El 12 de septiembre de 1998, cinco agentes cubanos fueron detenidos en Estados Unidos por el FBI, acusados de espionaje y de conspiración, a pesar de que las autoridades estadounidenses sabían perfectamente que el único objetivo de los detenidos era el de obtener información sobre las actividades de los terroristas antirrevolucionarios de Miami. El propio […]
El 12 de septiembre de 1998, cinco agentes cubanos fueron detenidos en Estados Unidos por el FBI, acusados de espionaje y de conspiración, a pesar de que las autoridades estadounidenses sabían perfectamente que el único objetivo de los detenidos era el de obtener información sobre las actividades de los terroristas antirrevolucionarios de Miami. El propio FBI se había reunido en junio de ese mismo año con miembros del Ministerio del Interior de Cuba para tratar el asunto, por lo que el arresto fue, además de una farsa, una flagrante traición. Una traición, en última instancia, a los propios Estados Unidos, cuyos intereses, después de los de Cuba, son los más dañados por las actividades terroristas de la mafia antirrevolucionaria de Miami.
Tras un proceso vergonzosamente amañado y ocultado a la propia opinión pública estadounidense, los cinco agentes cubanos fueron condenados a las siguientes penas:
Gerardo Hernández Nordelo, dos cadenas perpetuas más quince años de prisión.
Ramón Labañino Salazar, cadena perpetua más dieciocho años de prisión.
René González Sehwerert, quince años de prisión.
Fernando González Llort, diecinueve años de prisión.
Antonio Guerrero Rodríguez, cadena perpetua más diez años de prisión.
Durante los siete años transcurridos tras el injusto arresto, el falso juicio y la ilegal reclusión de estos patriotas, tanto Cuba como la solidaridad internacional han hecho de la defensa de «los Cinco» una causa prioritaria y una bandera irreductible. Y una de las personas que más de cerca ha seguido, analizado y difundido todo el proceso, ha sido el doctor Rodolfo Dávalos Fernández, presidente de la Sociedad Cubana de Derecho Mercantil y miembro del Instituto Hispano Luso Americano de Derecho Internacional. Semana tras semana, el doctor Dávalos fue publicando en el periódico cubano Juventud Rebelde sus comentarios sobre el juicio, su significado, sus irregularidades «y todo lo que en torno a él se iba tejiendo en la entraña del Imperio», según palabras del doctor Julio Fernández Bulté, prologuista del libro al que darían lugar, oportunamente elaborados, esos artículos.
El título –es casi innecesario señalarlo– remite a la práctica jurídica estadounidense de identificar cada proceso con los nombres de las partes, primero el del acusador y luego el del acusado. En este caso, «Estados Unidos contra Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, René González Sehwerert, Fernando González Llort y Antonio Guerrero Rodríguez». De modo que para titular su libro, Rodolfo Dávalos no ha hecho más que abreviar la denominación oficial del proceso y agrupar a los encausados bajo el adjetivo que mejor los define: Estados Unidos vs. cinco héroes. Y el subtítulo del libro, «Un juicio silenciado», es igualmente definitorio. En el segundo capítulo, y tras recordarnos el gran interés que en Estados Unidos suscitan los casos judiciales, el autor señala: «Se trata de un juicio de proporciones históricas, en el que salió a colación y fue revisada la política exterior de Estados Unidos hacia otro país, lo que en muy pocas ocasiones sucede en un proceso judicial; que acumuló 119 volúmenes de testimonios transcripciones y documentos estimados como posibles evidencias, que tiene incorporados más de 800 documentos, con alrededor de 50 mil páginas; que durante siete meses sesionó en la corte –fue el juicio más largo en ese país en el momento en que tuvo lugar–, y por el cual desfilaron 74 testigos, entre ellos, varios pertenecientes a los más altos niveles del ejército de Estados Unidos, como generales, almirantes, asesores de seguridad nacional y otros grandes personajes. ¿Cómo explicar que un proceso de tal magnitud no interesara para nada a los importantes órganos de prensa y cadenas de televisión, ávidos de noticias sensacionalistas? ¿Qué interés podía tener ese Gobierno en que aquel juicio no fuera de conocimiento público, no llegara, como cualquier otro juicio de esa naturaleza, al lector norteamericano? ¿Acaso no es porque el vínculo entre el Gobierno de Estados Unidos y la extrema derecha cubano-americana se hace evidente a lo largo de todo el proceso, o porque se pone de manifiesto la licencia, y hasta el apoyo, con que cuentan los grupos terroristas para actuar impunemente dentro del territorio norteamericano, planeando y llevando a efecto acciones criminales contra Cuba? Un muro de silencio fue levantado alrededor del caso, como dique de contención de la verdad».
En el prólogo del libro, al que ya he aludido, el profesor Julio Fernández Bulté subraya el paralelismo de este proceso con otros famosos –y escandalosos– juicios del pasado: «Ha habido causas penales en las que se ha juzgado algo más que a algunos hombres. De hecho, en ellas se ha juzgado la esencia humanista de nuestra civilización y el porvenir de los seres humanos. Menciono entre esas causas especiales el proceso seguido en Francia contra Dreyfus, los procesos penales de la posguerra, en Nurenberg y Tokio, la causa contra los esposos Rosenberg, la causa de Nelson Mandela. Creo sinceramente que el juicio seguido en Estados Unidos contra los cinco patriotas cubanos, luchadores antiterroristas, es una de esas causas extraordinarias en que está en juego, de modo particular, la credibilidad de la supuesta lucha antiterrorista que ha proclamado Estados Unidos y los fundamentos mismos de la legalidad norteamericana».
Yo añadiría a los procesos tan oportunamente mencionados por el profesor Fernández Bulté, el de Sacco y Vanzetti, en el que el Gobierno estadounidense mostró la misma saña, falsedad e ignominia que está desplegando contra los cinco patriotas cubanos. Y señalaría, al recordar el paradigmático caso Dreyfus, que, por desgracia, y para vergüenza del gremio, la respuesta de los intelectuales, dentro y fuera de Estados Unidos, no ha sido, en el caso de los Cinco, ni remotamente comparable a la que en su día encabezaron Zola y Clemenceau.
El libro termina con una breve y esperanzada alusión a la clamorosa sentencia de la Corte de Atlanta del pasado 9 de agosto que declaró la nulidad del proceso seguido en Miami contra los Cinco. Pero a mí me gustaría terminar este apresurado comentario por el principio, por la cita inaugural del libro: «Ver con calma un crimen es cometerlo». Una escueta advertencia de José Martí de implicaciones terribles; pues significa, ni más ni menos, que aquí, en el denominado Primer Mundo, vivimos rodeados de criminales. Y gobernados por criminales.