Entender la problemática de las personas cuidadoras como un asunto social es un paso importante para cambiar la lógica desde la cual se asumen actualmente los cuidados, muy marcada por el individualismo, señaló Ayelén Losada, terapeuta ocupacional y especialista en Metodología de Procesos Correctores Comunitarios. La reflexión fue compartida el martes 28 de febrero, durante […]
Entender la problemática de las personas cuidadoras como un asunto social es un paso importante para cambiar la lógica desde la cual se asumen actualmente los cuidados, muy marcada por el individualismo, señaló Ayelén Losada, terapeuta ocupacional y especialista en Metodología de Procesos Correctores Comunitarios.
La reflexión fue compartida el martes 28 de febrero, durante una conferencia magistral impartida virtualmente como parte de la décima edición de las Jornadas «Maternidad y paternidad. Iguales en derechos y responsabilidades».
El modo en que una sociedad organiza las actividades de cuidado influye en la forma en la que viviremos la tarea de cuidar y ser cuidados, dijo la también miembro del equipo docente internacional del Centro Marie Langher, de Madrid, institución colaboradora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), que desarrolla las jornadas.
«Cuando la sociedad los organiza desde una perspectiva que promueve el individualismo, la tarea se vivirá en mayor soledad y con mayores niveles de sobrecarga, porque no hay sostén, no hay red social», comentó la experta.
En cambio, si se promueven redes de apoyo, el lazo social, la solidaridad y la equidad, las tareas de cuidados serán sostenidas desde una espalda más colectiva, más acompañada, añadió la experta.
Bajo el título «Pensar la manera de pensar los cuidados. Miradas que enriquecen las prácticas», su conferencia puso el foco sobre el hecho de que cuidar es un trabajo y, como tal, cansa y exige esfuerzo.
Todos necesitamos ser cuidados como parte de nuestro desarrollo humano, apuntó, pero cuando vemos específicamente su ejecución en las situaciones de vulnerabilidad: a las personas mayores, los enfermos, la personas con discapacidad… la idea sobre la cual se construye cobra particular relevancia.
«Se ha normalizado que el cuidado se hace desde la lógica del sacrificio y la abnegación; es decir, sacrifico mis necesidades al servicio de otros y lo doy todo», precisó Losada, quien significó que asociar tal actitud al amor hace que se invisibilice este trabajo y que quede relegado al ámbito privado y particular.
Cuando se piensa en las personas cuidadoras y la labor que realizan, agregó, por lo general se emplean palabras como amor, compromiso, dedicación, mérito, constancia, coraje y paciencia para definir el fenómeno.
De igual forma, acotó, casi siempre viene a la mente la imagen de una mujer, porque son ellas quienes suelen asumir ese rol dentro de la familia, como fruto de la sociedad patriarcal.
También salen a relucir palabras como sacrificio, abnegación, sufrimiento, soledad, sobrecarga, estrés, tristeza y depresión, manifestó la experta, quien mencionó estos como malestares ligados a la tarea de cuidar, por lo general sin cuestionar si eso es inevitable.
Está altamente normalizado que quienes cuidan sientan todo esto, dijo Losada, de ahí que se condiciona como una problemática social, agravada por el envejecimiento de la población, que demanda mayores cuidados, los cuales recaen fundamentalmente sobre la familia directa y, al interior de esta, en las mujeres.
El cansancio, desgaste y sobrecarga que generan los cuidados se viven de manera individual en la mayoría de los casos y suele ocurrir que se asumen de un modo poco saludable, refirió la especialista.
La idea desde la cual se ha concebido este trabajo muchas veces implica hacer de más, dar todo por las personas cuidadas y no lo que necesitan, así como postergar nuestras propias necesidades, explicó.
«Esto suele derivar en que cuesta mucho delegar o poner límites a todas las demandas sociales, de las personas cuidadas y las propias». A ello se une que las personas que cuidan casi nunca tienen los recursos para elaborar esos sentimientos que surgen, intensos y diversos, y que es necesario entender para asumir lo que sucede como algo normal, dijo.
Insistió en que aceptar la situación y resignarse no son lo mismo; lo segundo implica una adaptación pasiva a la realidad, bajo la idea de que no hay nada que hacer y solo queda asimilar cualquier cosa que suceda.
Mientras, la adaptación activa permite mayores niveles de autonomía y protagonismo en las decisiones de la vida cotidiana, es la actitud que permite entender el escenario, analizarlo y tomar decisiones más realistas, consideró.
Asimismo, aludió a los denominados «sentimientos innombrables», que son aquellas emociones negativas que no siempre las cuidadoras y los cuidadores son capaces de confesar, generadas por cansancio, agotamiento y malestar, y que muchas veces desembocan en el «círculo vicioso de la culpa» y el desgaste del vínculo con la persona cuidada.
«Cuidar es una necesidad y un derecho, pero también hay que reconocer que es un trabajo y cansa. Las personas cuidadoras tienen que aprender a hacerlo y tener tiempos de descanso con los apoyos necesarios», acotó.
Cuidar a otras y otros no puede ser a costa de nosotros mismos, añadió y remarcó: debemos cuidar, pero también cuidarnos tiene que ser importante, y ello implica hablar de los sentimientos que esta actividad desencadena.
En tal sentido, destacó la relevancia de brindar herramientas para elaborar todo el proceso de manera colectiva y solidaria, y de trabajar para reaprender a poner límites, no hacer más de lo necesario y delegar.
Hay que repensar los cuidados desde el respeto a todas las partes del vínculo, atender las necesidades de todos y promover su autonomía, manifestó y puso como ejemplo que a veces las personas en situación de vulnerabilidad pueden opinar sobre lo que les gustaría comer, cómo les gustaría comerlo. «Son pequeñas decisiones que ayudan a fomentar la autonomía y no sobrecargar. Son elementos cruciales para seguir construyendo la equidad», afirmó.