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Filosofando el siglo XXI

Fuentes: Rebelión

El 21 de noviembre se celebró el día mundial de la filosofía, esa que nos llena de preguntas más que respuestas, partera de ideas e inspiración del espíritu. Existe desde tiempos inmemoriales, nace en ese instante en que el ser humano reflexiona sobre sí mismo y su condición, sobre los fenómenos que ve a su […]

El 21 de noviembre se celebró el día mundial de la filosofía, esa que nos llena de preguntas más que respuestas, partera de ideas e inspiración del espíritu. Existe desde tiempos inmemoriales, nace en ese instante en que el ser humano reflexiona sobre sí mismo y su condición, sobre los fenómenos que ve a su alrededor para tratar de dar alguna explicación que le permita construir certezas y encontrar la sabiduría. Más allá de ser un saber obsoleto o anticuado, como dicen muchas voces plagadas de ignorancia en nuestro tiempo, es una herramienta muy útil y práctica para comprender el mundo desde múltiples enfoques.

La reflexión sobre las paradojas que rigen nuestra civilización es muy necesaria debido a los retos y posibilidades que tenemos en frente. Hace seis años, escribí por primera vez un artículo para un medio de comunicación en la sección de opinión. Recuerdo que el artículo hablaba sobre los límites del desarrollo en el siglo XXI, ahí planteaba la preocupación sobre el modelo económico-productivo insostenible que tenemos actualmente, algo que respaldan los últimos estudios científicos realizados sobre la situación ambiental planetaria.

Y es que, entre más estudiamos lo que sucede en el planeta, nos entran dudas sobre el actual modelo y ritmo de vida que llevamos. En definitiva, el pensamiento anquilosado de gran parte de las ciencias sociales, de políticos, así como de diversos grupos de interés, que entienden la realidad de forma fragmentada y sin interconexiones entre una causa y otra, nos han hecho creer que vivimos aún hoy bajo el mismo esquema de Guerra Fría, donde el tema izquierda o derecha es lo que desvive y preocupa. Aunque lo nieguen o piensen que no es así, las agendas de discusión político económicas de los países solo giran entorno a que si la explotación del planeta y sus recursos va a desarrollarse en manos del estado o en manos del mercado.

Qué lamentable es ver esto, ya que en nuestros días la encrucijada que debería de ponernos a trabajar en conjunto como humanidad es la siguiente: extinción o supervivencia. Creo que esto es lo suficientemente fuerte como para filosofar el actual rumbo del siglo XXI. Esta lógica que nos parece muy racional pero no lo es, de robar a la naturaleza la mayor cantidad de materias primas posibles con el fin de convertirlas en bienes y mercancías para la venta y el consumo, sin importar en absoluto el impacto evidentemente negativo que acarrea para el planeta, así como para todo el resto de los seres vivos que en él habitan, es realmente una actitud suicida e irresponsable.

Ejemplifiquemos lo anterior, veamos brevemente un caso como el de Venezuela y Arabia Saudita, regímenes diametralmente opuestos en lo ideológico, político, social y económico. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, eso es solo un tema de forma y no de fondo, para efectos de la madre tierra, ambos hacen igual daño, parten de la misma premisa extractivista: explotación infinita de recursos naturales finitos. Al poseer las más grandes reservas petroleras, estos ven al planeta como un medio del que pueden extraer todo recurso ubicado en sus territorios, como si no hubiese un mañana, sin más criterio que el económico por encima de lo humano y ambiental.

Un querido profesor de la universidad, un día me narró una especie de alegoría para hacerme entender mejor lo que implicaba la paradoja del desarrollo. Me decía: piense en Costa Rica allá por el año de 1860, en 11 km durabas de 2 a 3 horas de Heredia a San José en carreta, teníamos mucha naturaleza alrededor, no había carreteras de asfalto, no existía el estrés ni la presión que el mundo de hoy impone, los ríos tenían agua limpia y peces, no había basura en las calles y mucho menos humo por motores de combustión. Ahora piense en la Costa Rica de 1985, el desarrollo trajo progreso, se construyeron grandes autopistas, y en vehículo, el traslado de Heredia a San José era cuestión de 15 a 20 minutos. Los frutos del desarrollo, ¿quién los va a negar? Son tangibles y medibles, es algo claramente irrefutable. Ahora reflexionemos sobre Costa Rica hoy, especialmente en «hora pico», otra vez 2 o más horas de Heredia a San José. Esta ocasión en carro, las calles colapsadas, estrés al andar manejando mezclado con violencia, ríos contaminados, algunas calles con basura y pocas zonas verdes en la ciudad.

Esta realidad la enfrentan todos países del mundo, no solo Costa Rica, es un reto global frente al cual surgen preguntas como: ¿También es ello resultado de las bondades del desarrollo y el progreso? ¿Tenemos más calidad de vida realmente? ¿Hay más gente feliz de verdad? Antes de la revolución industrial producíamos energía entre otras cosas, con molinos de viento, hoy las energías renovables buscan de nuevo sistemas similares aplicando nuevas tecnologías y más amigables con la naturaleza, ¿acaso nos fallaron los cálculos?

Esta crisis civilizatoria es una gran oportunidad para meditar sobre el sentido profundo de nuestra existencia y el devenir que hemos tomado como humanidad. Es ahí donde la filosofía, de la mano de otros saberes juega su rol, ya que nos permite comprender la responsabilidad de volver a nosotros mismos y repensarnos, no en vano el oráculo de Delfos, en la Grecia Antigua, tenía plasmada aquella sabia frase: «conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses». Pero ¿cómo conocernos mejor? Muchas escuelas filosóficas, tanto occidentales como orientales, plantean que un buen camino es a través de aquellas preguntas radicales sobre el quién soy y el qué realmente es lo que me da sentido, lo que me llena y constituye una verdadera razón superior que trasciende la locura cotidiana y materialista en la que nos encontramos. Introspecciones que, además, derivan en nuevos postulados ético-políticos, así como alternativas a la altura de la época. Tampoco es que vamos a regresar a la Edad de Piedra o transportarnos en carreta.

La filosofía es esa guía que nos enseña a ver relaciones entre variables donde otros nos las ven, nos ayuda a comprender que no somos dueños de nada más que nuestra existencia, y que ésta es pasajera, que pertenecemos a la tierra y ésta no nos pertenece, que nuestro deber es cuidarla no destrozarla. La aventura del pensamiento sin duda es algo indispensable en nuestros tiempos, porque si pensamos y nos cuestionamos constructivamente la realidad, el tiempo nos irá dando respuestas igualmente valiosas, como dice el dicho: si buscas, encuentras. Pero sin pensamiento, duda y meditación, nos costará mucho más atender y entender con certeza los grandes desafíos del mundo, mismos que estoy seguro podemos resolver de una manera humanista, consciente y ecológica.

Mauricio Ramírez Núñez. Profesor de Relaciones Internacionales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.