Un magnífico texto de Frei Betto, Cambio de paradigmas, publicado en Redes Cristianas, me ha llevado a reflexionar más allá de los obstáculos que la vida entre desasosegante y desilusionante actual me permite. De repente, el texto me recuerda la posición mental de Bertrand Russell respecto a la filosofía. Russell batallaba por una filosofía al alcance de todos, frente a los filósofos interesados en circunscribir la filosofía a mentes preclaras que tiran de lenguaje intraespecífico, en mi consideración, no en la suya; un lenguaje rayano en lo esotérico al no estar al alcance de cualquiera. Como el médico o el físico o el matemático o el musical… Yo soy del parecer de Russell. Y veo en la filosofía “natural” una cabal alternativa a todos los demás espacios en los que el individuo consciente aspira a realizarse, a liberarse o a encontrar consuelo.
Aun así, trascender la física mediante la metafísica, manejar la relatividad junto al principio de incertidumbre o indeterminación de Werner Heisenberg y la cuántica para explicar la fenomenología social y el determinismo histórico y el materialismo dialéctico como la suprema objetivación de la mente humana, como dice Betto que eran preocupaciones de nuestra generación; hacer un recorrido por el pensamiento de tanto filósofo que ha explorado o hurgado en la realidad a través de la sub-realidad y de la suprarealidad, me parece un ejercicio gimnástico de la mente extraordinario. Como me lo parece el espíritu del pintor que, en su afán de “superar” el clasicismo y tantas otras tendencias posteriores, cree logrará la originalidad en su otra concepción de la pintura.
Pero yo, desde mi vulgar discernimiento, me interrogo sobre el valor que pueda haber en el discurrir profundo del metalenguaje, que en este caso no sería el lenguaje que se analiza a sí mismo sino el pensamiento que se piensa a sí mismo. Desde luego como pensador habitual me resulta retórica la filosofía recreada en “modelos” de actualidad cuando el mundo real, tal como lo entiende la mayoría de los seres humanos, parece abocado a su fin cercano; cercano, al menos como percepción intuitiva de nuestra realidad, aunque esta realidad prosiga su andadura en el más allá o en la nada, pero del mismo paño sobre el que se habla de otros planetas en los que hubo vida…
Porque si, por un lado, partimos de que la realidad tiene por lo menos los tres planos de una pirámide que a su vez son herramienta para abordar los distintos ámbitos en que se va fragmentando el conocimiento positivo, empírico y abstracto: uno, que la realidad es la destilación del lenguaje sucesiva y convencionalmente perfeccionado; dos, que la realidad es una construcción mental; tres, que la realidad es el producto del consenso de unas minorías. Y esa visión la contrastamos con la constatación de que la burbuja mental en la que estaba sumida toda la sociedad, al menos occidental, antes de la declaración mundial de la pandemia, entregada a la producción y al consumo infinitos, ha sufrido un impacto psicológico semejante al que sufriría el globo terrestre golpeado por un cuerpo estelar, toda elucubración en el plano que fuere sobre nuestra naturaleza y la naturaleza de lo creado o no, me resulta en este tiempo y en este momento cuanto menos paradójica si no ridícula. Como me lo parecería la escena del poeta declamando un bellísimo poema en medio de un estercolero o escombrera… Lo único que me parece ahora pertinente, aparte la desconfianza de que lo que vivimos no es un episodio de patología natural como tantos otros del pasado es, primero, que ese futuro cercano distópico sólo podemos evitarlo no pensando en él en el mismo sentido que Einstein se preguntaba ¿dejará de existir la luna en cuanto dejemos de mirarla?; segundo, que ni el dinero ni el amor ni el poder son ya lo principal. Y, para mí, ya ni siquiera la filosofía; que el principal, cotidiano y obligado eje alrededor del cual debe girar la vida es la mascarilla. Y por último, que la única salida del laberinto del Minotauro del milenio que fue la vida desenfrenada, neurótica y consumista que acelera el desmantelamiento del sistema, la destrucción de la personalidad individual y la consunción del planeta era el frenazo en seco dado a esa alocada vida por una conjunción de poderes situados en la metafísica, que han asumido el tópico mando de la humanidad. A fin de cuentas ya anuncia una dictadura universal para este siglo Oswald Spengler en 1921, en su magna obra La decadencia de Occidente…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista