A sus 21 años, Fidel Castro le dijo a los compañeros con los cuales recuperó la Campana de La Demajagua: «tomamos la campana, nos vamos a la Escalinata y tocamos la campana, como en La Demajagua. Después que tengamos todo el pueblo allá, lo llamamos a tomar Palacio». Entre los presentes, Alfredo Guevara le preguntó: […]
A sus 21 años, Fidel Castro le dijo a los compañeros con los cuales recuperó la Campana de La Demajagua: «tomamos la campana, nos vamos a la Escalinata y tocamos la campana, como en La Demajagua. Después que tengamos todo el pueblo allá, lo llamamos a tomar Palacio». Entre los presentes, Alfredo Guevara le preguntó: «Bueno Fidel, ¿y después?». «Ya veremos, ya veremos», fue su respuesta.[1] Para 1970, siendo ya un líder de resonancia mundial, contra los cálculos del Instituto de Planificación Física, y contra la opinión del ministro del ramo, a quien destituyó, anunció la realización de una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar, cuyo fracaso fue anunciado en buena parte del mundo como causa de su «inminente» caída.
Por tales actitudes, Fidel Castro recibió, entre otras, la etiqueta de «aventurero» por parte de enemigos, adversarios y, en parte, de sus aliados y seguidores. En 1947 participó en la expedición de Cayo Confites contra el régimen de Trujillo, organizada por un grupo político con el que había tenido graves diferencias en la Universidad de La Habana. Sin querer aceptar las órdenes de dispersión del proyecto insurreccional, propuso a Juan Bosch reunir unos 50 hombres y llevar a cabo, solos, la lucha de guerrillas en Santo Domingo. En 1953 organizó el ataque a dos cuarteles militares, en una acción calificada por los comunistas cubanos de «putchista». En 1956 anunció que en ese año «seríamos libres o mártires», para estupor de los que no concebían ofrecer información sobre una guerra en preparación, y miraban, honestamente, la posibilidad de una guerrilla rural como un acto incapaz de plantear batalla efectiva al régimen. Cuando desembarcó en ese año, y su tropa fue virtualmente aniquilada, persistió en continuar la guerra aun cuando, por un tiempo, el estado de su destacamento fue tan deplorable que Frank País le aconsejó «que saliera de allí» y se marchara para organizar una nueva expedición. Fidel Castro se quedó allí, y dos años después, entró en La Habana en medio de la epifanía popular más grande de la historia nacional.
Con todo, la organización por parte de Fidel Castro de la insurrección en los años 1950, debió poco a la inspiración febril de un aventurero. El joven revolucionario se había formado en la cultura política cubana de los 1940, para la cual la experiencia popular de la república española y el nacionalismo revolucionario mexicano fueron centrales. En 1948 el «Bogotazo» le abrió perspectivas para comprender la raíz social de los levantamientos populares y su fuerza una vez desencadenados. Vio en el Estado oligárquico un gigante con pies de barro, frágil a pesar de sus realidades y apariencias, y albergó la idea de que sin tomar todo el poder era imposible sostener una Revolución.
Su decisión de tomar las armas no fue una elección obcecada. Cuando el golpe de Estado de marzo de 1952, presentó, como abogado, una demanda de inconstitucionalidad contra el régimen de facto. Luego, acudió al Tribunal de Urgencia para reclamar la detención del golpista. Ambas demandas fueron desestimadas. Con esas puertas cerradas, apostó por la estrategia insurreccional, primero en el Moncada y tres años después -con otro interludio en que también probó recursos institucionales- con una guerrilla rural. Antes, Mella y Guiteras, entre otros, habían concebido esa opción, pero en los 1950 fue Fidel Castro el que la recolocó como camino para la toma del poder y la encuadró en una perspectiva política mucho más general con la organización del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7).
El MR-26-7 es una de las creaciones políticas democráticas más sofisticadas de la historia de Cuba, de inspiración cercana al partido fundado por José Martí. Tenía presencia en la Sierra Maestra, en el «Llano» (la clandestinidad) y en la emigración. Supo nuclear a personas muy distintas entre sí, y de muy recio carácter, como Ernesto Che Guevara, Faustino Pérez, René Ramos Latour, Carlos Franqui, Manolo Ray o Huber Matos. Como líder de este movimiento, Fidel Castro consiguió sumarle miembros de organizaciones preexistentes -como del Movimiento Nacional Revolucionario, de Rafael García Bárcenas- y formaciones previas -como Acción Nacional Revolucionaria, de Frank País- y rodearlo de organizaciones que, con más o menos relación pública con el MR-26-7 abarcaban, compartiendo su imaginación, a la casi totalidad de los sectores sociales cubanos: el Movimiento de Resistencia Cívica, el Frente Obrero Nacional, el Frente Estudiantil Nacional, las Brigadas Juveniles y Estudiantiles y el Frente Cívico de Mujeres Martianas. Asimismo, recabó y organizó el apoyo de los emigrados del MR-26-7 en Miami, New York, México o Venezuela.
Desde esa imaginación, no temió hacer alianzas complejas, o deshacer otras. Cada uno de esos actos le trajo críticas. Desde sus alianzas con sectores cívicos, como el acuerdo con Felipe Pazos, o su denuncia del Pacto de Miami. Sin embargo, no renunció a captar el apoyo de ningún sector susceptible de compartir la lucha. A los militares conspiradores les dijo: «Batista ha logrado controlar el Ejército con una docena de incondicionales y asesinos. Los jefes y oficiales del Ejército, pasan, pero la República queda».[2] En 1956 firmó un acuerdo de unidad con la FEU, un año después se mostró crítico ante la forma en que fue organizado el asalto al Palacio Presidencial por parte del Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR-13-M), y en 1958 celebró la creación de una guerrilla de este movimiento en el Escambray. Al mismo tiempo, consiguió tener a su lado representación de la FEU y del partido comunista en la Sierra Maestra.
Todo ello lo hizo desde un norte ideológico preciso: el concepto de «pueblo» ideológicamente más abarcador y políticamente más eficiente de cuantos se manejaron en la fecha en Cuba: «seiscientos mil cubanos sin trabajo, quinientos mil obreros del campo que habitan en bohíos miserables; cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros están desfalcados; cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya; veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas; diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etc., que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida».[3] Esta apelación horizontal hizo que personas como mis abuelos maternos, blancos pobres campesinos sin tierra en Holguín, sin instrucción, como muchísimos otros, afrontaran el peligro de su muerte, y del vejamen de sus hijas, antes de revelar quién les había vendido bonos del MR-26-7. A ese pueblo, Fidel Castro le prometió superar el «republicanaje», como le había llamado Fernando Ortiz al estatus degradado de la república existente, a través de la Revolución. Así lo expresó en 1959: «La Revolución no se podrá hacer en dos días; ahora, tengan la seguridad de que la Revolución la hacemos.Tengan la seguridad de que por primera vez de verdad la Repúblicaserá enteramente libre y el pueblo tendrá lo que merece. El poder no ha sido fruto de la política, ha sido fruto del sacrificio de cientos y de miles de nuestros compañeros. No hay otro compromiso que con el pueblo y con la nación cubana».[4]
Parte de esta historia ha sido despolitizada en una visión seráfica de la misma, que obvia, irresponsablemente, los problemas que enfrentó y generó. El liderazgo de Fidel Castro recibió críticas también desde sus compañeros. Esta crítica se preocupaba por el hecho de que el MR-26-7 no hubiese realizado ningún congreso nacional, conferencia o reunión, durante la insurrección, que pudiendo realizarse en la Sierra, concertara estrategias y programa. Según miembros del propio MR-26-7: «Nosotros aspiramos a que Fidel Castro, que es la personalidad más fuerte y capaz y el mejor guerrero revolucionario, sea un líder y no un caudillo. Más allá de su voluntad personal y de la nuestra y del Movimiento, ello dependerá de que erradiquemos el pasado y todas sus causas económicas, políticas, sociales, militares y culturales.»[5] También dentro del DR-13-M existieron preocupaciones «por el caudillismo de Fidel».
Fidel Castro respondió a esas críticas con palabras rotundas: «Estoy harto de que se confundan los sentimientos de uno. No soy un vil ambicioso. Ni me creo ni quiero ser caudillo, ni insustituible ni infalible. Me importan un bledo todos los honores y todos los cargos (…).»[6] En sus funciones como estadista, las que ejerció con entero poder en Cuba por cinco décadas, mostró una determinación también rotunda por la conservación del poder. Lo hizo de un modo muy propio: en los inicios de la Revolución incorporó al antiguo partido comunista cubano a los primeros planos de la dirección política, contra la opinión de varios líderes insurreccionales, pero también determinó su lugar a través de procesos como «el sectarismo» y «la microfracción». Asimismo, integró al DR-13-M al proceso revolucionario de modo subordinado -en diciembre de 1958 lo había considerado «un grupito cuyas intenciones y cuyas ambiciones conocemos sobradamente, y que en el futuro serán fuente de problemas y dificultades»[7]-, pero en 1964 ante el peligro real de una degollina entre revolucionarios (en ocasión del «Caso Marquitos») aseguró que «esta Revolución es más grande que nosotros mismos» (esto es, más grande que los grupos revolucionarios), y que la Revolución, como Saturno, «no podía devorar a sus hijos», y evitó así males mayores. Con similar determinación, iría especificando los espacios de crítica y contestación que resultarían aceptables «dentro de la Revolución», y generó por ese camino un campo no menos amplio de críticos y enemigos.
En su entrevista, Herbert Mathews presentó así al líder guerrillero: «Castro (…) tiene mentalidad más de político que de militar. Sus ideas de libertad, democracia, justicia social, de necesidad de restaurar la Constitución (de 1940), de celebrar elecciones, están bien arraigadas. También cuenta con sus propias teorías económicas, que quizás un entendido consideraría pobres.»[8] En los 1960, Fidel Castro repetía que «es cinco veces más difícil desarrollar un país después de la Revolución que tomar el poder.»[9] La zafra de 1970 fue un gran error «económico», pero no fue el único: antes y después fueron cayendo en bancarrota los planes de producir arroz, café, ganado («cinco reses por hectárea»), y hasta una vid cubana para elaborar vino, proyectos que no tuvieron ningún éxito duradero, como sí tendría luego su impulso a la biotecnología. Sin embargo, lo que hizo posible la «locura colectiva» de la zafra del 70 se encontraba en un hecho anterior de impacto radical para Cuba y América Latina: la reforma agraria.
Fidel Castro convocó a «la zafra de los diez millones» confiando en una fortaleza popular de la Revolución: lo que entonces era llamado la «transformación cultural del hombre». Antes de 1959, en Pinar del Río, los «peones» daban la diestra al «don» cada mañana y le pedían «la bendición». En zonas de Camagüey, los monteros y los peones eran encerrados bajo candado luego de la comida de la noche. El general Eugenio Molinet tenía a su disposición toda la población femenina de sus dominios: «hacía la barriga» y luego casaba o «juntaba» a la mujer con cualquier campesino.[10] En esa vida de muerte, los bueyes eran «prestados» y la comida era «fiada». Fidel Castro interpretó bien este hecho cuando en el discurso en el que anunció el fracaso de la zafra dijo también: «las razones por las cuales un número de trabajadores hace esfuerzos extraordinarios no son las razones del pasado, que eran el hambre y la muerte, sino el honor». En la misma Cuba en que apenas una década atrás se podía escuchar este verso popular: «yo no tumbo caña, que la tumbe el viento, que la tumbe Lola, con su movimiento», muchísimos cubanos fueron a cortar caña y hacer los trabajos de la zafra. Los que participaron de ella no podrán olvidar la frase «cómo no va a llorar si se lo llevan pa´ Camagüey», pero es difícil imaginar que fueron arrastrados a ello por el «hambre y la muerte».
En 2008, cuando los cargos estatales de Fidel Castro fueron ocupados por su hermano Raúl, Cuba importó 2.500 millones de dólares en alimentos. Hasta hoy, la inseguridad alimentaria, la dependencia de un número reducido de productos y servicios y su mayor concentración en un número determinado de países, así como la crisis no superada de la agricultura, siguen siendo dilemas muy graves a resolver en la reestructuración económica del país. Pero los problemas actuales de la agricultura (y de la economía) cubanas tienen más causa en el ineficiente sistema de gestión que en los principios políticos que guiaron la reforma agraria y le otorgaron impulso popular a la Revolución: la propiedad nacional del suelo, el establecimiento de garantías para el trabajador de la tierra, la conquista de la soberanía alimentaria y la ruptura de las relaciones de subordinación del campesinado, hechos que hicieron ver en la reforma agraria (como en la nacionalización de las empresas estadunidenses y en la conversión en derechos de la educación y la salud) nada menos que la conquista colectiva de la nación.
Muchos de los que participaron de aquella zafra (y de otros de tantos empeños similares), lo hicieron teniendo en miras también, muy probablemente, un proyecto nacional capaz de financiar un rumbo autónomo para el socialismo cubano, que hasta la fecha había forcejeado por mantenerse fuera de la órbita tanto estadounidense como soviética. En los 1960, los créditos soviéticos habían generado un desbalance comercial con ese país y crearon así presión hacia la política revolucionaria. El aumento de la deuda con los soviéticos pareció preocupar más a los cubanos que al gobierno estadounidense, «que confiaba más en Khruschev que en Fidel Castro».[11] Los apoyos a las guerrillas latinoamericanas, y luego a procesos ideológicamente diferentes al curso que siguió el proceso cubano, como la Unidad Popular chilena y el sandinismo, fueron maneras de buscar aliados para sostenerse mutuamente en un rumbo independiente. Después de 1971, aun cuando la relación no fue tan sencilla como la de un «satélite» soviético, el signo de esas relaciones cambió, y aumentó significativamente el nivel de influencia soviética en Cuba, con sus soportes económicos y sus pésimas prácticas políticas.
Si solo la verdad es revolucionaria, tampoco aquí hay que «sublimar» los errores ni las «necesidades del contexto», ni hacer, como es tan común, de la necesidad, virtud. La zafra de 1970 no fue solo un error económico, o un intento de conservar un rumbo antimperialista propio. Fue también un proceso que permitió gran concentración de poder en el máximo liderazgo. En medio del período de «provisionalidad» -el más largo experimentado en todo el campo socialista en el siglo XX- organizaciones sociales de antigua data y gran prestigio, como la FEU y los sindicatos, virtualmente desaparecieron, fusionados con otras organizaciones, y perdieron poder propio. La Constitución de 1976 se pronunció por institucionalizar el país sobre bases más concertadas, pero consagró ese modelo de gestión concentrado y centralizado del poder, que apenas 10 años después de creado era cuestionado por sus propios formuladores como burocratizado e ineficaz para expandir la participación social. Aún reformado en 1992, su transformación es uno de los más grandes desafíos a enfrentar en la reforma constitucional en curso, con el sentido de la redistribución social del poder, de la conservación y protección de derechos sociales, y de la expansión y garantía de derechos políticos de participación individual y colectiva.
Para grandes mayorías en América Latina, el triunfo de enero de 1959, personificado en la figura de Fidel Castro, fue la hazaña que necesitaba tener el continente para poder mirarse a sí mismo con la dignidad negada durante siglos. Un joven Carlos Fuentes, años antes de romper con el curso seguido por el proceso revolucionario aseguró: «La Revolución Cubana ha devuelto su sentido recto a las palabras: la libertad es la de todos, no la de unos cuantos: el progreso es para la mayoría y no para una casta; la patria no es una palabra de aniversario, sino el esfuerzo diario de todo el pueblo: la soberanía no es una excusa oratoria, sino una lucha concreta por rescatar la riqueza y la dignidad nacionales.»[12] Para millones de personas en el mundo, Cuba no solo fue su propia hazaña, sino también un hogar en el que salvar sus vidas o poner el alma a salvo de sus derrotas. Cualquiera sea la Cuba del futuro, haría bien en ser, para los cubanos y para cualquier ciudadano del mundo, lo que encontró Ezequiel Martínez Estrada en la naciente Revolución: «la lucha de los macabeos, el camino abierto en la espesura para los esclavos fugitivos y los animales acosados.»
Lo que he mencionado hasta aquí es historia antigua, y vencida, para muchos en la Cuba de hoy, un número de los cuales, por jóvenes, han vivido virtualmente «sin» Fidel Castro y en la cual otros, por viejos, han experimentado antiguas y nuevas frustraciones. Sin embargo, esa historia explica en parte las reacciones que despierta hoy su figura y, acaso, el futuro que le espera a su legado. La memoria suele tener vida propia, en función más de las necesidades del futuro que de las concreciones del pasado. El nombre de Fidel Castro aparecerá inevitablemente, con diversos sentidos y usos, en las luchas políticas del futuro próximo cubano. Unos lo usarán para atrincherarse en sus posiciones y privilegios, colgarán su foto al público y harán luego lo que quieran, expropiándolo como licencia para su exclusivo favor. Otros repudiarán activamente su memoria, como símbolo de fragmentación, división y exclusión. Otros serán felices dedicándole la letra del bolero «se me olvidó que te olvidé». Otros lo enarbolarán para sus necesidades propias de justicia. Para estos últimos, la muerte de Fidel Castro, parafraseando a Mark Twain, será una noticia muy exagerada.
Notas
[1] Testimonio de Alfredo Guevara Valdés al autor de este texto. Grabación en el archivo del autor.
[2] Diario de la Revolución Cubana (1976). Carlos Franqui (comp.), España: Ediciones R. Torres, p. 606
[3] La cita resume el concepto de pueblo formulado por Fidel Castro en La historia me absolverá. En este pdf, ver las pp. 33-34: http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2009/05/la-historia-me-absol…
[4] Fidel Castro (1959). «Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba, el 1ro. de enero de 1959.» En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f010159e.html
[5] Diario de la Revolución Cubana…p. 274
[6] Diario de la Revolución Cubana…p.379
[7] Fidel Castro (2010): La contraofensiva estratégica. La Habana: Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, pp. 343-345.
[8] Diario de la Revolución Cubana…pp.195-196
[9] Karol, K.S. (1972). Los guerrilleros en el poder, Barcelona: Seix Barral, p. 209
[10] Macías, Hiram. (1960). «En un campo distinto un campesino distinto. La reforma agraria y el hombre». INRA, Año 1, No. 5 p. 61-62
[11] Adolfo Gilly (1964). «Cuba: coexistencia o revolución», Monthly Review.
[12] Cuba: transformación del hombre (1960), La Habana, Casa de las Américas, p. 102
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