas y norteamericanas, en la tierra africana toda, esquilmada por los «honrados mercaderes» de siempre, millones de personas que la única institución del estado que conocen es la policía porque es la única que se «digna» a relacionarse con ellas, porque es la única a la que tienen derecho reconocido, cumplido sobradamente.

En ciertos balnearios suizos los «Don alguien» globales y cosmopolitas deciden quien sobra, cuantos sobran y de donde sobran, pero la gente sigue empeñándose en vivir furtivamente, (aunque les vaya la vida en el empeño), transitando desiertos, navegando mares, empujando alambradas, y ojalá que avergonzándonos lo suficiente como para decidir que son hermanas nuestras, porque nosotras y nosotros, en algún momento tuvimos antecesores furtivos.

Sabemos que existen guetos llamados «villas miseria, favelas, bidonvilles» o llámense como se quiera, donde la gente nace, malvive y muere alrededor de basureros que son «su puesto de trabajo, su casa, su parque, su escuela, su hospital y su vida misma», al margen incluso de las periferias, son la periferia de las periferias, son los más «condenados de la tierra», estas personas ni siquiera necesitan ser vigiladas, de hecho no tienen intención de salir, han interiorizado que ese es su mundo y paradojalmente se sienten seguros en lo que consideran su mundo, pero por difícil que parezca, nunca se sabe dónde ni por qué nace la chispa de la rabia y de la esperanza, en un lugar así, salvando las distancias, nació el líder del ejército de «furtivos» que hizo temblar a la todopoderosa Roma, un tal Espartaco, y dando un salto largo y aleatorio en el tiempo nos encontramos el grito solitario de una mujer que no era nadie, Rosa Parks, era mujer y negra, es decir menos que nadie, Rosa no era ninguna activista destacada de ningún movimiento revolucionario, era una simple limpiadora que después de trabajar todo el día limpiando oficinas la dolían los pies, su «no me da la gana levantarme del asiento», se convirtió en grito colectivo, (los asientos para blancos y para negros, no eran sólo ley, eran «sentido común» de blancos y negros), provocó el estallido del movimiento negro por los derechos civiles, la solidaridad de muchos blancos, cambió el sentido común de la gente y de paso la historia norteamericana.

A pesar de que en esos balnearios suizos, (léase Davos, por ejemplo), deciden que el instinto de vida y el ansia de libertad de los furtivos es un crimen, que diría Juan Goytisolo, y se los obligue a vivir furtivamente, las vidas furtivas cuando se miran unas a otras, cabe la posibilidad de que conviertan el dolor en conocimiento y el conocimiento en voluntad, entonces colectivamente se hacen visibles y dejan de ser furtivos en la propia lucha, y si después de la lucha viene la derrota, es bueno recordar las palabras del Subcomandante Marcos, «Nos querían enterrar pero éramos simiente», cuando todos los días del año se entierran simientes, cuando la cantidad es inmensa y además muy variada, cualquier agricultor sabe que antes o después, unas u otras, o quizás muchas a la vez, según las condiciones, nacerán.

Somos simiente y lo saben, somos simiente y lo sabemos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.