Fidel Castro siempre fue un ejemplo permanente de pedagogía emancipadora. Su legado adquiere hoy, en una América Latina asediada por una contraofensiva imperial de rasgos fascistoides, un valor extraordinario y de carácter estratégico. No desanimarse, hacer una lectura lo más profunda posible del porqué de la situación actual y no dejar de luchar, son tres […]
Fidel Castro siempre fue un ejemplo permanente de pedagogía emancipadora. Su legado adquiere hoy, en una América Latina asediada por una contraofensiva imperial de rasgos fascistoides, un valor extraordinario y de carácter estratégico. No desanimarse, hacer una lectura lo más profunda posible del porqué de la situación actual y no dejar de luchar, son tres de sus grandes enseñanzas para encarar con éxito la reorganización y nueva ofensiva de las fuerzas emancipadoras.
El líder de la revolución cubana creía a fondo en la capacidad y la energía transformadora de la humanidad. Aún en las circunstancias más difíciles y complejas, nunca dejó de confiar en los pueblos y en la victoria. Seguramente hay cientos de ejemplos que se podrían citar para validar lo que se está afirmando, pero solo tomaremos: la fallida experiencia de los asaltos a los cuartetes Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953, el desembargo del Granma en 1956, la invasión de Playa Girón en 1961, la crisis de los misiles de 1962 y el derrumbe de la URSS en 1991.
A pesar de que el objetivo no había sido alcanzado por los 160 hombres que participaron directamente en la toma de los dos cuarteles y que tampoco se pudo llegar a la Sierra Maestra para iniciar la lucha armada, a 47 años de esa experiencia militar el Cmte. en Jefe le respondía a Ignacio Ramonet de la siguiente manera: «si fuera de nuevo a organizar un plan para tomar el Moncada, lo haría exactamente igual, no modifico nada» [1]. Es largamente conocido que la tiranía batistiana asesinó a muchos de los moncadistas y que Fidel, luego de asumir su defensa en el juicio que se le instauró, presentó su alegato que años después sería bautizado con el título «La historia me absolverá».
Después de permanecer unos meses en la cárcel, salió exilado a México, donde organizó el regreso a Cuba, lo que finalmente se dio en 1956. Los expedicionarios del Granma llegaron al oriente cubano el 2 de diciembre de 1956. Un número muy grande de soldados del ejército de Batista -el mejor armado del continente por los Estados Unidos en ese momento-, los atacó despiadadamente por aire y tierra durante tres días. La captura, desbandada y asesinato de muchos de los combatientes era inevitable. Pero Fidel dio muestras de lo que estaba hecho. Localizados en una zona cercana a Sierra Maestra, donde finalmente instaló el foco guerrillero y la Comandancia General, preguntó cuántos hombres se habían logrado reagrupar. La respuesta fue 12. Luego volvió a inquirir, cuántos fusiles se tenían, y la respuesta fue 7. En ese momento, Fidel exclamó: ¡Ahora sí ganamos la guerra! Tres años después, el 1 de enero de 1959, las fuerzas rebeldes -que de guerrilla se habían convertido en ejército revolucionario-, terminaron de derrotar a los batistianos y una multitudinaria cadena de millones de cubanos se apostaba a los costados del ingreso a La Habana para dar la bienvenida a los «barbudos». Fidel había convertido el revés en victoria. No sería la primera vez.
A los Estados Unidos no le agradó, de entrada, que de inmediato se tomaran medidas para beneficio del pueblo cubano. Batista huyó para Miami, pero la revolución enfrentó de inmediato muchos peligros. El 17 de abril de 1961, un día después de que se declarara el carácter socialista de la revolución, más de mil 500 mercenarios entrenados por la CIA desembarcaron en Playa Girón. Buques de guerra y un portaviones de la Marina estadounidense se encontraban a pocas millas de la Isla, listas para intervenir. Con la experiencia militar adquirida en el Moncada y en la guerra revolucionaria, Fidel sabía que las fuerzas invasoras debían ser derrotadas en máximo 72 horas o la revolución podría retroceder. Después de planificar el mínimo detalle y luego de subirse en un tanque, en la tarde del 19 de abril, el líder revolucionario y las fuerzas revolucionarias conquistaron el triunfo.
Un año después se constató que EEUU no perdía la más mínima oportunidad para intentar derrotar la joven revolución. Sobre la base de unas fotografías tomadas desde el aire el 14 y 15 de octubre de 1962, Estados Unidos identificó rampas para el lanzamiento de misiles en territorio cubano y el 22 de ese mismo mes, Kennedy le daba al presidente ruso Jruscxhov unas horas para retirar los misiles y sacarlos de Cuba. Los rusos negociaron a espaldas del gobierno cubano, quien a través de Fidel activó la movilización de más de 300 mil combatientes para defender la revolución. «No nos pasaba por la mente la idea de ceder ante las amenazas del adversario» [2], revelaría el líder latinoamericano. El 26 de julio de 1989, a 27 años de esa experiencia, diría en un acto masivo: «Recuerdo la Crisis de Octubre y una frase que utilizamos en la Crisis de Octubre: «No tenemos cohetes estratégicos, pero tenemos cohetes morales.» Esas son las armas con que se defienden los pueblos. Creo en los pueblos, y creo más que nunca en los pueblos como creo en mi pueblo, y sé de lo que es capaz nuestro pueblo» [3].
Cuba, nunca dejó de enfrentar planes de intervención. Fidel, de lo que se sabe hasta ahora, se salvó de ser asesinado en más de 600 oportunidades, dentro y fuera de su país. Eso no lo condujo, en ningún momento, a considerar siquiera la mínima posibilidad de traicionar la revolución. Entre 1962 y 1991, año en que se desaparece la URSS y el campo socialista en Europa, la mayor de las Antillas se vio obligada a contrarrestar decenas de intentos de revertir la experiencia socialista.
Fidel, que al principio reconoció haber visto con simpatía al gobierno de Gorbachov, percibió también de inmediato los peligros que acechaban a la revolución soviética. A la caída de la URSS, los más optimistas le daban a Cuba no más de 6 meses para experimentar un proceso similar. Pero, como se dice en los círculos políticos, Fidel tenía la virtud de anticiparse en el tiempo, «de viajar al futuro y volver». En 1987, se realizó el III Congreso Ordinario del PCC, bajo el lema de «rectificación de errores y de tendencias negativas». Sin las líneas estratégicas adoptadas en ese congreso, es difícil predecir qué hubiera pasado en la Isla.
Una segunda anticipación histórica fue el 26 de julio de 1989. Cuatro meses antes de que se derrumbará el llamado Muro de Berlín, Fidel, un conocedor profundo de la historia y la geopolítica mundial, advirtió de la posibilidad de que desapareciera el campo socialista. Pero eso no lo desanimó ni le quitó la convicción de luchar. Al conmemorarse el XXXVI aniversario del asalto al cuartel Moncada, en un masivo acto desarrollado en Camaguey, sostuvo:
«Tenemos que ser más realistas que nunca. Pero tenemos que hablar, tenemos que advertir al imperialismo que no se haga tantas ilusiones con relación a nuestra Revolución y con relación a la idea de que nuestra Revolución no pudiera resistir si hay una debacle en la comunidad socialista; porque si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS, o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!»
Cuba ya lleva 60 años de Revolución y ni el más criminal de los bloqueos que haya conocido la humanidad, la han hecho retroceder. Las lecciones son útiles para la izquierda y el progresismo de hoy.
Notas:
[1] Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet. Publicado en 2006.
[2] Idem
[3] Discurso de Fidel Castro, al celebrar el XXXVI aniversario del asalto al cuartel Moncada, en la plaza Ignacio Agramonte de Camaguey, el 26 de julio de 1989.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2018/11/26/fidel-en-la-hora-presente/#.W_xweOJRdPY