Luego de la sorpresa del llamado progresismo latinoamericano —a partir de la revolución bolivariana en Venezuela, la revolución ciudadana en Ecuador y la revolución política y cultural liderada por Evo Morales en Bolivia— el imperialismo impulsó una estrategia regional, y a la vez ajustada a las características de cada proceso para subvertir y destruir esas alternativas liberadoras, y continuar impulsando la recolonización de los recursos y subjetividades de nuestra América.
Sin embargo, las fuerzas populares y revolucionarias han sabido enfrentar esas políticas agresivas desplegadas por el Gobierno de los Estados Unidos en alianza con las oligarquías nativas y los emporios mediáticos de la derecha conservadora regional y mundial. El triunfo del MAS en Bolivia, las movilizaciones populares realizadas en Chile y en Colombia, para solo citar dos casos emblemáticos, así como el reciente triunfo del chavismo en las elecciones parlamentarias en Venezuela dan cuenta del avance de las fuerzas populares en la región. A lo anterior habría que sumar la voluntad política de la Revolución cubana de diseñar e implementar un proceso de actualización del modelo de desarrollo económico y social, con el propósito de avanzar hacia un socialismo próspero y sostenible. Cuba seguía siendo el “mal ejemplo” que el imperialismo estaba en la obligación de destruir.
En los últimos años el Gobierno de los Estados Unidos recrudeció la política de bloqueo con la implementación de nuevas medidas genocidas de guerra económica con el fin de intentar frenar el avance del proceso de actualización. Conocedor de que esa política no había tenido ni tendría éxito para provocar el cambio de régimen en Cuba, el bloqueo se intensifica como un factor externo para motivar factores de malestar en la población cubana, tales como el desabastecimiento y la persecución de piratería para impedir la llegada de barcos con petróleo y otros insumos a Cuba; a la vez que profundizaba la extraterritorialidad de las leyes y medidas del bloqueo.
Con esa plataforma agresiva los sectores más reaccionarios del sistema de poder en Estados Unidos consideraron oportuno implementar una variante cubana de golpe suave[1]. Esa variante incluye elementos de la guerra de cuarta generación y la inducción de matrices de opinión replicadas en las redes sociales sobre la base de falsear las causas de las dificultades y déficit acumulados o potenciales con el objetivo de promover el descontento y la desmovilización social de apoyo a la Revolución.
Los últimos acontecimientos conflictivos denunciados en la prensa cubana revelan la necesidad por parte de la política revolucionaria de profundizar en los diálogos con los distintos componentes de la sociedad civil popular cubana con el propósito de avanzar en la reconstrucción de los consensos sociales imprescindibles para fortalecer la hegemonía popular en el país. La amplia participación que tuvieron los debates sobre los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución, así como del proyecto constitucional, sentaron las bases para pensar y diseñar nuevos derroteros positivos para la estrategia revolucionaria.
Diálogos con el sector no estatal de la economía
Entre los diálogos que urge continuar y profundizar se encuentra aquel con todos los componentes del sector no estatal de la economía; esto es, la diversidad de formas de propiedad y de gestión no estatal presentes en el espacio económico cubano como son las cooperativas, la micro, pequeña y mediana empresa privada, y otras formas mixtas de relaciones económicas.
Estos diálogos deben alcanzar la mayor divulgación posible para superar los estereotipos construidos en décadas pasadas que identifican a estas formas como rezagos o deformaciones que el socialismo debe erradicar y superar. En otras palabras, incorporar a los actores que protagonizan estas formas como participantes también del proceso revolucionario, con los que es posible y necesario dialogar para buscar los modos de coincidencia de sus intereses particulares con los intereses colectivos y los de la nación[2].
Con la integración socioproductiva de la diversidad de formas de propiedad y de gestión estatales y no estatales en nuestra sociedad, Cuba está mostrando la viabilidad de una alternativa histórica socialista, capaz de enfrentar al capitalismo neoliberal conservador que se pretende imponer a toda costa en nuestra América.
Algunas pautas para el diálogo con artistas jóvenes
Una de las pautas a tener en cuenta para enfrentar ese tipo de diálogo supone cambiar la pregunta retórica de qué es y qué no es arte, por aquella que pregunta en qué contexto, bajo cuáles condiciones y circunstancias una palabra, gesto, sonido, obra pictórica, que utilice cualquier material, formato, plataforma expresiva, deviene arte.
Esta perspectiva contribuye a superar visiones conservadoras o elitistas de lo artístico que es la base sobre la cual pueden aparecer actitudes burocráticas, dogmáticas, mojigatas, por parte de funcionarios desconocedores de los cambios operados en el ámbito del arte contemporáneo; lo que ha generado incluso una polémica estética y cultural sobre la presunta “muerte del arte”.
Hacia un nuevo modo de pensar las relaciones estéticas
El mito moderno de la autonomía del arte (cuya matriz se expresa de igual manera en los más aparentemente iconoclastas experimentos [anti]artísticos), ha ocultado una de las trampas más extendidas del pensamiento estético occidental: la identificación de lo estético y lo artístico, la que se ha asumido como certeza apodíctica en las más diversas escuelas de pensamiento. A los efectos de nuestra propuesta concordamos con el punto de partida de la reflexión de Mayra Sánchez Medina: “Cabría preguntarse si el camino del arte europeo hacia la cúspide elitista no fue más que eso, un camino históricamente determinado que imprimió una naturaleza también elitista a la Estética y su universo. La propia designación de preautonomía para el arte desarrollado en los períodos premodernos y en los territorios periféricos a Europa, no puede ocultar su carga discriminatoria y excluyente. De hecho, nos habituamos a consumir sus legados a escala formal, ajenos a su connotación originaria, distanciando forma y función según el modelo kantiano de análisis y contemplación, tal cual si fuera este el único modo posible de hacerlo.”[3]
La conclusión de la autora es, a nuestro juicio, novedosa y significativa: “Si por estético se entiende la apreciación de una obra de arte o, dicho de otro modo, si este solo puede existir a partir de una relación social reconocida como artística, cabría perfectamente atribuir al arte el origen de lo estético. Pero, si fuera posible pensar lo estético como un intercambio intersubjetivo de efectos sensibles, si se le enfocara como un hecho comunicativo, propio de las interacciones humanas en todos los tiempos y épocas, entonces, podríamos sumergirnos hasta la más remota antigüedad, justamente al proceso de formación del hombre social, en que el lenguaje le había distinguido del resto de los seres vivos. En este sentido, tal disposición sensible, generadora de la dimensión estética, se instala en la base de la posibilidad del arte, y no al contrario.”[4]
Esta inversión permite, en primer lugar, legitimar teóricamente el estatuto filosófico de la estética, al superar la reducción tradicional de su objeto a la belleza, superar el paradigma artístico de lo estético (esto es: pensar las relaciones estéticas más allá del arte, aunque comprendiéndolo) y distinguiendo el saber estético del de la filosofía y la historia del arte. En otras palabras, precisado el ámbito de la indagación estética en el sentido antes apuntado por Sánchez Medina, no reducido a la significación de las relaciones artísticas, queda legitimado el lugar insustituible de la teoría, la historia y la crítica del arte y sus múltiples estrategias y procedimientos específicos de investigación. Ello no implica, por supuesto, desterrar al arte de los dominios reflexivos de la estética.
Desde esa ampliación de la noción de lo estético en tanto canal comunicativo, del que el arte es solo una referencia, mas no la única ni la primaria, se produce también un vuelco en la llamada educación estética, ya que desde “la visión tradicional, lamentablemente dominante, se presenta la personalidad estética solo como aspiración; en sentido modélico, como excepcionalidad, como producto aséptico, idealizado. Se han confundido las proyecciones del ideal estético –afirma la autora–, de los paradigmas socialmente aceptados, con la disposición natural de los seres humanos a comunicarnos desde la sensibilidad y de ser portadores, cada uno de nosotros, de nuestra propia personalidad estética. Entonces, la personalidad estética no es solo la meta a lograr: es punto de partida, objeto y fin del trabajo estético educativo”.[5]
En esa visión educativa amplia, social-humana, no pueden desecharse las “manifestaciones asociadas a lo marginal, lo vulgar, lo cotidiano, que por otra parte, tienen que ver con el individuo real, el conjunto de sus relaciones esenciales, sus gustos y preferencias, sus aspiraciones y necesidades materiales y espirituales”.[6] Aparece así la posibilidad de una educación de la sensibilidad que no contrapone cotidianidad a trascendencia, que no impone un ideal inalcanzable al sujeto, sino que lo prepara de manera participativa para co-construir sus propios canales estéticos, su propia subjetividad, hacerse responsable de su proyección en consonancia con la comunidad y la época.
Por otra parte, tal concepción favorece el entendimiento de un fenómeno tan controvertido como la estetización de la vida, signo de la cultura y la sociedad contemporánea, sin reducirla al embellecimiento u otros aspectos superficiales o externos. A su criterio, “la palabra de orden en la estetización puede ser visibilidad, entendida en su sentido lato como la actividad fundamental en que se ha centrado ‘el mundo como imagen’, o en un sentido metafórico, que abarca la emersión al escenario público a partir de la masmediatización tecnológica, de modos subculturales antes ‘ocultos’. Una visibilidad plural que se abre hacia la diferencia multicultural, pero que para nada quiere decir que se ha democratizado realmente la escena cultural del mundo.”[7]
Esta perspectiva supone un cambio sustantivo de mirada que contradice la cultura estética y artística que tenemos introyectada. Hay múltiples aristas para debatir. Una de ellas es la aparente regresión al punto de vista estético de Kant en detrimento de sus continuadores dentro de la filosofía clásica alemana, en especial Hegel. Mas no se trata, a mi juicio, de un retorno al kantismo, sino de una interpretación de raigambre materialista marxista que parte de hacer visible la universalidad y pluralidad de la praxis cotidiana, que desmistifica las bases conceptuales e ideológicas de la autonomía del arte occidental y restituye las llamadas epistemologías de la contextualidad en el análisis estético. Adoptando el enfoque comunicacional, Sánchez Medina, reconoce su deuda con la estética de lo cotidiano de una autora como la mexicana Katia Mandoki,[8] cuya “visión del intercambio estético intersubjetivo devela un acontecer ignorado y subestimado por la teoría estética, una de las vías de interacción más potentes y, sorprendentemente, más ignoradas por el propio hombre”.[9]
¿Existe o no el peligro de que la diversidad de epistemes estéticos, devenga sucedáneo a la carencia de criterios universalizadores de “detección” del arte? ¿Cómo evitar el relativismo radical que borra las fronteras entre arte y vida cotidiana? De asumir hoy criterios universalizadores sobre el arte, ¿cuáles serían los límites y las posibilidades heurísticas de esa teorización?, ¿cómo impedir la repetición de aquel infinito malo que mencionaba Hegel, hipóstasis de una visión particular ontologizada como valor absoluto. Cómo enfocar el ya mencionado problema del “fin del arte” desde el pluralismo estético-cultural. En este tema, José Ramón Fabelo Corzo se pregunta: “¿Por qué no pensar en una ampliación del concepto de arte y no en su final? ¿Por qué no intentar flexibilizar el relato o reconocer que de hecho se necesita uno nuevo, distinto, abierto, plural, acorde a lo que el propio Danto legítimamente exige, en lugar de clausurar todo intento de aprehensión teórica de lo que el arte es? En resumen, ¿no resultaría más plausible ampliar el concepto y no clausurar el arte?”[10]
“Ciertamente –arguye este autor–, la propia praxis artística nos obliga hoy a admitir la inoperancia de un único relato excluyente. Pero ¿es lo mismo el pluralismo, si se quiere radical –como Danto lo califica–, que el relativismo del “todo vale”? ¿Por qué se asume como la alternativa a la unilateralidad la totalidad indiferenciada y no una multilateralidad, todo lo amplia que se quiera, pero al mismo tiempo necesariamente finita, como lo exige el uso de un concepto –el arte– que sigue siendo necesario desde el punto de vista de la praxis social?”[11]
Coincidimos con la reflexión de Fabelo Corzo cuando insiste en que, “en lugar de afirmar el fin del arte, ¿no sería mejor atender a los cambios en el contenido de este concepto, a las variaciones de su intensión y de su extensión, a lo que hoy denota y connota?”[12] También con autores como Rubén de Ventós [13] que, ante los procesos de desdefiniciones de lo artístico y la ampliación de sus fronteras, siguen apostando por una especie de trascendencia (sin la connotación áurea del término) de objetos, fenómenos, procesos, actitudes, acciones, gestos y movimientos que, en determinados contextos intencionados, trascienden la convencionalidad cotidiana y devienen arte, siempre que varíen las condiciones de existencia funcional o habitual de estos. Lo que seguirá exigiendo, aunque se modifiquen y amplíen las coordenadas del análisis, un esfuerzo cognitivo especial para tales expresiones.
Una visión original sobre este tema nos la ofrece Gerardo de la Fuente Lora, al recordar que aún en esta época presuntamente postartística y postestética, “tenemos la posibilidad de optar por la estética y el arte, hemos alcanzado la potencialidad de elegirlos, contamos con la suerte infinita de no tenerlos ya como una constante humana o un imperativo moderno; podemos tomarlos también sin escatología, sin esperas trascendentes de salvación. Menos y más que eso, podemos agruparnos como los amantes de la belleza sensible y sus aporías, y dedicarnos a leer así todas las producciones que nos encontremos, poco importa que a tales productos nuestros afanes esteticistas no les importen. Y nos es dado hacer, por qué no, una política de las imágenes cuya finalidad sea la comunidad y el erotismo. Como en los tiempos del arte.”[14]
Nuevos contextos a partir de los años setenta y ochenta harán que aquellas preocupaciones del giro político de las primeras décadas del XX cedan ante lo que Marc Jiménez llama el giro cultural de la estética. La reacción cultural tuvo como rasgo común el abandono de la visión mesiánica del Arte, aun la de aquellos representantes más iconoclastas de las vanguardias de entre guerras. No es que el arte haya perdido ninguna de las funciones simbólicas, heurísticas, formales, comunicativas que le han sido conferidas a lo largo de su historia: sino que, en esta reacción cultural, ha dejado de estar sobreexigido en términos políticos. No promete ya el mejor ni el peor de los mundos. No es la tabla de salvación universal ante un mundo descolorido, enajenado y enajenante. Ya no es posible que se erija en patrón omnicomprensivo, por demás elitista, de la salvación o la condena de la especie. Pero sigue estando ahí, en los peldaños de la experiencia social sensible y la imaginación humanas, apegado a ellas y trascendiéndolas.
La dislocación espacial y temporal del arte actual, destacada por Paul Virilio,[15] la porosidad de la frontera entre objetos, gestos, modos y actitudes que se mueven entre el mundo empírico cotidiano y el mundo del arte, ha potenciado la creencia acerca de la época postartística y postestética. “No existen obras de arte –nos dice José Luis Brea en El tercer umbral–. Existen un trabajo y unas prácticas que podemos denominar artísticas. Tienen que ver con la producción significante, afectiva y cultural, y juegan papeles específicos en relación a los sujetos de experiencia. Pero no tienen que ver con la producción de objetos particulares, sino únicamente con la impulsión pública de ciertos efectos circulatorios: efectos de significado, efectos simbólicos, efectos intensivos, afectivos.”[16]
“Cuando el consumo alcanza significado “simbólico” –analiza Alicia Pino– y traspasa la necesidad de satisfacer alguna aspiración humana legitima, una vida con equidad y se convierte sólo en ansiedad de consumo, como tendencia (consumismo) estamos ante una nueva circunstancia, la cultura del consumo que debe ser entendida como conjunto de imaginarios, signos y símbolos, mitos que están determinados por las condiciones que la sociedad del mercado provee a través de sus diversos mecanismos de publicidad y promoción.”[17] Para José Luis Brea, en el llamado tercer umbral del “capitalismo cultural” la producción y reproducción de simbolicidad es el nuevo gran motor generador de riquezas. La megaindustria contemporánea de subjetividad y sus redes de distribución transnacional, han producido modos de sujeción nunca antes vistos:
“Pero las nuevas economías propias de las sociedades red no solo afectan a los modos de producción y consumo de los objetos que las prácticas culturales generan y distribuyen (digamos: de los objetos inmateriales) en su seno, sino también, y quizás de manera aún más decisiva, a los propios sujetos, a los modos en que en ellas se producen los efectos de subjetividad, de sujeción. En medio de la crisis profunda de las Grandes Máquinas tradicionales productoras de identidad, el conjunto de los dispositivos inductores de socialidad –familia, religión, etnia, escuela, patria, tradiciones…–, tienden cada vez más a perder su papel en las sociedades occidentales avanzadas, declinando en su función. Sin duda, el espectacular aumento en la movilidad social, geográfica, física; pero también afectiva, cultural, de género e identidad, tanto como de estatus económico y profesional– determina esa decadencia progresiva de máquinas en última instancia territoriales. Pero lo que sobre todo decide su actual debacle es la absorción generalizada de esa función instituyente por parte de las industrias contemporáneas del imaginario colectivo (a la sazón cargadas con unos potenciales de condicionamiento de los modos de vida poco menos que absolutos). Una industria expandida –más bien una “constelación de industrias”–, en las que se funden las de la comunicación, el espectáculo, el ocio y el entretenimiento cultural, y en términos aún más generales, la totalidad de las industrias de la experiencia y la representación de la propia vida, que toma a su cargo la función contemporánea de producir al sujeto en los modos en que éste se reconoce como un sí mismo en medio de sus semejantes, administrando en esa relación sus efectos de diferencia e identidad”.[18]
El impacto global de esas megaindustrias ha hecho de la enajenación mediático cultural la norma de la vida contemporánea, generando tensiones insolubles: alta concentración de los medios como forma de dominio del capital sobre la sociedad, su conversión en espacios de toma de decisiones políticas y de contrainsurgencia frente a las alternativas y las resistencias populares que pongan en peligro su hegemonía, su papel como puerta “estetizada” del mercado capitalista, antesala visual de la plusvalía, paralización del pensamiento crítico a través de la velocidad de la imagen fragmentada y del simulacro virtual, hiperrealista de las televisoras.
Una cadena de eufemismos posmodernos se ha esforzado por diluir y estetizar la dureza creciente de las desigualdades. El campo económico y social del capital completa su fortaleza con su conversión en capital simbólico. Mientras enfrentábamos su poder visible con las armas de la crítica reflexivo-racional, sus tentáculos estetizados contactaban con los subvalorados rincones del inconsciente social e individual de sus víctimas, logrando incorporarlas, en no pocas ocasiones, al consenso de sus victimarios. Ello se hace patente especialmente en el lenguaje cotidiano que, a juicio de Jean Robert, se transforma hoy en subsistemas del sistema capitalista. Los hábitos lingüísticos del sistema-mundo internalizan la lógica del capital. La actual jerga económica, política, profesional, carcelaria nos hace hablar capitalismo. Para el investigador suizo-mexicano, se hace necesario confeccionar un Glosario del lenguaje capitalista para descapitalizar nuestras mentes y sentimientos.[19]
Postdata
Frente a la agresión multifacética del imperialismo el desafío de la Revolución cubana se debe identificar con la ofensiva política en todas las ,líneas en disputa y en lucha, el diálogo intergeneracional respetuoso es el fundamento de la renovación constante de la hegemonía revolucionaria en las nuevas condiciones.[20]
Todos los espacios de diálogo [21] que se abran y profundicen se deben convertir en oportunidades, tanto para desaprendizajes como nuevos aprendizajes, que enriquezcan el pensamiento político y cultural, humanista que acompaña el proceso de actualización.
En conclusión, la mejor defensiva de la Revolución, sigue siendo la ofensiva audaz y creativa.
Notas:
[1] Se conoce por golpe suave o blando a la estrategia política diseñada por el politólogo estadounidense Gene Sharp, que propone hacer un uso contrarrevolucionario, contrainsurgente de la política de la no violencia.
[2] En momentos en que se aplica la nueva estrategia para impulsar el desarrollo económico en las condiciones de pandemia, el Presidente Díaz-Canel hizo referencia a la necesidad de conversar, no solo con el sector estatal sino también con el no estatal, para impedir la elevación arbitraria de precios a los productos en las actuales circunstancias.
[3] Mayra Sánchez Medina, “Lo estético y lo artístico. Un acercamiento a la caracterización de las relaciones estéticas”, Estética. Enfoque Actuales, Editorial Félix Varela, 2005, p. 123.
[4] Íbidem, p. 124.
[5] Mayra Sánchez Medina, “Los impactos invisibles. La teoría de la Educación estética hoy”, p. 168.
[6] Ibídem, p. 168.
[7] Mayra Sánchez Medina: La estetización del mundo actual y sus implicaciones estético filosóficas, p. 176.
[8] Nos referimos específicamente al texto Prosaica. Introducción a la Estética de lo cotidiano.
[9] Mayra Sánchez Medina, “La estetización difusa o la difusa estetización del mundo actual”, pp. 244-245.
[10] José Ramón Fabelo Corzo, Sobre el decretado ‘fin del arte’ de Danto, p. 3.
[11] Ibídem, p. 5.
[12] Ibídem, p. 7.
[13] Cf. Natividad Norma Medero Hernández: “Actualidad en el arte. Análisis epistemológico”, Fondo Instituto de Filosofía, La Habana.
[14] Gerardo de la Fuente Lora: La Estética en una época postartística, p. 5.
[15] “Hemos pasado de la dislocación espacial -en el arte abstracto y el cubismo- hasta la dislocación temporal que ahora está en curso. Esto representa la virtualización en su misma esencia: la virtualización de las acciones «mientras suceden» y no simplemente de lo que ya fue, recordando la idea de Barthes. No es la virtualización de la fotografía, de la reproducción o del cine; no se produce ya en tiempo diferido, sino en tiempo real”. Catherine David & Paul Virilio: Alles Fertig: Se acabó (una conversación), meca. p.1.
[16] José Luís Brea, Ob. Cit., p. 120.
[17] Alicia Pino Rodríguez: “La cultura del consumo: problemas actuales”, p. 218.
[18] José Luís Brea, Ob. Cit., p.89.
[19] Cf. Jean Robert, Ponencia presentada en el Coloquio Internacional Planeta Tierra: Movimientos Antisistémicos, convocado por el EZLN, San Cristóbal de las Casas, México 13-17 diciembre, 2007, p.4 (meca).
[20] Resulta estratégico también continuar el diálogo con todos las instituciones y colectividades religiosas para avanzar en la generación de valores éticos y morales que identifican el accionar de los ciudadanos y ciudadanas en nuestro país. Asimismo es igualmente preciso el diálogo con los grupos LGTBI, que son víctimas de prejuicios y discriminaciones acendrados en la cultura patriarcal que aún se reproduce en nuestra sociedad.
[21] Resulta imprescindible también impulsar los diálogos con los representantes antianexionistas, patrióticos, de la emigración cubana en los Estados Unidos y en los distintos países donde existen como conglomerado social.