Se cumple el 200 aniversario del nacimiento de K. Marx, uno los iniciadores de la filosofía y ciencia social en perspectiva crítica que, como se ha estudiado, nos aportó luces, aciertos y límites o carencias en el conocimiento transformador de lo real. Una de nuestras tareas fundamentales es actualizar y profundizar esta teoría-praxis crítica, humanista […]
Se cumple el 200 aniversario del nacimiento de K. Marx, uno los iniciadores de la filosofía y ciencia social en perspectiva crítica que, como se ha estudiado, nos aportó luces, aciertos y límites o carencias en el conocimiento transformador de lo real. Una de nuestras tareas fundamentales es actualizar y profundizar esta teoría-praxis crítica, humanista y ética Tal como han tratado de hacer corrientes del pensamiento contemporáneo como el humanismo crítico, el personalismo y el latinoamericano. Con autores como H. Cohen, F. Rosenzweig, E. Lévinas, E. Bloch, M. Horkheimer, T. Adorno o W. Benjamin. Mounier, Zubiri, Rovirosa, Malagón, S. Weil, L. Milani, D. Day y P. Ricoeur. P. Freire, I. Ellacuría, E. Dussel o J. C. Scannone.
De tal forma que se contribuya a un pensamiento social, ético y educativo en esta clave humanista, crítica y liberadora. Tal como, por ejemplo, nos legaron los reconocidos mártires de la UCA: I. Ellacuría, I. Martín-Baró y sus compañeros jesuitas. Así lo he conocido y experienciado recientemente, más de cerca, en El Salvador. Con motivo de la serie de conferencias que, sobre estas cuestiones y autores, estuve dando en esta Universidad Jesuita Centroamericana (UCA, «José Simeón Cañas»), Cátedra Latinoamericana Ignacio Ellacuría-Departamento de Filosofía. Junto a otros significativos testigos como son Oscar A. Romero y Leonidas Proaño que, asimismo, orientaron dichas conferencias que realicé.
A partir de todo lo anterior, exponemos una educación y cultura humanista, crítica, social y liberadora. Orientada por una ética y espiritualidad que, en palabras de I. Ellacuría, inspira «una filosofía hecha desde los pobres y oprimidos en favor de su liberación integral, con una liberación universal» (Función liberadora de la filosofía, ECA, 64). Es la educación con una cultura guiada por la filosofía y ética del amor fraterno, de la solidaridad y la justicia con los pobres (empobrecidos, oprimidos, excluidos y víctimas de la historia). Una filosofía humanista, crítica, ética social y liberadora con los pobres de la tierra.
De forma similar a como nos muestran otros autores como J. L. Marion, es una filosofía del Don que acoge el regalo de la realidad del amor y de los otros, «soy amado luego existo», por el que nos constituimos como personas. En esta experiencia y «ciencia del amor», en la línea de Ortega, que debe ser la reflexión filosófica y la misma educación. El Don (Gracia) del amor de los otros y del Otro, nos lleva a realizar ese amor con los demás (con los otros) que se realiza: en la empatía y el principio miseri-cordia (en la inteligencia del corazón) que siente el dolor y mal que afecta al otro; en la memoria de la ética com-pasiva y de la justicia liberadora de los sufrimientos e injusticias que padecen esos otros, los pobres y las víctimas de la historia.
Y es que, en este sentido, las personas, todos los seres humanos y los pobres tienen una vida y dignidad sagrada e inviolable, unos deberes y derechos naturales, humanos e inalienables. El amor se efectúa en estos valores, sentimientos e ideales. Como la misericordia y ética de la com-pasión, como nos muestra J. B. Metz, esa memoria «passionis» de los oprimidos y víctimas de la historia. Asumiendo sensible y solidariamente el dolor e injusticia que sufren los otros, los pueblos crucificados y los pobres que, de igual forma, nos lleva al compromiso por la justicia y la liberación integral con los empobrecidos del mundo. El amor y misericordia es inseparable de la promoción de la paz, del bien común y de la justicia que se realiza en la opción por los pobres como sujetos de su promoción liberadora e integral de todo mal, desigualdad e injusticia.
Como se observa, es un amor, misericordia y justicia real (concreta y socio-histórica) que, debido a este inherente carácter sociable y público (ético-político) del ser humano en la historia, supone esta búsqueda de la liberación integral del mal común e injusticia. La filosofía y la educación tienen, por tanto, esta inherente dimensión social, crítica, pública, política y liberadora de las raíces y causas de los males e injusticias humanas, sociales e históricas. Lo que se une inseparablemente a esta promoción del bien común universal, de la civilización del amor y la justicia social e histórica con los pobres. Lejos de toda ingenuidad y asistencialismo paternalista, la filosofía y educación ejercen así de forma constitutiva su función profética, humanista, social, crítica, ética y política. Promoviendo el que las personas, los pueblos y los pobres sean los protagonistas de su desarrollo y liberación integral de toda dominación, opresión, desigualdad e injusticia.
Debido a esta naturaleza social e histórica del ser humano y de la filosofía, la inteligencia crítica, ética y política con sus mediaciones socio-analíticas, como son las ciencias sociales, nos orientan al conocimiento de la realidad humana, social e histórica. Con una valoración moral y transformación de estas raíces y causas estructurales del mal e injusticia, de lo negativo u opresor de la historia. Y es que el mal personal e histórico se retroalimentan mutuamente, dando lugar a unas relaciones inhumanas y estructuras sociales injustas. Unos sistemas políticos y económicos dominadores, mecanismos laborales, comerciales y financieros perversos. Por lo que es necesario e imprescindible: tanto el discernimiento y cambio (conversión) personal, la espiritualidad y ética con la civilización de la pobreza frente la riqueza; como el análisis y transformación socio-estructural, con la civilización del trabajo contra la del capital.
El ver-conocer (hacernos cargo), juzgar-valorar (cargar) y actuar transformador (encargarnos) de la realidad expresan una inteligencia teórica-científica, ética y práctica. Lo cual implica toda esta renovación personal, comunitaria, social, estructural e histórica. La promoción del bien común, de los derechos humanos y de la justicia que significan a toda esta transformación socio-estructural. Un trabajo vivo, digno y decente con una economía del don y la comunión solidaria. Al servicio de las necesidades, capacidades y desarrollo humano integral de las personas, de los pobres y de los pueblos. Frente a la civilización idolátrica del capital, del mercado y competitividad, de las guerras y destrucción ecológica. Una comunión solidaria que mueve al cambio (conversión) personal con una espiritualidad ética en el amor fraterno y la solidaridad de vida, bienes y luchas por la justicia con los pobres de la tierra. En oposición al egoísmo e individualismo insolidario y posesivo con los ídolos de la riqueza-ser rico, propiedad, poseer, consumir y tener que esclavizan: a todo este ser persona; al ser humano, fraterno, solidario, comprometido y militante en la justicia con los pobres.
Se trata de articular el bien común, la solidaridad y la justicia social-global, en contra del neoliberalismo con el capitalismo y su ídolo del mercado (elitismo-totalitarismo economicista), con la libertad personal y la autogestión en una democracia real. Rechazando asimismo el colectivismo estatalista con su ídolo del estado/partido (elitismo y totalitarismo político-burocrático). Asegurando a nivel mundial un estado social de derecho-s con los valores y principios del trabajo decente, con un salario justo, que está por encima del capital, de la ganancia, productividad y crecimiento competitivo. El destino universal de los bienes con la justa distribución de los recursos, como debe realizar asimismo un sistema fiscal con equidad, que tiene la primacía sobre el derecho (secundario) de propiedad. Las políticas sociales y los servicios públicos que aseguran los derechos humanos como son la cultura y la educación (crítica, ética y liberadora con los pobres), la salud, la vivienda, la alimentación, el agua, las energías y el transporte, los servicios sociales…
Es un desarrollo global y una ecología integral. Uniendo este cambio personal con los valores e ideales que nos dan sentido y felicidad (ecología mental), las relaciones de justicia con los gritos de los pobres de la tierra (ecología social) y de cuidados con el clamor de esa casa común que es el planeta (ecología ambiental). Lo que tiene su entraña en la ecología espiritual y mística por la que me religo o abro a la trascendencia, a la búsqueda de la verdad, la belleza y el bien, de la vida plena. La razón crítica, ética y trascendente se abre a la espera y esperanza de que el mal, la muerte e injusticia que padecen los pobres y las víctimas: no tengan la última palabra. En esta línea, hay que desarrollar una filosofía femenina con la ética del cuidado en la promoción de la dignidad y protagonismo de la mujer empobrecida, oprimida y excluida. Una filosofía inter-cultural e inter-religiosa para el diálogo y encuentro con los otros pueblos, las diversas culturas y religiones. Asumiendo todo lo bueno, bello y verdadero de esas culturas y religiosidades populares como las obreras, rurales e indígenas que expresan todo este buen vivir, el amor a la vida y a la ecología integral, que pretenden ser colonizadas por la razón tecnocrática, economicista y consumista.
Una bioética global que promueve la vida del ser humano, de las víctimas y de la naturaleza en todas sus fases y dimensiones, la paz justa y la no violencia activa frente al mal de las guerras, las armas y las violencias. La belleza de la familia con los padres, madres e hijos en la fecundidad de la vida, de la solidaridad y la justicia con los pobres. Es la familia solidaria, pobre, comprometida y militante por la paz y justicia con los pobres, con las familias empobrecidas y con el planeta; frente a la familia burguesa, capitalista y posmoderna del individualismo, consumismo y hedonismo. Todo lo anterior es lo que pueden fecundar mutuamente la mística y la razón humanizadora, la fe y la filosofía crítica, la espiritualidad y la ética liberadora, las comunidades espirituales y la cultura. Al servicio de la vida, del bien común y de la justicia con los pobres. Comunidades pobres con los pobres en misión y salida hacia las periferias, que liberan de la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte.
Concluimos con estas palabras tan sabias, éticas y espirituales del filósofo y teólogo mártir I. Ellacuría, en su trabajo ya citado. «Para estar inmersa en la praxis de liberación, la filosofía debe relacionarse debidamente con el sujeto de la liberación. El sujeto de la liberación es idealmente el que es en sí mismo la víctima mayor de la dominación, el que realmente carga con la cruz de la historia, porque esa cruz es el escarnio, no de quien la sufre, sino de quien la impone. Y lleva en sí un proceso de muerte que puede y debe dar paso a una vida distinta. La cruz es la verificación del reino de la nada, del mal que definiéndose negativamente como no realidad, es el que aniquila y hace malas todas las cosas, pero que en razón de la víctima negada puede dar paso a una vida nueva, que tiene caracteres de creación».
Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología). Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la Universidad Nacional de Educación (UNAE-Ecuador), así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.
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