Introducción La obra de Carlos Marx es enorme y compleja para abordarla en unas cuantas líneas. En este escrito quisiera retomar una pequeña parte para intentar examinarla como una herramienta de análisis de la nuestra realidad, o para leerla críticamente, y que por otro lado, nos sea útil. Pretendo ver un síntoma común en nuestra […]
Introducción
La obra de Carlos Marx es enorme y compleja para abordarla en unas cuantas líneas. En este escrito quisiera retomar una pequeña parte para intentar examinarla como una herramienta de análisis de la nuestra realidad, o para leerla críticamente, y que por otro lado, nos sea útil. Pretendo ver un síntoma común en nuestra sociedad sin desprenderse de las relaciones económicas, es decir, quisiera retomar esa pequeña parte cuando refiere a la que podría ser la teoría critica del fetichismo (de la mercancía) y su antecedente a la que llamó alienación o enajenación. Dentro del estudio del análisis socioeconómico, el fetichismo tiene una relación íntima e inseparable entre lo económico, lo social, lo político y lo cultural, y para esto, voy a tratar de abordarlo desde algunos elementos (aunque posiblemente resulte limitado) que nos explica Marx pues él es el portador de tales categorías, y que claro es su aportación más original. Cabe decir que alienación es tomada de Hegel por Marx para utilizarla en sus estudios. Sin más, lo intentaré desde la crítica del fetichismo, al mismo tiempo que el de la enajenación (categorías que guardan muchas semejanzas) y lo trasladaré hacia lo social, de esta manera voy a dar ejemplos de análisis para situarla. Es decir, pretendo abordar el tema haciéndolo explícito en la teoría crítica, en la que salgan a relucir las cuestiones de la ideología y la problemática de la vida cotidiana. Uno de los temas que me referiré es a la que estoy trabajando en el proyecto de investigación de tesis: el jazz.
Elementos de fetiche y enajenación
El fetichismo y la alienación son dos categorías que estudió Marx para analizar el régimen social del capitalismo. Como dije al principio, es solo parte de la obra extensa y compleja, y que al retomarlas, me resultan importantes y necesarias para lo que quiero intentar aquí. Debo partir de que las categorías mencionadas las fue utilizando a lo largo de su obra, por ejemplo, la categoría de alienación es la que emplea en su fase temprana. Esta es retomada de Hegel, pero que Marx le da otro sentido a su significado, sin dejar de lado su cualidad que aquel le dio a la categoría. Después, en el análisis de Marx, aparecería la categoría de fetichismo.
El luchador social argentino e investigador de la UBA Néstor Kohan, menciona que las categorías fetichismo y alineación (esta categoría a veces la identifica con enajenación) desde muy tempranamente las fue utilizando en su obra, inclusive las crea y las estudia de manera indiferente en sus estudios sobre el mundo capitalista, por lo que debemos decir que es todavía más compleja estudiarla. Entonces, según Kohan, la categoría de fetiche aparece por primera vez en el artículo «Debates sobre la ley castigando los robos de la leña», un escrito de 1842 (Kohan, 2007: p. 98). En el que menciona o utiliza la categoría, tal parece que por primera vez. En este sentido me parece interesante abordar directamente el texto en el que hace alusión a dicha categoría, para dar un seguimiento. Veamos, citando el mismo párrafo de Kohan, cuando refiere a que «La provincia tiene el derecho de crearse dioses, pero, una vez que los ha creado, debe olvidar, como el orador de los fetiches, que se trata de dioses salidos de sus manos» (ibíd.). Debemos identificar que fetiche, Marx lo identifica como lo hecho por la mano del hombre, de hecho la palabra «fetico», según Kohan, significa «hecho de la mano del hombre» (Ibid.) Este primer acercamiento es importante para ir identificando, en primera instancia, lo que podría ser a fondo el significado de fetiche.
En otro momento, pero en sus investigaciones iniciales, Marx utiliza la palabra enajenación, que posiblemente sea antes de los Manuscritos, en este caso para estudiar el tema del amor, aunque también se refiere a una profunda, interesante y dura crítica a la religión, que va en el mismo sentido. Pareciera que la categoría de enajenación la utiliza de manera similar al de fetiche, sin embargo, el significado adquiere cierta cualidades propias que posiblemente las distinga, pero que también muestra sus semejanzas. La palabra enajenación, por ejemplo, etimológicamente proviene de la palabra latina alienatio, que significa «lo ajeno, lo extraño a uno, lo otro, lo que no es uno» (Ander-Egg, 1987: p. 29). Esta categoría se usa de manera indistinta entre alienación o enajenación. Y esta definición es, de hecho, significado de Marx, como veremos más adelante.
El tema del amor aparece en uno de los textos filosóficos reunidos en un trabajo titulado La sagrada familia, escritos por Marx y Engels, en donde reúne varios escritos hechos entre los años de 1843 y 1844. Por ejemplo, citemos un pequeño párrafo: «Mediante este sencilla manipulación, transformado el predicado en sujeto, es posible transformar críticamente todas las determinaciones esenciales y todas las manifestaciones de la esencia del hombre en algo no esencial y en enajenaciones de la esencia» (Marx, 1967: p. 86). Esto parecer ser que es el momento en que empieza a utilizar la categoría de enajenación en sus estudios. En el capítulo IV de la citada obra, tiene un subapartado en el que lo titula precisamente El amor, en el que hace una crítica y análisis a la propuesta de Edgar sobre todo por la manera en como concibe la cuestión del amor, que según éste ha estudiado y es conocedor del tema, por lo que Marx le va a refutar, ya que en el fondo lo que hace que darle material a la crítica crítica para refutar su postura. Para Edgar el amor lo asimila como una pasión, y por lo tanto resulta peligroso intentarse en ese sentido por el estado de pasión que provoca. Dice Marx al citar a Edgar: «El amor…es un dios cruel, que, como toda deidad, aspira a adueñarse del hombre en su totalidad y no se da por satisfecho hasta que éste no le ha sacrificado, no solamente su alma, sino también su yo físico. Su culto es la pasión, y el punto culminante de este culto el sacrificio de sí mismo, el suicidio» (Ibíd., pp. 86-87). Lo que le critica a Edgar es que al amor lo ha convertido en un ser abstracto o en un dios, que a mi parecer, eso es un principio de una enajenación del individuo al situarlo en un ser con características y decisiones propias, o en un objeto, y que Marx trata de analizarlo en ese sentido. Edgar, dice Marx, ha convertido al amor en un dios, pero no en un dios cualquiera, «sino en un ¨dios cruel¨, haciendo del hombre enamorado, del amor del hombre, el hombre del amor,(1) para lo cual separa ¨amor¨ del hombre como un ser aparte, y lo sustantiva en cuanto tal» (ibíd.). A este grado, lo que le refuta Marx, es que Edgar ha situado al amor, no solo otorgándole la categoría de objeto, sino que le ha asignado un carácter de objeto que se mueve, con vida propia, que es un objeto determinado y real, externo al propio hombre de donde salió o de su propia creación, ligándolo fuera de él y sometido o debajo de él (Ibíd). Pero no solo está colocado o sometido fuera del propio creador, sino que permanece en el interior del mismo. Pero al mismo tiempo, dice Marx, con esta interpretación de Edgar, es que el amor ha convertido al hombre en objeto y dándole vida al amor teniéndolo como otro hombre. Que trata de satisfacer sus sentimientos egoístas (ibíd., p. 87).
El grado de interpretación de Marx es interesante, y me parece que su análisis va en el sentido de convertir lo abstracto en objeto, pero a su vez este objeto sustituye al sujeto, y este último es el hombre (o la especie humana). El hombre vive un grado de enajenación, al ser sustituido por su propio producto salido de la mente y de las manos.
El amor abstracto y creado como un dios deja de tener alguna semejanza con la realidad. Es posible que por esta cualidad, el amor en occidente siempre muestre una actitud que lleva a múltiples conflictos en la especie humana. Es decir, el amor al ser considerado un ser abstracto y producto de la mente de la especie humana, incluso despegado de él, conlleva a que esté ligada especialmente al sufrimiento. Muchas veces las relaciones entre hombres y mujeres, o como sea el caso, viven con la idea de que si no existen conflictos no puede considerarse que exista amor. Esto es posible porque el amor se ha considerado como una pasión, que persigue como una ley divina, que al no ser producto de la realidad en la que vive la especie, se conflictua en múltiples casos. Pero el amor, ligado a la pasión, se interna en un sentimiento que persiguen las personas que supuestamente se atraen, pero que muchas veces están alejados físicamente, o en otros términos, en la ausencia. La ausencia es lo que coloca el grado de abstracción en el amor. El amor, más bien, debe ser una realización, en la presencia de las personas, en la vida concreta y cotidiana, y en sus múltiples expresiones, tanto en lo cultural y político como económico. En sus contradicciones concretas y reales se puede construir la cuestión del amor, que puede llevar a una posible convivencia, sin estar ligado al sufrimiento, o por lo menos no en el sentido de que sea algo determinante o algo subordinado o por encima de la felicidad.
Por otro lado, la cuestión de la alienación y/o enajenación aparece poco después más detallada, en cuanto a su compresión de su significación sobre la realidad, en los Manuscritos económico filosóficos de 1844, en los que amplía dicha categoría pero para analizar el trabajo enajenado. En el presente trabajo Marx lo separa en un apartado en el que amplía la categoría y lo titula precisamente Trabajo enajenado, en él muestra que en base a la economía política, el obrero degenera en una mercancía, pero no en cualquier mercancía, que es importante decirlo, sino en aquella de las más miserables de las mercancías, pues la miseria y el envilecimiento están por bajo del poder y la magnitud de la producción (Marx, 1984: 67). Esto es interesante porque nos muestra el principio de enajenación del obrero, que parte necesariamente bajo el poder del capital en su versión a través de la producción de las mercancías. El obrero como mercancía, no se encuentra ni siquiera a lado del resto, valga la redundancia, sino la más vil y desamparada de las mercancías. De esta manera, o al considerarla en este sentido, tiende a cambiar la concepción entre las personas, unas que son las propietarias de esta producción y otras a las que no lo son, pero que a éstas son a las que se les ha despojado de lo poco que podrían tener: su fuerza de trabajo. Marx en este apartado trata de analizar, y por lo tanto comprender, la relación que hay «entre la propiedad privada, la codicia, la separación de trabajo, capital y la desvalorización del hombre, monopolio y competencia» (Ibíd., p. 68), y la relación de toda ésta enajenación con el sistema monetario (Ibíd). De ahí que destaque el estado de enajenación del obrero, o como dice, la desvalorización del hombre. En ese estado de enajenación, se da en cuanto que el hombre, dentro de una fábrica o un establecimiento en el que labora, lo inserta en este estado extraño, que se deriva en cuanto que se hace más pobre al hacerse más productivo. Y entonces el trabajo del obrero, consiste en dos cosas que se resultan del mismo, por un lado, produce mercancías, las cuales son del interés del capitalista o propietario, por el otro, produce al obrero que a su vez lo forza a ser una mercancía más de entre el arsenal de mercancías, por usar un término del propio Marx. En este sentido lo que expresa, en alusión a las palabra de Marx, es que «el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en objeto, que se ha hecho cosa; el producto de la objetivación. La realización del trabajo es su objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la economía política como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación» (Ibíd., p. 69). En este sentido me remitiría a pensar en algunos ejemplos.
El primero lo puede ejemplificar precisamente el cine. Partamos de la película del realizador Elio Petri: La clase obrera va al paraíso en el que intenta hacer un análisis o lectura crítica sobre las condiciones laborales que tienen los trabajadores en las fábricas. En el film recrea la historia de un obrero modelo que, debido a un accidente que le perturba su existencia, se distancia del patrón y se organiza junto a los obreros para buscar mejores condiciones laborales. Destaca como el principal personaje siempre está pensando en términos de producción desde el inicio del día, inclusive sueña con ello. Su vivencia en la fábrica, muestra al personaje (Lúlu) destacando en su labor al asimilarse a la máquina e intentar realizar una gran producción. Trabaja sin cuestionarse nada y obedeciendo lo que le dicen los supervisores. Los supervisores asimilaban a los obreros a las máquinas y por lo tanto son considerados una mercancía, que da a entender que se consideraban incluso ellos mismos máquinas de producción que presionaban a otras máquinas de producción, es decir, a los obreros. Se destaca el grado de enajenación del obrero en la fábrica. La subordinación del hombre a la producción, pero no solo eso, se destaca la conciencia que adquiere el obrero sobre el estado de enajenación, por lo que lo lleva organizarse y movilizarse; y unas de las primeras demandas es la abolición del trabajo a destajo, la reinstalación de trabajadores que habían sido despedidos como el propio Lulú, entre otras. La película, aunque filmada en 1971, se centra en el contexto de los años sesenta, un momento de crisis capitalista mundial, en el cual se expresa el malestar y las revueltas, que no solo para los trabajadores europeos sino también para los estudiantes universitarios. El conjunto que está detrás, es la organización social capitalista, se destaca no solo el estado de enajenación, sino la concientización de los obreros a través de la lucha, e inclusive muestra los derechos ganados por los trabajadores que con base a una organización bien planeada es posible obtenerlos.
Otro ejemplo podría ser mi propia experiencia en las fábricas. Mi experiencia como obrero me lleva a entender, digámoslo así, objetivamente el estado de enajenación que se encuentra un trabajador en una fábrica. Y en ese sentido, es muy interesante cómo Marx pudo hacer este análisis tan sorprendente, cuando lo viví directamente y sin conocer la obra de éste gran pensador y revolucionario. En una fábrica de calcetas deportivas estuve laborando durante un tiempo. Este tiempo fue suficiente para saber las condiciones en la que muchos obreros tuvimos que soportar las jornadas de ocho horas diarias de trabajo para ganar solo un salario mínimo (y mísero). El trabajo consistía en trasladar las partes de calcetas a diferentes máquinas para que completaran la pieza, pues cada una de ellas produce sólo una parte y había que trasladarla a otra para que diera el siguiente paso productivo y que finalmente quedara terminada. Las maquinas trabajaban sobre un ritmo de producción, que era muy acelerado. Y cada trabajador tenía que estar a la altura de este ritmo. Muchas veces no alcanzábamos a cubrirlo. Lo cual nos ganábamos el regaño, inclusive la humillación del supervisor, o finalmente el despido. Dependíamos de la producción de las máquinas, estábamos justamente subordinados a ellas que en nada nos parecía familiar, ajeno y a la vez despreciable, pues todo el ambiente en el que no teníamos descanso hasta que había un breve descanso a la mitad de la jornada, nos perturbaba la existencia. Después de la jornada era la alegría para muchos de los obreros, porque habíamos salido de un lugar que nos hacía mucho daño tanto física como mentalmente. Pero esto volvía al día siguiente cuando iniciábamos nuevamente la jornada laboral. Esto se repitió en el tiempo que estuve en la fábrica, obligado porque era el único medio de subsistencia hasta ese momento.
Por último, quisiera poner otro ejemplo de mi experiencia en otro lugar en el que viví el trabajo enajenado. Hace algunos años trabajé en las tiendas departamentales de Sanborns. Una cadena de tiendas y cafeterías que se fundó en México a principios de siglo XX, precisamente por los hermanos estadounidenses de apellido Sanborns. Tiene una larga trayectoria como empresa dedicada a la venta de mercancías. Hoy se ha convertido en un gran negocio y lugar donde consume la elite, tanto de la llamada clase media como la que no lo es; una parte de la elite académica en ocasiones se reúne ahí, creyendo que se atiende y se sirve de lo mejor, posiblemente tengan razón, pero no del todo, pues mucha de la comida que se sirve a los consumidores, una parte es el sobrante que dejó un cliente anterior. Este fenómeno es constante en estos restaurantes. Por ejemplo, los supervisores obligan a las meseras o meseros a que regrese la comida a los recipientes para que nuevamente sea servido a los nuevos clientes, no se desperdicia nada o se aprovecha todo. Esto lo vi cuando laboré en dicho lugar, muchas otras cosas más podría destacar, pero no tiene caso. Los trabajadores no estamos exentos de vivir en un estado de enajenación. Teníamos que cumplir una jornada de ocho horas diarias; y por semana se cambiaba de turno, la cual había que rolar en diferentes horarios: en la mañana, en la tarde o en la noche-madrugada. No había problemas en la mañana e incluso en la tarde, pero en la noche-madrugada teníamos que arriesgarnos a salir sin conseguir transporte, lo que nos dificultaba llegar a nuestra vivienda. La empresa no se responsabilizaba en conseguirnos un transporte, ni de nada que no fuera con cumplir con su horario de trabajo puntualmente. Había una tarjeta que pasábamos por la checadora que marcaba el horario de entrada y salida, era un medio de vigilancia y les servía también para hacer los descuentos pertinentes por si llegábamos tarde o de plano si no asistíamos. Si llegaba alguno de nosotros tarde, se le descontaba al sueldo, de por sí mísero. Se nos obligaba a pagar la comida, que como vimos con lo que hacían con ella, no era de nuestro agrado. Éramos obligados a tratar a los clientes con amabilidad, aunque algunas de ellas eran sumamente prepotentes y mal educadas. En el ambiente se da una serie de cosas que sólo son aparentes, y por lo tanto mediocres, mostrando lo bonito y armónico de las cosas, pero que del lado del trabajador, provocaba sentimientos encontrados, de resentimientos y de extrañez, que se debía, entre otras muchas cosas, desde el mísero pago, hasta soportar a la élite consumidora de la que no nos sentíamos identificados, pues teníamos que poner una cara o una actitud que no era nuestra forma de ser. Este grado de subordinación, al menos en mi particular forma de verla, me provocaba ese sentimiento de extrañez, conmigo mismo y con el ambiente que laboraba.
Regresando a la teoría del fetichismo y la enajenación de Marx. En los Grundrisse continuó desarrollando el cuestionamiento del fetichismo, pero lo hace ahora por el fetiche del dinero. En Los elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, sobre todo en el capítulo II, que lo llama capítulo del dinero, en el que lo divide en un subapartado titulándole «El dinero como relación social», Marx habla de la dependencia de los individuos indiferentes entre ellos pero bajo una relación social común que se expresa en el valor de cambio (Marx, 2005: p. 84). Es decir, el individuo está, digámoslo así, sometido a producir un producto universal, que se persigue bajo la forma de valor de uso o en otros términos bajo la forma de dinero, como resultado de la forma considerada por si misma o aislada del valor de cambio. De ahí que priorizar esta forma de relación social, lleva a que el individuo, quien posee los medios, adquiera poder por medio de este valor de cambio o dinero, marcando unos sobre otros este poder que ha adquirido debido a las riquezas sociales que acumula esta relación. Y en ese sentido «su poder social, así como su nexo con la sociedad, lo lleva consigo en el bolsillo» (Ibíd). Esta relación marca la división social, que se debe a la persecución de carácter universal del valor de cambio, como resultado de la actividad y del producto de la misma. Marx va a estudiar justamente esta actividad social al cuestionar el estado de fetiche en que se encuentra o provoca una relación social subordinada. Al decir de Marx: «El carácter social de la actividad, así como la forma social del producto y la participación del individuo en la producción, se presenta aquí como algo ajeno y con carácter de cosa frente a los individuos; no como su estar recíprocamente relacionados, sino como su estar subordinados a relaciones que subsisten independientemente de ellos y nacen del choque de los individuos recíprocamente indiferentes. El intercambio general de las actividades y de los productos, que se han convertido en condición de vida para cada individuo particular y es su conexión con otros, se presenta ante ellos mismos como algo ajeno, independiente, como cosa» (Ibíd., pp. 84-85). Este análisis lo desarrolla profundamente Marx, pero estas líneas nos dejan ciertos elementos del estado de fetiche de las relaciones sociales.
Finalmente en El Capital publicado por primera vez en 1867 vuelve a abordar el tema del fetiche, particularmente en el capítulo 1, en el que analiza el fetiche de la mercancía, pero esta vez con una crítica relacionada precisamente con el carácter fetichista de la mercancía. Según Kohan, en la edición posterior, es decir, de 1872, lo revisa y lo modifica para esta edición (Kohan, 2007: p. 98). Lo que hace aquí es darle un espacio aparte pero dentro del mismo capítulo, lo destaca y le pone un título que conocemos como «El carácter fetichista de la mercancía y su secreto», quedando lo que ahora se publica y que muchos de los que nos interesamos en su obra consultamos en el primer tomo, publicado en vida de Marx. Esa parte es la que revisamos. Esta obra se sitúa como la más importante de Marx, debido a que aborda los elementos indispensables para el cuestionamiento del capitalismo(2) como régimen social dominante y su economía política. En el subapartado que hemos anunciado, Marx sostiene en su crítica de la mercancía que desde la acumulación originaria y el intercambio de mercancías, las condiciones de vida de las clases trabajadoras o sectores populares en general, entran en un proceso paulatina de subordinación y concibe las condiciones a estado de cosificación, en donde las mercancías se vuelve personas y las personas cosas. Es decir, y según entiendo, se da una relación de subordinación del sujeto por el objeto. Las mercancías como personas que deciden la vida de sus productores y estos se arrodillan obedeciendo a los primeros. Es digamos un proceso en el que se van imponiendo las condiciones para la dictadura del capital en el que los seres humanos aparecen cosificados. De hecho, en el primer párrafo afirma esta relación de dependencia del producto de la mano del hombre al entrar en un proceso en su estado de fetiche cuando habla de la modificación de la madera en una mesa: «Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se transmuta cosa sensorialmente suprasensible. No sólo mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por la libre determinación, se lanzara a bailar» (Marx, 2005: p. 87). Si bien es una parte importante y el inicio de un proceso de cosificación de las relaciones sociales capitalistas, pero este párrafo nos muestra Marx el principio de cosificación.
En el mundo de las mercancías, que es el mundo del capitalismo, adquiere un carácter de fetiche con el trabajo que guardan las mercancías, pero el trabajo que es producto del obrero y resultado de sus manos. Por eso es que Marx al notar esta relación social del hombre define el fetiche de la mercancía sin despegarse de sus anteriores propuestas, basadas por ejemplo con la religión: «Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación social determinada existente entre aquellos. De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil» (Ibid., p. 89). Me parece importante destacar la cuestión de las relaciones, es ahí donde se da esta fetichización en el que se vuelven cosificadas, pero también las personificaciones de dichas relaciones.
El ejemplo de fetiche de la mercancía lo podemos visualizar con el jazz, tema que desde hace algún tiempo he estado trabajando. La historia del jazz es muy compleja; dentro del tiempo que tiene de vida, de aproximadamente un poco más de cien años, ha tenido diferentes formas de comportamiento. Los años veinte y treinta fue el periodo de auge, creándose un ambiente de una música de consumo de masas al grado de que fue una gran mercancía para la llamada industria del entretenimiento; es en ese momento que surgió la moda de un estilo muy particular, el llamado swing. Los músicos y orquestas como la de Benny Goodman, entre otras, habían adquirido alguna una fama considerable debido al impulso que llevó esta industria del entretenimiento, muchas orquestas crecieron y se consideraban los grandes de la música de swing. Fue la expansión de las llamadas Big Bands, y los músicos dependían de un mercado del entretenimiento, quedaron subordinados a un mercado de consumo, reduciendo su expresión musical a una mercancía. Por eso y en ese sentido que entenderíamos la postura de la Teoría Crítica de la llamada Escuela de Frankfuort, particularmente del sociólogo y filósofo Th. W. Adorno, que partiendo de un análisis crítico desde la psicología del fenómeno musical, menciona existía una especie de relación entre dominado y dominante, y los negros que recién se habían liberado de la esclavitud continuaban aceptando ser dominados, se ocupaban ahora de entretener y divertir a un público blanco (Adorno, 2008), olvidándose prácticamente de la libertad que tanto habían perseguido antes. Su obra, en relación al jazz, siempre tuvo una crítica en este sentido. De hecho, colocó al jazz y los músicos a un estado de enajenación. Mostró que el jazz no fue un arte auténtico pues tuvo una parte importante en el funcionamiento de la industria cultural, y a la vez que los músicos se encontraron dominados por el blanco, al entretener su ambiente, por lo tanto el jazz tenía el objetivo de adoctrinar a la masa y de inculcar un medio de consumo de la industria cultural capitalista. Dice: «Pase lo que pase con el arte en un orden por venir de las cosas, se mantengan o no su autonomía y cosicidad, en todo caso es cierto que la capacidad de uso del jazz no supera la alienación, sino la refuerza. El jazz es mercancía en sentido estricto: su aptitud para el uso no se impone en la producción de otro modo que en forma de su vendibilidad, en contradicción extrema con la inmediatez no meramente de la utilización sino también del proceso laboral mismo» (Ibíd, 2008: pp. 86-87). Pero no todo era en ese estado de enajenación o cosificación, sino también de reflexión ante lo que veían, los músicos de jazz negros llegaban a tocar porque era la posibilidad de encontrar un medio de expresarse, creando un arte que, sin tener una formación musical, puede considerarse un arte serio, sin importarles que fuera parte de una industria de consumo. Era, en todo caso, la vía de sobrevivir en medio de un racismo omnipresente. En ocasiones rechazaron el éxito e intentaron hacer arte que fue reconocido en ese momento y posteriormente. Esto es claro con el surgimiento del be-bop, forma o estilo del jazz revolucionario de los años cuarenta del siglo pasado. Al decir del historiador Eric J. Hobsbawm: «el jazz es importante en la historia del arte contemporáneo porque aportó una forma de crear arte que era distinta de la vanguardia de la alta cultura» (Hobsbawm, 1999: p. 236). Este ejemplo no deja de ser parte de una expresión de alienación y fetiche de la mercancía, pero que es posible salirse de ella cuando la realidad se vuelve muy contradictoria, y más de quienes la viven, como el caso de los músicos de jazz.
Conclusión
La obra de Marx tiene la cualidad de darnos los elementos necesarios para entender y leer críticamente nuestra realidad social del régimen capitalista dominante. A pesar de que por algún tiempo se consideró superada por los ideólogos del capitalismo neoliberal, resulta de gran utilidad en nuestros días para ver de otra manera como fluye la ideología dominante y como esta se materializa en la vida cotidiana. Las categorías de alienación y de fetichismo, fueron algunas categorías que trabajó y los desarrolló dándole Marx (aunque también Engels) un significado propio que, en el caso de alienación, no es de su autoría, pero sí al darle una nueva resignificación. Hemos visto que desde su temprana edad como pensador revolucionario, trabajó dichas categorías para analizar el funcionamiento del capitalismo, por decir de algún modo. Desde trabajos como «Debates sobre la ley castigando los robos de la leña», La sagrada familia, Los Manuscritos económico filosóficos de 1844, hasta El capital, pasando por los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, emplea las categorías de fetiche y alienación, que los utiliza, según yo, de manera indistinta, muchas de sus cualidades son muy semejantes, es por eso que fueron utilizadas de esta menara. Estas categorías indispensables en el análisis socioeconómico, como vimos en los ejemplos que he citado, relacionadas indudablemente en lo político, cultural y social; esto es lógico pues no entran en las posturas teórico-metodológicas burguesas de las llamadas ciencias sociales.
Bibliografía utilizada
-Adorno, Th. W. (2008). «Sobre el jazz» En Th. W. Adorno. Escritos musicales IV. Obra completa, 17. moments musicaux. Madrid: Ediciones Akal.
-Ander-Egg, Ezequiel. (1987). Formas de alienación en la sociedad burguesa. Buenos Aires: Humanitas.
-Hobsbawm, Eric. (1999). Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz. Barcelona: Crítica.
-Kohan, Néstor (2007). Con sangre en las venas. Colombia: Ocean Sur.
-Marx, Carlos; Engels, Federico. (1967). La sagrada familia. México: Gijalbo.
-Marx, Carlos. (1984). Manuscritos económico filosóficos de 1844. México: Ediciones de cultura popular.
-Marx, Carlos. (2005). El capital. El proceso de producción del capital. Tomo I. Vol. I. México: Siglo XXI.
-Marx, Carlos. (2005). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858. México: Siglo XXI.
Notas
1 -Las cursivas son del texto.
2 -Según el historiador Eric J. Hobsbawm, el término capitalismo, empezaba a tener importancia en el discurso de la época, esto se debió a la influencia de la publicación de El Capital de Marx. Antes no era usado. Véase Eric J. Hobsbawm. La era del capital. Critica: Barcelona.
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