Tenía yo 14 años cuando cayó en mis manos un discurso de Fidel. Yo no sabía nada de ese barbudo personaje. Lo había visto a veces en los periódicos o en la televisión, pero no había prestado especial atención. Recuerdo ese día con gran nitidez. Abrir ese libro fue como asomarse a una ventana y […]
Tenía yo 14 años cuando cayó en mis manos un discurso de Fidel. Yo no sabía nada de ese barbudo personaje. Lo había visto a veces en los periódicos o en la televisión, pero no había prestado especial atención.
Recuerdo ese día con gran nitidez. Abrir ese libro fue como asomarse a una ventana y descubrir de pronto que hay otro mundo posible. El famoso lema del movimiento alterglobalización empezó a tener sentido para mí desde ese mismo instante. Descubrí una cosa muy simple, que en el mundo político es posible encontrar razonamientos, argumentos, que en política es posible, también, decir la verdad. Así, pues, los discursos de los políticos no tenían que ver necesariamente con frases huecas, palabras vacías, retóricas hipócritas y mentiras. Descubrir eso a los 14 años marcó el resto de mi vida. Desde entonces, he tenido mis ojos puestos en la Revolución Cubana, buscando ahí (en ese país que es, en efecto, «una inmensa Universidad») la posibilidad política de enderezar el curso de la realidad social y económica mediante buenos argumentos y buenas razones. Y no me he sentido defraudado: no existe en el mundo una sociedad como la cubana, tan capaz de hacer política desde la razón. No en vano, en el actual proceso revolucionario que se ha iniciado en Latinoamérica, Cuba, que no puede exportar petróleo, ni gas, ni diamantes, hace algo mucho más importante: exporta licenciados, médicos, maestros, técnicos, ingenieros…
Descubrí lo que era razonar leyendo un discurso de Fidel Castro. Muchos años después, leo que Fidel ha renunciado a ser elegido de nuevo para liderar la Revolución. No importa. Esté donde esté Fidel, sabemos dónde están sus razones y sus argumentos. El pueblo cubano tiene razón, eso es lo importante, y por eso esta Revolución es imparable.