Tal como lo deja asentado el investigador de origen brasileño Danilo Assis Clímaco en el prólogo de la obra «Cuestiones y Horizontes. De la Dependencia Histórico-Estructural a la Colonialidad/Descolonialidad del Poder», del sociólogo peruano Aníbal Quijano: «Encarnamos la paradoja de ser Estados-nación modernos e independientes y, al mismo tiempo, sociedades coloniales, en donde toda reivindicación […]
Tal como lo deja asentado el investigador de origen brasileño Danilo Assis Clímaco en el prólogo de la obra «Cuestiones y Horizontes. De la Dependencia Histórico-Estructural a la Colonialidad/Descolonialidad del Poder», del sociólogo peruano Aníbal Quijano: «Encarnamos la paradoja de ser Estados-nación modernos e independientes y, al mismo tiempo, sociedades coloniales, en donde toda reivindicación de democratización ha sido violentamente resistida por las élites ‘blancas'». Para cierta gente, algo difícil de digerir, obviando el hecho indiscutible que, desde los primeros tiempos de nuestras naciones (hablando de nuestra América), los estratos sociales subordinados han resistido las pretensiones hegemónicas de quienes detentan el poder político, económico y, hasta religioso; convertidos, por obra y gracia de dicho poder, en los únicos autorizados y capaces de asumir las riendas de la sociedad.
En cierta forma (visible a veces, en otras no) somos víctimas frecuentes de la eurocéntrica visión unilineal, asimilada e institucionalizada sin cuestionamiento alguno. Quienes comenzaron a regir los destinos de las repúblicas nacientes de Nuestra América lo hicieron generalmente despreciando lo autóctono y glorificando, en su lugar, todo aquello proveniente de Europa, inicialmente, y de Estados Unidos, luego. Simultáneamente, tendemos a ignorar (consciente y/o inconscientemente) que esta situación histórica emergió junto con el advenimiento del capitalismo colonial global. Respecto a esto último, habrá que decir que todo cuestionamiento a uno de estos dos elementos implicaría, forzosamente, el cuestionamiento del otro; estando como están ambos fuertemente entrelazados. Esto -visto en conjunto y, sobre todo, considerando el desarrollo de las fuerzas productivas internas- creó un sistema altamente dependiente, lo que influyó en la condición de subdesarrollo atribuida desde mucho tiempo a nuestras naciones.
Esto nos sitúa frente a lo que en nuestra América se identifica todavía (sin mucho análisis) como burguesía, pero en un contexto diferente a lo determinado por los teóricos del comunismo, dada su singularidad frente a la imagen clásica de la surgida en Europa, a partir de la Revolución Francesa, frente a la cual posee muy escasas semejanzas. Al referirse a esta situación, uno de los principales ideólogos del movimiento de descolonización francés, nacido en Martinica, Frantz Fanon, en su obra «Los condenados de la tierra», expone: «En los países subdesarrollados, hemos visto que no hay verdadera burguesía sino una especie de pequeña casta con dientes afilados, ávida y voraz, dominada por el espíritu de tendero y que se contenta con los dividendos que le asegura la antigua potencia colonial. Esta burguesía caricaturesca es incapaz de grandes ideas, de inventiva. Se acuerda de lo que ha leído en los manuales occidentales e imperceptiblemente se transforma no ya en réplica de Europa sino en su caricatura».
A ello se suma la realidad del modelo de Estado imperante, el cual tiene como rasgo distintivo una estructura oligárquica que responde a esta visión y, por tanto, a los intereses grupales de las clases dominantes, o burguesía terrateniente y comercial, acoplada -desde los albores del siglo 20- a los grandes capitales monopólicos imperiales radicados en el norte del continente; correspondiéndoles -dentro de los esquemas de la división internacional del trabajo- el papel de exportadores de materias primas.
Aun teniendo en cuenta las peculiaridades de cada uno de los países de este continente (al igual que en otros), se mantiene prácticamente inalterable esta visión eurocéntrica unilineal. Esto explica en gran parte la diversidad de tensiones y de conflictos sociales generados a través de nuestra historia común, especialmente en lo que respecta a la concepción, las garantías y el ejercicio real de la democracia, así como todo aquello que tendría lugar en cada uno de los ámbitos de la vida social, si ésta fuera efectivamente extensiva a toda la población y no únicamente a un sector específico. Explica además el por qué teniendo, en apariencia, Estados modernos, todavía pervivan sociedades coloniales en nuestra América.
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