Leónidas Martín Saura es artista y activista. Imparte clases de audiovisuales, nuevas tecnologías y arte político en la Universidad de Barcelona (UB). Los proyectos en los que ha estado involucrado (Las Agencias, Yomango, etc.) destacan por ser conocidos tanto en los circuitos artísticos internacionales como en las redes sociales activistas. Es miembro co-fundador de la […]
Leónidas Martín Saura es artista y activista. Imparte clases de audiovisuales, nuevas tecnologías y arte político en la Universidad de Barcelona (UB). Los proyectos en los que ha estado involucrado (Las Agencias, Yomango, etc.) destacan por ser conocidos tanto en los circuitos artísticos internacionales como en las redes sociales activistas. Es miembro co-fundador de la asociación cultural Enmedio, un espacio dedicado a la investigación y experimentación entre el arte y la acción política. En la Red es conocido como «Leodecerca».
Se ha dicho muchas veces que la experiencia de mirar un paisaje cambió para siempre cuando se pintaron los primeros paisajes sin presencia humana. ¿Podría estar pasando hoy lo mismo con nuestra imagen de lo que es la rebelión, la revuelta o la revolución? ¿Se transforma después de ver películas como Matrix, V de Vendetta o Avatar?
Hablas de que las imágenes políticas se encuentran en un atolladero, ¿podrías explicarlo?
El atolladero al que me refiero es el toma y daca constante de apropiaciones y reapropiaciones entre el mercado y la creatividad social. El mercado lanza una imagen, la gente se reapropia de ella y le da otro sentido; un movimiento social produce un símbolo, el mercado lo captura después para vender un producto, etc. Ninguna imagen tiene un significado absoluto y acabado en sí mismo, la construcción de sentido es un juego y una lucha infinita donde no hay una frontera clara entre productores y receptores.
Todo lo que antes vivíamos directamente se ha convertido en espectáculo, decían los situacionistas.
Desde la Internacional Situacionista hasta la Escuela de Frankfurt, en la historia reciente del pensamiento crítico ha predominado la lectura más pesimista del fenómeno. Bajo este punto de vista, el capitalismo es como un vampiro que nos ha chupado toda la sangre y se ha apoderado de nuestra vida entera. Toda acción humana ha sido convertida en producto y se ha puesto a circular en la cinta transportadora del mercado. Eso nos ha reducido a meros espectadores pasivos con una sola posibilidad de acción: el consumo. Pero yo no comparto esa visión, demasiado derrotista y unilateral. También la gente roba y usa las imágenes que el mercado ha robado previamente a la gente.
¿Podrías darnos ejemplos concretos?
Un movimiento reciente en España se llamaba V de Vivienda en referencia al cómic y la película V de Vendetta, la red internacional Anonymous usa la máscara popularizada por la misma película a modo de símbolo, grupos palestinos acometen acciones de desobediencia civil enfundados en disfraces de Na’vi, los personajes de Avatar, algunos hackers defienden la libertad en la Red imaginándose en Matrix, etc. Si los realistas franceses del siglo XIX proponían «pintar lo que se ve», estas experiencias a caballo entre la imagen y el activismo proponen «hacer lo que se ve». Estamos cansados de mirar, hoy queremos vivir la imagen.
Este domingo Anonymous convoca protestas físicas y virtuales en los premios Goya.
El fenómeno Anonymous es fascinante. Cuando Anonymous tumbó las webs del Ministerio de Cultura y de la SGAE, Matías Prats comentó: «hasta ahora, algo así tan sólo lo habíamos visto en películas de ciencia ficción». De alguna manera tenía razón. Por supuesto que las sentadas virtuales, o sea, que un grupo de personas se organice para visitar un mismo sitio web a la vez con la intención de provocar su colapso, no es nada nuevo, eso lleva practicándose casi desde los orígenes de Internet; sin embargo, que una red social sin nombre y sin rostro, o mejor dicho, con un falso rostro, se apropie del imaginario de un cómic y una película (V de Vendetta) y obligue a éste a actuar bajo sus mandatos, eso no se había visto tanto. Es casi como un ejercicio de posesión: entrar en otro cuerpo y operar bajo su apariencia. Bajo su imagen, en este caso. Por si esto fuera poco, el fenómeno está creciendo exponencialmente y cada vez son más los que están participando en sus acciones. Ejemplo de ello es lo que dices: la próxima convocatoria de Anonymous ya no se limita a la Red, se llevará a cabo este domingo frente a la gala de los Goya. ¿No es increíble? Cuerpos reales sin nombre alguno que, parapetados bajo una ficción, hacen un llamamiento contra la gala de los que dicen ser los autores de esas mismas ficciones, las que empiezan a rebelarse contra ellos. Autores de ficciones contra ficciones sin nombre.
¿Se trata de un uso crítico del cliché?
No, todo lo contrario. Lo que hace un estereotipo es presentarnos las cosas como algo ya visto y ya vivido. Nos distancian de todo, nos impiden conectar con el sentido auténtico de las cosas. Un cliché evita que el mundo nos afecte. Cancelan por tanto la posibilidad de acción, porque cuando todo se vuelve déjà vu resulta imposible identificarnos con nada de lo que hacemos o miramos. Los estereotipos nos vuelven cínicos: gente que ya lo sabe todo, que ya lo ha visto todo y que no se cree nada. Por el contrario, y contra todo pronóstico, estos movimientos realizan la operación inversa: abren posibilidades de subversión identificándose completamente y sin distancia crítica con algunas de las imágenes-cliché que nos ofrece el mercado.
¿Pero cómo es posible usar un cliché contra el poder de los clichés?
Cuando hablamos de vivir la imagen, más que en el artista o productor de imágenes tenemos que fijarnos necesariamente en el espectador. El espectador es alguien más libre de lo que suelen pensar las corrientes críticas. Una imagen nunca puede representarlo todo, es el espectador el que añade o complementa aquello que «falta» en una imagen. Proyectamos sobre una película o una imagen más datos que los que la propia imagen contiene. Lo hacemos a partir de nuestros saberes, de nuestra experiencia y de las imágenes previas que tenemos en la cabeza. Como explica Jacques Rancière, ver, mirar, es un acto de comparar: comparas lo que ves con lo que ya has visto y de ahí sale una interpretación, siempre «desmesurada» o «abusiva». Y yo añado que en estas interpretaciones desmesuradas, existe un potencial para la acción política.
¿Qué aporta concretamente ese potencial?
Por ejemplo, el recurso a referencias tan populares como Avatar o V de Vendetta hace a los movimientos sociales mucho más abiertos e incluyentes. Al menos en dos sentidos. Por un lado, esa identificación ligera, cómica y desdramatizada con las imágenes-cliché logra descargar de seriedad la acción, incluyendo así a los que aprecian la dimensión placentera de una movilización y huyen de la política como sacrificio de la vida entera por una causa. Por otro lado, la identificación colectiva con un icono cultural abre espacios no codificados en términos ideológicos (izquierda y derecha). Este potencial crea, en definitiva, lo que algunos venimos llamando movimientos «post-políticos», espacios de anonimato sin contornos identitarios o ideológicos claros, que se cuidan mucho de evitar las etiquetas mediáticas o políticas que definen, dividen, estigmatizan o criminalizan.
¿Estamos ante una nueva estrategia comunicativa o política?
No lo pienso así. A diferencia del arte político, estos movimientos usan el imaginario existente sin ninguna premeditación. Lo hacen muy espontáneamente, sin conciencia, táctica o dirección. Es como ese viejo chiste en el que van dos amigos andando por la calle y leen el letrero de una tienda que dice: «Aceros inoxidables». Entonces se miran el uno al otro y se dicen: «¿nos hacemos?» Pues algo así sucede con estas experiencias: una interpretación desmesurada origina una identificación colectiva que abre un espacio posible para la acción política. En este sentido, no se trataría tanto de resolver aquello que se preguntaba Lenin: «¿qué hacer?», sino, ante una mirada compartida, de preguntarnos como en el chiste: «¿nos hacemos?»