Recomiendo:
7

La "mística salvaje", según Michel Hulin

Evocaciones donde aflora la conciencia más abierta y sugestiva

Fuentes: Rebelión

Tendemos a considerar la mística como fruto de un sustrato religioso, pero es fácil demostrar que la mente humana, sin que intervenga ningún condicionante de este tipo, es capaz en ocasiones de percibir una realidad que desborda sus marcos habituales, definiendo un entorno amplio y misterioso apenas expresable con palabras.

El filósofo francés Michel Hulin (1936), especializado en el pensamiento hinduista, bautizó estas experiencias con un nombre que le sirvió de título para el libro que les dedicó en 1993: La mystique sauvage. Una versión castellana fue publicada por Siruela en 2007.

La obra recoge numerosos ejemplos, en ámbitos culturales diversos, de esa extraña inquietud que a veces ha sido denominada “sentimiento oceánico”. Una existencia que discurre por sus cauces acostumbrados es iluminada de pronto por una “revelación” en la que las cosas adquieren un significado o un atractivo inusuales, al tiempo que evocan recuerdos difusos y cargados de emoción. Personas más sensibles al arte pueden sentir el desnudamiento de “la belleza extática de lo real”, mientras individuos introspectivos perciben una disolución de “la frontera entre lo interior y lo exterior”, o en mentes más filosóficas se revela un “nunc stans”, “un orden cósmico inmortal” o “una unidad originaria más allá de los pares de opuestos”.

Tras repasar ejemplos de la experiencia que es objeto de estudio, una primera cuestión de interés es examinar el tratamiento que ésta puede tener en la teoría psicoanalítica, para lo que resulta muy sugestivo el recorrido que se realiza por la correspondencia entre Romain Rolland y Sigmund Freud. Este último apunta que tras el “sentimiento oceánico”, que ve ajeno a su propia idiosincrasia, podría esconderse una regresión del “yo” a estadios indiferenciados de su trayectoria. Aceptando esta posibilidad, Hulin propone que tal vez este retorno al origen, lejos de ser un atavismo sin valor ni significado, puede representar un elemento crucial para que la pulsión de placer que dinamiza la psique sea capaz de redescubrir el “auténtico rostro” de un mundo que ha sido envenenado por los delirios instrumentales del yo adulto.

Las experiencias místicas inducidas por drogas plantean una cuestión inquietante, pues resulta paradójico, e incluso ridículo, que las que muchos consideran las percepciones más elevadas del espíritu humano, accesibles sólo a través de ascesis rigurosas y gracia divina, puedan depender al fin simplemente del consumo de determinada sustancia. No obstante, como Hulin señala acertadamente, hay una diferencia esencial que marca los éxtasis provocados químicamente, y es su efecto paralizante sobre la voluntad. El sujeto así condicionado pierde todo control sobre su yo habitual, por el dominio que se establece, en términos psicoanalíticos, del principio de Placer sobre el de Realidad. La vanidad de la acción es irrefutable y vivimos un éxtasis de seducción e impostura que rompe nuestros lazos con un mundo que, sin embargo, en ningún momento deja de existir. El despertar de estos sueños es la cristalización más cierta de la angustia.

La mística salvaje, ajena a cualquier desvelo religioso consciente, es un enigma que tal vez sólo podemos resolver adjudicándole, a pesar de todo, un significado religioso, de comunión oceánica con el absoluto. La última parte de la obra está dedicada a investigar como esta comunión es una intuición de conocimiento y al mismo tiempo un impulso afectivo que completa su sentido. Se discute también el rol de la ascesis como vía de autoindagación, y el de la “noche oscura del alma”, consorte inseparable del bienaventurado trance en la que todos los posos de la psique expresan su resistencia a la fusión cósmica.

Hulin establece la unidad de todas las místicas, las que crecen salvajes por los caminos y las que decoran jardines de aquilatadas tradiciones religiosas, y con su análisis riguroso de las primeras dibuja una imagen nueva para el proceso global. El regalo que nos hace con esto es precioso, porque probablemente todos conocemos esos momentos mágicos en los que el mundo se ilumina con un aura de misterio y una vaga promesa de dicha. El gran mérito de su libro es subrayar la trascendencia de esos destellos y ayudarnos a ver en ellos la puerta auspiciosa a otra conciencia, anclada en lo profundo y ajena al yo y sus rituales de posesión.

No puedo terminar sin expresar mi agradecimiento a mi buen amigo Eduardo García Fernández, que cuando le hablé de mis ocasionales “experiencias numinosas”, me recomendó la lectura de La mística salvaje. En una época de devaluación generalizada de la letra impresa, son raros los libros que nos ayudan realmente a entendernos y éste es sin duda uno de ellos.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.