La «globalización», (término que emergió en 1983 de la mano del especialista en mercadotecnia Theodore Levitt (1), ha ampliado, ciertamente, los mercados mundiales, pero también las desigualdades. Y la región que presenta los desequilibrios económicos más asombrosos y las exclusiones más severas es América Latina. Baste decir que el 10% de los […]
La «globalización», (término que emergió en 1983 de la mano del especialista en mercadotecnia Theodore Levitt (1), ha ampliado, ciertamente, los mercados mundiales, pero también las desigualdades. Y la región que presenta los desequilibrios económicos más asombrosos y las exclusiones más severas es América Latina.
Baste decir que el 10% de los más ricos obtiene 48% del ingreso y el 10% pobre alcanza el 1.6%, un promedio que nos indica que los pobres son treinta veces más pobres que años anteriores. En Chile, el 10% de la población más adinerada obtiene treinta y un veces más ganancias que el 10% más pobre. No obstante, en Bolivia el abismo es insostenible porque el 20% de los más ricos recibe sesenta veces el ingreso que correspondería al 20% de los más pobres.
El coeficiente creado por el italiano Corrado Gini para medir la desigualdad de ingresos revela que Brasil está a la cabeza de los países con mayores asimetrías sociales y económicas con un porcentaje de 59.3. La verdad es que el 10% más rico obtiene el 47.2% del ingreso, y el 20% empobrecido apenas recibe el 2.6 % (2).
El panorama es caótico y la decepción es enorme, pero las consecuencias culturales de estos problemas suelen ser obviadas. En la globalización, los patrones se comportamientos y gustos convergen hacia el consumismo; su programa educativo está basado en el liberalismo económico, el pragmatismo ético y la defensa a ultranza de la tecnología. El socialismo, por ejemplo, ya no es considerado un sistema político adverso sino una herejía. La defensa de las virtudes que supone la globalización (confundida por mucho con la mundialización), sin embargo, sólo es posible por medio de la amnesia y la manipulación: millones de seres humanos son condicionados y el lavado de cerebro apunta a consolidar el molde occidental de la modernidad. La homogeneidad de las necesidades es otro de sus aspectos más publicitados. En numerosos lugares se reproducen los estilos, marcas y los usos son aceptados por casi unanimidad por sectores privilegiados.
La globalización cultural tiene su centro en la producción de industrias culturales y en la configuración de un orden ideológico que transmite la sensación general de irreversibilidad. Desde la Segunda Guerra Mundial, en especial, la política exterior de Estados Unidos centró sus objetivos en el diseño de estrategias para aprovechar las ventajas de su liderazgo como potencia vencedora y durante la guerra fría planteó divulgar su modelo cultural a escala global. La caída del cine y televisión europea fue utilizada por el nuevo cine y televisión estadounidense para potenciar un universo simbólico que fue patrocinado para crear vectores sociales fractales. Hoy, la globalización representa un desafío y a la vez una enorme amenaza debido a la presión estadounidense por atacar y envilecer cualquier propuesta que suponga un obstáculo a la omnipotente influencia de sus industrias culturales.
En el escenario de orientación estadounidense, América Latina ha ido perdiendo progresivamente su memoria bajo coacción comercial, militar o política. Desde hace cincuenta años, es obligada importadora de formatos culturales, y la redención que prometía la apertura de mercados nunca llegó, en tanto las élites nacionales poderosas adquirieron el control de los medios de comunicación para imponer una programación sustentada exclusivamente en valores condicionales que mutilan todo recuerdo de rechazo por los daños sufridos en el pasado. Esta evangelización comercial amnésica apuntó a colonizar el imaginario colectivo, propició la universalidad de todos los símbolos benéficos a la relación de consumo, y fue capaz de justificar la integración periférica y la pérdida de toda identidad de resistencia.
Los cambios en la accesibilidad, volumen y velocidad de las transacciones no favorecieron a América Latina. El 85.8% de las importaciones audiovisuales, por ejemplo, proceden de Estados Unidos, en las que sus industrias reciben 55% de ganancias (3). En el sector audiovisual mundial, Estados Unidos controla el 55% del total, la Unión Europea el 25%, Japón y Asia el 15% y América Latina apenas el 5%, lo cual significa que la asimetría es abismal. El asunto es que el 10% de las culturas dominantes posee un 90% de la capacidad de producción de íconos y el 10% de las culturas dominadas de América Latina apenas alcanza la cifra de 3%. Es una hegemonía sin precedentes.
Pero esta situación de chantajes va a empeorar. En medio de la XXXIII Asamblea General de la UNESCO, por ejemplo, se realizó una reunión el 20 de octubre de 2005, donde ciento cuarenta y ocho estados votaron a favor de la Convención sobre la protección a la Diversidad Cultural, con la excepción de dos naciones. Una de ellas fue previsiblemente Estados Unidos, que había reingresado a la UNESCO en 2004 tras 20 años de ausencia, y amenazó con volver a retirarse si se aprobaba esta normativa. Algunos países latinoamericanos estuvieron a punto de reconsiderar sus decisiones debido al temor a las represalias futuras.
Para entender esta reacción de protesta habría que destacar que Estados Unidos ha respaldado, desde hace décadas, políticas de libre comercio ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) y ha considerado que la cultura es una mercancía (sujeta a propiedad intelectual) que no debe ser objeto de restricciones aduanales ni de restricciones estatales que beneficien una industria cultural local, y es obvio que este nuevo instrumento jurídico internacional pone en peligro todo el esfuerzo diplomático y económico de imponer el libre mercado como único sistema económico para el desarrollo.
Además, Estados Unidos ha decidido mantener su hegemonía cultural y ha utilizado el proceso de globalización tecnológica para realizar una propaganda de sus concepciones del mundo al establecer los parámetros de propiedad intelectual expuestos en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) y en las discusiones de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
El GATS o Acuerdo General sobre Comercio de Servicios fue destinado a favorecer la privatización o liberalización de servicios como los de las comunicaciones y cultura, y entre estos últimos se incluyeron los archivos, bibliotecas y museos. Entre 1950 y 1998, las exportaciones del comercio mundial crecieron 19%; uno de los sectores que más creció fue el de las industrias culturales, que ya habían sido definidas así en 1947 por los filósofos Theodor Adorno y M. Horkheimer.
Estas industrias culturales, en las que los bienes y servicios son producidos, reproducidos, conservados y difundidos según criterios industriales y comerciales, se transformaron en las portadoras principales de información y su criterio económico de expansión se concentró en Estados Unidos, y en menor medida en la Unión Europea y Japón.
La Importancia de las industrias culturales en la actualidad puede incluso ser objeto de estadísticas determinantes. Hay un informe de la UNESCO, titulado International Flows of Selected Cultural Goods and Services 1994-2003, en el cual se señala que tres países que serían Reino Unido, Estados Unidos y China produjeron la alarmante cifra de 40% de los bienes culturales comercializados en el mundo. El 60 % restante fue producido por ciento diecisiete países. El negocio es tan enorme que este tipo de comercio internacional de bienes culturales aumentó entre 1994 y 2002 de la cantidad de treinta y ocho mil millones a sesenta mil millones de dólares. En 2002, América Latina y el Caribe sólo representaron 3% del comercio total de bienes culturales.
Los impresos -libros, periódicos, publicaciones y otros productos impresos- representaron el 31% del comercio cultural mundial en 2002. Los mayores exportadores de libros del mundo fueron los Estados Unidos (18%), el Reino Unido (17%), Alemania (12%), España (6%) y Francia (5%). En las artes visuales -que comprenden, entre otros bienes, las pinturas, los grabados, las litografías, las estatuas originales y las esculturas- el Reino Unido, China, Estados Unidos, Alemania y Suiza sumaron el 60% del total de las exportaciones en 2002. Es una brecha que se expande, no que se cierra. En todas las áreas las desigualdades se globalizan: los veinte hombres más ricos del mundo tienen tanto dinero como los tres mil millones de personas más pobres.
Estos datos son dramáticos, pero la guerra comercial es la traducción exacta de una guerra más profunda, de naturaleza cultural. A pesar de las tensiones que el incidente descrito de la UNESCO originó, y sigue originando por su puesta en vigor la entrada en vigor el 18 de marzo de 2007, la verdad es que fue apenas un episodio que evidenció el papel destacado que tiene la cultura en los procesos del mundo contemporáneo.
La UNESCO justificó la protección a la diversidad cultural precisamente porque el predominio cultural estadounidense ha contribuido a poner en peligro el futuro de casi seis mil comunidades que no tienen las mismas oportunidades tecnológicas de difusión e integración. Es un hecho que la incorporación de medios de comunicación como transmisores de mensajes culturales juega un rol fundamental en la reelaboración de valores y símbolos compartidos en las sociedades actuales; es una forma de vectorizar patrones para acelerar la dependencia.
Notas
(1) «The Globalization of Markets», Harvard Business Review, Mayo/Junio 1983.
(2) Todas las cifras proceden de los informes sobre desarrollo humano 2002, 2003, 2004 y 2006 de Naciones Unidas.
(3) García Canclini, Néstor. «Industrias audiovisuales. Voces latinas editadas en inglés», (1999) 120 Revista Quehacer 1-6, p. 3.
El autor es escritor venezolano, autor de «La destrucción cultural de Iraq» (2004)