Fernando Martínez Heredia es parte de la iconografía cubana de la Revolución. Por ello se le puede encontrar en el poema famoso de Roque Dalton, donde aparece ante la admiración del poeta como joven filósofo en medio de un torbellino de tos, y en el machón de Pensamiento Crítico, acaso el más grande empeño de […]
Fernando Martínez Heredia es parte de la iconografía cubana de la Revolución. Por ello se le puede encontrar en el poema famoso de Roque Dalton, donde aparece ante la admiración del poeta como joven filósofo en medio de un torbellino de tos, y en el machón de Pensamiento Crítico, acaso el más grande empeño de los años sesenta por conseguir un marxismo abierto al tiempo que cubano. Siendo fiel a esa inspiración, acaba de recibir ahora el Premio Nacional de Ciencias Sociales, para general euforia de todos los que encuentran en él un canon de dignidad intelectual.
La obra de Martínez Heredia es el testimonio de cruentas batallas, de algunas victorias y otras tantas derrotas. Ha retomado al Che de los sesenta, aquel que defendía tanto el compromiso como la libertad del intelectual y la radicalidad del pensar propiamente anticapitalista. Ha contribuido decisivamente a significar la vocación crítica propia del marxismo, al punto que el marxismo cubano posterior a 1959, el que verdaderamente vale la pena, tiene en él, en su obra y en los proyectos que ha animado, buena parte de su mejor historia. Ha trazado el mapa de América Latina, y del conjunto de acumulaciones, provenientes de las rebeldías culturales y las desobediencias políticas, que serían la génesis de los cambios que hoy vive y está por vivir el continente. Ha propuesto una intelección de Cuba y de su revolución, que permite no solo comprender las claves de la resistencia cubana, sino que constituye en sí misma un programa político sobre el socialismo, no meramente a defender, sino también a re-crear.
En la lectura de sus textos, y en la escucha de sus infinitas intervenciones, se ha formado más de una generación de jóvenes intelectuales que reconocen en él una inspiración política y un magisterio intelectual.
De hecho, su obra, más que un pensamiento político se trata de una política hecha desde el pensamiento. Una política de intervención, a la manera en que la nombraba Pierre Bourdieu, sobre la realidad. Para decirlo mal, su obra debería ser admonitoria de los deberes de los intelectuales hacia la política y de la política hacia los intelectuales. O, para decirlo acaso correctamente: sobre la afirmación política del perfil del intelectual como ciudadano.
Fernando protagoniza el heroísmo del «hombre en situación», del que hablara Jean Paul Sartre. Alguien decía que el principal icono de la Edad de Piedra sería el hacha, como de la era Moderna sería una tuerca, como de la contemporaneidad una lata de Coca Cola. Si alguien quiere comprender también qué ha sido del intelectual en Cuba después de 1959, y cuál es la profesión de fe hacia la Revolución de esa zona de la cultura y la política cubanas que representa Fernando, escójase su tos y sus ensayos. Muchas cosas nos dirán sobre nuestro futuro, para aquellos que entendemos que la revolución -y no las reformas ni los pactos ni las mediaciones- siguen siendo el horno de toda libertad.