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Falleció el escritor boliviano Adolfo Cáceres Romero

Fuentes: Rebelión [Imagen de izquierda a derecha: Antonio Terán, Gaby Vallejo, Freddy Ayala, Javier Claure y Adolfo Cáceres (Cochabamba, 2008)]

El fallecimiento, en la ciudad de Cochabamba (Bolivia), del renombrado escritor y crítico literario orureño, Adolfo Cáceres Romero, a la edad de 86 años, ha sumido en luto a la comunidad literaria boliviana.

Sus libros han explorado diversas temáticas, dejando así indelebles surcos en el ámbito de las letras bolivianas. El viernes 8 de este mes, exactamente a las 23:39 de la noche, envié un mensaje a la escritora cochabambina Gaby Vallejo Canedo. Su respuesta inmediata fue la siguiente: “Llegas en un día infausto para la literatura boliviana. Ha muerto Adolfo Cáceres Romero”. Apenas leí la nota, un suspiro de tristeza se propagó hasta lo más profundo de mi corazón. Había leído algunos cuentos de este ilustre escritor, como por ejemplo «Los ángeles del espejo» publicado en la Enciclopedia Boliviana, los mejores cuentos bolivianos del siglo XX, por Ricardo Pastor Poppe. O su célebre cuento «La emboscada» Premio Nacional de Cuento de la Universidad Técnica de Oruro en 1967.

El año 2004 viajé a Bolivia para presentar mi primer poemario «Preámbulos y ausencias». En Cochabamba, la presentación se llevó a cabo en la Casa del Poeta. Ahí conocí a Adolfo Cáceres Romero. Nos dimos un apretón de manos y conversamos un momento, me acuerdo bien. Luego nos encontramos un par de veces. Me contó, entre muchas otras cosas, que nació en Oruro, pero se había trasladado a Cochabamba para estudiar medicina, como querían sus padres. Sin embargo, su vocación férrea y apasionada por las letras, lo llevó a estudiar en la Universidad Normal Católica Boliviana. Y trabajó como profesor de literatura y gramática española. 

Cuatro años más tarde viajé nuevamente a Bolivia. Estando en Cochabamba lo llamé por teléfono, se alegró bastante. Nos dimos cita en una cafetería donde frecuentan escritores, poetas y artistas, en la Plaza 14 de Septiembre, cerca de la  catedral. Cuando llegué al lugar ya estaba sentado tomando un café. Me acerqué y nos dimos un fuerte abrazo y, entre palabra y palabra, me decía: “Qué alegría verte, eres como mi hijo”. Me pedí un café y dale con la charla. El mismo año presentó su libro «Octubre negro» en la ciudad de Oruro. También estuve allí presente. Al final de la presentación me regaló su libro con una hermosa dedicatoria. Después de unas semanas volví a Cochabamba, otra vez nos dimos cita en nuestra cafetería preferida. Siempre charlando de literatura, de poesía, me daba consejos sobre libros, me contaba algunas anécdotas, etc. Una semana antes de salir de Bolivia me invitó a su casa. Me habló de su obra. En ese entonces estaba escribiendo una nueva versión de una Enciclopedia de escritores bolivianos. Además, me comentó que tenía en mente escribir una Enciclopedia con escritores y poetas bolivianos que viven en el extranjero. Te voy a incluir, me dijo con afecto. Aquel día me obsequió su libro «La saga del esclavo», igualmente con una linda dedicatoria. A partir de esos encuentros nació una bella amistad entre Adolfo Cáceres y mi persona. Le llamaba por teléfono de vez en cuando, pero sobre todo nuestra comunicación era por correo electrónico. El año 2013 le llamé para preguntarle si podía escribir el prólogo de mi poemario «Réquiem por un mundo desfallecido». “Con todo gusto hijo mío” fue su respuesta. Entonces le envié el manuscrito de mi poemario. Me dio algunos valiosos consejos y sugerencias. A decir verdad, para mi es un enorme orgullo tener esas magníficas palabras, en mi libro, que salieron del puño de Adolfo Cáceres Romero.

Y a finales del año 2014 le hice una extensa entrevista.

En este contexto quiero transcribir algunos mensajes de nuestra comunicación por correo electrónico.

30 de octubre 2017
Me envió su novela «La división errante, 1879-1880».
Te adjunto lo prometido, mi querido Javier. Recibe un  fuerte abrazo de tu paisano y amigo.
Adolfo.

3 de septiembre 2018
Le envié mi poemario inédito para que me hiciera una crítica. Su respuesta el la siguiente:

Mi siempre recordado y apreciado Javier:
¿Sabes de qué semilla está hecha nuestra amistad? Semilla de kirkincho, mi querido Javier.
Gracias por tenerme siempre presente; mientras no me olvides, seguiremos siempre juntos, a pesar de la distancia. Te recuerdo en el café, detrás de la catedral de Cochabamba. Fue la primera vez que te vi; desde entonces, te veo en cada verso que labras. Ahora me pides que sea tu crítico. Antes permíteme darte algunos consejos. Empecé a leer tus poemas. Son hermosos, pero no te copies, hermano. Renóvate. Lee y sueña con las palabras de tus modelos. Todavía sigues escribiendo en la misma línea de descargo social. Benedetti supo renovarse en cada uno de sus libros. Lo primordial para un poeta es ser menos expositivo. Borges te dice: «El arte sucede cada vez que leemos un poema» (…) «Entonces llega el lector adecuado y las palabras –o, mejor, la poesía que ocultan las palabras, pues las palabras solas son meros símbolos– surgen a la vida y asistimos a una resurrección del mundo.»…

Como verás, una crítica analiza tanto las virtudes como los defectos de una obra. Sin más por el momento, te abraza tu amigo de siempre.
Adolfo.

En el tiempo de la pandemia. 17 de abril 2020

Querido Javier: 
No sé si has leído «Encerrados con un solo juguete» del novelista español Juan Marsé, pero la verdad es que nos hallamos en esa situación, encerrados por un virus letal, único en la historia de nuestro planeta. Así que  saquémosle algo positivo de esta pandemia. Te aconsejo que pongas todo tu empeño en componer poemas, pues tu talento da para darnos muchas satisfacciones. Desde luego que no es una tarea fácil; sobre todo en la poesía social, que caracteriza tu estilo. En fin, mi querido hermano del alma, tienes bastante para pasar ocupado estos días. Te abraza tu paisano.
Adolfo.

Una vez me pidió que escribiera un texto para la tapa de uno de sus libros. Al mismo tiempo le envié unas fotos que le había sacado en Bolivia.

Su respuesta: 18 de julio 2020, 03:21
Gracias mi querido Javier por tu texto para la contratapa de mi libro. Lo enviaré a Kipus ahora mismo. También te agradezco por las fotos que son un valioso recuerdo para toda la vida. Tu amigo y paisano.
Adolfo.

El siguiente prólogo pertenece a mi poemario «Réquiem por un mundo desfallecido» que se publicó en Estocolmo en 2014.

Para romper el silencio…
Por Adolfo Cáceres Romero

Van estas palabras, porque no siempre se lee poemas de alguien que sueña tener el universo en las manos y nos entrega -por tercera vez- su voz, su reclamo por la vida; nos dice lo que es y lo que siente; luego, forzado a confesarse afirma: “Yo no soy de medias tintas”, para recordarnos el momento que fue compartido con los de su generación y con los gemidos de su madre, allá, en su natal Oruro, ese crudo invierno de junio, cuando en los patios y en las calles habían calentado la noche anterior con fogatas.

“Réquiem por un mundo desfallecido” viene después de “Preámbulos y ausencias”, poemario publicado en Oruro, el 2004, y luego “Extraño oficio”, el 2010, en Estocolmo, donde todavía reside el poeta. Aquí no vamos a entretenernos con sus fantasmas; pero sí descubrir lo que nos ofrece, como prolongación de su oficio; desde luego, prácticamente no hay nada que explicar en los 22 poemas de este libro, pero sí mucho que sentir. Leyéndolo nos damos cuenta de que algunas ausencias se hacen fructíferas, aunque para ello se debe llenar ese vacío cantando penas y alegrías. Son sentires que sobrevuelan el mundo desde una ventana con alas de golondrina, en el día y, de búho, por la noche. Cómo pesa la vida en la distancia, pues, de cualquier modo, los retazos con que el poeta compone su trayecto, mostrándonos sus escenarios, son suficiente motivo para animarnos a seguir sus recuerdos.

Claure Covarrubias se muestra como un poeta limítrofe entre la lógica y el ensueño; entonces, es lógico, sobre todo cuando razona sentencioso sobre lo finito e infinito; su ensueño, en cambio, es reminiscente de su andar, al descubrir, el desconcierto de saber que el hambre y la miseria continúan en las calles y no solo del África, donde se aventuró a mirar la vida profunda; entonces, también sintió cuánto le duele la historia de su país, consolándose con el recuerdo de los héroes que dejaron huella, como: Eduardo Abaroa y Genoveva Ríos; y así va más allá o, si se quiere, se sitúa en el fondo de una llaga que no puede cicatrizar, mientras Palestina continúe crucificada.

Analizando los versos de este poeta, comprendemos por qué, un singular creador como Borges, concebía la literatura como: “un arte donde la mayor intensidad se alcanza con la menor cantidad posible de recursos”. Claure no es retórico; al contrario, es directo y sensible en el entretejido de sus versos; de ahí que su palabra -labrada con el llanto de las palliris (*) o la sonrisa del Tío de la mina- nos brota, confesional y enérgica, para concluir con su “Adiós”, que seguros estamos no será definitivo, siempre que podamos leerlo.

(*) El apelativo de palliri viene de la palabra quechua “pallar” que significa recolectar. La palliri es generalmente una mujer que escoge a martillazos, el mineral de las rocas.

Hasta siempre querido amigo Adolfo. Gloria y paz en tu tumba.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.