“Una vez dije que el día que muera de verdad nadie lo iba a creer, podía andar como el Cid Campeador, que ya muerto lo llevaban a caballo ganando batallas.”
Desde la sucesión de las etapas de las sociedades humanas representadas por la comunidad primitiva, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo con su fase imperialista y el socialismo, a lo largo de milenios la humanidad ha vivido experiencias propias de los distintos pueblos que han enriquecido el conocimiento y la práctica filosófica, social, política, histórica, cultural sobre los regímenes diversos en esos estadios de menor o mayor permanencia o preeminencia y de menor o mayor territorialidad.
La humanidad, como parte de los conocidos cambios en el proceso de civilización, no se ha cansado de buscar nuevos caminos hacia lo que podría ser una alcanzable utopía, y ha persistido en abrirse paso hacia lo conquista de un mundo y una vida mejores. Al respecto se pueden seguir las huellas de los grandes pensadores de todas las épocas y naciones.
En su obra La Política, el filósofo griego Aristóteles (384 – 322 a.n.e), describe lo socialmente conocido hasta entonces sobre los tipos de regímenes. Perseguido, se refugió en Calcis, donde murió a los 62 años.
Una síntesis de sus reflexiones en torno a determinadas situaciones y condiciones sobre la sucesión de los regímenes sociales, expresan lo siguiente:
“Todos los regímenes se destruyen desde dentro, ya desde fuera cuando hay un régimen contrario cerca, o lejos pero fuerte. Queda dicho pues, en general, como se producen los cambios y las revoluciones en las repúblicas.”
“Los regímenes cambian también, sin sublevaciones, a causa de aumentar en las democracias el número de ricos o acrecentarse su fortuna. Cambian también por negligencia cuando permiten el acceso a las magistraturas (cargos superiores) de los que no son amigos (partidarios) del régimen. Cambian también por no darle importancia a las minucias, quiero decir con esto que no se advierte que el desdeñar una pequeñez trae consigo una gran revolución en las leyes y las costumbres.
Así pues, las discordias civiles nacen de minucias: los intereses que en ellas luchan son grandes. Sobre todo es grande la influencia de las cosas pequeñas cuando se producen entre los que ocupan los puestos más altos…”
Los cubanos viven y luchan desde el 1 de enero de 1959 con la revolución triunfante que derrocó a una tiranía sangrienta entronizada durante casi siete años. Durante más de sesenta años se habían frustrado los sueños de los precursores y fundadores de la república cubana en un tránsito del estado colonial al neocolonial.
Por todo lo anterior, en su definición más generalizada la Revolución es un cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional (país), y por añadidura cabe extender el término a todo cambio rápido, profundo, fundador, creador, innovador, que todo eso entraña en los diversos campos sociales la repercusión de una verdadera revolución social en una etapa y país dado.
Y el revolucionario es el rebelde, gestor, impulsor y el partidario de la revolución, que solo alcanza su triunfo pleno cuando ese espíritu y esa lucha se convierten en la esencia vital de un pueblo.
En Cuba la patria está ligada indisolublemente a la conquista de la independencia, soberanía, libertad, justicia, igualdad y equidad, primero frente al poder colonial de España, y más tarde de los Estados Unidos y sus servidores internos. De ahí que Fidel señalara, desde bien temprano, que la Revolución Cubana era una sola, con sus altibajos por supuesto, que se iniciara el 10 de octubre de 1868, bajo la guía de Carlos Manuel de Céspedes, aquel Padre de la Patria que dijera en versos: “Todo en mí era fuego, era viveza/…/ yo aspiraba a vencer por la victoria, / era la lucha para mí la gloria.”
“Quise ser el apóstol de la nueva / religión del trabajo y del ruido, / y ya lanzado a la tremenda prueba / a un pueblo quise despertar dormido, / y ponerlo en la senda con presteza / de virtud, de la ciencia y la riqueza.”
Y en la otra etapa siguiente de la revolución, liderada por José Martí, éste era claro en reconocer que “las revoluciones, por muy individuales que parezcan, son obra de muchas voluntades”. Y la definición de su significado: “La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del hombre, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución.” Y pensando en su continuidad señalaba la aspiración “que contemplemos la obra de la revolución con el espíritu heroico y evangélico con la que iniciaron nuestros padres, con todos y para el bien de todos.”
Después del triunfo de la Revolución el asunto de su defensa y de su carácter irreversible frente a sus enemigos internos y externos siempre ha estado presente.
Ahora rememoro que en el programa radial La hora rebelde de Radio Baracoa, órgano municipal del Movimiento 26 de julio, el sábado 22 de agosto de 1959, expresábamos lo siguiente:
LOS PELIGROS DE LA REVOLUCIÓN
La Revolución tiene que acertar, tiene que ver lo que no se ve, y tiene que repeler los brotes personalistas. El Dr. Fidel Castro ha afirmado que el peligro de la Revolución está en los mismos revolucionarios. No es esta una afirmación que resta méritos a los mismos, sino que pone de manifiesto en manos de quiénes está el triunfo o la derrota de la causa.
Otra frase que corrobora lo que decimos, es la de Louis Saint Just, revolucionario durante la revolución francesa (25 de agosto de 1767 – 28 de julio de 1794): “Están talladas todas las piedras del edificio de la libertad, podéis construirle un templo o una tumba con las mismas piedras.”
Por lo tanto, hay peligros que es necesario ver y prever, que no se pueden dejar de tener en consideración, so pena de cometer una falta indisculpable y grave.
Esta consideración en dicho programa estaba fundada en las palabras contenidas en el discurso de Fidel del 8 de enero de 1959 en Columbia (luego Ciudad Libertad), en que expuso estas ideas esenciales.
“Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo. ¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados.
Cuando nosotros teníamos un revés, lo declarábamos por “Radio Rebelde”, censurábamos los errores de cualquier oficial que lo hubiese cometido, y advertíamos a todos los compañeros para que no le fuese a ocurrir lo mismo a cualquier otra tropa. No sucedía así con las compañías del Ejército. Distintas tropas caían en los mismos errores, porque a los oficiales y a los soldados jamás se les decía la verdad.
Y por eso yo quiero empezar —o, mejor dicho, seguir— con el mismo sistema: el de decirle siempre al pueblo la verdad.
Se ha andado un trecho, quizás un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital, aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas. Mientras el pueblo reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba.
La Revolución tiene ya enfrente un ejército de zafarrancho de combate. ¿Quiénes pueden ser hoy o en lo adelante los enemigos de la Revolución? ¿Quiénes pueden ser ante este pueblo victorioso, en lo adelante, los enemigos de la Revolución? Los peores enemigos que en lo adelante pueda tener la Revolución Cubana somos los propios revolucionarios.
Es lo que siempre les decía yo a los combatientes rebeldes: cuando no tengamos delante al enemigo, cuando la guerra haya concluido, los únicos enemigos de la Revolución podemos ser nosotros mismos, y por eso decía siempre, y digo, que con el soldado rebelde seremos más rigurosos que con nadie, que con el soldado rebelde seremos más exigentes que con nadie, porque de ellos dependerá que la Revolución triunfe o fracase.
Hay muchas clases de revolucionarios. De revolución hemos estado oyendo hablar hace mucho tiempo; hasta el 10 de marzo se dijo que habían hecho una revolución, e invocaban la palabra revolución, y todo era revolucionario; a los soldados los reunían aquí y hablaban de “la Revolución del 10 de marzo” (RISAS).
De revolucionarios hemos estado oyendo hablar mucho tiempo. Yo recuerdo mis primeras impresiones del revolucionario, hasta que el estudio y alguna madurez me dieron nociones de lo que era realmente una revolución y de lo que era realmente un revolucionario. Las primeras impresiones del revolucionario las escuchábamos nosotros de niño, y oíamos decir: “Fulano fue revolucionario, estuvo en tal combate, o en tal operación, o puso bombas”, “Mengano era revolucionario…”, incluso se creó una casta de revolucionarios, y entonces había revolucionarios que querían vivir de la revolución, querían vivir a título de haber sido revolucionarios, de haber puesto una bomba o dos bombas; y es posible que los que más hablaban eran los que menos habían hecho. Pero, es lo cierto que acudían a los ministerios a buscar puestos, a vivir de parásitos, a cobrar el precio de lo que habían hecho en aquel momento, por una revolución que desgraciadamente no llegó a realizarse, porque estimo que la primera que parece que tiene mayores posibilidades de realizarse es la Revolución actual, si nosotros no la echamos a perder… (EXCLAMACIONES DE: “¡No!” Y APLAUSOS).
El revolucionario aquel de mis primeras impresiones de niño andaba con una pistola 45 en la cintura, y quería vivir por sus respetos; había que temerle: era capaz de matar a cualquiera; llegaba a los despachos de los altos funcionarios con aire de hombre al que había que oír; y en realidad se preguntaba uno:
¿Dónde está la revolución que esta gente hizo, estos revolucionarios? Porque no hubo revolución, y hubo muy pocos revolucionarios.
Lo primero que tenemos que preguntarnos los que hemos hecho esta Revolución es con qué intenciones la hicimos; si en alguno de nosotros se ocultaba una ambición, un afán de mando, un propósito innoble; si en cada uno de los combatientes de esta Revolución había un idealista o con el pretexto del idealismo se perseguían otros fines; si hicimos esta Revolución pensando que apenas la tiranía fuese derrocada íbamos a disfrutar de los gajes del poder; si cada uno de nosotros se iba a montar en una “cola de pato”, si cada uno de nosotros iba a vivir como un rey, si cada uno de nosotros iba a tener un palacete, y en lo adelante para nosotros la vida sería un paseo, puesto que para eso habíamos sido revolucionarios y habíamos derrocado la tiranía; si lo que estábamos pensando era quitar a unos ministros para poner otros, si lo que estábamos pensando simplemente era quitar unos hombres para poner otros hombres; o si en cada uno de nosotros había verdadero desinterés, si en cada uno de nosotros había verdadero espíritu de sacrificio, si en cada uno de nosotros había el propósito de darlo todo a cambio de nada, y si de antemano estábamos dispuestos a renunciar a todo lo que no fuese seguir cumpliendo sacrificadamente con el deber de sinceros revolucionarios (APLAUSOS PROLONGADOS). Esa pregunta hay que hacérsela, porque de nuestro examen de conciencia puede depender mucho el destino futuro de Cuba, de nosotros y del pueblo.
Cuando yo oigo hablar de columnas, cuando oigo hablar de frentes de combate, cuando oigo hablar de tropas más o menos numerosas, yo siempre pienso: he aquí nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra: ¡Esa tropa es el pueblo! (APLAUSOS.)
Más que el pueblo no puede ningún general; más que el pueblo no puede ningún ejército. Si a mí me preguntaran qué tropa prefiero mandar, yo diría: prefiero mandar al pueblo (APLAUSOS), porque el pueblo es invencible. Y el pueblo fue quien ganó esta guerra, porque nosotros no teníamos tanques, nosotros no teníamos aviones, nosotros no teníamos cañones, nosotros no teníamos academias militares, nosotros no teníamos campos de reclutamiento y de entrenamiento, nosotros no teníamos divisiones, ni regimientos, ni compañías, ni pelotones, ni escuadras siquiera (APLAUSOS PROLONGADOS).
Luego, ¿quién ganó la guerra? El pueblo, el pueblo ganó la guerra. Esta guerra no la ganó nadie más que el pueblo —y lo digo por si alguien cree que la ganó él, o por si alguna tropa cree que la ganó ella (APLAUSOS). Y por lo tanto, antes que nada está el pueblo.
Pero hay algo más: la Revolución no me interesa a mí como persona, ni a otro comandante como persona, ni al otro capitán, ni a la otra columna, ni a la otra compañía; la Revolución al que le interesa es al pueblo (APLAUSOS).
Quien gana o pierde con ella es el pueblo. Si el pueblo fue quien sufrió los horrores de estos siete años, el pueblo es quien tiene que preguntarse si dentro de 10 o dentro de 15, o de 20 años, él, y sus hijos, y sus nietos, van a seguir sufriendo los horrores que ha estado sufriendo desde su inicio la República de Cuba, coronada con dictaduras como las de Machado y las de Batista (APLAUSOS PROLONGADOS).
Al pueblo le interesa mucho si nosotros vamos a hacer bien hecha esta Revolución o si nosotros vamos a incurrir en los mismos errores en que incurrió la revolución anterior, o la anterior, o la anterior, y en consecuencia vamos a sufrir las consecuencias de nuestros errores, porque no hay error sin consecuencias para el pueblo; no hay error político que no se pague, más tarde o más temprano.
Circunstancias hay que no son las mismas. Por ejemplo, estimo que en esta ocasión existe más oportunidad que nunca de que en realidad la Revolución cumpla su destino cabalmente. Es quizás por eso que sea tan grande el júbilo del pueblo, olvidándose un poco de lo mucho que hay que bregar todavía.”
«(…) y si algún día hay que pelear contra un enemigo extraño o contra un movimiento que venga contra la Revolución, no pelearán cuatro gatos, peleará el pueblo entero».
Doctor en Ciencias Médicas y Doctor Honoris Causa. Profesor Titular, Consultante y Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.
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