Así nos conquistaron llevándose nuestros tesoros (oro) a cambio de espejos y collares… a cambio de baratijas. Y así vivimos durante más de 500 años. Pero hubo rebeldes, los que no fueron bobos… y se rebelaron contra la injusticia. Años más tarde se los llamaría «comunistas», «socialistas» o simplemente «izquierdistas». Pero aquel izquierdismo radical es […]
Así nos conquistaron llevándose nuestros tesoros (oro) a cambio de espejos y collares… a cambio de baratijas. Y así vivimos durante más de 500 años. Pero hubo rebeldes, los que no fueron bobos… y se rebelaron contra la injusticia. Años más tarde se los llamaría «comunistas», «socialistas» o simplemente «izquierdistas». Pero aquel izquierdismo radical es cosa del pasado tal como lo dice en su magnífico artículo el escritor y diplomático Roberto Quesada, titulado «La otra izquierda» (Diario TIEMPO, noviembre 4, página 20).
Todos –o casi todos– comprendimos que cuando Mijail Gorbachov impuso la perestroika y el glasnost y cuando de pronto se vino abajo el muro de Berlín, la izquierda combativa llegaba a su fin. ¿Qué pasaría entonces? Al desaparecer la Unión Soviética muchos países que giraban como satélites de ese imperio quedarían a la deriva. Cuba se vio en grandes aprietos y tuvo que recurrir a la China Popular para paliar así sus grandes necesidades económicas. El mundo creyó que la izquierda estaba terminada y los izquierdistas erradicados de la faz de la tierra. Sucedió lo contrario. Lo que Gorbachov consiguió fue el surgimiento de una nueva izquierda, «La otra izquierda» como la llama Roberto Quesada. El comunismo no desapareció… Cuba, la China Popular, Corea del Norte, Vietnam del Norte siguen siendo países comunistas y el partido está permitido en Rusia y en varios otros países. Los izquierdistas ya no se esconden… ahora más bien se imponen. El socialismo dejó de ser leproso, dejó de ser una enfermedad contagiosa y nos viene de la América del Sur. Sólo hay que ver los triunfos arrolladores de los candidatos presidenciales socialistas en Brasil, Ecuador y Venezuela. Muchos han calificado a Hugo Chávez de «psicópata», pero el triunfo de Chávez fue rotundo el domingo pasado. No creo que el pueblo venezolano, no creo que la patria bolivariana, sea tan ingenua al grado de reelegir a un psicópata que ha de dirigir los destinos del país por seis años más. Tampoco los brasileños hubieran reelegido a Lula. Y los chilenos no hubieran elegido a la socialista Michelle Bachelet. Se aproxima un nuevo orden mundial… el de la nueva izquierda, menos agresiva, mucho más madura, pero siempre a favor de la justicia. Ya no se tratará de exportar revoluciones de Comunismo Internacional… las revoluciones se harán en casa. Cada país se revestirá de nueva dignidad y orgullo y no permitirá los dictados arbitrarios de ningún imperio.
Nos parece inconcebible creer que casi toda Sudamérica es socialista y que en Centroamérica un país, Nicaragua, seguirá los lineamientos de la nueva izquierda. Se pretende sacar al pobre de su pobreza porque la pobreza no espera y ningún país está dispuesto a regalar sus recursos naturales a cambio de espejitos y collares. Nunca creímos que viviríamos para ver el amanecer de esta nueva izquierda. Los países dignos, los países auténticamente soberanos y populares, le están dando la espalda al imperialismo. Ya no se podrá culpar al socialismo por los males del mundo.
El gran bardo chileno Pablo Neruda dijo una vez que todo lo malo que ocurría en el mundo se lo achacaban a los comunistas. Una guerra por aquí, los comunistas tienen la culpa, un conflicto por allá, los comunistas tienen la culpa, una huelga general en tal país, ¡son los comunistas los culpables! Y Neruda tuvo razón. Ahora mismo nos hacen creer que los malos de la película son Evo, Lula da Silva, Chávez, Correa, Bachelet, Ortega, Kirchner, Vásquez… pero no hay villanos sino hombres comprometidos con el bienestar de sus pueblos, esos pueblos que han vivido sometidos y subyugados desde que aceptaron los espejos y las baratijas a cambio de su dignidad humana. Pues eso ya cambió y seguirá cambiando. Y nadie debe sentirse temeroso ya que Chávez, Lula, Bachelet, Correa, Kirchner, Vásquez, Evo y Ortega no son cocoras, no son ogros que devoran niños, al contrario, son personas de profunda sensibilidad humana.
Cuando viví en México en casa de doña Isabel Alger vda. de Guillén Zelaya (Q.D.D.G.) conocí a infinidad de comunistas de la vieja guardia, aquellos sí añoraban internacionalizar la revolución obrera y su mayor anhelo hubiera sido que en todos los países se cantara la Internacional. Cierta vez llegó una comitiva de España integrada por miembros del Partido Comunista y se hospedaron en casa de Chabelita. A la mañana siguiente salieron a visitar las colonias marginales del Distrito Federal y al mediodía regresaron llorando y preguntando cómo era posible que pudiéramos vivir entre tan grandes contrastes. En ese momento (y tenía yo apenas 18 años) comprendí que todo aquel que llora por el sufrimiento de los demás no puede ser un ogro, ya sea comunista, socialista, izquierdista, budista o animista. Y qué acertado estuvo Leonardo Favio al decirle a Roberto Quesada: «Y Africa, imagínate, contamos con la ventaja de no ser africanos». Africa, el continente más golpeado del mundo.