Del genio de Fidel extrañaremos bastante; quizá más que nada su especial sentido del momento histórico; esa extraordinaria capacidad de penetrar la esencia de las cosas, para emprender acciones de éxito donde otros las pospondrían escudándose en una supuesta falta de «condiciones objetivas». Por ejemplo, ¿qué habría hecho por la cultura el común de los […]
Del genio de Fidel extrañaremos bastante; quizá más que nada su especial sentido del momento histórico; esa extraordinaria capacidad de penetrar la esencia de las cosas, para emprender acciones de éxito donde otros las pospondrían escudándose en una supuesta falta de «condiciones objetivas». Por ejemplo, ¿qué habría hecho por la cultura el común de los mortales, de haber dirigido un país como Cuba, en medio de la convulsa circunstancia de aquellos primeros años de la Revolución? Si nos atenemos a la conocida máxima del filósofo español José Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia», esa particular coyuntura histórica probablemente hubiese polarizado las acciones del líder -siempre que este no fuera Fidel- hacia aspectos muy alejados de la promoción cultural.
Repasemos los contextos, y veamos si aconsejaban otra cosa que no fuese dedicar el máximo esfuerzo al fusil y la trinchera. Solo entre 1959 y 1960, mediante aviones procedentes de los Estados Unidos, la contrarrevolución realizó más de 50 bombardeos con explosivos o fósforo vivo, a centrales azucareros o áreas urbanas. El más alevoso crimen de aquella época se registró en marzo 1960, cuando fue volado el vapor francés La Coubre: hecho que segó la vida a 101 trabajadores cubanos. Según documentos desclasificados, el gobierno de Dwight Eisenhower puso en manos de la subversión interna armamentos y explosivos que, en los seis meses anteriores a la invasión de Girón, provocaron 110 atentados dinamiteros, la detonación de 200 bombas, 950 incendios y seis descarrilamientos de trenes.
El 3 de enero de 1961, los Estados Unidos rompen relaciones diplomáticas con Cuba, y si bien el bloqueo económico y comercial se implanta oficialmente el 3 de febrero de 1962, ya desde octubre de 1960 se habían prohibido las exportaciones a Cuba, excepto medicinas y alimentos; mientras, en la práctica, también se hallaba suspendida la importación de azúcar cubano. Entretanto, en las montañas del Escambray, decenas de bandas armadas realizaban acciones subversivas, y asesinaban maestros y campesinos.
Ante la inminencia de una invasión, había que preparar al pueblo. El 26 de octubre de 1959, Fidel proclama la creación de las Milicias Nacionales Revolucionarias, y ya para marzo de 1960, apenas cinco meses después de creadas las MNR, medio millón de cubanos formaban parte de sus filas. El 15 de abril de 1961, aviones de combate bombardean la pista de Ciudad Libertad, y las bases aéreas de San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba. Dos días más tarde, 1500 mercenarios cubanos, apoyados por aviones y buques de guerra, desembarcan por Playa Larga y Playa Girón, solo para ser vencidos en menos de 72 horas.
Tras ese fracaso, el gobierno norteamericano no cejó en su empeño de derrocar la Revolución naciente, y para ello puso en práctica el programa subversivo llamado Operación Mangosta. Durante su período de vigencia, en un lapso de diez meses, se registraron más de cinco mil acciones de sabotaje y actos terroristas contra objetivos económicos y sociales, mientras que, solo con interés de asesinar a Fidel, se emprendieron o planificaron 80 atentados (38 en el gobierno de Eisenhower y 42 en el de Kennedy).
En medio de este complejo momento histórico, ¿sería posible realizar transformaciones sustanciales en la cultura? Veamos cómo para Fidel el desgaste impuesto por el enemigo, y el valioso tiempo que debió dedicar a enfrentarlo, no fue impedimento. El 31 de marzo de 1959, por su orientación expresa, fue creada la imprenta Nacional de Cuba, entidad que, con el nombre de Editorial Nacional, a partir de 1962 estaría bajo la dirección de Alejo Carpentier. Al contrario de lo que podría suponerse, dadas las circunstancias, el primer libro publicado no fue un manual para milicianos, ni un folleto de adoctrinamiento político, sino El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes y Saavedra.
No fue casual la selección de esa obra, con la cual quedó inaugurada la Colección Biblioteca del Pueblo, destinada a los clásicos de la literatura universal. Al respecto, en 1979 Armando Hart Dávalos señaló: «Al símbolo del personaje inmortal que encarna los más puros ideales humanos, se unía la voluntad de reconocer como propio el patrimonio cultural de la humanidad y el homenaje a todo lo que de tesoro comunal unificador encierra nuestra lengua en la figura del más preclaro de sus escritores».
Los cien mil ejemplares de aquella edición del Quijote fueron puestos a disposición del público lector a un precio simbólico, y luego -también en tiradas masivas y a precios muy bajos-, se publicaron otras obras relevantes de la literatura universal. Entre los primeros autores editados estuvieron César Vallejo, Rubén Darío y Pablo Neruda. ¡Sencillamente extraordinario!: el Estado cubano destinando recursos a la publicación de poesía, mientras el enemigo más letal de la historia bañaba en sangre a nuestro pequeño país y creaba condiciones para emprender una invasión a gran escala. Naturalmente, en dicha institución no solo se imprimieron textos literarios, sino también los millones de ejemplares de las cartillas y manuales que serían utilizados durante la exitosa Campaña Nacional de Alfabetización, en 1961.
Sin duda alguna, la Campaña Nacional de Alfabetización fue el más grande evento cultural emprendido por nuestra nación en cualquier época. En ella participaron 271 mil educadores, que alfabetizaron 707 mil personas, para, de este modo, convertir a Cuba en uno de los países con menor tasa de analfabetismo en el mundo. Las palabras de Fidel, expresadas el 22 de diciembre de 1961, resumen el gigantesco esfuerzo: «Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de legítimo orgullo y de gloria, como este en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados».
En enero de 1961, fue creado el Consejo Nacional de Cultura. Su objetivo fundamental fue llevar a cabo una política cultural amplia y profunda, destinada a todas las capas sociales de la población y, de manera especial, a los sectores populares. Como concreción de tales propósitos, se fortalecen instituciones como el Ballet Nacional de Cuba, la Biblioteca Nacional y la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro. Se retoma la construcción del Teatro Nacional y se fundan la Orquesta Sinfónica, la Casa de las Américas, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y el Instituto de Etnología y Folklore, entre otras instituciones.
Fruto de los intensos debates que durante tres jornadas nuestro Comandante en Jefe realizara con destacados artistas y escritores cubanos -los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional- ha quedado para la historia el memorable discurso titulado Palabras a los Intelectuales. Este documento, más que reflexión puntual ante un público preocupado por sus derechos en la nueva realidad sociopolítica, constituyó sólida base de lo que es hoy la Política Cultural de la Nación. «La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura -dijo Fidel entonces-, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un verdadero patrimonio del pueblo».
Apenas mes y medio más tarde, en el hotel Habana Libre, se celebró el Congreso de Escritores y Artistas, clausurado por Fidel, que dejó como resultado la creación de la Uneac. Los intelectuales se sumaban así, de manera organizada y consciente, a un turbión cultural cuyas olas creativas aún baten con fuerza. Como muestra del alto nivel artístico rápidamente alcanzado en la época, tan solo recordemos las novelas de Carpentier, especialmente El siglo de las luces; las películas de Titón (La muerte de un burócrata y Memorias del subdesarrollo), el Teatro Estudio encabezado por Raquel y Vicente Revuelta, el Ballet de Alicia y Fernando Alonso, la mejor poesía de Nicolás Guillén, la explosión creadora de René Portocarrero…
En 1962, tan solo un par de meses antes de que nuestro país viviese el peligro de ser barrido por un ataque nuclear, se funda la Escuela Nacional de Arte. Erigida en terrenos del antiguo Country Club de La Habana, por primera vez en Cuba una escuela de arte recibía alumnos procedentes de todas las capas sociales y regiones del país, previa rigurosa prueba de aptitudes artísticas. De este modo, se creaban las bases para que la enseñanza artística pudiera extenderse por toda la geografía nacional, lo cual posibilitó el extraordinario salto que en materia de cultura habría de ocurrir en las siguientes décadas.
Entre los años 70 y 80 del pasado siglo, Cuba logró convertirse en innegable potencia cultural. Fueron fundadas decenas de academias, conservatorios y escuelas de arte en los niveles elemental, medio y superior; algunas de la más alta cota profesional posible, tales son los casos del Instituto Superior de Arte y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. No hubo municipio del país que no contara con cines, museos, casas de cultura, galerías de arte, talleres literarios, bibliotecas, agrupaciones musicales, teatrales y danzarias de alto nivel. El arte penetró las fábricas, las unidades militares, los círculos infantiles, los asilos de ancianos… muchas de tales instituciones también fue posible tenerlas en pueblos y comunidades donde antes ni siquiera hubo escuelas. Allí, donde poco tiempo atrás los niños morían de enfermedades curables, donde imperaba el hambre, la explotación, el atraso y la absoluta falta de oportunidades, ahora llegaba el poder dignificante de la cultura.
A nivel central, en La Habana y otras ciudades del país, surgen decenas de importantes eventos culturales, entre los que se hayan las muy prestigiosas Ferias Internacionales del Libro; de la Música, «Cubadisco»; de Artes Plásticas, «Bienal de La Habana»; de Artesanía, «Fiart»; los Festivales Internacionales de Ballet; del Nuevo Cine Latinoamericano; de Cine Pobre, en Gibara; del Circo en Verano, «Circuba»; de Música Electroacústica, «Primavera»; de Jazz, «Jazz Plaza»; de la Canción en Varadero; de la Trova, «Pepe Sánchez»; de la cultura caribeña, «Fiesta del Fuego»; de Poesía de La Habana; de Humorismo Gráfico, «Bienal de San Antonio de los Baños»; de Teatro de La Habana; así como la Temporada Escénica Latinoamericana y Caribeña «Mayo Teatral», entre otras muchas acciones artísticas y culturales de envergadura.
En 1991, producto del derrumbe de la Unión Soviética y el Campo Socialista, así como por el recrudecimiento del bloqueo comercial y financiero impuesto a Cuba por los Estados Unidos, el país se adentró en una larga y profunda crisis económica en la que el PIB se contrajo un 35 %. Particularmente severas fueron las carencias alimentarias y de portadores energéticos, al extremo de que se sufrieron apagones de entre 16 y 20 horas diarias. Otra vez el momento histórico hubiera aconsejado realizar reducciones en los presupuestos destinados a la cultura. ¡Si no había qué comer ni cómo cocinar, cómo íbamos a gastar nuestros muy limitados recursos en acciones culturales!
Entonces Fidel, evocando a Martí, alza su voz para recordarnos que trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras. Lo primero a salvar es la cultura, porque «la cultura es espada y escudo de la nación». Ninguna institución cultural fue cerrada, ningún evento dejó de realizarse, porque «ser culto es la única manera de ser libre»; y sin identidad, no hay libertad posible. De modo que apenas la situación económica ofreció respiro, se retomaron con fuerza proyectos culturales pendientes. En el año 2000, al calor de la Batalla Ideas, Fidel aprueba la construcción de las nuevas Escuelas de Instructores de Arte, con el objetivo de consolidar las escuelas y círculos infantiles como los centros culturales más importantes de la comunidad.
Ese mismo año se inaugura el programa de Universidad para Todos, donde los estudios socioculturales y de comunicación social tendrían un peso significativo; al tiempo que se crean dos canales educativos en la televisión, los cuales contarían con una programación marcadamente instructiva y cultural. Las Ferias Internacionales del Libro, que antes se celebraban cada dos años en La Habana, se extienden ahora por todas las provincias del país con un carácter anual, mientras se multiplica la edición de ejemplares.
Al respecto, quiero recordar aquella anécdota de Fidel, cuando en reunión efectuada con intelectuales y funcionarios de la cultura, tras culminar la Feria del Libro del año 2000, de pronto preguntó: ¿Dónde publica su primer libro un genio que, digamos, viva en el municipio de Colón? Le explicaron que el país contaba con decenas de editoriales, y que estas habían publicado decenas de miles de títulos en los años de Revolución; le explicaron procedimientos y mecanismos; y, en realidad, parecía suficiente el esfuerzo. Sin embargo, Fidel consideró que no lo era; aún faltaba mucho por hacer. Así surgió uno de los proyectos más inclusivos que en materia cultural podía soñarse: El Sistema de Ediciones Territoriales, popularmente conocido como Riso, el cual abarca 22 nuevas casas editoriales en todas las provincias del país. En sus 16 años de existencia, gracias a este sistema de impresión, han visto la luz más de cinco mil títulos, y cuatro millones de ejemplares, que de otro modo no hubieran dignificado ese principio revolucionario vigente desde el 1ro. de enero de 1959: «Al pueblo no le vamos a decir cree; le vamos a decir lee».