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Fidel Castro, la seguridad del Estad y el (supuesto) abandono cubano del Comandante Guevara en Bolivia

Fuentes: Rebelión

1.

En 1965, tras su discurso de Argel, en el cual se atrevió a dictarle normas de conducta al Campo Socialista, pero sobre todo a proponer se extendiera a todo el Tercer Mundo el trato favorable que la Unión Soviética le daba a Cuba, el Comandante Ernesto Guevara ya no cabía en la Isla. Pablo Gleijeses, en Misiones en Conflicto, revela que entre la papelería de la Stasi se han descubierto informes de sus espías en La Habana, a posteriori de ese discurso, sobre agrias discusiones entre Guevara y Raúl Castro, en presencia de su hermano Fidel.

Tras aquel ataque al papel rector, y no solo moral, de la Unión Soviética en el movimiento anti-imperialista mundial, pero sobre todo tras exponer públicamente las favorables relaciones de Cuba con el Campo Socialista, lo cual no debió de haberle caído muy bien a personajes como Raúl Castro, más proclives a mantener con bajo perfil esos privilegios, el Comandante Guevara debía marcharse de la Isla. La consecuencia de Guevara, esa lengua suya tan sin pelos, obligaban a Fidel Castro a estar de acuerdo con quienes como Raúl pedían su salida no solo de la dirección de la Revolución, sino incluso de Cuba, dado que su permanencia en ella ponía en riesgo la vital ayuda soviética.

Sin embargo, afirmar que ya para entonces hubiese ocurrido una ruptura entre los dos hombres no se sostiene sobre los hechos conocidos. Tras dejar Cuba el Comandante Guevara marcha a África, a hacer la política africanista que Fidel Castro mantendrá y llevará a su cúspide luego de su muerte, en los setenta. No pocas veces en contra de la voluntad soviética. En la Isla Fidel Castro se decanta por la variante económica en extremo centralizada y basada en los estímulos morales que Guevara había defendido frente a la pro-soviética de Carlos Rafael Rodríguez. Al hacerlo, su país comienza a funcionar en base a las ideas de otro político, todavía muy vivo, ideas que no cabía hacer pasar como de su haber intelectual, porque estaban firmemente confirmadas como de la autoría de Guevara, en toda una serie de debates públicos, todavía muy presentes en la memoria colectiva de la nación. Esa aceptación de las ideas ajenas de alguien vivo, su aplicación en el país bajo su casi completo control, no podía más que estar en completa contradicción con el supuesto de una abierta ruptura entre los dos revolucionarios.

Pero sobre todo, ¿cómo pensar que Fidel Castro no concordara con la posición en general del Comandante Guevara, de mantener la independencia no solo con respecto a Washington sino también a Moscú, si por el mismo tiempo de la salida de Guevara hacia el Congo Belga se ha cuidado de alejar del poder, en Cuba, a los partidarios incondicionales de la Unión Soviética? Recordemos que en octubre de 1965 en el Buró Político del recién creado Partido Comunista de Cuba, el Nuevo Partido, Fidel Castro no permite más pro-soviéticos que los de la facción de Raúl, a quienes por razones obvias no podía dejar afuera, mientras a los hombres y mujeres del Viejo Partido Comunista republicano, anterior a la Revolución, los excluye por completoi.

Dada su personalidad quijotesca, Fidel Castro era sugestionable por los sueños guevarianos de provocar el colapso del Capitalismo y el consiguiente triunfo global del Socialismo desde el Tercer Mundo. Pensar que el plan guevariano de hacer colapsar al Capitalismo mediante la promoción de uno, dos, muchos Vietnams, no entusiasmara a alguien como Fidel Castro, es no entender la psicología del Líder Máximo de la Revolución Cubana. Hablamos en definitiva de alguien que solo un par de años después soñaría, ante cámaras y micrófonos, con Zafras de 10 millones para 1970 y de 20 para una década más tarde, o que en los ochenta intentaría eso mismo, hacer colapsar al Capitalismo, pero al tratar de convencer a los tres grandes deudores de la época, Argentina, Brasil y México, de no pagar su “deuda externa”. Decisión que habría desatado una reacción en cadena de impagos a nivel global, el colapso del sistema financiero internacional, y una crisis económica mundial probablemente tan profunda como la de la década del treinta.

Podemos ponernos imaginativos y suponer, no obstante, que un maquiavélico Fidel Castro tenía a esos planes por disparatados, pero que los aprovechó para armar todo un rocambolesco plan para deshacerse de Guevara. El cual plan incluía nada menos que la creación de un organismo internacional como la OSPAAAL -Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina-, o el someter a la economía cubana a un modelo, el guevariano, que según esa suposición imaginaria, él, Fidel Castro, sabía iba a ponerla al borde del abismo.

Aparte de que es altamente improbable que alguien se tomara tantos trabajos y pusiera tan en riesgo al propio país bajo su liderazgo para eliminar a un molesto camarada, lo cierto es que la idea de hacer colapsar al Sistema-Mundo en los inestables años sesenta del siglo XX no era tan irrealizable, como para que no tuviera al menos una mínima probabilidad de ejecución. Usar a Bolivia como “el Vietnam latinoamericano”, no era un plan tan disparatado como muchos han sostenido después, al basarse en el desenlace que ya sabemos tuvo en la realidad. Sobre todo no lo era para un observador colocado en La Habana del invierno de 1966-67, cuando en el otro extremo del mundo los Estados Unidos se empantanaban cada vez más en la Guerra de Indochina. Utilizar a Bolivia, país mediterráneo, en medio de América del Sur, como un foco guerrillero desde el cual hacer cruzar columnas guerrilleras hacía Brasil, Perú, Chile, Paraguay y Argentina, no era una idea tan loca, dado el espíritu de la época, la absoluta debilidad de las instituciones bolivianas, y en general la situación política de Bolivia tras el golpe militar que había acabado con la Revolución de 1952-1964.

Lo que hizo definitivamente inviable la propuesta de desestabilizar a Sudamérica desde Bolivia fue la rapidez con que la CIA localizó la presencia en el foco guerrillero de Guevara, y la determinación con que se puso a su caza; el error de ubicación de la finca que se compró para dar comienzo al foco: la Casa de Calamina, en una zona guaraní políticamente apática, en contradicción cultural con los aimaras que necesariamente habrían de completar el núcleo guerrillero en sus inicios, a la vez muy lejos de todas las posibles vías de refuerzos y suministros externas; y por sobre todo la actitud del partido comunista boliviano, a indicación de Moscú, de no sumarse a la lucha.

No hay razones para sostener que un supuestamente realista Fidel Castro, conocedor de lo disparatado del plan, aprovechara la circunstancia para deshacerse del idealista Guevara. Sobre todo porque el grado de irrealidad delirante siempre fue mayor precisamente en Fidel Castro que en Ernesto Guevara: recordemos que si el primero deliraba con desecaciones como no se habían soñado ni en Países Bajos, o con zafras monstruosas, las cuales de lograrse habían hecho caer el precio del azúcar por los suelos, el segundo lo hacía con convertir a la industria azucarera en un complejo sucro-químico, que vertebrara a su alrededor la economía nacional y en cual el azúcar solo fuera un producto más.

Pero la más clara evidencia de que en octubre de 1967 no ha ocurrido todavía la inevitable ruptura entre ambos hombres, y que por lo mismo Fidel Castro no ha tenido que ver con el abandono y muerte de Guevara en Bolivia, está en la inmediata reacción del primero hacia la Unión Soviética, tras el asesinato del segundo.

La jerarquía moscovita, al ordenarle al partido comunista de Bolivia no apoyar el foco guerrillero, y al impedir que sus inmensos recursos y relaciones pudieran ser usados para lo mismo, tuvo una gran responsabilidad en lo ocurrido con Ernesto Guevara en Bolivia. Por ello, a manera de represalia, Fidel Castro envió a los festejos por el cincuentenario de la Revolución de Octubre a la delegación de más bajo nivel en los 6 años de alianza con la Unión Soviética: encabezada por un funcionario de segunda línea, aunque de la facción raulista: Machado Ventura. Hacia fines de año da un paso más allá, y comienza una campaña contra los elementos más abiertamente pro-soviéticos en Cuba: a quienes llamará los micro fraccionales. Es significativo que en el juicio que se les hará la principal acusación que les fulmina será la de “no salir de la Embajada Soviética”.

El punto culminante en ese alejamiento de Moscú es su discurso del 13 de marzo de 1968. En este extenso discurso, dado desde la escalinata de la Universidad de La Habana, y que terminó ya avanzada la madrugada del 14, Fidel Castro comienza por hacer pública la no asistencia del partido cubano, su partido, a la Conferencia de Partidos Comunistas ocurrida el mes anterior. Una decisión personal que Fidel Castro justifica en el escaso compromiso que a su entender Moscú mostraba con la causa de Vietnam. Lo cual, dado el innegable involucramiento soviético en apoyo de Vietnam del Norte, solo puede entenderse si se admite que, o Fidel Castro creía que la manera correcta de la Unión Soviética de demostrar su total compromiso era amenazando con el uso del arma atómica a los Estados Unidos si no cesaban de inmediato su intervención en Indochina, o si en realidad lo que hacía era buscar manifestar su berrinche por la actitud seguida por Moscú ante la propuesta guevariana, que él había adoptado, de intentar hacer colapsar al Capitalismo mediante la multiplicación de lo que sucedía en Vietnam por todo el Tercer Mundo.

En ese discurso, además, Fidel Castro deja entrever la posibilidad real de que en los próximos meses no se reciba más combustible soviético en la Isla; satiriza a esas biblias de la teocracia moscovita: los manuales de marxismo-leninismo soviéticos, y la emprende sin piedad con aquellos que en Cuba se la pasan soñando con la sombrilla protectora de los cohetes de Moscú.

Un suceso en apariencias intrascendente, ocurrido el 15 de agosto de 1964, nos muestra que a menos de un año de su salida de Cuba el Comandante Guevara no veía a Fidel Castro como una amenazante constricción, a la que estuviera obligado a rendir culto, sino como un igual, un camarada. En medio de un discurso, recogido después en la bibliografía guevariana como Una actitud nueva ante el trabajo, Guevara lanza una pregunta retórica, la de quién merecía con más derecho ostentar el certificado por un determinado mérito revolucionario, con lo cual buscaba que el público le recitará las virtudes del asceta revolucionario. Éste, sin embargo, responde a gritos: “Fidel”, ante lo cual Guevara muestra sin remilgos su evidente fastidio frente a una audiencia caudillista más que convertida al ascetismo revolucionario, y suelta en respuesta un ríspido y tajante “entre los que estamos aquí”, para de inmediato enumerar esos méritos imprescindibles para obtener el certificado de Trabajo Comunista, sin ocuparse de alabar al Máximo Líder.

Puede parecernos desde la distancia temporal, o a las vivencias bajo un sistema político como el cubano, nada significativa esta respuesta de Guevara ante el exabrupto caudillista de su audiencia, pero solo hasta que nos damos cuenta de que ante una situación semejante, a no dudar incluso Raúl habría detenido su discurso para dedicarle al Fidel Castro, convertido ya en el Júpiter revolucionario cubano, por lo menos par de minutos de subidos elogios. Por su parte personajes como Dorticós, Almeida, Ramiro, Faustino, o cualquier otro de la cúpula revolucionaria, todo el resto de su perorata.

Que a Guevara a estas alturas del proceso Fidel Castro le consintiera hablarle sin restricciones a grandes audiencias cubanas, funcionar independiente del entramado de relaciones de subordinación que se tejía y mineralizaba alrededor suyo, porque en verdad no había otra forma de tratar con “el Che”, demuestra a las claras que no había tal ruptura, y que entre los dos hombres se había establecido una comunidad de, sobre todo, proyectos a largo plazo, que no le permitía a los intereses prosaicos, personales o de las camarillas alrededor de ambos, hincar cizalla. Al menos por el momento.

Su sintonía en las políticas interna y externa de Cuba, su coincidencia en la estrategia de los muchos Vietnams, y la reacción de Fidel Castro tras el asesinato de Guevara, dejan pocas dudas sobre la irrealidad de las versiones que sostienen que la ruptura entre los dos grandes hombres ya se había producido, y que Fidel Castro lo hizo salir como parte de un complejísimo y maquiavélico plan para librarse de él.

2.

Aquí tenemos que hacer un aparte y detenernos en un dato que podría echar por tierra todo lo que se ha venido intentando demostrar hasta aquí. Fue publicado por Vanguardia, semanario órgano oficial del Comité Central del Partido en Villa Clara, en 2017. En una entrevista a un compañero que trabajaba en el Ministerio de Industrias a la salida del Ministro Guevara de él, y de Cuba, éste reveló que en junio de 1965 el Ministerio se vio inundado por comisiones del Partido que “estudiaron” a todos los militantes de la sede central del mismo. Ninguno de ellos logró pasar la prueba y mantenerse en el Partidoii, por lo que la mayoría optó por irse al campo, “de propia voluntad”.

Es difícil creer que la facción del Viejo Partido Comunista republicano, relegada para entonces tras una serie de escándalos en 1964, hubiera tenido el poder para semejante pase de cuentas a aquellos, quienes por su cercanía a Guevara se temiera hubieran podido contagiarse del espíritu “trotskista” del Ministro. Tengamos en cuenta que pocos meses después, en octubre de 1965, ninguno de los pesos pesados del Viejo Partido Comunista republicano logró colarse en el Buró Político del recién creado nuevo Partido Comunista de Cuba.

Es más probable que esa limpieza política fuera obra de la facción de Raúl Castro, directamente ordenada por él. ¿Con el conocimiento y hasta la tácita aprobación de su hermano Fidel?

Pudiera echarse mano aquí del argumento de que no era Fidel Castro ese ser omnipotente y omnisapiente que sin lugar a dudas hubiera querido ser, o que muchos de sus partidarios dan por sentado era, para así librarlo de responsabilidad por mucho de lo sucedido bajo su largo gobierno. Ese argumento es sin duda válido sobre todo durante estos primeros años, cuando es evidente existen otras facciones toleradas, además de la fidelista pura, las cuales cuentan con intereses propios y una cierta libertad de acción. Pero sobre todo lo es por la tendencia suya, en esos años, a andar al timón de un jeep por todo el país, al tanto de sus pantagruélicos planes económicos o de las futuras expediciones guerrilleras a medio mundo, mientras la parte rutinaria y aburrida de la administración quedaba en manos de otros, allá en la Habana. Sin embargo, en el caso de todo un vaciamiento de un Ministerio, nada menos que a la salida de tan significativo Ministro, no creemos que nadie, ni aun su hermano, se habría atrevido a hacerlo sin su expreso consentimiento.

En todo caso hay que entender que no es lo mismo enfrascarse con un camarada en un plan grandioso contra el Capitalismo, y contra todos los Imperialismos, a permitir que ese camarada, que ha hecho renuncia a sus poderes en tu país, y se ha marchado de él, te deje atrás, en ese país que pretendes poner por completo en tu puño, a todo un grupo de seguidores suyos organizados y muy conscientes de las ideas de otro maestro, no tú. Los límites de la confianza son muy estrechos, y no suelen extenderse a los seguidores y camarillas de quienes en su misma persona estimas merecedores de toda la que naturalmente hayas sido dotado.

3.

Pero si la mayor parte de lo que sabemos de cierto nos lleva a insistir en la no implicación de Fidel Castro en el abandono de “el Che”, su che, en Bolivia, y si tampoco contamos con datos suficientes para acusar directamente a su hermano, Raúl, sí nos resulta evidente que en caso de haber habido abandono, como muchos aseguran y con hechos para sustentar sus afirmaciones, en ello tuvo que estar involucrada una institución cubana: La Seguridad del Estado. Como instrumento de poderosos intereses internacionales que deseaban quitarse de en medio a un individuo tan inmanejable como el Comandante Guevara, pero quizás también por alguna que otra cuenta que en lo personal le guardaran los mandos de esa institución.

A poco de la asunción del actual presidente, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, en abril de 2018, la Mesa Redonda, espacio de la televisión cubana al presente asociado a Cubadebate, entrevistó a Ramiro Valdés. Un Comandante a quien en marzo de 1959 se le encargó la organización de lo que andando el tiempo se convertiría en la Seguridad del Estado. Frente a las cámaras, el también ex Ministro del Interior durante las primeras dos décadas de Revolución, reveló detalles significativos del proceso de reclutamiento de los agentes y funcionarios que integrarían esa institución. Según Ramiro, Raúl Castro -obsérvese: no Fidel Castro- le impuso una condición necesaria: los reclutados no deberían “tenerle miedo a la palabra socialismo”. O sea, que como para el 26 de marzo de 1959, fecha de creación de la Seguridad del Estado, los únicos en Cuba carentes de ese miedo eran los miembros del Viejo Partido Comunista republicano, fue con ellos con quienes se nutrieron las filas de la naciente policía política cubanaiii.

Existen, además, creíbles testimonios de que en el proceso organizativo de la Seguridad del Estado intervino un mayor general del KGB: el cubano excombatiente de la Guerra Civil Española Orlando Sánchez, cuya presencia en las altas esferas gubernamentales cubanas, hasta su muerte en accidente automovilístico a principios de 1961, está documentada -en su honor se nombró incluso a una escuela de instrucción revolucionaria.

Ello implicaba que a consecuencia de la disposición de Raúl -siempre según Ramiro Valdés-, desde su misma fundación la institución de vigilancia y represión más importante del estado cubano, la cual pronto tendría en sus manos todos los hilos del poder y la vida en Cuba, quedó bajo la influencia del Viejo Partido Comunista republicano. Por tanto, cabe suponer que la Seguridad del Estado, repleta de veterocomunistas, como en sus trabajos históricos sobre la muerte de Jesús Menéndez nos ha revelado de modo tangencial Newton Briones Montoto -quien perteneció a la institución en esos primeros años-, tenía en sus inicios otras fidelidades, por encima de las debidas a la dirección revolucionaria encabezada por Fidel Castro, su hermano Raúl, y el Comandante Guevara… o por lo menos de las debidas al primero y al último. Sus funcionarios y agentes, dada la disciplina partidista que el Viejo Partido había sabido inculcarles a sus miembros desde su fundación en 1925, es claro obedecerían las órdenes que le llegaban desde la dirección de la Revolución, pero solo tras buscar su aprobación, con una mirada de soslayo, en los rostros de sus viejos dirigentes, quienes a su vez hacían lo mismo con respecto a Moscú.

Esa ingenuidad inicial de la dirección de la Revolución, al dejar su policía política en manos de gente con otras fidelidades, debió de ser determinante en que Aníbal Escalante, alguien con un gran prestigio dentro de las nuevas generaciones del Viejo Partido, se atreviera a intentar copar la dirección de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, ORIiv, desde su Secretaria de Organización. Quizás con el fin de repetir la jugada de Stalin, quien recordemos, al adueñarse de la administración burocrática del PCUS y coparlo con su camarilla, puso las bases para, a la muerte de Lenin, desplazar del poder a figuras con mayor trayectoria y capacidad políticav. Intento denunciado por Fidel Castro, para el cual es muy improbable Escalante no contara con la complacencia de ciertos sectores en Moscú, y hasta con el apoyo discreto del KGB o de la Stasi, las instituciones “hermanas” de la Seguridad del Estado cubana. Instituciones de inteligencia que por entonces se ocupaban de instruir a la nuestra, y en consecuencia andaban como perros por su casa por los pasillos y rincones de Villa Marista -la Lubianka habanera.

Es harto significativo el hecho de que la denuncia pública de Fidel Castro contra Escalante, ante las cámaras de la televisión nacional, donde también informó de la creación de una nueva organización que sustituiría a las ORI, el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, PURSC, se retrasara para el 26 de marzo de 1962 –la destitución de Escalante había ocurrido el 22 de marzo. La fecha exacta del tercer aniversario de la Seguridad del Estado, fundado ese mismo día, pero de 1959. Fecha sin duda escogida a propósito -en política las coincidencias de fechas no se dan por casualidad-, para dejarles claro a los miembros de esa institución, la Seguridad del Estado, quién realmente mandaba en Cuba; o para por el contrario, congraciarse con unos compañeros a quienes, por alguna repentina razón, la Dirección de la Revolución sentía imprescindibles pero a la vez muy peligrosos, y por ello les concedía el privilegio -y el compromiso- de que el nuevo Partido fuera creado nada menos que en el día de su cumpleaños… o quizás con ambas intenciones, mezcladas a un tiempo.

Una cuarta posibilidad, por agradecimiento a los compañeros de la Seguridad del Estado, al haberles ellos revelado lo que se tramaba, no cabe. La dirección de la Revolución conscientizó la “conspiración” de Escalante sólo por la protesta airada de miembros del Directorio Juvenil Universitario ante la exclusión que, en la lectura pública de un importante documento de esa organización durante la lucha insurreccional, hiciera Aníbal Escalante de la invocación a Dios allí incluidavi. Solo tras ese hecho, como en múltiples ocasiones reconoció Fidel Castro, importantes cuadros del Directorio, pero también del Movimiento 26 de Julio, pudieron encontrar oído receptivo a las denuncias que venían haciendo del evidente intento de Escalante de desplazar a sus organizaciones de los puestos más importantes de las ORI, para coparlos con miembros del Viejo Partido Comunista republicano. La Seguridad del Estado en sí misma no jugó ningún papel en el descubrimiento de esta “conspiración”, salvo más bien el de dificultarlo, al detener en su camino hacia la cúspide revolucionaria a las denuncias que desde los niveles medios se hacían de lo que sucedía por todo el país. No había nada que agradecerles, por lo tanto, y esa cuarta posibilidad debe descartarse.

De lo sucedido de manera puntual en Cuba entre el 13 y el 26 de marzo de 1963 se conoce muy poco, por no decir casi nada, dada la opacidad oficial, pero sería muy poco probable, increíble más bien, que entre los represaliados por el “sectarismo” escalantista no haya habido agentes de la Seguridad del Estado. Individuos que, como nos reveló Ramiro Valdés, estaban fuertemente atados por lazos de disciplina partidista al Viejo Partido Comunista republicano, y por ende a uno de sus más sobresalientes cuadros desde la década de los cuarenta: Aníbal Escalante, líder en esos años de la sección juvenil de dicho Partidovii, representante a la Cámara y muy cercano a los grupos de autodefensa del viejo Partido -muchos de los integrantes de esos grupos, pistoleros semiprofesionales, entraron en la Seguridad del Estado desde su misma fundación, algunos incluso desde los órganos de inteligencia del Batistato derrotado, en donde se habían infiltrado en los cuarenta, durante los años de alianza entre del Viejo Partido Comunista republicano con Fulgencio Batista y su Ejército.

Aníbal Escalante, por cierto, había sido quien cuando hacia las postrimerías del régimen batistiano el Secretario General del Viejo Partido, Blas Roca, echó un pie para China, sin que nadie o por lo menos Batista lo obligara a ello, se hizo cargo de la organización partidista. Fue Escalante quien en el verano de 1958, ya con el Batistato a un paso del abismo, revirtió la postura anti-insurreccional mantenida hasta ese momento por el Viejo Partido.

No se podía, sin embargo, hacer desaparecer por completo a la policía política en medio de la guerra civil de inicios de los sesenta. Por ello muchos de los agentes de la Seguridad del Estado que se prestaron, consciente o inconscientemente, a los planes escalantistas de copar a las ORI con gente del Viejo Partido, no fueron expulsados de la institución represiva. No convenía lanzar una purga total, y ni tan siquiera parcial, cuando con el apoyo de la superpotencia vecina tenías a un fuerte y activo movimiento de resistencia en las ciudades, y a las montañas del centro del país prácticamente en poder de la guerrilla rural. Quedar por entero indefensos ante el enemigo, por eliminar de raíz a un aliado peligroso, habría sido el resultado lógico de ponerse quisquilloso en la purga sistemática de la única gente que en 1959 “no le tenía miedo a la palabra socialismo”. El error ya estaba hecho desde entonces, por ingenuidad, o quién sabe: ahora solo cabía “llamar a contar a lo cortico”, pero no más allá.

Uno de esos “llamados a contar” parece haber sido el discurso del Comandante Guevara del 18 de mayo de 1962, a teatro cerrado, dedicado en exclusiva a los agentes de la Seguridad del Estado. Muy significativamente a solo 50 días de la denuncia pública del “sectarismo” escalantista. Un discurso que en su parte final, dado el contexto y el texto del mismo, solo cabe interpretarse como un jalón de orejas a la policía política por su participación en las actividades cuasi-golpistas de Escalante.

El texto de ese discurso, publicado en América Latina, Despertar de un Continente, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004 -en papel, por cierto-, no coincide con el texto del que podemos encontrar hoy en Cubarte, adónde nos redirige el muro de Facebook del Centro Che Guevara -al presente cerrado su sitio web. En el de Cubarte faltan tres largos párrafos, o dos páginas de la versión de Ciencias Sociales, 2004, donde tiene diecisiete; en consecuencia falta alrededor de un 12%. De hecho en el sexto párrafo antes del final, en la versión de Cubarte -noveno antes del final en la de Ciencias Sociales, 2004-, se ha colocado un signo tipográfico para indicar que se ha censurado parte del discurso. No hemos podido consultar la reedición de América Latina… hecha en 2017 por OceanSur, pero suponemos también aquí la versión sea la aceptada para publicación por el Centro Ernesto Guevara.

En este discurso, por cierto, se encuentran los primeros barruntos de la estrategia guevariana de los “muchos Vietnams”. Unos párrafos antes de los excluidos de publicación en Cubarte, y probablemente en OceanSur, saca Guevara las experiencias de lo que sucede en Vietnam del Sur en ese instante, cuando todavía la intervención de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en ese conflicto estaba muy lejos de los niveles que alcanzaría a partir de 1965: “…esa es la guerra que los imperialistas no pueden sostener, que no les enseña nada porque ellos en definitiva si aspiran a luchar con las armas para defender sus privilegios, no pueden aprender luchando contra unidades fraccionadas en lugares donde no hay un enemigo visible. Ellos tendrían que hacer una guerra contra la Unión Soviética, luchando con cohetes atómicos, y en otro tipo de estrategia totalmente diferente”.

Un poco más adelante en ese discurso, según la versión en papel de 2004 de la Editorial de Ciencias Sociales, Guevara afirma: “Hoy creo poder decir, con mucha razón, que los CDRviii son antipáticos al pueblo”, que los CDR se fueron “convirtiendo en una organización antipática al pueblo”. Lo cual revela mucho, porque al ser creados en 1960, en un momento en que todavía no existía una estructura partidista única que pudiera ocuparse de ello, fue en manos de la Seguridad del Estado que quedó su constitución. Algo muy natural, dado que por su función primera de vigilancia de la actividad política de los vecinos, los CDR´s compartían, al menos a nivel de barrio, funciones con la Seguridad del Estado, a la que en definitiva le servían de ojos y oídos de la actividad de la ciudadanía en las zonas residenciales. En consecuencia el que los CDR´s hubieran terminado copados por “garruchos” -uno de tantos elevados a puestos de control por las intenciones escalantistas, de apellido Garrucho, denunciado por Fidel Castro en su comparecencia televisiva del 26 de marzo-, como sostiene Guevara, era por lo tanto responsabilidad última de esa institución.

Afirma a continuación que todo lo sucedido con los CDR´s y su hada madrina, la Seguridad del Estado: “establece una lección que tenemos que aprender y establece además una gran verdad, y es que los cuerpos de seguridad de cualquier tipo que sean, tienen que estar bajo el control del pueblo”. Un poco más adelante aclara, no obstante, que por la naturaleza del trabajo de la policía política ese control no puede ser ejercido directamente por el pueblo, sino “desde muy arriba”. Por tanto, la lección aprendida es más bien que la Dirección de la Revolución, ese “muy arriba”, tiene que controlar firmemente a los cuerpos de seguridad, en específico a este con el cual el ponente está reunido, y consecuentemente que antes de ganar esa “gran verdad”, la dirección revolucionaria había descuidado ese control.

Sigue: “así como los CDR se han convertido en organismos antipáticos, o por lo menos han perdido una gran parte del prestigio que tenían y del cariño que tenían, los cuerpos de la seguridad se pueden convertir en lo mismo”, a lo que adiciona, “de hecho han cometido errores de ese tipo”. Con lo que aunque no ha admitido por completo el que para el caso de la Seguridad del Estado se haya dado el mismo proceso de pérdida de prestigio, reconoce sin embargo la existencia de las condiciones necesarias para que ocurra en cualquier momento.

Unas líneas más adelante les deja bien sentado a los compañeros que: “ustedes -los agentes de la Seguridad del Estado- tienen un papel importantísimo en la defensa del país”, pero no obstante “menos importante que el desarrollo de la economía, acuérdense de eso, menos importante. Para nosotros es mucho más importante tener malangaixque tenerlos a ustedes”.

Imagínese por un instante a usted mismo agente de la Seguridad del Estado. Calcule la reacción que tendría si, tras arribar henchido de ese engreimiento inevitable en todo agente de la policía política, a reunirse con cierto político, el cual usted por lo menos cree se mantiene en su puesto por su actividad diaria, ese político de repente lo comparara con una malanga… No habría nada de extraordinario en que se hiciera usted de la vista gorda si llegara a enterarse de que el KGB acaba de regalarle al susodicho un reloj cargado de cesio radiactivo, o incluso en que a la menor oportunidad aprovechara para dejarlo abandonado en medio de los páramos y selvas bolivianas, al simplemente cumplir sus tareas con un poquito menos de interés, sin poner nada de espíritu creativo o pasión en ellas -por cierto, uno de los dos objetivos de Guevara con este discurso es el interesar a los compañeros de la Seguridad del Estado en el estudio de América Latina, de la cual, según declara allí, demostraban tener muy pocos conocimientos: o cinco años después seguían con el mismo desinterés, o…

Para ponerle la tapa al pomo, imagine también durante ese instante que como hemos establecido usted casi seguramente procede del veterocomunismo, y es por lo tanto un fiel creyente en que el futuro de la Humanidad está en Moscú y sus interpretaciones de la realidad: la recepción de que vinieran a compararlo con una malanga sin duda se vería afectada, en sentido incremental, por el hecho de que este señor de ahí enfrente, en la tribuna, quien lo ha comparado y desfavorablemente con semejante nimiedad, es tenido por un trotskista por quienes nos guían hacia el comunismo global por el único camino correcto…

En este par de páginas ahora censuradas por el Centro Che Guevara, el Comandante también se refiere a la promoción de un terror que quiso parecerse al soviético del verano-otoño de 1918: “Eso es como el ejemplo del llamado terror rojo que se quiso imponer en Matanzas contra el terror blanco, sin darse cuenta que el terror blanco no existía nada más que en la mente de algunos extraviados; el terror blanco lo desatamos nosotros con nuestras medidas absurdas y después metimos el terror rojo”. Obsérvese que la auto-acusación, el “nosotros” aquí, es retórico. Guevara parte de que ese terror blanco se inició sin el conocimiento y mucho menos la aprobación de la Dirección de la Revolución. Las únicas culpas de ésta fueron las de negarse a escuchar las advertencias que provenían de otros compañeros, en lo fundamental del Directorio, aunque también del 26 de Julio, pero sobre todo la de no haber sido capaces de darle a la Seguridad del Estado su lugar: el de una herramienta bajo su control, no el que han tenido hasta ese momento, de ocultarles las realidades del país al bloquear el ejercicio de la crítica, como la proveniente de quienes advertían del fenómeno “sectario”.

En el cuarto párrafo antes de terminar, en ambas versiones -no está censurado en Cubarte-, Guevara se explaya: “El oportunismo es un enemigo de la Revolución y florece en todos los lugares donde no hay control popular, por eso es que es tan importante controlarlo en los cuerpos de seguridad. En los cuerpos en donde el control se ejerce desde muy arriba, donde no puede haber por el mismo trabajo del cuerpo, un control de cada uno de los pasos, de cada uno de los miembros, allí sí hay que ser inflexibles por las mismas dos razones: porque es de justicia y nosotros hemos hecho una Revolución contra la injusticia y porque es de política, el hacerlo, porque todos aquellos que, hablando de revolución violan la moral revolucionaria, no solamente son traidores potenciales a la Revolución, sino que además son los peores detractores de la Revolución, porque la gente los ve y conoce lo que se hace, aun cuando nosotros mismos no conociéramos las cosas o no quisiéramos conocerlas, las gentes las conocían y así nuestra Revolución, caminando por ese sendero erróneo, por el que caminó unos cuantos meses, fue dilapidando la cosa más sagrada que tiene, que es la fe que tiene en ella, y ahora tendremos que volver a trabajar juntos con más entusiasmo que nunca, con más austeridad que nunca, para recuperar lo que dilapidamos (…)”

Palabras que, al conocer los tres párrafos anteriores, censurados en Cubarte, comprendemos no pueden ser interpretadas más que como una explicación, ante los miembros de una institución con un elevado sentido de cuerpo, del porqué de las represalias que hubo que aplicarles a ciertos compañeros suyos durante el Affaire Escalante. O en todo caso como una advertencia del porqué sería necesario aplicarlas en caso de que lo ocurrido hace poco, que no puede ser más que lo del intento de Aníbal Escalante de copar los puestos claves de las ORI con la gente del Viejo Partido, volviera a suceder, con el apoyo, por omisión de información o por apoyo directo, de la Seguridad del Estado.

De que hubo personal dentro de la Seguridad del Estado nada afín a las posiciones o hasta a la persona del Che Guevara, antes o después de este discurso, e incluso de que hubo una parte de los agentes y funcionarios para quienes su fidelidad no era primariamente hacia Fidel Castro, da cuenta el dato citado más arriba, del libro de Pablo Gleijeses, según el cual la Stasi tenía espías muy próximos a la Dirección de la Revolución, en sus mismas oficinas. Porque no es creíble que dentro de la Seguridad del Estado no hubiera personal al tanto de ello, en razón de su estrecha vigilancia a ese primer anillo alrededor del poder, donde se localizaba necesariamente el, o los espías que originaron ese informe citado por Gleijeses. Se puede incluso especular si más que hacerse de la vista gorda ante esos reclutamientos por una agencia de espionaje extranjera, ciertos individuos o grupos dentro de la Seguridad del Estado no habrían ayudado a hacerlos. El que en 1960 la Stasi no tuviera ninguna penetración en Cuba, y solo 5 años después llegara a situar espías en las oficinas de los principales dirigentes de la Revolución, solo se explica en el haber contado con la ayuda de un poderoso aliado interno.

La muy importante penetración conseguida por el órgano de inteligencia germano oriental después de 1960, como lo demuestra el dónde había conseguido situar a sus agentes, nada menos que junto a Fidel, Raúl Castro, y el Comandante Guevara, no pudo provenir de la ayuda de la facción del Viejo Partido Comunista republicano. Esa penetración solo pudo conseguirla gracias a su muy fluida relación con su semejante cubano, la Seguridad del Estado. A la cual se ocupó de instruir en los métodos más modernos de espionaje, y con muchos de cuyos miembros, viejos comunistas, compartía la visión de un campo socialista cuyos intereses estaban muy por encima de los nacionales, y también de la fidelidad a un caudillo local.

Puede afirmarse, por tanto, que en la Cuba de los sesenta, descartado Fidel Castro, si alguien tenía el poder para abandonar a Ernesto Guevara en Bolivia esa era la Seguridad del Estado, o al menos partes de la misma. Fueron de hecho agentes suyos los responsables concretos de la errónea, o incluso malintencionada elección de la zona boliviana en donde se estableció el núcleo guerrillero inicial.

En cuanto a los motivos, como hemos visto abundaban al interior de la policía política cubana: Para la mayoría de aquellos hombres, disciplinados durante décadas en la obediencia a la Unión Soviética y su Partido, para quienes solo el socialismo soviético conduciría al comunismo, Ernesto Guevara era para 1966-67 alguien más peligroso que el imperialismo yanqui: un trotskista. Tengamos en cuenta que precisamente por aquellos días del Affaire Escalante, a pedido de la Unión Soviética, y con el pleno conocimiento de la Seguridad del Estado, quizás incluso gracias a gestiones que a través de ella hizo el KGB con la Dirección Revolucionaria, se había residenciado en Cuba Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, recién liberado en México. Alguien quien por incrustarle un piolet en el cráneo al líder revolucionario había merecido el honor de recibir en secreto el título de Héroe de la Unión Soviética. Ese honor proletario supremo, con el cual seguramente muchos de los viejos comunistas cubanos habían soñado alguna que otra vez durante años de sacrificado partidismo.

Tampoco debe despreciarse como probable motivo puntual, en el caso de individuos específicos, los habituales desplantes de Guevara. Patadas de mulo que no deben de haber encajado muy bien unos subordinados tan creídos de sí como lo son en su inmensa mayoría los policías políticos, dada su papel en los socialismos leninistas de evaluadores de la posición ideológica o el comportamiento moral ajenos, desde una inevitable posición de superioridad -los “segurosos” suelen cumplir funciones muy parecidas a la de los clérigos en las teocracias medievales. Porque dado el temperamento y la personalidad de Guevara, puede afirmarse con seguridad que no solo fue en el citado discurso que puso a los agentes de la Seguridad del Estado al mismo nivel de las malangas, o incluso peor.

Debemos admitir que en Cuba el poder político revolucionario nunca ha sido homogéneo. Sobre todo no lo era en los sesentas, durante la primera década revolucionaria. Tras bambalinas múltiples tendencias se han enfrentado en la Cuba en apariencias incondicional a Fidel Castro. En el caso específico de la Seguridad del Estado, no fue el perro fiel que suele creerse, al menos hasta la desaparición del Campo Socialista. Esta importantísima institución para sistema político cubano ha tenido su vida propia, y otras fidelidades, además de la debida a la Dirección Revolucionaria… o a parte de ella.

Fueron las condiciones mismas que la dirección revolucionaria, o parte de ella, impuso para el reclutamiento de sus miembros, al tiempo de su fundación, las que dieron lugar a que la Seguridad del Estado cubana dividiera su fidelidad entre la Dirección de la Revolución, y los intereses no siempre coincidentes del Movimiento Comunista Mundial controlado desde Moscú. Por lo menos hasta 1989-90.

Esta interpretación explicaría mucho de lo sucedido en 1989. Por ejemplo, el inusitado discurso que en una Cuba supuestamente en el puño de Fidel Castro, diera un 26 de marzo de 1989, en la sede nacional de la UNEAC, el entonces Ministro del Interior José Abrahantes. Un discurso pro-Glasnot y Perestroika, dado solo unos días antes de la visita de Gorbachov a Cuba, en que dadas las posiciones de Fidel Castro era previsible esperar un fuerte encontronazo, y hasta una ruptura. Explicaría también el porqué tras el discurso de Fidel Castro el 26 de julio de ese año, en que afirmó la posibilidad de la desaparición de la Unión Soviética, lo cual no podía ser interpretado por Moscú más que como una denuncia pública al camino adoptado por la Unión Soviética, Abrahantes, el pro-Glasnot de unos meses antes en la UNEAC, terminara en prisión, y algo después se le diera la orden a la Contrainteligencia Militar de purgar a la Seguridad del Estado.

Por cierto, no debemos dejar de señalar que el miembro de la Dirección de la Revolución, al cual se subordinaba directamente la Contrainteligencia Militar, era el Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl Castro, y que por lo tanto, como en 1959, su influencia en la nueva Seguridad del Estado queda fuera de toda duda.

Coda.

Si es verdad lo afirmado por participantes clave en la epopeya boliviana, como el general Gary Prado, o Regis Debray, o Dariel Alarcón, Benigno, o aun él mismo, en su Diario, sobre un posible abandono de la guerrilla boliviana por su retaguardia cubana, por “Manila” -transparentado por ejemplo en la ausencia del país del agente residente de la Seguridad del Estado en Bolivia, durante los días cruciales de persecución a la pequeña columna-, es mucho más probable que ello se haya debido a la mano de la Seguridad del Estado, o de parte de ella, sin el conocimiento de la Dirección Revolucionaria, o al menos de Fidel Castro, que a órdenes directas de éste último.

Por la inquietud y potencia mental, por el desmesurado sentido de la dignidad personal de Guevara, en contraste con la mayor preocupación de Fidel Castro por las razones de estado -lo cual se entiende, dado su papel de Líder Máximo del estado cubano-, a la larga ambos hombres habrían terminado por enfrentarse de manera frontal. Sin embargo, nada indica que ello hubiera ocurrido para 1965, o incluso 1967. Ambos hombres todavía compartían proyectos y una visión general del mundo para esa última fecha. En definitiva la decisión tomada por Guevara, en 1965, de abandonar Cuba para realizar esos proyectos, en los cuales Fidel Castro participaba, evitó lo que de haberse quedado habría terminado sin duda en una lucha abierta entre ambos.

Notas:

i Cuba tenía un Partido Comunista con cierta fuerza antes de 1959. Había sido fundado en agosto de 1925. En los cincuenta se unió tardíamente al esfuerzo anti-batistiano, pocos meses antes del Triunfo de la Revolución. Con quienes provenían de ese Partido, pero sobre todo del movimiento obrero en general, del Movimiento 26 de julio y del Directorio Estudiantil Universitario, se formó el Nuevo Partido Comunista en 1965, o Partido Comunista de Cuba, PCC.

ii En ese momento Partido Unido de la Revolución Socialista Cubana, PURSC, el cual incluía al Viejo Partido Comunista republicano, al Movimiento 26 de Julio, y al Directorio Estudiantil Universitario.

iii La Seguridad del Estado en un primer momento no era otra cosa que un Departamento más del Ejército Rebelde, el Departamento de Información e Investigaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, DIIFAR. A fines de ese año de 1959 se convierte en el G-2, o la Inteligencia de las Fuerzas Armadas, que seguía la estructuración americana de su Ejército de Tierra, el cual administrativamente divide sus funciones en diversas “direcciones”, o “G’s”, como el G-1, Personal, el G-4, Logística… Raúl Castro, por cierto, era el jefe de las Fuerzas Armadas, por lo que muy bien podría haber ocurrido que una institución como esta, en definitiva reducida a los límites militares en sus momentos iniciales -aunque no ya para 1960-, hubiera sido organizada por él sin interferencias de Fidel Castro, como un proceso natural de reestructuración de la principal institución armada del país. Solo después, al crearse el Ministerio del Interior, en junio de 1961, es que el G-2 pasa de las Fuerzas Armadas a dicho Ministerio, y se convierte propiamente en la Seguridad del Estado. Aunque en realidad ya cumplía funciones de tal por lo menos desde un año antes. Para ese entonces su jefe era Isidoro Malmierca, uno de aquellos que por su pertenencia al Viejo Partido no le tenía miedo a la palabra “socialismo” en marzo de 1959.

iv Las Organizaciones Revolucionarias Integradas, ORI, fue un primer intento de reunir en una única organización a los tres principales grupos revolucionarios.

v Es poco probable la conspiración de Escalante haya tenido como objetivo sustituir a la Dirección de la Revolución, en específico a Fidel Castro; al menos en lo inmediato. Sólo poder controlarlo de alguna manera, para poner su innegable carisma y arrastre popular al servicio de los intereses del Movimiento Comunista Mundial, o sea, al servicio de las élites moscovitas. La rápida reacción de Fidel Castro, alguien nada dado a dejarse controlar por nadie, demuestra que comprendió que en definitiva esa era la intención última en el intento de copar a las ORI con gente del Viejo Partido Comunista republicano. No fue por Justicia que salió a defender la participación equitativa del Movimiento 26 de Julio, o el Directorio, en las ORI. Lo hizo en razón de que entendió que sin el necesario contrapeso de esas organizaciones, en cualquier organización partidista unificadora, él quedaría por completo a merced del Viejo Partido, y por tanto de Moscú.

vi El 13 de marzo de 1962 se celebraba el quinto aniversario del asalto al Palacio Presidencial por el Directorio Juvenil Universitario. Aníbal Escalante, como Secretario de las ORI, fue el encargado, no sin reticencias de los antiguos miembros del Directorio, de la lectura del testamento político dejado por el jefe de esa organización, en aquel momento, José Antonio Echeverría. Al hacerlo, Escalante pasó por alto la invocación a Dios contenida en éste, lo que no pasó inadvertido para el propio Fidel Castro.

vii Raúl Castro había pertenecido a esa sección juvenil, precisamente en los años en que Aníbal Escalante era su líder; y no como uno más, de filas, ya que había llegado a ser seleccionado para participar en una importante reunión internacional de secciones juveniles de Partidos Comunistas, en Viena, y en el comité organizador de uno de los primeros Festivales Mundiales de la Juventud y los Estudiantes.

viii Comités de Defensa de la Revolución, organización de la ciudadanía revolucionaria en las cuadras y barrios, para la vigilancia, pero también para las labores comunitarias. Creados el 28 de septiembre de 1960, en un discurso de Fidel Castro.

ix Raíz comestible. Parte de la dieta del campesino cubano, sobre todo en la parte centro-occidental de la Isla. En otros tiempos, antes de que cualquier alimento se convirtiera en algo inalcanzable para el bolsillo del ciudadano corriente, algo de muy escaso valor, que incluso no se comercializaba fuera de La Habana y las grandes ciudades.

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