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Editorial

¿Fin, comienzo o nueva fase de la «transición»?

Fuentes: El Siglo

Cuando se instaló, en 1990, el primer gobierno de la Concertación, con Patricio Aylwin en La Moneda, se habló del inició de una «transición a la democracia» que sería ejemplar, etc., etc. No hubo tal, pues edificar una democracia sobre los cimientos ideológicos e institucionales de una dictadura era y será siempre una apuesta imposible. […]

Cuando se instaló, en 1990, el primer gobierno de la Concertación, con Patricio Aylwin en La Moneda, se habló del inició de una «transición a la democracia» que sería ejemplar, etc., etc. No hubo tal, pues edificar una democracia sobre los cimientos ideológicos e institucionales de una dictadura era y será siempre una apuesta imposible.

Los programas y promesas incumplidas, deberían convertirse con el tiempo en gérmenes de descontento y rechazo a la coalición que por cuatro gobiernos consecutivos administró el país.

El modelo neoliberal impuesto por la dictadura no sólo fue mantenido, sino que en muchos aspectos profundizado. Es cierto que hubo avances, que se terminó aquella «costumbre de matar» y algo -bastante incompleto y plagado de retrocesos y concesiones- se avanzó en materia de justicia y reparación por las prácticas inhumanas de los agentes uniformados y civiles de la dictadura. Pero nada de ello puede ser considerado suficiente: fiel al sentido de fondo de la transición pactada, quedaban fuera del escenario político las grandes masas trabajadoras, la prensa que heroicamente había soportado el «peso de la noche» para mantener en algo las esperanzas de una civilidad perseguida y aplastada, los igualmente heroicos luchadores por los derechos humanos y de los trabajadores, la izquierda que no había renegado de sus convicciones y había sabido agregar a su arsenal político e ideológico un argumento nuevo en nuestro escenario y que tanto la historia de la humanidad como los más rigurosos sistemas teóricos avalaban como legítimo y necesario: el derecho a la rebelión.

No es el propósito de estas líneas retrazar el itinerario de las traiciones, los desengaños y las frustraciones. Pero es que estamos ante un cuadro casi «refundacional», en el que la coalición que medió entre las administraciones militar y civil de los intereses transnacionales y de la gran empresa monopólica, aparecería en una franca descomposición o, al menos, desintegración. Y a esto hay que buscarle algunas respuestas, aunque sean provisorias, y sabiendo, además, que empresas como ésa requieren de un amplio colectivo constituido precisa e irrenunciablemente por el conjunto más amplio del pueblo. El drama que corroe a la Concertación, su «contradicción vital», parece arribada a una orilla sin retorno. Parece lícito preguntarse si lo que sirvió como puente entre una dictadura y un proyecto de restablecimiento democrático, al denotarse fracasado este último, ha perdido no sólo legitimidad sino racionalidad y, hasta, aliento vital. Y cabe preguntarse: ahora, ¿qué?

Desde estas páginas se ha sostenido, y no sólo como un buen deseo, que un próximo gobierno en Chile no será ni de la derecha ni de la Concertación. Eso, porque ambas coaliciones han fracasado en tantos agentes de los grandes cambios que la historia nos demanda. Algunos dirán, y no sin razón, que en muchos casos el tal fracaso no es tal, sino más bien el confeso o inconfeso propósito de mantener o ahondar las exclusiones sociales y políticas, las injusticias y desigualdades, el imperio del garrote por sobre el respeto a los ciudadanos. Y otro largo etcétera. Este nuevo gobierno, «de nuevo tipo», debería ser la culminación de un proceso de convergencia en torno a un programa presentado al pueblo y discutido con sus organizaciones, que tenga como centro el poner fin a los procesos de privatización y predominio de un mercado ciertamente «ciego» pero a la vez omnipotente, para dar paso a un estado comprometido con el desarrollo económico nacional y con las necesidades y aspiraciones de las mayorías.

Y, entonces, ¿qué es el aceptado fracaso o quiebre del bloque concertacionista? ¿Es, para el conjunto del país y en particular los sectores populares, bueno, esperanzador y positivo; o una suerte de trauma, un «fracaso» de los ideales «transicionistas», un retroceso ante la hegemonía de una derecha pre conciliar y absolutista?

La respuesta, a éstas y otras vitales interrogantes y disyuntivas, está, una vez más, en manos del pueblo. De lo que hagan y planteen sus sectores más representativos, que se movilizan hoy con una vitalidad hasta hace poco insospechada. Protesta y propuesta, itinerarios y amplitud de las alianzas, protagonismo que no esconde sus componentes ideológicos y políticos. No es un terreno en donde puedan prosperar las semillas de la demagogia ni los términos medios: ¡democracia ahora, justicia y verdad ahora! Eso es lo cierto, ahora.

Como también es cierto que aquello del Ave Fénix que se levanta desde sus cenizas, si de la Concertación se trata, no sería otra cosa que un mito hermoso.

– Fuente: www.pcchile.cl