Los últimos días de Eva Forest y su combate con la enfermedad tras la intervención quirúrgica me pillaron en Caracas y en Cochabamba, en un encuentro internacional sobre comunicación organizado por Telesur y otro de la Red en Defensa de la Humanidad. Fue impresionante ver cómo, al otro lado del mundo, gentes de numerosos países […]
Los últimos días de Eva Forest y su combate con la enfermedad tras la intervención quirúrgica me pillaron en Caracas y en Cochabamba, en un encuentro internacional sobre comunicación organizado por Telesur y otro de la Red en Defensa de la Humanidad. Fue impresionante ver cómo, al otro lado del mundo, gentes de numerosos países seguían con angustia y preocupación la batalla de Eva. Los cubanos Abel Prieto, Yamila Cohen o Rosa Miriam Elizalde; los venezolanos Carmen Bohórquez. Blanca Eckout o Aram Aharonian; el belga Michel Collon; el francés Ignacio Ramonet o el británico Tariq Ali. Abel no dejaba de pedir que le pusieran al teléfono con Evita, Yamila con lágrimas en los ojos, Blanca preguntándome constantemente, Michel preparando un power point de homenaje que presidió el escenario del teatro Teresa Carreño. Allí, a miles de kilómetros de Euskal Herria donde se encontraba Eva, su presencia dominaba el ambiente y las mentes.
Que tantas personas de orígenes geográficos diferentes estuviesen unidas por el cariño a una persona, es una prueba -otra más porque hay muchas-, de la capacidad de despertar amor de Eva. Porque antes de que el FMI implantase la globalización o de que El País decidiese ser global, Eva ya había inventado la globalización, pero la de la solidaridad y el compromiso. Hasta en eso dio otra lección más a los poderosos.