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Estados Unidos: «queremos un mundo basado en reglas, pero que no sean las suyas»

Fuentes: Rebelión

Hace unos días el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto y máxima autoridad militar en Estados Unidos, daba un discurso en la Academia Militar de West Point para cadetes que se graduaban; en él decía: “En este momento nos enfrentamos a dos potencias globales, China y Rusia, cada una con capacidades militares significativas, y ambas tienen la intención de cambiar el orden actual basado en reglas”.

Desde la invasión de Ucrania por Rusia, el mantra en los medios occidentales, y siguiendo el guion de OTAN-Estados Unidos, es que necesitamos un orden o un  mundo “basado en reglas”. Habiendo un sistema de derecho internacional trabajosamente construido que Estados Unidos y la OTAN se lo pasan por donde todos sabemos, ¿a qué orden se refiere el imperio con “un mundo basado en reglas”?

Junto a esto, otra idea que vemos repetirse en muchos medios: Rusia y China se enfrentan a nuestro mundo occidental civilizado y quieren sustituirlo por la barbarie. Evidentemente, un mundo sin reglas, como sugiere este lenguaje, es un mundo regido por la barbarie.

Es la narrativa que ha construido Estados Unidos y la OTAN: Ucrania y, derivadamente, la comunidad internacional, están siendo atacadas por un país salvaje que no se atiene a reglas civilizadas. Que la guerra no haya desaparecido de la faz de la Tierra es una pésima “noticia”, pero que Estados Unidos pretenda servir de espejo en el que mirarnos el resto de los países es una mala broma

En materia de guerras, que es en lo que andamos en estos días, el Derecho Internacional Humanitario hunde sus raíces en los años sesenta del siglo XIX. En 1863 el llamado “Código Lieber”, desarrollado durante la guerra civil estadounidense,  inspiró las pautas de comportamiento de los combatientes tanto para con el enemigo como para con la población civil y los prisioneros y heridos de guerra. En el mismo año se crea la Cruz Roja Internacional por cinco ciudadanos suizos, y el año siguiente aparece el primer Convenio de Ginebra. En 1868, una reunión en San Petersburgo fijó normas contra las recién descubiertas balas explosivas, consideradas un arma contraria a las leyes de la humanidad. La comisión encargada declaró que “el único objetivo legítimo que los Estados deben proponerse durante la guerra es la debilitación de las fuerzas militares del enemigo”, con la intención de evitar sufrimientos innecesarios. En 1899 el jurista ruso Friedrich Fromhold Martens consiguió que en la Conferencia de Paz celebrada en La Haya se incluyera la llamada desde entonces Cláusula Martens, que establece que “Mientras que se forma un código más completo de las leyes de la guerra […] en los casos no comprendidos en las disposiciones reglamentarias adoptadas […] las poblaciones y los beligerantes permanecen bajo la garantía y el régimen de los principios del derecho de gentes preconizados por los usos establecidos entre las naciones civilizadas, por las leyes de la humanidad y por las exigencias de la conciencia pública”, y una regla de oro: “Ningún crimen contra la humanidad podrá quedar impune por no estar previsto en la legislación”. En 1949 se aprueban otros tres convenios de Ginebra, completados con dos protocolos en 1977.

La comunidad internacional, y las grandes potencias en particular, hacen caso omiso de los trabajos llevados a cabo por estudiosos, diplomáticos, juristas y militares empeñados en humanizar algo una situación tan terrible como es la guerra. El uso de armamento prohibido, Hiroshima y Nagasaki, la violación masiva de mujeres, los asesinatos a sangre fría de niños, ancianos y otras personas vulnerables, la tortura y un largo etcétera de brutalidades siguen campando en los escenarios bélicos.

Los otros dos pilares de protección de los derechos humanos son el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Penal Internacional. Ha sido una arquitectura largamente trabajada por extraordinarios juristas.  Sin entrar en detalle, Estados Unidos ignora y desprecia olímpicamente todo el aparato jurídico internacional concebido para la protección de los derechos humanos. Si habla de derechos humanos es para acusar a otro país que se niega a someterse, así como para emprender guerras siempre basadas en mentiras envueltas en la retórica de la democracia y los derechos humanos.

Solo echar un vistazo a algunas de las señas de identidad de ese país nos hace comprender que se mira en un espejo distorsionado como el de la madrasta del cuento de Cenicienta, pretendiendo proyectar una imagen que sirva de ejemplo para que todo el planeta imite su “American way of life”.

El rosario de masacres en escuelas y universidades desde la fatídica matanza de Columbine en abril de 1999 alcanza la cifra de 26, hasta el pasado 24 de mayo en Texas. Y no parece que la tendencia vaya a mejorar, vistas las reacciones que se van observando, en una histeria colectiva que sigue alimentando el miedo y el odio pidiendo más seguridad con más armas, un oxímoron ya incrustado en la sociedad estadounidense. Circulan vídeos de niños de hasta cuatro o cinco años aprendiendo a manejar armas.

El racismo de la policía en Estados Unidos es difícil de igualar en cualquier otro país. No pasan muchos días sin que sepamos de algún nuevo caso de asesinato de algún joven negro, incluso niños. En octubre pasado dos agentes sacaron de su coche a Clifford Owensby, un parapléjico, arrastrándole del pelo. Este caso es suave si se compara con el asesinato de George Floyd en 2020 o con la histórica paliza a Rodney King en 1991. Los casos se acumulan por miles.

La pobreza y la precariedad de millones de personas, los cientos de miles de sin techo y la cantidad de muertes de personas que no pueden pagar un tratamiento cuando llega una enfermedad grave o un accidente son lacras inverosímiles en el país más poderoso del planeta (aunque esto ya va estando cuestionado).

El desprecio por el cuidado al medio ambiente y la depredación de su modelo de consumo nos está conduciendo a un desastre ambiental en términos de abismo.

Por último, el país más belicista del mundo, que propaga guerras, organiza golpes de estado y asesinatos de líderes incómodos, desestabiliza gobiernos que no les bailan el agua, tiene cientos de bases militares en decenas de países, obstaculiza el funcionamiento de las Naciones Unidas, único foro legítimo de la comunidad internacional, etc., no puede ser un modelo para la comunidad internacional.

Desde luego que queremos un mundo que funcione con reglas que lo humanicen, pero no con las reglas de Estados Unidos.

Afortunadamente, hay otro Estados Unidos con el que podemos simpatizar: cientos de escritores, actores y actrices y trabajadores apoyaron al gobierno de la República contra el fascismo; cientos de intelectuales son críticos con su política exterior (e interior) y critican su imperialismo. Naturalmente que sabemos que una cosa es la sociedad y otra el gobierno, pero la imagen de Estados Unidos la proyectan fundamentalmente sus gobiernos, que lideran el belicismo que va a llevar al desastre a toda la Humanidad.

Pedro López López, Profesor de la Universidad Complutense. Activista de derechos humanos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.