La desvergüenza de empresarios y acólitos no tiene límites. Ahora han decidido meterse a fondo con la educación, conscientes de que sus propuestas serán bienvenidas cuando las ordas populares lleguen al poder. Así, ayer mismo, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), según informaba el diario El País , vinculaba el rendimiento académico de los […]
La desvergüenza de empresarios y acólitos no tiene límites. Ahora han decidido meterse a fondo con la educación, conscientes de que sus propuestas serán bienvenidas cuando las ordas populares lleguen al poder. Así, ayer mismo, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), según informaba el diario El País , vinculaba el rendimiento académico de los y las alumnas a su herencia genética, cuantificando su importancia como «equivalente o algo superior a la del origen socioeconómico».
Juan Rosell, presidente de la CEOE, advertía durante la presentación del informe que dio lugar a las siniestras declaraciones de que las reformas que defiende resultan políticamente incorrectas. «Lo que pedimos tendría costes electorales», concluía.
¿Y qué es lo que piden? Desgraciadamente no dispongo del informe, pero las palabras de Víctor Pérez-Díaz, Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del mismo, apuntan hacia «una multitud diversa, no por la homogeneización» de la oferta educativa. Dicho de otra manera: una educación elitista que prime a los genéticamente cualificados y segregue a los biológicamente inferiores a una formación de baja calidad y/o a un precipitado ingreso en el «mundo laboral» como mano de obra barata.
Comisión de «des-educación»
Las espeluznantes declaraciones eran realizadas en el marco de la presentación, patrocinada por El Corte Inglés, de una serie de libros sobre las «Reformas necesarias para potenciar el crecimiento de la economía española» realizada en el Instituo de Estudios Económicos de la patronal española. Un trabajo que, en lo referente a educación, está llevando a cabo la Comisión de Educación y Gestión del Conocimiento de la CEOE, constituida el pasado 23 de mayo.
Durante la presentación de la Comisión , su presidente Jesús Núñez -también de la Asociación de Centros Autónomos de Enseñanza Privada (Acade)- aseguraba que la cualificación de los trabajadores y de los empresarios «determina su capacidad de innovar, competir y adaptarse a un entorno exigente y en constante cambio». Así, «la necesidad de conocimiento en la empresa es más fuerte que nunca y los empresarios, como generadores de empleo, identifican que éste se caracteriza cada vez más por las demandas de producción, transferencia, transformación y comercialización de los conocimientos». La educación «ha dejado de ser un gasto para pasar a ser una inversión» declaraba, por cierto, hace pocos días Alfredo Pérez Rubalcaba en el contexto de la presentación de sus propuestas de cambio en el modo de «selección» de maestros y profesores.
La cosa está clara: se nos viene encima una profundización del proceso de mercantilización de la educación aún más salvaje que la llevada a cabo hasta ahora que, con el argumento de la crisis económica creada por ellos mismos, presenta como respuesta el propio origen del problema: la visión de la vida, social y cultural, como un proceso de competencia y de «selección». Y para ello, como siempre, buscan fundamento en el saber científico, o al menos, en la ciencia que ellos han creado e impuesto para sustentarse en el poder. La genética, mejor dicho, una versión concreta de la misma, ha ocupado, y sigue haciéndolo, un papel estelar en estos menesteres.
Ciencia y determinismo (genético)
La concepción de la ciencia como una disciplina capaz de alcanzar un conocimiento objetivo y universal consistente en descifrar las leyes que de hecho regulan el comportamiento de la Naturaleza, hace tiempo que tuvo que dejar paso a otra muy distinta. Aquella concepción determinista de la ciencia y la Naturaleza tenía la creencia de que el mundo natural se sustenta sobre la base de relaciones causales «absolutas», es decir, que a cada efecto le corresponde una causa y viceversa. Una causalidad que, además, parte de una visión individualista de los agentes de cambio paralela a la concepción del ser humano como individuo sobre la que se construye el liberalismo político y económico con, por ejemplo, John Locke.
El ejemplo más esclarecedor de esta concepción la desarrolló el físico y matemático francés Pierre-Simon Laplace (1749-1827) y que ilustró a través del famoso «demonio de Laplace». En sus propias palabras: «Se podría concebir un intelecto que en cualquier momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen; si este intelecto fuera lo suficientemente vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos».
Una concepción, por tanto, optimista acerca de nuestras capacidades cognoscitivas y que, sobre todo, da una imagen de la naturaleza como estable, segura y predecible. No olvidemos lo importante que es para los mercados financieros que un escenario de inversión presente esas mismas cualidades.
Respecto a lo que nos ocupa, la genética, esta concepción determinista de la ciencia encontró su referente en las famosas Leyes de Mendel (1822-1884) según las cuales a cada gen le correspondería de manera necesaria un carácter determinado. Dicho de otro modo: la relación entre genotipo y fenotipo se establece a partir de una relación inexorable de causa-efecto.
Sin embargo, como apuntábamos, la concepción actual de la ciencia es otra muy distinta (aunque, con la excusa de su «dificultad», no sea estudiada, por ejemplo, en los institutos). Empezando por la mecánica cuántica -que establece un determinismo puramente probabilístico- y siguiendo por la Teoría de los Sistemas Complejos o las estructuras disipativas de Prigogine, el espejismo de una ciencia capaz de descubrir leyes que «determinen» las relaciones causa-efecto que, supuestamente, rigen el comportamiento de la Naturaleza ha dado paso a una visión muy distinta de la ciencia mucho menos optimista a la hora de creer que podemos conocer de manera necesaria cuál va a ser el discurrir futuro de la Naturaleza. Unas teorías que, además, en algunos casos hacen hincapié en el carácter «colectivo» de los procesos naturales y en la capacidad de autoorganización de sistemas que no funcionan como particularidades aisladas, sino como sistemas complejos en los que cada elemento ejerce su función sólo a partir del contexto en que se inscribe.
Esta «revolución científica», por supuesto, ha llegado también a la Biología. Partiendo de las sospechas más que fundadas acerca de la legitimidad de los experimentos de Mendel (muchos consideran que «maquilló» los resultados de los mismos) y siguiendo por el nuevo escenario científico descrito arriba brevemente, la biología está empezando a dar la espalda a la interpretación determinista del genoma humano y, de paso, poniendo en entredicho al propio darwinismo.
Así, la prestigiosa bióloga Lynn Margulis ha sustituido el principio de la «selección natural» (que «seleccionaría», según el neodarwinismo, aquellas características fenotípicas surgidas de las mutaciones en el genotipo) por el de simbiogénesis, dejando a aquélla en un segundo plano. Y lo que es quizá más importante para lo que nos ocupa, Margullis llega a afirmar que «la molécula de ADN, como discos duros de ordenador, almacena informaciones, pero no las crea«.
Más a contracorriente es la visión de la vida y la crítica que realiza Máximo Sandín , profesor de Biología de la Univeridad Autónoma de Madrid, al darwinismo y al neodarwinismo. No entraremos en esa crítica ahora, pero en tanto la genética mendeliana es la piedra angular del neodarwinismo, la crítica a la misma afecta, desde luego, a la visión darwinista de la vida. Así, para Sandín «la información genética se ha mostrado como algo mucho más complejo que la supuesta relación un gen-un carácter en que se basaba esta concepción surgida en la primera mitad del pasado siglo. Hoy día se sabe que la inmensa mayoría de las características (morfológicas, fisiológicas, moleculares…) no se transmiten según las ‘leyes’ de Mendel, que han quedado reducidas a aspectos o circunstancias ocasionales y, en la mayoría de los casos, superficiales». Y añade: «Hoy sabemos que los genomas animales y vegetales forman una complejísima red en la que la expresión de cada gen está condicionada por muchos otros genes y, a su vez, sometida a varios niveles de regulación por cientos de proteínas que se regulan entre sí, regulación controlada a su vez por retroacción desde la fisiología del organismo y, por tanto, desde la relación de éste con el ambiente externo».
Eugenesia educativa
En 1869, Sir Francis Galton, «padre de la eugenesia» y sobrino de Charles Darwin, escribía en su libro El Genio Hereditario: «las altas clases inglesas poseen la máxima capacidad hereditaria, y, por lo tanto, el privilegio biológico de ser caudillos y dirigentes». La asunción de las Leyes de Mendel como base teórica del darwinsimo no hizo más que profundizar en la creencia de que existen seres humanos -y razas- que biológicamente son superiores a otras y que, por tanto, en bien de la humanidad, los inferiores deben dejar paso a quienes naturalmente están más dotados. Las propuestas de la CEOE irían en ese sentido: aquellos individuos genéticamente superiores deben ser sujetos de una educación acorde con la función social que les es propia. Dado que su estatus social estará en consonacia con sus cualidades naturales (dada su mayor adaptabilidad al medio), la referencia al contexto socio-económico de los y las alumnas supone en realidad una tautología: los individuos genéticamente superiores alcanzarán asimismo un «ambiente» también más proclibe a su éxito educativo.
Importa poco que la genética sobre la que basan sus propuestas no se sontenga. La visión del mundo que interesa a la CEOE y a quienes -desde una posición de privilegio económico alcanzada gracias al despojo y el robo- buscan en la vida medrar a toda costa es la que se desprende de la genética mendeliana y, por qué no decirlo, del propio darwinismo. No por casualidad, tal y como citábamos arriba, el presidente de la Comisión de Educación y Gestión del Conocimiento de la CEOE, Jesús Núñez, vinculaba educación con competición y adaptación. Y, además, no les quitará el sueño vivir en la abundancia mientras millones se mueren de hambre. Al fin y al cabo se trata de una ley de la naturaleza.
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