La inminencia de las elecciones en el estado español está poniendo el tablero político «patas arriba». Todos nos apresuramos a hacer análisis sobre qué estrategia puede ser la más adecuada para tumbar el gobierno del Partido Popular y las opiniones varían en función de los intereses y de los tiempos, mientras que la línea política […]
La inminencia de las elecciones en el estado español está poniendo el tablero político «patas arriba». Todos nos apresuramos a hacer análisis sobre qué estrategia puede ser la más adecuada para tumbar el gobierno del Partido Popular y las opiniones varían en función de los intereses y de los tiempos, mientras que la línea política de los partidos se mueve en lo que se ha convertido, a nuestro modo de ver, en una cuestión peligrosamente engañosa, cuando no tremendamente demagógica. Las declaraciones, los posicionamientos y las alianzas se suceden vertiginosamente, quizá de forma un tanto alocada y dejando poco o ningún lugar a una reflexión calmada. Por ello estas líneas tienen la intención de aclarar algunas cuestiones que nos parecen de interés.
A día de hoy, casi todos sabemos que Ciudadanos no es un partido socialdemócrata, sino que representa a una derecha neoliberal joven que intenta ocupar el espacio electoral que deja un Partido Popular desacreditado por los numerosos casos de corrupción y la política de recortes. Sin embargo, muchos han olvidado ya que el PSOE fue el partido que en primer lugar pactó dichos recortes con la troika, diseñando un primer «rescate» de la economía española, y que incluso se atrevió a modificar, con el apoyo del Partido Popular, la Constitución de 1978 [1]. Sobre dicha desmemoria, resulta curioso observar, por otro lado, cómo dentro de estas variaciones de la opinión pública, los medios de comunicación ejercen un terrible poder sobre la(s) memoria(s) y la(s) conciencia(s) de la gente. Con razón afirman el sup. insurgente Galeano y el sup. insurgente Moisés que: «sobre la desmemoria construyen los de arriba su impunidad [2]«. No nos engañemos, el PSOE que ayer pactaba los recortes con la troika, en connivencia con el Partido Popular, es el mismo PSOE que hoy vuelve a situarse a ojos de la opinión pública como un partido de izquierda(s) con el que llegar a acuerdos frente a las políticas de recortes del PP, con total impunidad respecto a su implicación en la gestión de la crisis económica y los múltiples casos de corrupción en los que también se vieron envueltos.
Por nuestra parte, en la presente reflexión, aludiremos al PSOE como el partido liberal progresista que es, entendiendo con ello que hace mucho tiempo que dejó de ocupar un espacio de representación de la socialdemocracia. Espacio que hasta el momento había venido ocupando Izquierda Unida, de mejor o peor manera, y que hoy trata de hegemonizar Podemos, otro de los nuevos partidos en liza. La irrupción de Podemos ha obligado, por un lado, a radicalizar el discurso de Izquierda Unida, que trata ahora sí, de hegemonizar el espacio de la izquierda parlamentaria, mientras que por otro, la conscientemente ambigua estrategia de Podemos por ocupar lo que denominan «centralidad del tablero político», que es dónde se ganan las elecciones según sus dirigentes, les está llevando a desconectar un discurso que originariamente encajaba con las demandas populares de democratización de las instituciones, pero que hoy, en cambio, suena a Chino, si me permiten la expresión, cuando no a abierta demagogia; cuestión que no escapa del conocimiento de la gente (potenciales votantes) y a quienes a menudo unos y otros tratan como idiotas. Esta reflexión pretende recordarles que no lo son. Se entienden así los tibios resultados de las elecciones en Cataluña para la coalición de este partido con IU y otros, después volveremos sobre este punto. Podríamos considerar, por tanto, que Podemos representa hoy el papel de una tradición socialdemócrata que los partidos socialistas habían ido progresivamente abandonando desde los años noventa, y que hoy resurge en otros lugares, como es el caso de SYRIZA en Grecia, con todo el riesgo de oportunismo político que ello conlleva, también tendremos tiempo de detenernos en esto.
Por su parte, Izquierda Unida, que en buena medida continua siendo un proyecto del PCE, se encuentra ciertamente desorientada, en buena medida debido a la propia perplejidad del partido comunista, que no ha sabido manejar las consecuencias de la crisis económica para canalizar el descontento de la gente y el descrédito de las instituciones. No han sabido organizar una respuesta coherente ni transmitir un mensaje de ruptura que la gente supiera comprender con facilidad para ganar apoyo y mayoría social.
Es este, desde nuestro punto de vista, del panorama político en el que se mueven las próximas elecciones generales, sin entrar a analizar la situación de los partidos nacionalistas, los cuales ciertamente pueden volver a cobrar capital relevancia gracias al, al menos aparentemente abierto, proceso independentista en Cataluña. Pero esto no es lo que nos preocupa. Tratamos de pensar en esta reflexión sobre los motivos de la desmovilización en las calles y su aparente canalización a través de las instituciones, así como si ésta permite un cambio real o un simple lavado de cara del «régimen» y hasta qué punto.
No nos gusta aludir en nuestros argumentos a la objetividad de los argumentos, pues consideramos que todo análisis, incluido éste, por supuesto, lleva implícita una carga subjetiva, más o menos constatable en función de la interpretación de los acontecimientos políticos. Consideramos, no obstante, que es, de este modo, un hecho relativamente objetivo la actual situación de desmovilización respecto al clima general de demanda de cambios de hace tan solo unos años, el cual nos podía hacer pensar en una verdadera ruptura con el régimen y Constitución de 1978. Así lo ponían de manifiesto las marchas de la dignidad que bajo el lema de «Pan, trabajo y techo» reunieron en Madrid el 22 de marzo de 2014 a miles de personas [3]. Podíamos, tal vez hasta esa fecha, esperar la apertura de un proceso de ruptura que hoy se pone seriamente en peligro, pero al que no debemos renunciar [4].
Fácil sería acusar a Podemos de este proceso de desmovilización. No debemos ser simplistas en el análisis y, si bien es cierto que el denominado «fenómeno Podemos» puede ser un factor de desmovilización, también lo es que dicho fenómeno surgió como contestación a la incapacidad de organizar una respuesta por parte de los movimientos sociales anteriores a él, incluido el manido 15-M, el cual sirvió tal vez para concienciar a mucha gente, pero no transformó ninguna relación de dominación ni/o de explotación de la clase trabajadora previa a su surgimiento. Nos referimos en este artículo tan sólo a los movimientos sociales que aspiran a transformar la realidad desde las instituciones y con alguna capacidad real para lograrlo. No hablaremos pues de la incapacidad de respuesta que también presentaron y presentan otras tradiciones de lucha a las cuales invitamos a reflexionar, analizar, debatir y participar en la necesidad de sumar fuerzas de cambio.
Tres son los factores que, desde nuestro punto de vista, pueden hacer peligrar este proceso de ruptura con el régimen de 1978. Por un lado, la estrategia cainita de Podemos, empeñada en confrontar a todas aquellas agrupaciones a su izquierda, fundamentalmente Izquierda Unida, en vez de tratar de ocupar el espacio electoral del PSOE, que se mantiene, o de Ciudadanos, quien, tras las elecciones catalanas, sale reforzado y parece estar llevándose el gato al agua de manera más clara (con un apoyo incontestable de la prensa del régimen); por otro, la incapacidad del PCE, que sigue anclado en una estrategia parlamentaria acomplejada sin darse cuenta que de el discurso claro (anticapitalista, solidario y de clase), de partidos como las CUP (Candidatura de Unidad Popular) (o EH-Bildu en menor medida) también tiene su espacio de representación parlamentaria y de acción desde las instituciones; y, finalmente, el fracaso de Izquierda Unida, atrapada ante el empuje y estrategia ambigua de Podemos, la ineptitud de algunos de sus dirigentes, quienes parecen preocuparse más de mantener sus sillas que de otra cosa (con la excepción honrosa de Alberto Garzón), y la división interna que plantea dicha indefinición, a dos aguas ente posicionamientos progresistas y republicanos para un hipotético frente amplio de izquierdas y un discurso más radicalizado, abiertamente rupturista, anticapitalista y de clase. Analicemos dichos factores de forma más detallada.
1. La estrategia cainita de Podemos
La estrategia de Podemos parece clara. Por un lado, su interés por acaparar el voto útil de la izquierda les ha llevado al enfrentamiento abierto con IU. Piensan sus dirigentes que, cuanto más débil sea IU, más fortalecida estará su posición ciertamente hegemónica y, por lo tanto, el votante preferirá votar a un partido en expansión frente a un partido en abierta crisis y retroceso. Y con este planteamiento tentaron primero a actores políticos, de manera individual, como Tania Sánchez, que no dudó en abandonar a los suyos a pesar de sus declaraciones de que su destino final no sería Podemos. Después a algunos de los dirigentes de las CUT (Candidatura Unitaria de Trabajadores) y el SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) en Andalucía. Ahora van a por EQUO… igual que ayer lo hicieron con Alberto Garzón. La resistencia de este último al chantaje de Podemos ha sido clave para la posibilidad de supervivencia en el parlamento español de algunos planteamientos comunistas, por muy pequeña que ahora sea la capacidad de maniobra. Mientras que, por otro, la aparente necesidad de transmitir un discurso moderado para atraer votos, les ha llevado no sólo a plantear un programa mucho menos radical, en el que ya no se vislumbra ninguna ruptura real con el régimen anterior. Un programa que ha ido rebajando progresivamente objetivos tales como el de una ruptura constitucional con el anterior régimen, el modelo de estado, clave en el fracaso de las elecciones en Cataluña o hasta cuestiones como la Renta básica de las iguales, olvidándose además de que esa centralidad del tablero de la que tanto hablan es la confrontación con PSOE y Ciudadanos y no con IU.
También se podría analizar dicha estrategia en términos de alianza de clase, más que de unidad de la izquierda. En este sentido, la estrategia cainita de Podemos es contraproducente a todas luces, tanto desde el punto de vista electoral, donde olvida que el enemigo está a la derecha, como de la lucha de clases, donde el enemigo, como no puede ser de otro modo, también está a la derecha. Así, dirigentes como Monedero, más crítico, se han visto apartados por dirigentes como Íñigo Errejón, menos reflexivo, y cuyo discurso es conscientemente ambiguo y oscuro, en la línea de las últimas intervenciones de Pablo Iglesias.
La gran pregunta que plantear a Podemos a día de hoy es: ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? ¿Representan realmente una fuerza de cambio o son simplemente un lavado de cara del régimen? Si tenemos en cuenta que surgieron como un movimiento que veía en los procesos abiertos en Latinoamérica tales como la revolución bolivariana de Venezuela su espejo y referente de lucha política, podríamos mostrarles nuestro apoyo. Sin embargo, hoy el espejo de Podemos parecen ser más los planteamientos de coaliciones como la de Syriza en Grecia, cuyo descrédito tras el recule ante la troika y el apartamiento de los dirigentes más críticos con la decisión en el referéndum [5] , no permite, desde nuestro punto de vista, otro análisis que el de la escenificación de una capitulación del gobierno Griego ante las exigencias de la troika. Por muchas justificaciones que queramos aplicar al respecto, la decisión del pueblo griego fue cristalina: NO. A pesar de ello, Tsipras y los suyos al final dijeron sí. Que Syriza haya ganado las últimas elecciones en Grecia con una abstención del 43,43% (¡la más alta de la reciente democracia liberal griega!) y, de nuevo, más división en la izquierda, no muestra sino el desencanto del pueblo griego respecto a las promesas de su presidente y la coalición Syriza, así como la desconfianza en el resto de partidos políticos.
Volviendo al caso español, Podemos hace mucho que ha dejado de representar aquel movimiento de democracia de base que pretendía transformar el país, y se ha convertido en una burocracia de partido al más puro estilo tradicional. Su forma de proceder, en la actualidad, nos trae a la mente la crítica de Antonio Gramsci, figura a la que aluden constantemente, ante el modelo de organización que plantean: «Cuando el partido es ‘progresivo’ funciona democráticamente (en el sentido del centralismo democrático), cuando el partido es ‘regresivo’ funciona burocráticamente (en el sentido del centralismo burocrático) [6]«. En este sentido, la denominada «nueva política» que representa Podemos en la actualidad es para nosotros una ilusión. Se trata de la misma política de siempre, de la misma burocracia de siempre, en definitiva, que impide cualquier proceso de cambio. Como ilustración, resultan representativos los casos particulares de multitud de personas que han migrado de los cuadros políticos de otras organizaciones a Podemos (tanto a su izquierda como a su derecha) ¿Para transformar la realidad o conservar sus privilegios? Por el momento, les daremos el beneficio de la duda. Lo que sí es cierto, en cambio, es que los pactos que ha urdido su cúpula con distintas personas relevantes para elaborar las listas electorales no han contado con el beneplácito de los círculos. El partido tiene nombre y apellidos, habiendo perdido cualquier conexión de carácter democrático con sus bases o con la gente de la calle. Esto no supone un problema, pues es la forma de proceder de agrupaciones como IU desde hace tiempo, pero impide hablar de novedades o de cambios. Mientras que la situación de movilización y descontento político no es hoy la misma que recordábamos en la introducción del artículo.
Y como última reflexión, si Podemos finalmente atrae a un electorado más conservador, nos preguntamos cómo tiene pensado acometer después ningún cambio tal como una reforma de la Constitución de 1978, pues, si dicho cambio no va implícito en su programa, corremos el riesgo de que, efectivamente, no lo hagan; del mismo modo que ha justificado Syriza la firma de los recortes a pesar del no en el referéndum aludiendo a que ello supondría la salida de la UE, la cual no figuraba en su programa. ¿Cosas de la demagogia? Por si acaso, los tiempos políticos actuales, de desencanto y urgencia social, pues las consecuencias de la crisis todavía la sigue pagando la clase trabajadora, exigen claridad en los programas electorales o, lo que es lo mismo, «política de la verdad», como recordaba el compañero Paco Fernández Buey referenciando a Gramsci [7].
2. La incapacidad del PCE
Por su parte, el PCE ha demostrado sobrada incapacidad en todo este panorama. No ha sabido estar a la altura del momento histórico ni aprovechar las oportunidades de lucha que abrían las consecuencias de la crisis económica, especialmente sus dirigentes. Con todos mis respetos, sirva de ejemplo la dificultad de comunicación de su secretario general, imagen del partido y de su propia incapacidad para transmitir los valores de la tradición a la que representan. Resumiendo la crítica más amplia que podríamos hacer a esta agrupación de la que formamos parte como militante de base, fundamentalmente, lo que ha sucedido es que no han sabido transmitir el referente histórico de lucha anticapitalista y antifascista que constituyen los partidos comunistas en Europa, probablemente porque muchos de ellos y de ellas o no se lo crean o no lo conozcan (no lo sé). Así, el comunismo en Europa se ha convertido, en buena medida, en objeto de museo.
Desde nuestro punto de vista, ser comunistas y antifascistas en Europa debiera ser motivo de orgullo, y así lo es para nosotros. A esta tradición política se le debe el ejemplo de la resistencia frente al fascismo en sus múltiples manifestaciones. A nuestro pasado comunista debemos la victoria en la Segunda Guerra Mundial frente a la barbarie nazi y, en marcos más concretos como el de España, debemos también buena parte de la lucha antifranquista, organizada por el PCE a través de las Comisiones Obreras. Larga es, en este sentido, la desmemoria consciente de nuestro pasado más reciente. El propio PCE no ha sabido gestionar esta tradición de lucha, no ha sabido difundir un discurso coherente que certifique que el comunismo no es la Rusia de Stalin, sino una forma de distribución colectiva y democrática de los recursos del país, la organización solidaria de la economía y el desarrollo de la individualidad en igualdad entre hombres y mujeres. Nos hemos replegado ante el discurso neoliberal que afirma que el comunismo es una forma de totalitarismo y, en base a este discurso que es completamente falso, elaboramos una estrategia política que nos ha llevado prácticamente a desaparecer del mapa político, a una segunda clandestinidad ante la influencia de los medios de comunicación sobre la opinión pública. Hoy, a diferencia de la propuesta que lanzan actores políticos como Pablo Iglesias, la batalla más importante es la de recuperar nuestro pasado, reconociendo sus virtudes y aprendiendo, por supuesto, también de sus fracasos y errores, sin miedo a tratar de superar aquello que hicimos mal, pero con las mismas ganas de lograr una sociedad sin clases.
El/a lector/a pensará en este punto que nos hemos vuelto locos. Nada más lejos de la realidad, explicar la desigualdad en función de un sistema que necesita de ella para mantenerse no es difícil, tampoco desfasado [8]. Explicar las consecuencias de la crisis en función de una agresión que tiene carácter de clase, tampoco [9]. Y de este modo, tratar de poner sobre la mesa que el problema no son sólo los malos gobiernos, sino un sistema económico que genera exclusión y pobreza para obtener el beneficio de unos pocos [10]. Ponerles nombre y apellidos a esas personas que hacen que todo esto sea posible y organizar una respuesta de clase es nuestra tarea principal. Si el PCE no es capaz de articular ese discurso y una propuesta de economía alternativa, socialista, democrática y solidaria, la ideología y la tradición a la que representan será devorada por el discurso neoliberal y sus políticas sociales y económicas depredoras de los recursos del planeta, así como del trabajo y de los cuerpos y mentes de los hombres y mujeres. Es el momento de salir de la clandestinidad a la que este discurso nos había relegado tras la caída del muro de Berlín, y de comenzar a presentarnos ante la gente como un partido anticapitalista, antifascista, solidario y de clase. Si no somos capaces de transmitir este mensaje básico, desapareceremos o dejaremos de ser un partido comunista.
Fruto del desconcierto, en este sentido, que desde nuestro punto de vista sufre la propia militancia del PCE y sus dirigentes son los referentes internacionales a los que se alude. Mientras que para unos hace falta más «marxismo-leninismo», al estilo del KKE en Grecia -como una cuestión abstracta, que nunca se concreta- (expresión que estoy cansado de escuchar en las reuniones de mi agrupación), para otros la estrategia electoralista de coaliciones como la del Partido Comunista Portugués (PCP) en la Coalición Democrática Unitaria (CDU) es suficiente. Entiendo que los primeros en realidad aluden a la necesidad de una organización «leninista» que tenga en el centralismo democrático la forma de organización, mientras que los segundos, a su vez, estarían aludiendo a un referente de partido fuerte, bien valorado ante la opinión pública y con visibilidad no sólo en el parlamento sino también con presencia en las calles. Sé que no es así, pero de esta forma ingenua me ahorro críticas (propias y ajenas), así como entrar en un debate que no es el objetivo de la presente reflexión. Trataré de demostrar, por otro lado, que ambas cuestiones no son incompatibles.
Por un lado, el centralismo democrático de las organizaciones comunistas es la democracia de base que necesita un partido político para ser fuerte. Precisamente por eso era fuerte Podemos al principio. Se trata ésta, no obstante, de una estructura de toma colectiva de las decisiones desde las bases hasta la dirección que a menudo se pervierte (tal y como lo está haciendo Podemos, pero tal y como lo ha venido haciendo IU o el propio PCE y su organización juvenil desde hace tiempo). El partido hay que reconstruirlo en este sentido: organización democrática de las bases, en el sentido del centralismo democrático. Así entendemos nosotros que debe funcionar una organización leninista. Fácil ¿no? En este sentido, los y las comunistas debemos empezar a aparecer ante la opinión pública como el partido que verdaderamente impulsa los procesos de unidad popular, pues siempre, para bien y para mal, hemos estado ahí.
3. El fracaso de IU ¿La esperanza de AeC?
Por ello la primera cuestión que habría que aceptar, a nuestro modo de ver, es el fracaso del proyecto de IU, o de buena parte de él. Esta coalición de izquierdas cumplió su papel histórico en los noventa, en un momento en el que el neoliberalismo parecía darle la razón a quienes defendían que la economía liberal era la única alternativa posible. Hoy, en palabras de Hobsbawm, la pregunta es precisamente la contraria: «sin embargo, algo ha cambiado para mejor» aludía en referencia a las consecuencias de la crisis económica iniciada en 2007, «hemos descubierto que el capitalismo no es la (o no es la única respuesta, sino la pregunta [11]«.
Desde este punto de vista, IU tiene que dejar de ser la plataforma para que algunas personas vivan de la política. No entendemos por qué gente como Gaspar LLamazares siguen perteneciendo a esta organización. Es más, no entendemos por qué siguen en la política. Bueno, sí lo entendemos, pero no compartimos esas razones. Debemos ser tajantes e hipercríticos respecto a los nuestros, si es que LLamazares alguna vez estuvo entre ellos. Debemos exigir que estas personas cesen inmediatamente de sus cargos y, en caso de que no lo hagan, dejar inmediatamente de contarlos entre los nuestros. Los movimientos desleales de Izquierda Abierta son por todos y por todas conocidos. A estos personajes hace referencia Pablo Iglesias cuando alude a la mochila que supone IU. Pablo Iglesias no es idiota, y conoce muy bien los trapos sucios de esta agrupación. La política no es un oficio, sino una plataforma desde la que transformar la realidad e IU es una herramienta de la que, si bien hemos hecho uso durante estos años, no debemos dudar en dejar de utilizar cuando deje de servir a los propósitos de cambio y transformación de la sociedad [12]. Ese momento ha llegado, y así parece entenderlo la gente cuya estimación del voto le da unos resultados bastante malos (como malos han venido siendo desde hace tiempo). IU debe dejar de existir o convertirse en otra cosa, pues si no afrontamos los problemas que acometen a esta organización se corre el riesgo de permitir incluso la desaparición del PCE. Algo de lo que es plenamente consciente la dirección de Podemos, que empuja en este sentido para convertirse en el único referente social de cambio a través de las instituciones.
Los nuevos tiempos exigen respuestas nuevas. La marca de IU ya no vende y el proyecto de IU ha sido superado ampliamente por movimientos sociales como Podemos, el cual se ha beneficiado de esta incapacidad a la que venimos haciendo mención. Si bien, no todo está perdido. Pareciera como si, en los tiempos más difíciles fuera cuando aparecen las personas más inesperadas, las que se habría necesitado que llegasen mucho antes, finalmente apareciesen. Ha sido preciso el surgimiento de un terremoto político para que otros les dejaran paso ante su ineptitud para hacer frente a esta compleja situación. Es el caso del diputado por IU y miembro del PCE Alberto Garzón. Su lealtad al PCE y al proyecto de IU ha sido clave para la pervivencia de ambos. Pudiera ser un recurso manido, pero personas jóvenes y preparadas como él o el procurador en las cortes de Castilla y León José Sarrión al que aludíamos anteriormente, le dan al PCE y a la propia IU una perspectiva y un buen hacer con el que no se había contado probablemente desde tiempos de Julio Anguita. Debemos aprovechar este revulsivo que nos ofrecen estos compañeros para plantear un proyecto coherente, que la gente entienda en el sentido en que lo hemos tratado de exponer en la presente reflexión, y que entusiasme, no sólo a la propia militancia del PCE e IU (o cualquier otra herramienta de transformación social en la que como comunistas decidamos participar), sino a la gente hacia la que va dirigido. Por ello no debemos tener miedo a formar parte de coaliciones más amplias como lo es Ahora en Común (AeC).
No podemos permitir que AeC se convierta en un chiringuito ni del PCE ni, por supuesto, de IU. Debe ser un proyecto de confluencia real en el que los y las comunistas acudamos de forma sincera y honesta a aportar nuestra experiencia y transmitir nuestro discurso anticapitalista, solidario y de clase. Debemos de tratar que las asambleas de AeC se conviertan en una plataforma real por el cambio, en los pueblos y en los barrios, y no en una plataforma electoralista para mantener los privilegios de ningún dirigente político ni de ninguna agrupación política. Por ello debe ser un proyecto de convergencia que vaya más allá de las elecciones del 20 de noviembre. Organizar a la sociedad civil no es pedir el voto, sino hacer que la gente se implique en las decisiones y se preocupe en la gestión colectiva y democrática de los recursos del país. Esa debe ser nuestra tarea en el proyecto de AeC y en cualquier proyecto en el que se implique una organización comunista.
Notas
[1] Modificando el artículo 135 que establecía el concepto de «estabilidad presupuestaria» y la prioridad absoluta del pago de la deuda en los presupuestos generales. BOE num. 233, de 27 de septiembre de 2011, disponible en <http://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2011-15210>. Dicha reforma plasmaba la subordinación de los intereses de los y las españolas a los de la troika. Fue acordada, sin apoyo del resto de grupos parlamentarios, por el PSOE y el PP bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero.
[2] Comunicado del sup. insurgente Galeano y del sup. insurgente Moisés, septiembre del 2015. Disponible en <http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2015/09/24/por-el-dolor-por-la-rabia-por-la-verdad-por-la-justicia/>
[3] Era la respuesta más organizada a convocatorias anteriores como la de «Rodea el congreso», la cual volvió a reunir en Madrid el 25 de septiembre de 2012 a miles de personas, así como otras muchas convocatorias: La Huelga general del 14 de noviembre de 2012, la huelga de mineros del carbón de junio-agosto de 2012, incluyendo la «marcha negra» que recibía a los mineros en Madrid el 11 de julio del mismo año, reuniendo, de nuevo, a miles de personas y mostrando una imagen de solidaridad de clase que recordaba a los periodos más turbulentos de la historia reciente de España. El conflicto del barrio de Gamonal en enero de 2014 o el del desalojo del centro social Can Vies en marzo de 2014. Dicho clima de descontento y confrontación social surgió al calor de las protestas del 15-M, en 2011.
[4] En efecto, a pesar de dichas protestas, los malos gobiernos del estado español han seguido aplicando leyes de excepción tales como la denominada Ley Mordaza (Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de Protección de la Seguridad Ciudadana), la cual tiene una clara orientación política para coartar la libertad de expresión de los movimientos sociales y sus activistas. Ley que se suma a otras de carácter socioeconómico contra la clase trabajadora como la última reforma laboral de febrero de 2012, que modificaba la anterior reforma laboral aprobada en septiembre de 2010 (Real Decreto-ley 3/2012, de 10 de febrero, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral), entre otras que venían aplicándose desde antes.
[5] Este tuvo lugar el 5 de julio de 2015 y dio como resultado el rechazo a las condiciones del rescate propuesto por la troika para Grecia, con una participación del 65,5% de los votantes censados y la victoria del 61,3% del no frente al 38,69 del sí.
[6] «En este segundo caso» continua Gramsci, «el partido es meramente ejecutor, no deliberante; técnicamente es un órgano de policía y su nombre de «partido político» es una pura metáfora de carácter mitológico» en GRAMSCI, Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. 1ª ed. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1972. p.36.
[7] FERNÁNDEZ BUEY, Francisco. Filosofar desde abajo. Antología de textos. Recopilados por Jordi Mir y Victor Ríos. Madrid: Catarata, 2014. p. 135.
[8] La reflexión de Tomas Piketty en 2013 (de la edición original) sobre la estructura del capital es pertinente en este sentido: «Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso -lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse la norma en el siglo XXI-, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles» en El capital en el siglo XXI. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2014 (de la edición española), p. 15.
Si bien la idea de que el capitalismo genera desigualdad no es nueva tal vez haya que recordarla; idea que vienen sosteniendo desde hace muchos años los premios nobel de economía Paul Krugman o Joseph Stiglitz. Sobresalientes son, al respecto, las editoriales del primero de estos dos economistas en diarios de gran tirada como el New York Times (y nada sospechosos de ser comunistas) sobre la necesidad de la salida de la Unión Europea, haciendo referencia al caso griego, para recuperar las políticas de la gente. Otro argumento más en favor de lo que planteamos en el presente artículo es la retirada del anterior ministro de economía griego Yanis Varufakis, el cual había diseñado un plan de salida de Grecia del Euro, que algunos economistas comienzan a teorizar bajo el concepto de «grexit«.
[9] Al respecto, son significativas las declaraciones de Warren Buffet, empresario estadounidense y una de las personas más ricas del mundo según la revista Forbes, sobre la existencia o no de la lucha de clases. Afirma éste «emprendedor» que sí la hay y que, de momento, la están ganando los ricos, es decir, ellos. Estamos completamente de acuerdo con él. Al respecto, son interesantes y accesibles las aportaciones recientes de Noam Chomski, Lucha de clases (ed. crítica, 2014) o Marco Revelli, La lucha de clases existe… ¡y la han ganado los ricos! (Alianza, 2015).
[10] Afirmaba Fredric Jameson en 2011 (de la edición original) que la economía capitalista «se mantiene fiel a su última esencia y estructura (el afán de beneficio, la acumulación, la expansión, la explotación del trabajo asalariado) al tiempo que subraya una mutación en la cultura y en la vida cotidiana, en las instituciones sociales y en las relaciones humanas» en JAMESON, Fredric. Representing capital. El desempleo: una lectura de El Capital. Madrid: Lengua de trapo, 2012 (de la edición española), p. 30. En dicha obra, Jameson plantea la centralidad del desempleo en la lectura de El Capital de Marx (cuyo primer tomo se publicó en 1867). Existen múltiples ediciones de nuevas lecturas que vuelven sobre esta idea fundamental.
[11] En HOBSBAWM, Eric. Cómo cambiar el mundo: Marx y el marxismo. 1840-2011. Barcelona: Crítica, 2011. p. 423.
[12] Por otro lado, tenemos ejemplos de cómo la herramienta de IU puede ser bien empleada. Así lo demuestra el trabajo parlamentario que desarrolla el procurador por IU en las Cortes de Castilla y León José Sarrión. Expulsado el sector más amarillo de IU, la actividad parlamentaria de José Sarrión pone de manifiesto que las instituciones todavía pueden seguir siendo un altavoz eficaz de nuestras demandas. Otros ejemplos son la alcaldía zamorana de Francisco Guarido y otras.
Gustavo Hernández Sánchez es historiador. Investigador Predoctoral FPU en el Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea. Universidad de Salamanca.
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