¿Y los negros? ¿Quién que ha visto azotar a un negro no se ha considerado para siempre su deudor? José Martí En el año 2000 el Consejo Nacional de las Artes Plásticas le entregó a Yolanda Wood (Santiago de Cuba, 1950), Doctora en Ciencias sobre Arte, el premio Guy Pérez Cisneros por el ensayo Periodizar […]
¿Y los negros?
¿Quién que ha visto azotar a un negro no se ha considerado para siempre su deudor?
José Martí
En el año 2000 el Consejo Nacional de las Artes Plásticas le entregó a Yolanda Wood (Santiago de Cuba, 1950), Doctora en Ciencias sobre Arte, el premio Guy Pérez Cisneros por el ensayo Periodizar el arte cubano: ¿poliedro o bola de cristal? Sin embargo, esa no es la razón primera por la que ocupó estas páginas. La verdadera causa nació de una contingencia feliz. Cuando la Universidad de la Habana convocó el taller Perspectiva histórica de la problemática etno-racial en Cuba y en el resto del Caribe, la entonces decana de su Facultad de Artes y Letras, hoy directora del Centro de Estudios del Caribe (CEC) de la Casa de las Américas, venía de otro cambio de impresiones sobre Etnia, raza y unidad nacional organizado por el Colegio de Ciencias Sociales, del cual es miembro activo. Así, sin pasaportes ni boletos, hicimos un «viaje a la semilla» por el Caribe hispano, que terminó dignificando la raíz negra de nuestra cultura nacional. Desestimar los argumentos de esta profesora cubana, o reducirlos a un auditorio versado en Artes y Letras, habría sido una falta imperdonable.
Migraciones al margen
¿Sobre cuáles bases podríamos afirmar que el área del Caribe ha sido blanco de una sui generis codificación racial?
Ante todo quisiera resaltar el proceso migratorio, ininterrumpido y sucesivo, que hizo del Caribe actual una encrucijada de culturas, un espacio de intensa multiplicidad de orígenes, un ethnos diferenciado según las condiciones de formación nacional de sus 37 territorios, fenómeno complejo donde intervienen múltiples factores.
En términos de una conciencia subjetiva social, todo espacio migratorio podría calificarse como conservador. Alejo Carpentier, emigrante él mismo en varias etapas de su vida, eligió el calificativo para referirse al emigrante. El conservadurismo es uno de los rasgos psico-sociales de las comunidades emigrantes. En ellas las palabras nostalgia y recuerdo influyen en el imaginario y la formación del sujeto social. La dicotomía memoria-olvido es un rasgo peculiar de nuestras culturas, que han vivido en constante interacción entre pasado, presente y futuro, círculo condicionante de muchos rasgos de nuestra personalidad cultural.
Las migraciones sucesivas fueron el rasgo fundamental del poblamiento del Caribe. Esta cualidad se evidencia al examinar su composición demográfica. Los primeros emigrantes, los pobladores más tempranos, llamados por Manuel Galich «nuestros primeros padres», procedían de diversas zonas continentales. La tesis más extendida supone el predominio de pueblos de procedencia orinoco-amazónica. De allí, del mismo corazón de Sudamérica, tribus emigrantes de origen arawaco, que se encontraban en el estadio de desarrollo de la comunidad primitiva, debieron ir poblando las islas en oleadas sucesivas. Estos pueblos, autodenominados taínos, habitaban la mayor parte del área a la llegada del conquistador.
Sin duda, el llamado encuentro de culturas de 1492 fue totalmente asincrónico en términos históricos, sociales y culturales. Se trataba de dos culturas situadas en estadios de desarrollo diferentes. La voluntad hegemónica consciente, diseñada desde las Capitulaciones de Santa Fe por el mismo Colón, e impuesta desde el primer día de la conquista, fue un factor condicionante de la historia ulterior de esta zona geográfica y de su propio poblamiento.
Gracias a ese espíritu de hegemonía, la condición subalterna, periférica, marcó las relaciones entre los hombres, entre los sujetos participantes del progreso social…
Fuimos marginales desde el momento mismo de nuestra entrada en la Historia escrita, o sea, a la Historia de Europa occidental -porque historia teníamos, no cabe duda. Marginados fueron aquellos grupos humanos, aquellas culturas, aquellas sociedades. Los propios textos colombinos del primer encuentro, marcados por un profundo exotismo, falsean los rasgos culturales de nuestras poblaciones autóctonas y de América. Sí, porque hasta 1519, cuando las naves españolas tocaron tierra firme ―presupone la liviandad de las islas―, el Caribe es América. Al repasar los cuatro viajes colombinos nos percatamos de que la imagen de la tierra descubierta, el Caribe de hoy, es la primera de América en recorrer el mundo. Esa inicial mirada engañosa, le impidió a Colón descubrir un nuevo continente. El Almirante basó su discurso en «el encubrimiento» de América y no en «el descubrimiento», como bien dice la escritora Beatriz Pastor.
El término marginal está muy al uso dentro de las tendencias actuales de lectura socio-cultural de las sociedades periféricas y tercermundistas. Mas podría ser empleado para calificar el proceso histórico-cultural desde el mismo inicio del encuentro de los dos mundos. Se trata de un concepto inherente a la fundación de nuestra identidad, conforme a la cualidad de hegemonía establecida en la conquista.
Y ni hablemos de los llegados de España, marginales igual. Los primeros pobladores procedentes de la península lanzados a la aventura de encontrar oro, hacer riquezas, y poner a producir a América, tampoco fueron marqueses, condes, ni señores. Las condiciones descritas crearon las bases de una marginalidad cultural.
Primeros padres pobladores
De todo esto, ¿cuál sería el primer conflicto etno-racial, el que no podría ser ignorado a la hora de examinar la perspectiva histórica del problema en el Caribe?
El paulatino vaciamiento de las islas de su cultura primaria, incluyendo a su portador simbólico: el sujeto original. Cuando América continental quiso reconstituir su identidad, encontró en el indio el portavoz representativo de los atributos forjadores y fundadores de la imagen auténtica de sus pueblos. Cuando el Caribe quiso pensar su identidad en términos de un constructio capaz de expresar valores nacionales y culturales genuinos, no pudo retornar a aquel sujeto ya ausente que fue el aborigen. No sabemos ni cómo los vamos a identificar. Mal llamado fue indio, creyendo Colón llegar a la India. Y aborigen resume cierto sentido despectivo, significa una especie de sentimiento lastimoso hacia nuestro linaje cultural. Por eso insisto en decirles nuestros primeros padres, nuestros primeros pobladores.
Ellos han sido los grandes ausentes. No pudieron competir en la búsqueda de un espacio de identidad cuando surgieron los conceptos de etnia y nación. Y lo peor: todavía son un ente olvidado en nuestra conciencia colectiva. No hay un museo en La Habana, a no ser el Montané, en la Universidad de La Habana (UH), donde las nuevas generaciones puedan conocer de estos antepasados. ¿Hacemos algo para mantener viva esa cultura cual memoria que nos fija al suelo y a la Historia? Al hablar del tema racial no podemos ignorar este conflicto. Es un asunto básico.
Después comienzan los procesos de codificación racial basados en la diferencia. En la entraña codificadora, las diferencias surgen por muchos factores. Por razones de tiempo y espacio abordaré solo un aspecto, relacionado con los tipos de colonización introducidas por las metrópolis dominantes en el área del Caribe.
Fuimos desde el inicio un territorio concebido para los deleites de Europa. Esto es el paraíso terrenal, dijo Colón desde su llegada, y murió creyéndolo. Entonces empezamos a ser paraíso. América casi se descubre por satisfacer el gusto placentero de comer mejor, de llenar los platos de especie. La especie fue una de las motivaciones. Eran placeres los que deseaba satisfacer Europa, y la búsqueda de esas complacencias contribuyó al encuentro de América. Luego vendrían otras versiones del paraíso. El Caribe fue proveedor de nuevos gozos: azúcar, ron, tabaco… El turismo es, en nuestros días, su carta de presentación. El proceso generó «encubrimientos» inéditos hasta que Carlos Marx descubrió en la economía plantadora una de las fuentes de la acumulación originaria del capital europeo.
Sin embargo, no fueron homogéneas las estructuras, los métodos coloniales seguidos por las metrópolis en el área del Caribe.
Cada sistema ejerció su influencia en el orden social y cultural, y, en el caso del Caribe hispano, la forma adoptada constituye un rasgo vital para comprender el problema etno-racial. Desde el inicio, España mostró su preferencia por establecerse en América. Sus colonias de poblamiento se caracterizaron por una voluntad de fundar y poblar. Su comercio fue, en esencia, restrictivo y extractivo. No le interesó invertir, sino extraer. No quiso compartir, sino monopolizar el comercio. Así debió acometer -por el genocidio paulatino perpetrado contra las poblaciones originales- una migración que al principio llegó, en lo fundamental, de Castilla, la gran descubridora del continente, conforme a las restricciones sobre quiénes podían venir a América.
Cuando las propias necesidades de desarrollo de España reclamaron mayor mano de obra, destinada a convertir la riqueza creciente en más productos, los negros traídos de África en calidad de esclavos llegaron a instalarse en una sociedad ya establecida. El proceso se adelanta en Cuba. Cuando en el siglo XVIII la plantación se introduce en el Caribe y se exaltan sus valores como capacidad económica, no solo el español invierte en la Isla. La figura del criollo ya está acoplada al gran crisol de mezcla de nuestra sociedad. Él también es dueño de ingenios, financia el auge del sector azucarero, y más tarde igual impulsará los cultivos de tabaco y de café.
Así el tema de la migración y del comercio de esclavos no es únicamente hispano. Pasa por el criollo, por el cubano. El debate sobre la esclavitud en Cuba es con la metrópoli, pero también es una querella entre cubanos. El destino del negro dentro de la sociedad cubana como sujeto de conflicto se debe a cuatro razones fundamentales: uno, fue arrancado de su tierra natal; dos, fue sometido a un procedimiento de «deculturación» consciente; tres, fue colocado en el nivel de esclavo; y cuatro, fue despojado de sus derechos humanos y sociales. Los cuatro factores contribuyeron al dilema de interconexión entre las ideas y los hechos ocurrido en el seno de la sociedad cubana.
Motivos de son
Un cubano criollo es quien les da la libertad a los esclavos en Cuba…
¡Nada casual! Esto no sucede así en el resto del Caribe. La conformación de una figura nacional que reclama colocar al negro en un nuevo status social, es un elemento significativo a la hora de evaluar los factores etno-raciales en el contexto cubano.
El brote de la unidad de blancos y negros, en la figura de Carlos Manuel de Céspedes tocando la campana de La Demajagua, sería el detonante de una conciencia humanista -humanidad en su sentido amplio-, surgida con el propio nacimiento de la nación cubana. La campana de La Demajagua es el símbolo de la unidad de los cubanos. Ese instante fue protagonizado por un criollo, no por un español… Después vendría Martí…
¿Qué está pasando en el Caribe no hispano? Sin duda, hay un arreglo diferente. Allí se introduce como modalidad básica la economía de plantación, cuyo signo esencial difiere del Caribe de poblamiento. Las metrópolis, más avanzadas en lo económico y en lo social -Francia, Inglaterra y Holanda-, deciden invertir en sus colonias ya no con miras extractivas y monopolistas, sino con ciencia capitalista, con acciones de respaldo y capacidad productora al servicio de un mercado internacional, de una floreciente industria europea. Traer esclavos era una forma de hacer más rentable el trabajo, en condiciones de grandes ganancias, basadas en un predominio demográfico negro, proveniente de África, frente a un mínimo de residentes blancos, dueños de las plantaciones. Surge el llamado plantador absentista, por lo general radicado en su patria de origen y con un representante o cosa parecida en los plantíos.
Esa es una diferencia sustancial. El tema racial en estas naciones transcurre de manera diferente al de los casos hispanos y, en particular, al caso cubano. En este último se trata de una inyección de mano de obra productiva africana circunscrita a la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX, cuando la población está prácticamente establecida. Por eso hoy día los niveles de mestizaje en el Caribe hispano, y en Cuba, son mucho mayores que en el Caribe anglófono, francófono u holandés. Allí los procesos de mixtura social estuvieron condicionados por la distancia física entre los dueños blancos y los esclavos negros.
Aunque de otro tipo e intensidad, ¿persisten hoy día los conflictos?
El Caribe es un área de gran metamorfosis. Aquí el africano devino negro y el europeo devino blanco. La metamorfosis propició el conflicto racial en las relaciones sociales. Aún cuando la propia voluntad política, social o cultural, quiera borrar los rasgos de la escisión, esta se encuentra en la historia, implica las conciencias subjetivas de muchos individuos. En esa perspectiva histórica, el debate racial debe entenderse como un conflicto situado a flor de piel. ¿Por qué? Porque desde 1492 han pasado apenas 500 años. En ese tiempo la región atravesó la historia de la humanidad, pasó de la prehistoria a Internet con gran intensidad, destilando antagonismos enraizados en la conciencia individual y colectiva, irresueltos aún. A eso sumémosle que hace apenas un siglo se declaró en el Caribe hispano, en Cuba, la abolición de la esclavitud, con su lógica trascendencia. Pero, ¿qué cosa es un siglo en la Historia? Nada. Además, el siglo siguiente fue de un nuevo colonialismo para la mayoría de los territorios del área, lo cual significó el refuerzo del sistema de codificación racial, y el correspondiente mantenimiento de los valores marginales, de orden subalterno y de hegemonía, dentro de las condiciones etno-raciales del sistema. Tanto en Cuba como en otros países, el antiguo esclavo se convirtió en peón. A él se le dejó el último lugar de la sociedad capitalista. Un capitalismo, diría yo, entre comillas, pues por estos lares nunca se manifiesta según sus modelos de origen.
El debate racial en el Caribe se mantiene en la superficie, y se verifica con intensidad en su literatura, en su arte, en su cultura. Hay una prueba inobjetable: en muchas de nuestras repúblicas los poetas nacionales han sido precisamente aquellos que vieron el mundo desde esta perspectiva. Ellos pudieron entender cómo estas contradicciones aún convivían entre nosotros. Nicolás (Guillén) es el mejor ejemplo. A él se deben los versos inmortales de «¿Po qué te pone tan brabo, / cuando te disen negro bembón, / si tiene la boca santa, / negro bembón?». Estos, sus primeros Motivos de son (1930) constituyen un acontecimiento cultural. Según Ángel Augier, en ellos el pueblo negro se sitúa «como protagonista de poesía, con todos sus atributos raciales», «denuncia las condiciones miserables a que un sistema social injusto lo relega», y expresa su protesta «por la preterición de que era víctima en la patria que ayudó a libertar y a fundar junto a su hermano blanco».