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Una visión futurista

Esta mañana me han dicho que tengo un mesotelioma

Fuentes: Rebelión

Enero de 2030   A mis noventa años me encontraba razonablemente bien para mi edad. Eso sí, una artrosis por aquí un dolor de cabeza por allá, pero razonablemente bien. ¡Ya quisieran muchos! Pero esta mañana, al levantarme, he notado un ligero dolor en la espalda y una tos reiterativa, no le he hecho mucho […]

Enero de 2030  

A mis noventa años me encontraba razonablemente bien para mi edad. Eso sí, una artrosis por aquí un dolor de cabeza por allá, pero razonablemente bien. ¡Ya quisieran muchos!

Pero esta mañana, al levantarme, he notado un ligero dolor en la espalda y una tos reiterativa, no le he hecho mucho caso. Un resfriado más de los muchos que se cogen en invierno… Mi día, pues, ha empezado como cualquier otro. Dando gracias a la vida para comenzar y poniéndome al trabajo a media mañana. He escrito parte de un artículo que me ha pedido la revista digital denominada Reconstruyendo el pasado. He quedado contento; he glosado el último descubrimiento de la antropología arqueológica que ha consistido, según sus descubridores, en la prueba irrefutable de nuestra tendencia amorosa inapelable: una piedra tallada del olduvayense, aparecida en la Garganta de Olduvai (hace unos 2 millones de años bp), con formas inequívocamente femeninas. Según sus descubridores, muchas otras han debido perderse, pero la existencia de una sola permite asegurar una especial veneración hacia la mujer, pues la herramienta tallada encontrada no tiene utilidad alguna. Es un homenaje a un ser «superior». Es el culto a la madre, al amor. Estaba contento, mis tesis sobre el carácter de los homo, como seres sociales, colaborativos, pacíficos y vividores se confirmaba.

¿Pero, y este dolor que no decae? Era prudente a mi edad ir al centro de salud por prevención, no perdía nada.

Como me quedaba a media hora a píe me puse en marcha y, de camino, hacía mi paseo matinal. Ese tiempo paseando en solitario da mucho que pensar. Me vino a las mientes que, recién jubilado a la edad correspondiente, me puse a colaborar con una asociación de víctimas del amianto. Ya se sabe, ese material prohibido en 2002, que aún hoy, en 2030, sigue cosechando muertes por la exposición de hace 40 años, por eso cuando me jubilé la masacre estaba en pleno apogeo. Era el pico del cáncer específico del amianto llamado mesotelioma. Es una enfermedad que solo la produce este mineral. Decir pues mesotelioma es afirmar que se ha cogido en una inhalación de amianto. ¿En cuanta dosis?, en cualquiera porque no hay dosis mínima que asegure que no se enferma con este mineral. Esas eran mis elucubraciones del paseante rousseauniano en que aquella mañana me había convertido.

Para no entrar en detalles resumo: llegué a urgencias antes del mediodía, porque aquello arreciaba, me hicieron todas las pruebas pertinentes y al poco rato (ya no era como antes que había que esperar meses para saber el diagnóstico) me espetaron que tenía ¡un mesotelioma! -Pero si yo no he trabajado con amianto- refunfuñé. – No hace falta, basta que hubiera pasado por el derribo de una obra en la que no se hayan tomado las medidas de seguridad exigidas para haberlo contraído, no le pasa más que a unos pocos, pero le ha tocado.

He vuelto cabizbajo a mi casa. Ya sé que hay poco que hacer, que me queda apenas un año de vida. Me decía, llevaba razón, habría que haber retirado el amianto instalado por todas partes, a su debido tiempo, pero la indolencia y las urgencias por el cambio climático de los últimos tiempos han dejado este asunto en un muy segundo plano.

Bueno, yo ya he vivido bastante. Habrá que dejar este valle de lágrimas de una vez por todas, pero no quisiera sufrir los atroces dolores que he visto soportar a otras víctimas de la asociación con la que he colaborado hasta hace poco. Contaban las familias que sus parientes afectados no soportan el dolor ni la sensación de falta de respiración que les aflige por estas agujas de amianto inhaladas que, convertidas en potentes células cancerosas, iban a provocar lo mismo en mi cuerpo.

Y dando de nuevo gracias a la vida, me despedí de ella no para siempre, pues esperada encontrarme desperdigado entre las miríadas de bacterias que pueblan los ecosistemas y que le dan la vida.

Me voy sin tristeza y diciendo hasta luego, pero mejor no soportar un atroz dolor gratuito e inútil. A pesar de todo, en estos momentos finales, la alegría es lo que mejor cabe. Adiós, os espero en el planeta bacteria.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.