Hay una percepción ampliamente generalizada en los medios de comunicación de que la mayoría de la población en los países desarrollados pertenece a la clase media. Se admite, por supuesto, que hay un sector de la población que está por encima de la clase media y que se define como la clase pudiente o en […]
Hay una percepción ampliamente generalizada en los medios de comunicación de que la mayoría de la población en los países desarrollados pertenece a la clase media. Se admite, por supuesto, que hay un sector de la población que está por encima de la clase media y que se define como la clase pudiente o en lenguaje popular, «los ricos». Y en el otro polo social existen los pobres, a los que se refiere frecuentemente como la clase baja. Pero excepto estos dos polos, la mayoría de la población se sitúa en la clase media. Como prueba de esta interpretación de la estructura social de nuestros países, muchos medios de información muestran el resultado de encuestas en las que la mayoría de la población se autodefine como clase media. Así, en el país que se considera como el país de clase media por antonomasia, EEUU, la revista Times publica cada año una encuesta en la que un porcentaje elevadísimo de la población (74%) se define como clase media. Muchas otras encuestas parecen confirmar esta percepción que se reproduce constantemente en tales medios.
Ahora bien, la pregunta que la revista Times y otras revistas hacen a la población es la siguiente: «¿Se considera vd. miembro de la clase alta, de la clase media, o de la clase baja?». Tal como se hace la pregunta, invita a que la mayoría se defina como clase media. Supongamos que alguien le pregunte: «¿Usted es miembro de la clase baja?». Es probable que tal tipo de pregunta le molestara, pues parece implicar que estamos en una sociedad de castas, preguntándole si pertenece a una casta inferior. Pues bien, el gran número de estudios que en EEUU llegan a la conclusión de que la mayoría de estadounidenses se definen como clase media, se basan en este tipo de preguntas. Un tanto semejante ocurre en España.
Si a la población estadounidense se le pide, sin embargo, -como se ha hecho en raras ocasiones- «Vd. se considera miembro de la clase alta (en Estados Unidos se utiliza el término Corporate Class, la clase de los empresarios de las grandes corporaciones del país), de la clase media o de la clase trabajadora», la respuesta es muy diferente. Hay más ciudadanos y residentes de EEUU que se definen como clase trabajadora (54%) que como clase media (38%). Y estas cifras de autopercepción de clase se aproximan bastante a la estructura social que se deriva del último Censo de la Población de EEUU, la cual es, por cierto, muy semejante a la existente en la mayoría de países de la UE-15, incluyendo España, donde se da una situación semejante. En las pocas ocasiones que se le ha preguntado a la ciudadanía española su pertenencia de clase, las respuestas señalan que hay más personas adultas que se definen como clase trabajadora que como clase media. A pesar de ello, muy pocas personas (incluyendo dirigentes de izquierda) utilizan el término de clase trabajadora para dirigirse a tal clase, temerosos de que los medios de información los consideraran «anticuados». Se ignora en esta percepción que un término y una categoría científica puede ser antigua sin ser necesariamente anticuada. La ley de gravedad es muy antigua, pero no es anticuada, y si lo duda, salte de un cuarto piso y lo verá. Me preocupa que las izquierdas, al ignorar esta distinción entre antiguo y anticuado estén saltando de un cuarto piso, suicidándose.
En realidad, estudios realizados en EEUU muestran que la clase social de una persona es la categoría más importante para explicar desde los gustos culturales a la actitud hacia las políticas públicas (sólo el 8% de las clases pudientes considera que las desigualdades de renta son demasiado altas oponiéndose a políticas públicas redistributivas, mientras que el 82% de la clase trabajadora considera que el Gobierno debiera redistribuir mucho más de lo que hace a fin de reducir las desigualdades). La clase social de una persona no es sólo la característica que permite explicar mejor cómo la gente vive, sino también cómo y cuándo muere. Así, en Estados Unidos, un miembro de la Corporate Class vive 15 años más que un trabajador no cualificado con más de cinco años en paro. En España son 10 años, y en el promedio de la UE-15 son siete años.
También el comportamiento político está altamente influenciado por la clase social. En la medida que sube el nivel de renta, la población estadounidense vota al Partido Republicano. La mayoría de la clase trabajadora, sin embargo, no vota, y cuando lo hace, vota más al Partido Demócrata que al Partido Republicano. La elevadísima abstención de la clase trabajadora en EEUU se basa en la percepción generalizada de que las instituciones políticas no representan sus intereses, sino los intereses de la Corporate Class, los grupos empresariales y financieros que financian las campañas electorales de los candidatos a puestos políticos. En realidad, los demócratas pierden o ganan las elecciones debido, primordialmente, al grado de abstención de la clase trabajadora. La victoria del Partido Republicano desde los años 80 se basó principalmente en el distanciamiento de la clase trabajadora hacia el Partido Demócrata como consecuencia del abandono del New Deal (el programa de expansión de los derechos sociales y laborales) por parte de tal partido. El cambio significativo que está experimentando ahora tal partido se debe precisamente a su intento de redescubrir el New Deal a fin de recuperar aquella base electoral perdida.
El abandono del compromiso de expandir los derechos sociales y laborales por parte de muchos partidos europeos de centro izquierda, transformándose en partidos socioliberales, ha causado también el creciente incremento de la abstención de la clase trabajadora o su voto a otras tradiciones políticas más radicales, bien a su derecha (el fascismo con base trabajadora está expandiéndose en Europa) o a su izquierda (tema de un próximo artículo).
Vicenç Navarro es Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra y profesor de Estudios Políticos en The Johns Hopkins University.