Una crisis económica: ese es el «momento de la verdad» según todas las teorías críticas heredadas del siglo XX. Y sin embargo, ¿qué pasa? No mucho, o bien un giro derechista, o bien algo que por ahora no vemos con las lentes que tenemos… Yo creo que para ser creíble un lugar de elaboración colectiva […]
Una crisis económica: ese es el «momento de la verdad» según todas las teorías críticas heredadas del siglo XX. Y sin embargo, ¿qué pasa? No mucho, o bien un giro derechista, o bien algo que por ahora no vemos con las lentes que tenemos… Yo creo que para ser creíble un lugar de elaboración colectiva y de pensamiento tiene primero que medirse con este no-saber lo que está pasando. Quien no desee pensar, sino entregar su energía activista a otra ilusión (supuestamente) movilizadora ya encontrará otros espacios…
Después de la huelga general del 29-S en España, el gobernador del Banco de España dijo muy claramente que los políticos de un solo país nada podían hacer por su cuenta, porque esta crisis excede todas las fronteras. Advertía así al gobierno español de que no se le ocurriera mover ficha alguna para satisfacer a los sindicatos, porque eso nos llevaría directos hacia Grecia. Cualquier decisión que pasase por fuera de los consensos europeos en materia económica conduciría al desastre. ¿Y si tiene algo de razón? Todos sabemos que los contextos de los problemas ya no se ajustan al marco del Estado-nación y que se trata de pensar/hacer a escalas más amplias. Y sin embargo, no hay prácticas de ningún tipo que estén a la altura de este reto. Después del movimiento global, cada cual se ha replegado en el pequeño trozo de tierra en la que vive.
Hay que ponerse en un escenario de película de catástrofes. La crisis es una catástrofe, aunque sea una catástrofe «tranquila» (no espectacular, a la argentina, por el momento, sino más subterránea). El impacto del «meteoro» puede dar lugar en el cine de desastres a una reorganización de la vida social sobre bases nuevas o al «sálvese quien pueda». Parece que es la segunda opción la que predomina hoy, en forma de populismo agresivo (que designa tal o cual «responsable» de la catástrofe: el inmigrante, etc.) o de simple individualismo de supervivencia.
¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué está siendo así? ¿Cómo es posible que hace diez años se activara un movimiento de denuncia de una globalización que marchaba bien y cuando ésta entra en crisis dándole la razón no haya más que parálisis? ¿Acaso tenemos metido ya tan dentro el alien capitalista que somos definitivamente incapaces de pensar en otras formas de vida? ¿El miedo a perderlo todo es invencible? ¿Y cuándo ya lo has perdido todo? Son preguntas que sería interesante afrontar juntos.
Hay quien dirá que «falta conciencia» sobre los verdaderos culpables de la crisis: el sistema capitalista y sus mantenedores. ¿Seguro? ¡Pero si la verdad resplandece en los mismos telediarios! Este el discurso de Iñaki Gabilondo (uno de los periodistas más prestigiosos en España, en absoluto sospechoso de filiación marxista) en un noticiero prime time: «La naturalidad con que ha impuesto su ley la doctrina que nos arrastró al abismo ha descorrido el cortinón de una gran verdad. Incluso los ojos que no querían ver han tenido que darse por enterados. Somos súbditos de los mercados, el régimen en que vivimos es una dictadura; una dictadura muy particular, una dictadura disfrazada con los ropajes de la democracia, pero una dictadura» (1).
Todos sabemos lo que pasa, lo que no sabemos es qué hacer con ello.
En España hubo huelga general el 29-S. Sobre todo en Barcelona hubo una explosión de rechazo y rabia, catalizada en buena medida por grupos autónomos que okuparon y abrieron un banco vacío en el corazón de la ciudad. Fue un gran NO a los principales responsables de la crisis: bancos, clase política, patronal, sindicatos, etc. Un grito de rabia contra la actual gestión de la crisis, las mentiras, los discursos anestesiantes, las «promesas de recuperación», etc. Entre los amigos de Barcelona se ha abierto ahora una discusión: unos se preguntan «¿y qué hacemos ahora con ese NO, qué pasa después?», otros responden que la pregunta no es pertinente y que el potencial de liberación estaría ya inscrito en ese mismo NO. Tampoco es una discusión nueva, aparece siempre después de un gran NO (no a la guerra, 13-M, etc.). ¿Es posible en la fragmentación social actual articular algo más que un gran NO?
En todo caso, hay que decir que todos los dispositivos de poder se activaron para neutralizar esa potencia de rechazo, identificando como «violentos antisistema» a quienes protestaban para separarlos así de la «gente normal». Como si rechazar la gestión actual de la crisis fuese cosa sólo de «violentos» y no pudiese concernir a «cualquiera». Nada nuevo, tampoco.
En Madrid la situación que yo viví fue muy diferente. Empezando por mí, no sabíamos muy qué decir, ni gritar. La manifestación «precaria» en la que estuve se desinfló por momentos. Se proyectaba señalar a los culpables de la crisis, pero ¿quiénes son? ¿Tiene culpables claros este desastre? ¿Para todos el mismo? ¿Con nombre y apellidos? ¿No forman parte del engranaje nuestras propias formas de vida basadas en el consumo y la especulación? ¿Podemos dividir claramente entre «ellos y nosotros» para gritar por ejemplo «que la crisis la paguen ellos»? Ya sólo para construir un NO hay que definir bien un enemigo, como hizo el movimiento global (anti-globalización) o el movimiento contra la guerra (el trío de las Azores: Bush, Aznar, Blair).
Y tampoco era muy claro qué proponíamos: ¿una gestión de la crisis más de izquierdas, la renta básica, la autogestión del mundo? Por no hablar de la fragmentación extrema de las situaciones que podían estar allí juntas por un momento pero sin ningún lenguaje común: ¿qué tienen que ver los sin papeles, las domésticas, los freelances, los cooperativistas, los parados, etc? Unificar toda esa galaxia que tiende naturalmente a la entropía sólo es un efecto del discurso militante-político («precarios», «multitudes», etc.). La verdad, la realidad, es la dispersión extrema. Nos movemos en un no-suelo: arenas movedizas. Pero, ¿tenemos las categorías adecuadas para hacerlo?
Por lo demás, después de vivir el movimiento global o el movimiento contra la guerra percibo una decadencia de la imaginación para proponer otras «formas» de la política: lenguajes, estéticas o formatos de acción callejera más ricos y complejos. Como si toda la experimentación de la última década en ese campo se hubiera volatilizado sin dejar rastro…
Maurice Blanchot llamaba «muerte política» a una situación en la que delegamos todas nuestras capacidades (de pensamiento, de expresión, de decisión) en una «potencia de salvación». Esta parece actualmente la situación: ante la catástrofe económica, la salvación no la encontramos en ir hacia los otros, sino en la «protección» que nos brindan de los dispositivos de poder. Como si cada uno, solo, aislado, sólo desease secretamente «salir de la crisis» y «volver a la normalidad». Porque la alternativa es el vacío y eso da miedo. Así que a pesar de momentos puntuales de rechazo como el 29-S en Barcelona, los dispositivos de poder mantienen el monopolio de la construcción de realidad: definir lo posible y lo imposible, el sentido y el ruido, lo real y lo irreal, lo sensato y lo insensato. Ellos están presentes, porque nosotros estamos ausentes. Ausentes por una combinación de miedo, impotencia e indiferencia. ¿Cómo salir de la muerte política? ¿Cómo hacernos presentes? ¿Cómo despertar colectivamente? Es la pregunta por la acción política hoy.
Entre las diferentes imágenes que se proponen desde la teoría para pensar la política de emancipación, está quien dice que es como un «corte» entre arriba y abajo, otros hablan de que se trata más bien de una «reapropiación» de lo que nos ha sido expropiado. Pero, ¿y si la pensamos como una especie de EXORCISMO? La imagen del exorcismo nos fuerza a pensar que «el enemigo está dentro». Eso hace imposible la comodidad de la denuncia y la crítica que nos coloca fuera de lo criticado. Puede haber «culpables» de la crisis, pero cada uno somos también «responsables» porque el mundo lo construimos entre todos. Entre nosotros, ni tu ni yo, así que ni tu ni yo podemos salvarnos solos. Entonces lo que se trata de expulsar de nosotros son todos los demonios que nos separan de lo común. El miedo, la desconfianza, la impotencia, la indiferencia…
Según la imagen de exorcismo, el problema no es que seamos ignorantes o que estemos engañados, sino que estamos poseídos. Poseídos por alucinaciones autistas de éxito, de poder, de autorrealizacion, de invulnerabilidad. Por alucinaciones identitarias que nos hacen percibir al otro como enemigo. Alucinaciones que no se apoderan solo de nuestra mente, sino en primer lugar de nuestros cuerpos, haciendo de ellos cuerpos anestesiados por la indiferencia, cuerpos blindados por la desconfianza, cuerpos agarrotados por el pánico, cuerpos agrietados por la impotencia. La acción política como magia y exorcismo no sería un combate de argumentos o ideologías, sino una práctica total capaz de intervenir sobre los imaginarios y los cuerpos, un contra-hechizo al mismo tiempo terapéutico y de liberación capaz de despertarnos físicamente al mundo.
La humanidad necesita un exorcismo. Vaciarnos de miedo. Colectivamente. Para volver a estar presentes.
(1) http://www.youtube.com/watch?v=IuJT1Sgk35U
Fuente: http://th-rough.eu/writers/fernandez-savater-esp/exorcismo
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