Fidel se nos ha ido de pronto, y ya lo estamos extrañando, porque nada será igual sin él. Creíamos, muchas veces lo pensamos en los rincones más inhóspitos de las cárceles, en las cloacas de las peores torturas, o en los días más difíciles de nuestras luchas, que Fidel estaba con nosotros, alentándonos, acompañando las […]
Fidel se nos ha ido de pronto, y ya lo estamos extrañando, porque nada será igual sin él. Creíamos, muchas veces lo pensamos en los rincones más inhóspitos de las cárceles, en las cloacas de las peores torturas, o en los días más difíciles de nuestras luchas, que Fidel estaba con nosotros, alentándonos, acompañando las peores dificultades. Sus ideas revolucionarias y socialistas, su ejemplo de combatiente y estratega, su incomparable sapiencia a la hora de emprender las más difíciles luchas. Siempre Fidel estaba presente, con su uniforme verde oliva, con su fusil levantado en alto, empuñado con vigor y dispuesto a seguir siempre pa’lante.
Fidel, la estrella más roja del mapa latinoamericano y caribeño, esa enorme figura que supo hacer de la Revolución una posibilidad no lejana y a la vez logró transmitir esperanzas para que otros y otras en cualquier rincón del mundo pudieran alzarse contra las injusticias. Ese gigantesco corazón sensible en el que han cabido todas las tristezas de los más necesitados y también las alegrías por las pequeñas y grandes victorias conquistadas. En Fidel, digo, y en su forma de generar conciencia, formación, coraje y toda la audacia necesaria para conquistar el poder y no servirse del mismo, están concentrados todos los anhelos de quienes jamás se habrán de dar por vencidos en la lucha por un mundo diferente. Socialista, sin más aditamentos, al decir y el hacer del Comandante.
Justamente ahora, que la situación internacional no parece la más favorable para los pueblos y hay dudas sobre el futuro que le espera a la Humanidad, vale la pena buscar respuestas a la existencia de este inagotable referente del campo revolucionario que sigue dando lecciones de sabiduría y humildad.
Se ha marchado el hombre y el combatiente que se dio cuenta enseguida que todas las teorías del mundo no son suficientes si no se ejerce una práctica audaz e inteligente contra el autoritarismo, y junto con un puñado de valientes asaltó el Moncada, abriendo así un sendero que no se detendría más hasta la toma del poder, una meta imprescindible si se quiere hacer una Revolución con mayúsculas.Pero qué decir de ese Fidel, que con Raúl, el Che y otros tantos patriotas desembarcó del Granma, y cuando todo parecía venirse abajo, entre cadáveres de sus mejores hermanos y las balas del enemigo, contó los fusiles y se repitió varias veces, como para que lo oyeran los esbirros de la dictadura batistiana, que con esa decena de hombres que quedaban en pie, ganarían la batalla.
Ya no tendremos a ese hombre junto a nuestras luchas, a ese Fidel de la Sierra Maestra, el que rodeado de Raúl, el Che y Camilo fue capaz de cometer las más increíbles hazañas. Allí, en aquellas montañas victoriosas, apareció con toda claridad el Fidel combatiente, el estratega militar capaz de convertir en triunfo aplastante lo que minutos antes iba camino a convertirse en derrota, el Fidel compañero de sus compañeros, severo cuando se trataba de hacer que se cumplan sus órdenes, sabedor de que cualquier duda en un combate tan desigual como el que libraban, podía hacer capotar el proyecto revolucionario.
Pero también supimos en esos pocos años de batalla directa contra la soldadesca de Batista, de ese Fidel que respetaba la vida de sus enemigos una vez que eran capturados en combate, marcando de esa forma un territorio de humanidad, que en varias ocasiones provocó deserciones masivas entre los uniformados del régimen, y generó las bases para que pocos miles de rebeldes vencieran a un ejército regular y bien equipado de cien mil soldados, que contaban con tanques, aviones bombarderos, y la ayuda internacional de los imperios yanqui e inglés.
Después, cuando los barbudos felizmente marcharon victoriosos hacia La Habana, en aquellos días memorables del 59, comenzó a desarrollarse la vida de un Fidel que terminó asombrando al mundo. Revolucionario hasta la médula, liberó a su pueblo de la opresión y de la cultura gringa que lo asfixiaba, expropió y nacionalizó todo lo que antes era de cuatro magnates subordinados a la mafia norteamericana, y ejerció el internacionalismo con la misma potencia que antes había desarrollado para derrotar al tirano.
Codo a codo con el Che, no dudó de emprender una prolongada marcha para conquistar la por ahora pendiente segunda Independencia latinoamericana. Venció al Apartheid sudafricano, ayudó a liberar Angola, abrazó a Salvador Allende y apretó los puños de rabia, como pocos, cuando se enteró que su hermano Guevara caía en combate en Ñancahuazu.
Cuántos rebeldes del continente se siente enormemente agradecidos por lo que hizo Cuba por ellos, cuántos luchadores por el socialismo no hubieran podido gestar múltiples hazañas en sus países sin la decisión solidaria y comprometida de Fidel y sus compañeros. La lista es extensa y a través de ella, Cuba y su Revolución fueron escribiendo páginas de dignidad imposibles de olvidar.
En esos años y en los venideros, Fidel debió multiplicarse, para que la Isla no se hundiera tras la caída del bloque socialista, para intervenir con clarividencia en temas de deuda externa, anunciando antes que ninguno, que la misma era impagable por ilegítima. También propuso soluciones para cuidar y defender el medio ambiente, o encarar gigantescas iniciativas en temas de educación y salud para su pueblo, que luego fueron y son derivadas de manera solidaria hacia el resto del mundo.
Sin embargo, la madre de toda las batallas fue la que libró Fidel, abrazado con su pueblo, contra el criminal bloqueo imperialista.
Medio siglo de obligadas carencias, que fueron derrotadas a punta de digno coraje y la convicción de que a las revoluciones verdaderas se le oponen miles de escollos. Para que semejante agresión no pueda salir airosa, Fidel lo repitió siempre, la medicina es tener conciencia revolucionaria y convicción de que se libra una batalla justa, forjar una inmensa unidad de los de abajo, y sacrificarse hasta las lágrimas.
«Después de Dios, Fidel», dijo emocionado un agradecido ciudadano de Haití, al defender las misiones médicas y alfabetizadoras que el gobierno cubano derramó por todo el mundo, llegando allí donde nadie se atrevía. Eso es lo que en estos días todos los que agradecemos su necesaria vigencia tenemos la obligación de recordar cuando nombramos a Fidel. Nunca, pero nunca, nos falló.
Lo decimos desde la constatación de saber en que clase de mundo vivimos, donde la felonía, la corruptela, el transfuguismo y la claudicación se han convertido en moneda corriente. Frente a esas lacras, Fidel, Cuba, su pueblo, la vieja guardia y las jóvenes generaciones revolucionarias, siempre han mostrado que se puede. Que con voluntad política y conciencia revolucionaria no hay enemigo invencible.
Nuestro querido Comandante en jefe ya no estará para alumbrar nuevos amaneceres, pero sus ideas, que nadie tenga duda, permanecerán intactas para impulsarnos a no bajar los brazos. Como buen «caballo» y merecedor de ese apodo cariñoso impuesto por el pueblo de Cuba, Fidel seguirá galopando hacia el futuro. Y lo hará, ahora que ese enemigo al que le soportó la mirada, a pesar de tenerlo a sólo 90 millas, simula acercarse y «flexibilizar relaciones» para seguir apretando la soga de formas diversas. Ahora que ya no tenemos tampoco a Hugo Chávez, su mejor amigo, hijo, hermano, compañero, ahora que el Imperio se lanza a la ofensiva en lo que sigue considerando su «patio trasero» y Cuba se nos aparece, como siempre, intacta, inabordable por sus enemigos que son los nuestros, ahora, cuando las reflexiones de Fidel en defensa de la vida contra la muerte son más que necesarias, es momento de detener la marcha por un instante, y reconocerle a este hombre excepcional todos sus méritos.
Por eso, cuando las dificultades nos apabullen, cuando creamos que nos estamos quedando sin fuerzas, cuando a veces nos falten respuestas, cuando la confusión reinante nos haga dudar sobre quien realmente es el enemigo, en esos momentos de oscuridad y desazón, volvamos a Fidel, a sus ideas, a su ética, a su audacia, a su coraje, a su lógica revolucionaria y empinémonos nuevamente en la maravillosA aventura de querer tomar los cielos por asalto.
Un poco desolados, otro poco mordiendo nuestro propio dolor, pero jamás vencidos, te decimos querido Comandante, que te evocaremos cuando escuchemos el viejo tema de Carlos Puebla, ese que habla de que «mandastes a parar» y lo cantaremos una y otra vez, para darnos fuerza, para tragarnos las lágrimas, y consultarte a cada momento: ¿Vamos bien, Fidel?
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