En los últimos años han aparecido diversos libros, dentro del cristianismo, con títulos como «El gran fraude» de Gerd Lüdemann, «El credo falsificado» y «Falsificaciones y engaños» de Karl-Heinz Deschner. Hoy os traduzco su pensamiento. Ya Friederich Nietzsche se dio cuenta cuando dijo: «Yo condeno el cristianismo, yo formulo contra la Iglesia cristiana la más […]
En los últimos años han aparecido diversos libros, dentro del cristianismo, con títulos como «El gran fraude» de Gerd Lüdemann, «El credo falsificado» y «Falsificaciones y engaños» de Karl-Heinz Deschner. Hoy os traduzco su pensamiento.
Ya Friederich Nietzsche se dio cuenta cuando dijo: «Yo condeno el cristianismo, yo formulo contra la Iglesia cristiana la más formidable acusación que jamás haya expresado acusador alguno. Ella es para mí la mayor de todas las corrupciones imaginables, […] ella ha negado todos los valores, ha hecho de toda verdad una mentira, de toda rectitud de ánimo una vileza. […] Yo digo que el cristianismo es la gran maldición, la gran corrupción interior, el gran instinto de venganza, para el que ningún medio es demasiado venenoso, secreto, subterráneo, bajo; la gran vergüenza eterna de la humanidad […]». ¿Se pasa Nietzsche al decir esto? Karl-Heinz Deschner ha escrito la «Historia criminal del cristianismo» en 12 tomos y dice: «…no me consideraría refutado por haber omitido lo que también era verdadero, sino únicamente cuando alguien demostrase que he escrito algo falso». Escribir historia quiere decir destacar rasgos principales, generalización y cuantificación van necesariamente unidas. Cicerón dijo que «la ley principal de la historiografía es que nadie se atreva a escribir cosa alguna que sea falsa». Sin embargo la regla decimotercera de los jesuitas impone «que lo que yo tengo por blanco no es tal, sino negro, si lo manda la jerarquía eclesiástica» (Volk).
1.- ¿Nos extraña?
No estamos acostumbrados a leer en nuestros libros, pero es verdad que «nunca se ha mentido y engañado con tanta frecuencia y tanta falta de escrúpulos como en el campo de la religión». Y es cabalmente en el cristianismo, el único verdadera y realmente salvífico, donde dar gato por liebre está a la orden del día, donde se crea una jungla casi infinita del engaño desde la Antigüedad y en la Edad Media en particular. La falsificación literaria se dio antes que en el cristianismo entre los griegos y romanos, la hubo desde la remota Antigüedad hasta el helenismo, entre los sacerdotes egipcios, reyes persas y en el judaísmo. Durante toda la Antigüedad fue habitual una práctica amplia y variable de la falsificación. Fue posible gracias a la gran credulidad de la época. «Ya desde Herodoto, siglo V antes de Cristo, cuando comenzó en Atenas la divulgación de los escritos mediante las librerías, se criticaron las falsificaciones y se elaboraron criterios para determinar la autenticidad.
El fenómeno de la falsificación presupone la idea de la propiedad intelectual puesto que si ésta no existe no hay verdadera falsificación. Se sabe que dentro del Nuevo Testamento hay escritos que no proceden del autor bajo cuyo nombre los seguimos encontrando hoy (Evangelio de san Marcos, se dice en la Iglesia ). Por ejemplo, muchas epístolas, que se dicen de san Pablo, no son de Pablo: la de los hebreos, las cartas pastorales a Timoteo (dos) y Tito, la de los efesios… Muchas falsificaciones no pueden hoy ya desvelarse. No dejan de tener su importancia los anacronismos y los vaticinia ex eventu (profecías a posteriori). En algunas falsificaciones hay también material auténtico. Y a la inversa. Mezclas de este tipo, verdad-mentira, son frecuentes. Los falsarios avezados mezclan lo falso con los auténticos. Se practicaban los más diversos métodos de embuste. Los literatos y sacerdotes griegos falsificaron en proporciones inimaginables, por ejemplo Onomakritos de Atenas falsificaba oráculos. Con frecuencia se han imputado libros a Pitágoras, quien como Sócrates o Jesucristo nunca los escribió.
2.- Motivos para falsificar
Los motivos para falsificar un escrito son numerosos y diversos: codicia, defender reclamaciones de derechos pretendidos o reales, en beneficio de una causa, de un partido, de un pueblo, en beneficio propio, para comprometer a otro… También las traducciones podían manipularse a favor de una tendencia concreta (Solón habría introducido un verso en la Iliada para reforzar sus reivindicaciones de la isla de Salamis).
Además de razones pecuniarias, políticas o legales, había naturalmente motivos privados para las falsificaciones, intrigas personales, rivalidades. Y por último, aunque no en menor grado, se falsificaba con intenciones apologéticas, para defender o propagar unas creencias o una religión.
Las religiones se fundan esencialmente en el de dónde, hacia dónde, en el por qué. Y es justamente esto lo que las mantiene con vida. Pero en cuanto comienzan las respuestas, inconscientes o semiconscientes, las suposiciones, las afirmaciones, comienza también el mentir, el falsear, sobre todo por parte de aquellos que viven de ello y en virtud de ello dominan. En la Antigüedad , la crítica, la desconfianza y la resistencia contra las falsificaciones la ejercen individuos aislados. La masa se entrega a lo milagroso y lo legendario, a las llamadas ciencias ocultas.
En Egipto se creía en los «dioses escribientes», en dios como autor en sentido literal. Los sacerdotes dotados de sabiduría aparecían como encarnación del dios Thot, lo que decían y escribían se consideraba como obra suya. También en Egipto pronto se dio la falsificación religiosa, alcanzando un gran impulso tras la muerte de Alejandro, con la penetración de las ideas orientales. Se sobreentiende que es falsificación el engaño consciente y deseado.
Hacía ya mucho tiempo que en la era precristiana se falsificaban los oráculos por razones políticas, lo mismo que se hizo en la era cristiana, como el falso oráculo de Alejandro de Abonuteco (Inopolis), fundado alrededor de 150 d.C. y que duró hasta mediados del siglo III, del «profeta de las mentiras», como realmente se podría llamar a muchos, si no la mayoría, de los profetas. Algunos críticos antiguos, como el cínico Oinomeo de Gadara, por ejemplo consideraron a los oráculos en su conjunto como un engaño. Pero por mucha inventiva que tuvieran los Graecia mendax les superaron los osados engaños de los judíos, lo mismo que a éstos después las falsificaciones de los cristianos, que hacen palidecer a todas las anteriores.
3.- Peculiaridad de la Biblia cristiana
El «libro de los libros» de los cristianos es la Biblia. La Biblia es algo especial, lo que entre otras cosas explica que la cristiandad no tuviera en sus primeros ciento cincuenta años ninguna «Sagrada Escritura» propia, y por este motivo asimiló el libro sagrado de los judíos, el Antiguo Testamento, que según la fe católica precede «al Sol de Cristo» como «estrella matutina». Lo singular de la biblia cristiana es que cada una de las distintas confesiones tiene su biblia, que es distinta, que no coinciden en su conjunto y que lo que unos consideran sagrado a otros les parece sospechoso. La Iglesia católica, que distingue entre escritos protocanónicos -que nunca se han discutido- y deuterocanónicos -cuya inspiración durante algún tiempo fue puesta en duda, posee un Antiguo Testamento mucho más amplio que el de los judíos, del que procede. En el siglo XX algunos estudiosos de la religión, entre ellos Eduard Meyer, han puesto en duda la existencia histórica de muchos personajes del Antiguo Testamento, por ejemplo del propio Moisés, de David, de Salomón… Lo único que hoy está claro es que los cinco libros de Moisés, que son palabra infalible de Dios, no proceden de él. Está claro que a la escritura de estos cinco libros les precedió una transmisión oral de muchos siglos, con constantes cambios. Y después fueron los redactores, los autores, los recopiladores bíblicos quienes participaron a lo largo de muchas generaciones en la redacción de los escritos de «Moisés», lo que se refleja en los distintos estilos.
4.- Falsificaciones en el Nuevo Testamento
Dice el teólogo evangélico Carl Schneider: «Las falsificaciones comienzan en la época del Nuevo Testamento y nunca han cesado».
Suponiendo que Jesús de Nazaret sea histórico y no el mito de un dios transportado al ser humano, a comienzos del cristianismo apenas hay falsificaciones.
No hay ningún testimonio demostrativo de la existencia histórica de Cristo en la llamada literatura profana. Todas las fuentes extra-cristianas no dicen nada sobre Jesús: por parte romana Suetonio y Plinio el Joven, Filón y especialmente importante Justo de Tiberiades por la judía; no les toman en consideración, como los Testimonia de Tácito y Flavio Josefo.
Todos los relatos de la vida de Jesús son, como escribió su mejor conocedor, Albert Schweizer, «construcciones hipotéticas», la teología cristiana crítica de modo general pone en tela de juicio la credibilidad histórica de los Evangelios. De la vida de Jesús no se puede averiguar prácticamente nada. Los Evangelios en modo alguno reflejarían la historicidad sino la fe.
El Jesús de la Biblia , especialmente el sinóptico, se encuentra plenamente dentro de la tradición judía. Es mucho más judío que cristiano; también a los miembros de la comunidad primitiva se les llamaba «hebreos». Su vida apenas se diferencia de los restantes judíos. Jesús propagaba una misión sólo entre judíos, estaba fuertemente influenciado por la apocalíptica judía. En cualquier caso, el Nuevo Testamento está plagado de ideas apocalípticas. El germen de esta fe es el error de Jesús acerca del fin inminente del mundo. Estas creencias eran frecuentes. Los judíos tomaron estas ideas del paganismo. Jesús fue uno de los muchos profetas, predicó que el tiempo presente se había acabado y que algunos de sus discípulos «no probarían la muerte hasta ver llegar con fuerza el reino de Dios».
Aunque todo esto estuvo en la Biblia durante un milenio y medio, Hermann Samuel Reimarus, el orientalista hamburgués fallecido en 1768, fue el primero en reconocer el error de Jesús, publicando más tarde Lessing partes del amplio trabajo de este erudito, que ocupaba más de 1400 páginas. Pero hasta comienzos del silo XX el teólogo Johannes Weiss no mostró el descubrimiento de Reimarus, desarrollándolo el teólogo Albert Schweizer. El reconocimiento del error de Jesús se considera el acto copernicano de la teología moderna y lo defienden de modo general sus representantes críticos de la historia y adogmáticos. Para el teólogo Bultmann no hace falta «decir que Jesús se equivocó en la espera del fin del mundo».
Pero no sólo se equivocó Jesús sino también toda la cristiandad, se contemplaba el regreso del Señor como inminente. Marana tha (¡ven Señor!) era la rogativa de los primeros cristianos. Y al no llegar el Señor sino la Iglesia , ésta convirtió la idea de reino de Dios de Jesús en la idea de la Iglesia , por reino de los cielos: una inversión total, en el fondo una gigantesca falsificación, desde luego, dentro del cristianismo dogmáticamente la mayor.
Jesús y sus discípulos no esperaban ningún más allá sino la inmediata intervención de Dios desde el cielo y un cambio total de todas las cosas en la tierra y, por tanto, no tenía ningún interés en apuntes, escritos o libros, para cuya redacción además no estaban capacitados.
5.- Ante la no llegada del Señor
La gente se pregunta dónde está la anunciada venida de Jesús y Pablo es el primero que responde espiritualizando la fe en el tiempo final. No viene Cristo al mundo sino el cristiano creyente va a él en el cielo, es allí donde se da el cambio, le da vida eterna. Ahora se comienzan a suavizar las profecías de Jesús sobre el fin del mundo; quien va más lejos es Lucas, que sustituye la creencia en la esperanza próxima por una historia de salvación divina con estadios previos y escalones intermedios.
Ningún evangelista tuvo intención de escribir una especie de documento de revelación, un libro canónico. Ninguno se sintió inspirado. El primero en hablar de una inspiración del Nuevo Testamento, que designa los Evangelios y las epístolas de Pablo como «santa palabra de Dios», es el obispo Teófilo de Antioquia a finales del siglo II. El hereje Marción fue quien redactó el primer Nuevo Testamento, la segunda iniciativa fue el Diatessaron de Taciano, redactó una armonía de los Evangelios. Los cristianos del siglo I y en buena medida los del siguiente no poseían, por tanto, ningún Nuevo Testamento. El nombre del Nuevo Testamento (en griego he kaine daitheke, «la nueva alianza», traducido por primera vez por Tertuliano como Novum Testamentum) aparece en el año 192, pero aún no estaban fijados sus límites y sobre ello se seguirá discutiendo en los siglos III y parte del IV. La Iglesia romana no incluye alrededor del año 200 en el Nuevo Testamento la epístola a los hebreos, ni la primera y la segunda de Pedro, ni la epístola de Santiago y la tercera de Juan. Y casi a comienzos del siglo V Occidente delimitó de modo definitivo el canon católico del Nuevo Testamento en los sínodos de Roma en 382, Hippo Regius en 393 y Cartago en 397 y 419. El canon tiene en la Iglesia el significado de norma. Se consideraba canónico lo que se reconocía como parte de esa norma, y después del cierre definitivo del conjunto de la obra del Nuevo testamento, la palabra «canónico» significó tanto como divino, infalible. El significado contrario lo recibió la palabra «apócrifo».
El canon de la Iglesia católica tuvo validez general hasta la Reforma. Lutero discutió entonces la canonicidad de la segunda epístola de Pedro, la de Santiago, la a los hebreos y el Apocalipsis. El Concilio de Trento por el decreto del 8 de abril de 1546 sostenía el canon católico y que Dios era su autor.
El Nuevo Testamento no es algo unitario, está lleno de incongruencias, discrepancias. No hay una doctrina unitaria. Hablar de inspiración, infalibilidad provoca risa. En el concilio de Florencia (1442), en el de Trento (1546) y en el Vaticano I (1870) la Iglesia ha hecho de la doctrina de la inspiración de la Biblia un dogma de fe. Ante la divergencia y contradicción se reafirma la autoría divina, son palabra de Dios, Dios es su autor.
Ante un Jesús que anuncia, que viene Dios y éste no llega hay que cambiar de teoría si se quiere seguir y, por tanto, falsificar los documentos que anuncian su venida.
6.- Falsificación de documentos
De ningún Evangelio, de ningún escrito del Nuevo Testamento, de ningún libro bíblico poseemos original alguno. Pero faltan también las primeras copias. Solo tenemos copias de copias de copias (En 1967 se contaban más de 1500 manuscritos del Antiguo Testamento griego y 5326 del Nuevo). Muy pocas de ellas contienen el Nuevo Testamento completo y la mayoría son relativamente recientes. En la Antigüedad los libros se reproducían a mano, las falsificaciones eran más sencillas, al copiar se podía cometer errores, añadir párrafos, suprimir o completarlos.
7.- ¿Por qué se falsificó?
Un motivo importante fue el aumento de autoridad. Se intentaba conseguir respeto y difusión para un escrito haciéndolo pasar por el de un autor renombrado, o bien alterando su edad, se fabricaron escritos y «revelaciones», que se databan en épocas anteriores. Se atribuían a algún cristiano famoso y conocido, se pretendía escrito por Jesús, se atribuían a los apóstoles, a sus discípulos…. Los católicos falsificaron para poder resolver «apostólicamente» en el sentido de Jesús y de sus apóstoles, o sea con autoridad, los nuevos problemas que surgían de la disciplina eclesiástica, del derecho de la Iglesia , de la liturgia, la moral, la teología. Falsificaron los «ortodoxos» para luchar mediante contrafalsificaciones contra las falsificaciones de los «herejes».
Se falsificó también por razones de política de Iglesia y de patriotismo local, por ejemplo para demostrar la fundación «apostólica» de una sede episcopal, para fundar conventos. Es especial desde el siglo IV se instituyeron las reliquias, se crearon falsas vidas de santos y monjes, documentos para conseguir ventajas legales y financieras.
Se falsifico también para garantizar mediante una falsificación la «autenticidad» de otra. Se falsificó para desacreditar a los rivales.
8.- Método
El más sencillo y frecuente: la utilización de un nombre falso e ilustre de un autor del pasado. Recurrir a un contemporáneo conocido era demasiado arriesgado. A veces había falsificadores muy redomados, imitando de modo asombroso el estilo, simulan datos biográficos y de situación. Por ejemplo el falsario Jerónimo en su transcripción de un pretendido Evangelio de Mateo promete: «Traduciré el texto tal como está en el original hebreo, cuidadosamente, palabra por palabra». Hay quien dice: «Pobres de aquellos -advierte el falsificador católico de la Epistula Apostolorum– que falsifiquen esta mi palabra y mi mandamiento.» Astutos.
Los falsificadores de muchas de las vidas de santos utilizan la primera persona y recurren a los testigos oculares para fortalecer sus mentiras. Los farsantes presentaban testigos jurados como fiadores de sus mentiras y para reforzar la confianza incluso decían algunas verdades en los aspectos accesorios.
No hay ninguna prueba de que Marcos y Lucas, cuyos nombres aparecen en un Evangelio cada uno, sean discípulos de los apóstoles, no es nada seguro que Marcos sea idéntico al acompañante de Pedro y Lucas al compañero de Pablo. Los cuatro Evangelios se transmitieron anónimamente. El apóstol Mateo no es el autor del Evangelio de san Mateo (aparecido en los años entre el 70 al 90). El título de «Evangelio de Mateo» lo encontramos por primera vez con Clemente Alejandrino y Tertuliano, ambos murieron a comienzos del siglo III ¿Si Mateo fuera discípulo de Jesús por qué se iba a apoyar en Marcos? El Evangelio de Mateo originariamente no se escribió en hebreo sino en griego. Este Evangelio no se basa en testigos oculares.
Es interesante el hecho de que los tres primeros Evangelios no se editaran como apostólicos, como tampoco los Hechos de los Apóstoles, a cuyo autor igualmente no conocemos. Lo único que sabemos es que quien escribió los Hechos de los Apóstoles no refleja en las sentencias de los apóstoles sus pensamientos ni sus palabras, sino que se los inventa, pone en los labios de sus «héroes» las frases que más convienen. Los Hechos de los Apóstoles y los tres Evangelios no fueron ortónimos (firmados por el nombre verdadero) ni seudónimos sino trabajos anónimos, al igual que la epístola a los hebreos. Fue la Iglesia primitiva quien atribuyó estos escritos anónimos a determinados apóstoles y discípulos. Tales atribuciones son falsificaciones, engaño literario. Desde finales del siglo II, desde Ireneo, la Iglesia atribuye el cuarto Evangelio al apóstol Juan. Este Evangelio aparece hacia el año 100 y al apóstol Juan lo habían matado ya en el año 44 o en el 62.
En el Nuevo Testamento se falsificaron varias epístolas bajo Pablo. No son de Pablo las dirigidas a Tito y a Timoteo (dos), llamadas cartas pastorales; es muy probable que también no sea de Pablo la segunda a los tesalonicenses, se considera no paulina la epístola a los colosenses y la dirigida a los efesios, así como la de los hebreos. No menos de seis epístolas atribuidas a Pablo son en realidad deuteropaulinas, no pertenecientes a Pablo. A pesar de todo hoy siguen apareciendo todavía en la Biblia como paulinas. Si añadimos la de los hebreos serían siete.
Entre las llamadas epístolas católicas se encuentran la primera y segunda de Pedro, la primera, segunda y tercera de Juan, la de Santiago y la de Judas no se las consideró canónicas hasta finales del siglo IV. Hoy en día se las designa como «escritos anónimos o pseudoepigráficos. Es decir, más de la mitad de todos los libros del Nuevo Testamento no son auténticos, es decir, han sido falsificados o aparecen bajo un nombre falso.
9.- Interpolaciones
Los cristianos tenían gran apego a las interpolaciones; de manera constante han modificado, recortado y ampliado los escritos por los motivos más diversos: para reforzar la historicidad de Jesús o para promover y afianzar determinadas ideas de fe. No todo el mundo era capaz de modificar una obra completa pero sí que podía con facilidad falsear la de un oponente introduciendo o suprimiendo algo con fines de provecho propio. Así, por ejemplo, san Jerónimo, patrón de las facultades católicas y que realizó «las falsificaciones y los engaños más vergonzosos» (C. Schneider), aceptó el encargo del papa asesino Dámaso de proceder a un revisión de las Biblias latinas, de las que no había ni dos que coincidieran en pasajes algo largos. El patrón de los eruditos modificó el texto en unos 3.500 lugares para su «legitimación» de los Evangelios. Y el Concilio de Trento declaró como auténtica en el siglo XVI esta «Vulgata», que la Iglesia la vino rechazando durante varios siglos. Ésta fue, por decirlo así, una interpolación de tipo «oficial», pero por lo general se producía de manera clandestina. Y una de las más famosas es la que va unida al dogma de la trinidad. El paganismo conocía cientos de trinidades, todas las religiones helenistas tenían una trinidad divina en la cúspide del mundo; hasta el siglo III no hubo una trinidad cristiana. Un hereje, el valentiniano Teodoto fue el primer cristiano que a finales del siglo II llamó trinidad al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se tenía la trinidad pero no aparecía, no se fundamentaba en la Biblia. Y se falsificó la Biblia. El logion de Mateo 10.5. Para justificarlo se introduce, al final del Evangelio, la orden de hacer misión en el mundo, que contenía el fundamento bíblico para la trinidad. Los círculos eclesiásticos lo introducen para justificar a posteriori tanto la práctica de la misión entre los paganos como la costumbre del bautismo. Y para tener un testimonio bíblico importante para el dogma de la trinidad.
Precisamente por eso, en la primera epístola de Juan se produjo otra falsificación, mínima en apariencia pero de especial mala fama, el «Comma Johanneum». Lo que se modificó fue el pasaje 1J. 5, 7: «Son tres los que lo atestiguan: el Espíritu, el Agua y la Sangre , y los tres son uno» dejándolo en: «Son tres los que lo atestiguan en el cielo, el Padre y la Palabra y el Espíritu Santo, y los tres son uno». El añadido falta en la práctica totalidad de los manuscritos griegos. Antes del siglo IV no lo utiliza ningún padre de la Iglesia.
Después de que a comienzos del siglo V se reconociera oficialmente en Occidente el ámbito del Nuevo Testamento, la Iglesia distinguió nítidamente entre literatura canónica y la no canónica. Lo no canónico se denominó apócrifo y se lo combatió como herético, en ocasiones con la hoguera. Pero muchos teólogos siguieron considerando muchos de los apócrifos como apostólicos, como auténticos y verdaderos, prefiriéndolos a algunos del Nuevo Testamento.
El cristianismo, al inicio no era ninguna fuerza unitaria, había una gran diversidad de doctrinas, había multitud de Evangelios, de Hechos de los Apóstoles y Apocalipsis acordes con las ideas de cada comunidad. Todos los apócrifos del Nuevo Testamento los escribieron cristianos. Son tratados cristianos y contribuyeron a la difusión del cristianismo lo mismo o incluso más que los escritos canónicos. Muchos apócrifos gozaron de una gran difusión. La Iglesia antigua defendió la autenticidad de la falsificación siempre que le fuera de provecho y no contradijeran sus doctrinas. La Iglesia se mostraba indulgente ante los propios engaños pasándolos con frecuencia por alto pero se enojaba y atacaba por las falsificaciones de los adversarios. Una mentira totalmente nueva y muy eficaz de los cristianos fue distribuir falsificaciones bajo el nombre del contrario para exagerar así su «herejía» y de este modo poder refutarla con mayor facilidad.
La mayoría de los tramposos cristianos, de cualquier lado, eran sacerdotes. Así san Jerónimo acusa l escritor de la Iglesia Rufino de engaño literario. Y el obispo Juan de Jerusalén acusaba a san Jerónimo de falsificación. Cirilo de Alejandría habría falsificado en sus ataques contra Nestorio citas de éste. El obispo Eustacio, enemigo de los arrianos, acusaba al obispo Eusebio de Cesarea, el padre de la historia de la Iglesia , de haber falsificado el credo de Nicea. En resumen, todos los bandos falsificaban.
En realidad, todos falsifican: no sólo gnósticos, maniqueos, novacianos, macedonios, arrianos, luciferianos, donatistas, pelagianos, nestorianos, monofisitas, también los católicos en su lucha contra los gnósticos redactaron Evangelios falsos. El historiador de derecho de Tubinga, Friedrich Thudichum (fallecido en 1913) recopiló «falsificaciones eclesiásticas» en tres extensos tomos y tenía un cuarto que no llegó a publicarse.
Es posible, incluso probable, que muchos de los textos que la Iglesia condenó como apócrifos fueran más antiguos que el Nuevo Testamento. Y es seguro que hubo Evangelios más antiguos que los cuatro «canónicos». De los Evangelios apócrifos se conocen cerca de cincuenta, si bien la mayoría de ellos se han transmitido de modo fragmentario: El Evangelio de Judas, el Evangelio de la consumación o el Evangelio de Eva, el Evangelio de los nazarenos, el Evangelio de los ebionitas, el Evangelio de los hebreos; varios de los Evangelios circulan directa o indirectamente bajo el nombre de Jesús, así el Oistis Sophia, el Sophia Jesu Christi, el Diálogo del Redentor, los libros de Jeû, el Testamentum Domini nostri Jesus Christi; otros Evangelios se falsifican bajo el nombre de un apóstol: Evangelio según san Matías, Evangelio de Judas, Evangelio de Tomás, Evangelio de Felipe, el Apocrifon de Juan, Apocrifon de Santiago, el Evangelio de Pedro, el Kerygma Petrou, el Apocalipsis de Pedro, el Apocalipsis de Pablo.
10.- Se falsificó también en honor a María
Apenas considerada en la época primitiva, María fue imponiéndose en la Edad Media. Aparecieron Evangelios de María y ficciones marianas bajo los nombres de apóstoles. Lo que estos embusteros trataban de obtener era un «relato verdadero» sobre la juventud de maría de la que nada se sabía y propagar su permanente virginidad: a partir del cuarto año recibe su alimento de las manos de un ángel, a los doce años es entregada al templo por indicación del cielo, al cuidado de san José (un viudo que es un anciano) y a los dieciséis queda embarazada del Espíritu Santo. Tras el nacimiento la comadrona constata el himen sin destruir de María. El padre de la Iglesia Clemente Alejandrino y Zeno de Verona propagaron el dogma de la eterna virginidad de María recurriendo a este relato divino.
11.- Falsificaciones en nombre de todos los apóstoles
Varios Evangelios falsificados o documentos análogos se atribuyen a la totalidad de los apóstoles: El Evangelio de los doce, la memoria Apostolorum, el Evangelio de los doce apóstoles, el Evangelio de los setenta, otros Evangelios de los doce apóstoles, la Epistula Apostolorum , La Didaché o Doctrina de los doce apóstoles, la Didaskalia siria o apostólica, las Constituciones apostólicas, el Symbolum Apostolorum. Hay falsificación de hechos de apóstoles: Los hechos de Juan, los hechos de Pedro, los hechos de Pablo, el sermón de Pedro, el sermón de Pablo, los hechos de Pedro y Pablo, los hechos de Andrés, los hechos de Felipe, los hechos de Mateo…
Entre todos los Evangelios apócrifos, hechos de los apóstoles y Apocalipsis J.S. Candlish encontró pocas cosas moralmente buenas, y sí mucho de infantil, absurdo y nocivo. Más bien son un «piadoso engaño que se utilizó porque se creía que servía a la religión». Pero la Iglesia atribuyó a los apóstoles todo lo que le convenía a ella. Se hacía como si Jesús hubiera informado detalladamente a los apóstoles acerca del futuro de la Iglesia y hubiera ordenado a los discípulos con perspicacia adivinatoria lo más increíble, algo que produjo grotescos anacronismos históricos.
12.- Falsificaciones bajo el nombre de padres de la Iglesia
A partir del siglo III los llamados ortodoxos y los herejes falsifican bajo el nombre de renombrados autores de la Iglesia. Durante siglos se falsificó en nombre de san Justino, bajo el nombre de Tertuliano -más tarde hereje- se falsificó el tratado De exsecrandis gentium diis, se compusieron docenas de escritos bajo el nombre de san Cipriano de Cartao. Cuanto mayor autoridad tenía un santo con tanta mayor predilección los cristianos falsificaban bajo su nombre. Así, con una gran cantidad de escritos se honró a san Atanasio, a su vez un gran falsificador. El famoso Symbolum Athanasianum resultó ser falso. Bajo el nombre de Ambrosio hay un gran número de escritos falsos, como por ejemplo una taducción al latín, Hegesippus sive de bello Iudaico, la Lex sive Mosaicarum et Romanarum legum collatio ; una enorme cantidad de escritos se atribuyeron a san Jerónimo. El Liber Pontificalis, el libro oficial del Papa, está repleto de falsificaciones, que hasta las postrimerías del siglo V carace prácticamente de valor para nosotros. Jerónimo, al igual que Ambrosio y Atanasio, fue un gran falsificador. Los cristianos falsificaron cantidad de escritos bajo el nombre de Agustín
13.- Un falsificador cristiano, durante siglos el maestro del mundo occidental
La cristiandad debe falsificaciones especialmente famosas a un sirio, que alrededor del año 500 redactó cuatro grandes tratados y diez cartas y obtuvo un grandísimo éxito literario. Este cristiano se da a conocer como el consejero del Areópago, Dionisio, llamado después Dionisio Aeropagita. Éste Dionisio, que vivió casi medio milenio después de Pablo, fue bautizado por Pablo. Se convirtió durante años en el maestro de Occidente. La autenticidad de sus escritos fue cuestionada por primera vez por Lorenzo Valla (fallecido en 1457) y más tarde por Erasmo (1504). Los cristianos falsificaron una serie de escritos para disponer de mejores testimonios para la historicidad de Jesús, para su vida y resurrección. Se crearon documentos falsos de escritores no cristianos sobre la vida de Jesús porque en la literatura profana no se hablaba de él, en los que no solo se interpolaban las Antigüedades judías del judío Josefo, el llamado Testimonium Flavianum, sino que incluso se hacía a Josefo autor de libros cristianos enteros; apareció una carta falsificada de Pilatos al emperador Tiberio, se falsificó un Evangelio de Gamaliel, la Parosis de Pilatos hace del procurador casi un mártir cristiano, se falsifican correspondencias sobre el nacimiento, el bautismo de Jesús y la fecha de la Pascua.
Los cristianos falsificaron a menudo en su lucha contra judíos y paganos, falsificaron para reforzar documentalmente la virginidad de María (los judíos llamaban a José el padre de Jesús), falsificaron las obras de los escritores profanos judíos tales como Filón y Josefo, interpolaron sus escritos.
14.- Actas de los mártires
La marea de falsificación guarda una estrecha relación con las antiguas persecuciones de los cristianos: cuantos menos mártires auténticos más falsos. Los cristianos falsificaron primero, a partir del siglo II los edictos de tolerancia del emperador, por ejemplo el de Antonio Pío, un escrito de Marco Aurelio al Senado en el que el emperador atestigua la salvación de la tropas romanas de la sed gracias a los cristianos; falsificaron también una epístola del procónsul Tiberiano a Trajano con la presunta orden imperial de finalizar la sangrienta persecución, se falsifica un edicto de Nera que revoca las duras medidas de Domiciano contra el apóstol Juan.
Si los cristianos comenzaron falsificando documentos para que el emperador les exonerara, cuando habían pasado las persecuciones y ellos mismos comenzaron a perseguir a los paganos falsificaron documentos para inculpar a los paganos.
Por un lado falsificaron un gran número de edictos y cartas anticristianas de los soberanos y cónsules (especialmente a finales del siglo III) y por otro falsificaron infinidad de martirios. Los cristianos que aparecen como testigos de falsas pasiones y biografías son incontables.
Ya la primera de las presuntas persecuciones bajo Nerón, que hicieron de este emperador durante dos milenios un monstruo sin igual para los cristianos, no fue una persecución contra los cristianos sino un proceso por incendio provocado. Incluso los historiadores Tácito y Suetonio, hostiles a Nerón, juzgaron el proceso de justo y razonable: «no se puso en discusión la cristiandad». Los motivos religiosos no juegan en el proceso ningún papel, o un papel muy accesorio. La tolerancia de los romanos en cuestiones religiosas era por lo general grande. La mayoría de las actas de los mártires son falsificaciones, muchos emperadores paganos jamás persiguieron el cristianismo, el estado no se metió con los cristianos debido a su religión. En general el funcionario del antiguo régimen los trataba con bastante tolerancia, les concedían aplazamientos, se saltaban los edictos, toleraban engaños, les dejaban en libertad o les enseñaban lar argucias legales para librarse de la persecución sin abjurar de su fe. Tuvieron gran tolerancia frente a los judíos, garantizando su libertad de culto. Hasta comienzos del siglo III el odio contra los cristianos procedía sobre todo el pueblo. Durante mucho tiempo los emperadores se imaginaron demasiado fuertes frente a esta oscura secta como para intervenir seriamente. Durante doscientos años no le sometieron a ninguna persecución. Cuando era necesario, porque el pueblo pagano estaba furioso contra ellos, los funcionarios hacían todo lo posible para volver a librar a los encarcelados. Los cristianos sólo tenían que renunciar a su fe -y lo hacían masivamente, era la regla general- y nadie les volvía a molestar. Durante la persecución más intensa, la de Diocleciano (contra la voluntad expresa de este notable emperador), el estado únicamente exigía el cumplimiento de la ofrenda de sacrificios que la ley imponía a todos los ciudadanos. Sólo se castigaba el incumplimiento pero en ningún caso la práctica de la religión cristiana. Durante la persecución de Diocleciano las iglesias pudieron disponer de sus bienes.
Hasta el emperador Decio, en el año 250, no se puede hablar de una persecución general y planificada de los cristianos. En aquella época murió el primer obispo víctima de un persecución, se llamaba Fabiano, y murió en prisión; no pesaba sobre él ninguna condena a muerte. ¡Pero hasta esta fecha la Iglesia antigua señalaba ya como mártires a once de los diecisiete obispos romanos aunque ninguno había sido mártir! Lactancio con su panfleto Sobre la muerte de los perseguidores y Eusebio con su Historia de la Iglesia , en especial su tomo octavo, son dos mentirosos hablando de los emperadores y la persecución de los cristianos. ( véase Historia criminal del cristianismo, Tom I, pág 160s).
El papa Cornelio, que falleció en paz el 253 en Civitavecchia, apareció como decapitado en las actas de los mártires. Igualmente están falsificadas las que hacen al obispo romano Esteban (254-283) víctima de las persecuciones de Valeriano. El papa Eutiquiano (275-283) incluso enterró «con sus propias manos» a 342 mártires antes de seguirles él mismo. La apostasía de varios papas a comienzos del siglo IV intentó taparse falsificando los documentos. El Liber Pontificalis, la lista oficial del papado, señala que el obispo romano Marcelino (296-304) que había hecho sacrificios a los dioses y había entregado los libros «sagrados» pronto se arrepintió y murió martirizado, una completa falsificación.
En el martirologio romano un papa tras otro van ciñéndose la corona del martirio, casi todo puro engaño. (Curiosamente hasta finales del siglo III no se inicia en Roma el culto a los mártires. Precisamente los obispos -cuyo martirio se consideraba algo especial frente a los cristianos corrientes- muy raras veces fueron mártires. Huyeron en masa a veces de un país a otro, naturalmente por mandato de Dios y enviando cartas de apoyo a los fieles de menor rango encarcelados. La práctica totalidad de los santos de los primeros siglos fueron declarados con posterioridad mártires, incluso aunque hubieran muerto en paz. Cualquiera digno de veneración de la época de Constantino tenía que ser mártir. Por eso muy pocas de las Acta Martyrum son verdaderas o se basan en material documental verdadero.
En realidad hubo muchos menos mártires cristianos de los que se quiso hacer creer al mundo en el curso de los siglos. Había amplias regiones en la que los mártires eran escasos o nulos y al comenzarse a poner reliquias en los altares se organizaron peregrinaciones a lugares lejanos y se llevaron a cabo penosos traslados. Los restos de mártires conocidos alcanzaron una elevada cotización, la demanda era desmesurada. Es comprensible que muy a menudo las reliquias se designaran con la fórmula: «cuyo nombre Dios conoce».
Aunque la cifra de mártires cristianos en los tres primeros siglos pudo calcularse en 1.500 (una cifra ciertamente problemática).
15.- Se falsificó las listas de obispos
La sucesión ininterrumpida en el cargo de los obispos desde el día de los apóstoles, la pretendida sucesión apostólica condujo grandes maniobras de engaños. Para poder legitimar en todos los sitios el obispado mediante una sucesión ininterrumpida se falsificó, sobre todo en las sedes episcopales más famosas de la Iglesia antigua. Casi todo se ha inventado a posteriori, se ha manipulado.
Por lo que respeta a Roma, la falsificación de la serie de obispos de la ciudad -hasta el año 235 todos los nombres son inciertos y para los primeros decenios producto de la pura arbitrariedad- se hizo en relación con la aparición del papado. Bizancio se opuso a esta falsificación. La Iglesia de Alejandría pretendía haber sido fundada por Marcos, acompañante de Pedro. La Iglesia de Corinto y Antioquia pretendía proceder de Pedro. Todo debía ser apostólico. El engaño literario se vuelve habitual primero sólo en las grandes sedes arzobispales, después se extiende a los obispados más pequeños. En las disputas con motivo del famoso Concilio de Calcedonia (451) los ortodoxos y los monofisitas hicieron infinidad de falsificaciones, algo que era ya conocido en la Antigüedad. El hecho criminal de que «el fin justifica los medios» rara vez ha desempeñado un papel peor que en la historia de la Iglesia cristiana. La ficción y la mentira están permitidas al servicio de la religión, de lo más sagrado, de la defensa de la fe, se trata de mentiras de emergencia. Una larga serie de padres de la Iglesia defendió con elocuencia la falsificación, la mentira, al menos la mentira necesaria con un objeto bueno o piadoso. Es sintomático que el engaño y la mentira no parezca en la doctrina de los ocho pecados de Casiano, de los ocho pecados capitales (intemperancia, impureza, avaricia, ira, tristeza, hastío, ambición, soberbia).
16.- Milagros
Denis Diderot se preguntaba ¿por qué los milagros de Jesucristo son verdad y son mentira los de Esculapio, Apolonio de Tiana y Mahoma? La historia de las religiones está llena de milagros. Los evangelistas relatan que Jesús hizo 38 milagros. En tiempos de Jesús los milagros eran corrientes, casi cotidianos. Todo se considera posible. Por lo demás los milagros de Jesús son plagios, proceden de la época precristiana. Desde el punto de vista de la historia de las religiones ¿qué hay de original en la vida de Jesús? Nada, quizá su historicidad.
Los milagros más audaces lo hicieron en la Iglesia preconstantiniana los mártires. San Lorenzo, asado en la parrilla, filosofa sobre la Roma pagana y cristiana. Exageraciones repugnantes. Todo el octavo libro de la Iglesia de Eusebio está lleno e mentiras. Los santos no lo serían si después de muertos no realizan milagros. En la persecución contra los cristianos en las Galias, en el año 177, bajo Aurelio -que según el historiador de la Iglesia Eusebio costó «decenas de miles de mártires», mientras que en el Lexikon für Theologie und Kirche sólo quedan ocho- «los sanos mártires tuvieron que soportar suplicios que son superiores a cualquier descripción» (Eusebio). Tras la extinción de los mártires, por lo que atañe al lado católico fueron especialmente los monjes, pero también buen número de obispos, quienes comienzan a asumir un papel milagroso.
En los siglos IV y V todo el mundo, laicos, clérigos e incluso emperadores, creían en el milagro. Y un santo no lo es sin milagros. Los historiadores de monjes cristianos son tan poco de fiar como los fabricantes de mártires cristianos. La mayoría e estos relatos proceden de cualquier libro o de su fantasía y eran costumbre literaria. Al parecer el primer monje cristiano, san Pablo Eremita, se alimentaba como el profeta Elías, un cuervo le trajo el medio pan durante sesenta años por mandato de Dios.
En lugar de los textos apócrifos, cada vez más endiablados y arrinconados, aparecieron en la Iglesia Antigua los devocionarios populares, textos recreativos muy apreciados y leyendas puras, novelas triviales (leyenda viene de legenda, lo que ha de leerse, ha de leerse al pueblo en los servicios religiosos). Pero al contrario de lo que suele creerse, las leyendas, durante siglos, hasta finales de la Edad Media , no surgieron del pueblo sino que fue el clero el que las creó para el pueblo, aparecieron en especial en los monasterios y en las sedes episcopales, allí donde mejor provecho se les podía sacar. El embuste de los milagros en las leyendas de los santos, que comienza en el cristianismo con el Nuevo Testamento aunque ya se daba en el Antiguo Testamento, ha debido proporcionar a la Iglesia más oro y poder que todas las incontables falsificaciones que se hicieron sólo por codicia.
Los milagros de Jesús son verdaderos porque son sus milagros y en ellos se basa la Iglesia católica. Los milagros de los demás no son verdaderos porque son de los otros y el catolicismo no los puede utilizar. Con su reconocimiento de desvalorarían los propios.
17.- El engaño de las reliquias
La adoración a las reliquias se basa en la creencia de que en los héroes, profetas actúan fuerzas especiales, que se mantienen activas después de la muerte (Reliquiae = restos) En el hinduismo sólo algunas sectas tienen reliquias, en el budismo gozan de gran predicamento. El judaísmo no conoce el culto a las reliquias. El culto cristiano a las reliquias estuvo destinado al principio a los sepulcros y comenzaron a comerciar en el siglo IV. El primer testimonio del naciente culto cristiano a las reliquias es el tantas veces falsificado relato del martirio de Policarpo, comenzando ese culto en la tumba del mártir. Después del propio santo, los principales son las herramientas del martirio. Así por ejemplo, san Lorenzo fue decapitado, pero para los cristianos posteriores esto resultaba demasiado simple, así que alrededor del 400 se afirmó que le habían asado a la parrilla y su parrilla se veneró como reliquia. El primer traslado de cadáver entero de un mártir se produjo en Antioquia el 354, cuando se llevó a san Babilas a Dafne para aniquilar allí el culto a Apolo. Poco a poco todas las iglesias querían tener sus propias reliquias de mártires y finalizando el siglo VI casi todas ellas las tenían.
Las reliquias no sólo se necesitaban para la «gloria de los altares». Los cadáveres santos protegían también contra todo tipo de diabluras y defendían contra infinidad de males. Por eso los gobernantes, las comunidades y particulares deseaban tenerlos.. Las reliquias desempeñaron también un papel en la conclusión de los tratados, se hicieron juramentos en su presencia y sobre todo se las llevó en la guerra. En casos de guerra o de pestes era de gran ayuda los cadáveres santos, los esqueletos y reliquias santas. El padre de la Iglesia Teodoreto , el primer teólogo del culto cristiano a las reliquias, escribía que el más pequeño trozo de una reliquia tenía el mismo efecto que ésta completa (luego lo mismo se diría de la hostia consagrada).
Crearon la categoría de las reliquias de contacto, en virtud de la cual cualquier objeto que estuviera en contacto con una reliquia, sobre todo con la tumba de los santos, se convertía asimismo en reliquia cuando la fuerza sobrenatural de la auténtica pasaba a la ahora ya auténtico.
María quedó fuera de esta práctica hasta el siglo V; es a finales del siglo IV cuando se construye la primera iglesia dedicada a María en Roma. Es en el Concilio de Éfeso cuando Cirilo logra imponer a base de sobornos el dogma de la maternidad divina de María y cuando se pasa al culto de María. El culto cristiano a las reliquias guarda una relación de dependencia inseparable con el culto a los mártires y a los santos. Y con el peregrinaje para llegar hasta ellos. Los viajes a los llamados centros santos por motivos religiosos. La idea de que la divinidad se manifiesta en determinados lugares con preferencia a otros. El paganismo, el judaísmo y los celtas conocieron las romerías.
18.- Indulgencias
El 31 de octubre de 1517 clava airado en el pórtico de la iglesia local Lutero, el hasta entonces monje de la orden de los agustinos, desconocido -al menos fuera de Wittenberg-, 95 tesis contra el comercio de indulgencias dentro de la iglesia. El panfleto, escrito en latín, del profesor de teología de «Leucorea» -universidad fundada recientemente por el príncipe elector sajón, Friedrich el Sabio-, despotrica de manera enérgica contra el santo padre de Roma, que sanciona esta costumbre de comprar literalmente a los cristianos arrepentidos los pecados en nombre de nuestro Señor: «Cuando el dinero suena en el cepillo, escapa el alma del purgatorio», predica el traficante papal de indulgencias Johann Tetzel por todo el país.
La indulgencia se basa en una complicada construcción teológica: Es cierto que al cristiano arrepentido se le perdonan los pecados por la confesión; la confesión le libra del infierno. Pero quedan algunos castigos por los que el arrepentido debe purgar, tras su muerte, antes de ser admitido en el cielo. Estos castigos o penas puede el creyente borrarlos también totalmente o en parte en vida mediante las buenas obras, por ejemplo mediante peregrinaciones o ayuda al prójimo. La denominada remisión de pecado puede también ser aplicada al muerto de modo representativo, para que así alcance con más celeridad el cielo. La Iglesia posee el derecho de extender la bula a este fin.
En la época de Lutero el Vaticano comercializa la indulgencia para llenar las arcas de la Iglesia : en lugar de realizar una obra buena para librar a las almas del purgatorio, quien obtiene indulgencias puede conseguir el mismo resultado con dinero, sencillamente comprando una bula autorizada por el papa.
Por mandato del santo padre y de los obispos del país recorren locuaces predicadores Alemania, como el dominico Tetzel, tratando de aflojar el bolsillo a la gente sencilla con la promesa de la bienaventuranza eterna para su padre o su madre; el negocio resultaba muy lucrativo en una sociedad en la que, como la de la prerreforma, la conciencia de culpa y pecado estaba muy extendida, como ocurre con la angustia ante la condenación eterna en la Edad Media tardía.
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