El cristianismo se considera desde antiguo como una religión que se asienta y basa en hechos históricos de Dios, y de ellos se habla en el viejo y nuevo Testamento, entre ellos las historietas de que Dios creó el mundo, sacó a Israel de Egipto y resucitó a Jesús de entre los muertos. Hoy, por […]
El cristianismo se considera desde antiguo como una religión que se asienta y basa en hechos históricos de Dios, y de ellos se habla en el viejo y nuevo Testamento, entre ellos las historietas de que Dios creó el mundo, sacó a Israel de Egipto y resucitó a Jesús de entre los muertos. Hoy, por los estudios llevados a cabo, sabemos que el marco histórico de los libros del Antiguo Testamento es ficticio, el Israel bíblico un invento y el Moisés huyendo de Egipto, cruzando el Mar Rojo y pastoreando a sus seguidores por el desierto simples leyendas tardías.
Desde años y siglos nos vienen hablando de un Dios vengativo, guerrero, que induce y mueve al hombre a participar en costumbres bárbaras, del GAL, a acciones chorreantes de sangre. Y ése «que no tiemble tu brazo», endilgado al hombre por boca de ese Dios macabro y sanguinario, se convierte en doctrina, receta y dogma, en anhelo cristiano infundido a machamartillo y con miedo de infierno: «Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, todo fue entregado al filo de la espada». La maquinaria bestial del exterminio ha proseguido con el cristianismo a lo largo de la historia, más cuanto mayor fue allí el papel de la religión y el cristianismo. El Dios se convirtió en cruzadas contra ateos y musulmanes, en Inquisición con tortura, potro e intolerancia en defensa de la verdad divina y en el 36 en putsch militar, que convierte colegios religiosos en campos de concentración y muerte y a curas y monjas en brazos de exterminio y venganza; luego, con los años y la reflexión, convierte a algunos de ellos en beatos y santos. Son sus héroes y representantes.
La exigencia y reclamación de la tolerancia no partió de las Iglesias cristianas sino de un puñado de humanistas, con poco éxito y mucho padecimiento al inicio, pero que históricamente se ha impuesto en contra de esas Iglesias cristianas. La intolerancia es un signo distintivo de la religión cristiana. Lo decía Karl Barth: «Ninguna frase más peligrosa que ésa de que Dios es el único, y de que nadie hay semejante a él». Frase de legionario de Cristo y de apaleamiento al contrario. La intolerancia de la doctrina cristiana es ontológica, no puede ser otra cosa. Tolerancia significa reconocer la dignidad del hombre sin tener que apelar a Dios. El Dios del cristianismo es un Dios celoso, que reclama obediencia y la postración del hombre ante él. «Yo soy tu Dios y tú eres un cadáver ante mí.»
El papa y los obispos son las columnas, que hoy portan esa intransigencia cristiana, como lo demuestra una vez más el caso de José Antonio Fernández, un cura casado y con cinco hijos que ejerció como docente en varios institutos en los años noventa hasta que la Iglesia católica le retiró el beneplácito para ejercer. Fernández se ordenó cura en 1961 y pidió la dispensa del sacerdocio en 1984, pero no le fue concedida hasta 13 años después. Para entonces, ya llevaba 12 años casado por lo civil y tenía cinco hijos. En ese tiempo también se había convertido en profesor de Religión: lo fue desde 1991 a 1997 en varios institutos murcianos, tiempo durante el que su situación de cura (aún lo era oficialmente para la Iglesia) casado no fue un obstáculo. Lo fue cuando esa situación se hizo pública: el 11 de noviembre de 1996, José Antonio apareció fotografiado en un medio de comunicación junto a toda su familia en un acto del Movimiento Pro Celibato Opcional, del que es miembro.
No hace mucho se preguntaba un famoso exegeta protestante, el profesor Gerd Lüdemann, ¿por qué un profesor de teología debe ser creyente? Parecida a la pregunta que se hizo Suárez en su tiempo con sorna: «¿Cómo es posible enseñar física nuclear en euskera?». El profesor de física nuclear José Ramón Etxebarria le contestó al momento: muy sencillo, sabiendo física nuclear y euskera. Un profesor de teología para impartir clases debe saber teología, lo mismo que José Antonio para dar clases de religión. El impartir clases a otros requiere ciencia, conocimiento y dominio de la materia, no obediencia, ni sumisión ni mentira. A la vista de la inconsistencia histórica de las afirmaciones centrales de la Biblia no hay razón convincente y de peso para ser hoy cristiano.
«Desde hace más de 30 años, y amparándose en los acuerdos entre España y la Santa Sede, los obispos han rescindido la idoneidad a cientos de profesores por cuestiones como tomar parte en una huelga legal, vivir con una persona sin contraer matrimonio o casarse con un hombre divorciado. Estos profesores siempre han denunciado su indefensión ante posibles arbitrariedades de la jerarquía católica… Los despidos de profesores de Religión católica de colegios e institutos públicos que decide la jerarquía eclesiástica han originado cientos de sentencias y varios millones de euros en indemnizaciones, la mayor parte de las cuales las ha pagado el Estado, que es finalmente el empleador».
La bestialidad humana, sus bajos instintos, su intransigencia y cortedad, ha dejado huella y testamento en la historia en forma de pacto con la divinidad. La religión, el cristianismo y su doctrina portan todavía hoy su sello macabro y su intolerancia, fantasías de exterminio.
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