Traducido del francés para rebelión por Susana Merino
Fue hermoso. Sí, hay que decirlo y detenerse un poco. Las manifestaciones del 11 de enero en París y en otras ciudades, fueron bellas e impresionantes. Es hermoso ver a un pueblo que se descubre, que muestra, repite y clama que el amor y la paz deberían ser más fuertes que el odio y la violencia. Es hermoso que la gente fraternice, que se converse entre desconocidos, ver los rostros que rien después de los llantos y la angustia, las manos que se estrechan, el intercambio de abrazos. Es tán raro encontrar tanta comunión. Sí, es hermoso a pesar de los riesgos, a pesar de la presencia de los jefes de Estado o de Gobierno, de los ministros, de los ex funcionarios y de los ex dirigentes que hipócritas y calculadores han participado a pesar de sus conocidos crímenes contra la libertad de expresión.
Pero ¿y ahora? ¿Qué quedará de toda esa fraternidad, muy (demasiado) pronto llamada «el espíritu del 11 de enero»? La respuesta dependerá de cómo se resuelva o no esa ecuación con muchas incógnitas que, desde hace tiempo, caracteriza a Francia. Resultaba ya poco fácil imaginar como evolucionaría este país, luego de los atentados del 7 y del 9 de enero lo será aún más difícil por que la ecuación se ha complicado. Hace ya algunos años que el filósofo Nassim Nicholas Taleb, el «pensador de lo improbable» había desarrollado en estas mismas columnas la famosa «teoría del cisne negro» según la cual un raro acontecimiento – o juzgado poco probable – puede producir importantes consecuencias en el largo plazo (1). Es lo que realmente acaba de ocurrir.
Para enfrentar el porvenir, sería necesario identificar y analizar claramente las causas estructurales de estos actos criminales. No se trata de remover temas que fastidian pero no es posible imaginar que se retacee el análisis de este tipo de problemas, para mejor siendo colectivos y sobre todo que se dejen abandonados solo a los políticos. ¿Por qué se han producido estos atentados en Francia y llevado a cabo por jóvenes que han nacido en su territorio, que han crecido y que han sido «educados» aquí? No existe ciertamente una sola explicación, y esta palabra, recordémoslo, no implica ninguna excusa.
Comencemos por el contexto internacional. A pesar de lo sucedido el 7 y el 9 de enero, muchos franceses no han tomado conciencia de que su país está en guerra. No en una guerra interna contra no se sabe qué escondido enemigo o otra quinta columna sino un conflicto que está más allá de las fronteras del Hexágono. O mejor dicho, conflictos. Hoy en día el Sahel e Irak, ayer Afganistán y Libia, mañana puede ser Siria y nuevamente Libia. Se trata ciertamente de guerras ya sean lejanas o no. Y por otra parte el concepto de guerra lejana no existe más en un contexto mundialista en que las imágenes de los «daños colaterales» causados por un dron pueden ser inmediatamente publicados. Francia está en guerra, algo de lo que no está consciente demasiada gente, que piensa tontamente que su país es un refugio hermético. Se podrá seguir discutiendo si las intervenciones en el extranjero son o no legítimas. El hecho es que está exponiendo al Hexágono a ataques y a represalias. Comentando los atentados del 11 de setiembre de 2001 en los EEUU, el general Giap figura emblemática del combate vietnamita contra la armada estadounidense, hacia esta reflexión: «esta gente (hablando de Al Qaeda) ha llevado su lucha al territorio del enemigo algo que no hubiéramos imaginado o encarado».
A diferencia del Vietmin que era consciente de la necesidad de no alienar a la opinión pública de EE.UU., los que Francia combate en el Sahel y en Oriente están dispuestos a devolver golpe por golpe cualesquiera fueren las consecuencias. En tal sentido las caricaturas publicadas por Charlie Hebdo no son más que un pretexto y los dirigentes franceses parecen ser reticentes a explicárselo a su pueblo.
El otro elemento es ciertamente de orden interno. ¿Cuántas veces tendremos que seguir lamentándonos del fracaso de las diferentes políticas de integración? En el 2005 y luego en el 2007, luego de los disturbios en la periferie, un unánime coro de voces decretaba «esto nunca más» Después no se hizo casi nada. Barrios enteros han permanecido en el abandono, librados a los caciques de la droga, con malos transportes, olvidados por los servicios públicos. Las minorías visibles permanecen acantonadas en los márgenes y no son tenidas en cuenta salvo en caso de problemas. El Islam se ha convertido en un tema permanente de debates negativos, sin la presencia, a menudo, de los involucrados. Y lo que es más grave todavía es que aún los aspectos positivos, es decir la integración silenciosa y exitosa de una buena parte de la comunidad musulmana son silenciados y ocultados. En 2005 luego de los disturbios, escribí diciendo que la integración debería ser una de las grandes causas nacionales y tal vez la única causa nacional. Vivienda, des-segregación espacial, acceso a una buena educación, empleo: todo eso debería ser la prioridad de las prioridades. Y sin embargo en los programas gubernamentales obsesionados por la reducción del déficit, sigue siendo la pariente pobre. Estos asesinos no surgieron de la nada. Son producto de la sociedad francesa. Esto también sería aventurado ignorarlo y no reflexionar seriamente sobre este tema.
Francia es un país carente de proyectos nacionales. Sus élites monocromas, ahitas de certezas, de prejuicios y de paternalismo con relación a las minorías, se rehúsan a comprender el increíble reajuste que se ha producido en el mundo tanto en lo económico como en lo religioso y en lo espiritual. Estancadas en el pequeño debate semanal, se obstinan en no tener el coraje de admitir que su país está perdiendo velocidad porque es incapaz de redefinirse, de podar las ramas muertas y de dejar que florezcan otros pimpollos. Porque es incapaz de admitir que su identidad ha cambiado con la presencia de cinco millones de musulmanes en su tierra. Durante años en lugar de fortalecerse no ha hecho nada, a causa de sus simples preocupaciones electorales, por considerarlo un problema. A fuerza de tergiversaciones, de falsas promesas y de renunciamientos en cuanto a una verdadera política de igualdad de oportunidades, el problema se ha convertido en realidad. Y mientras que el tiempo avanza, que las elecciones presidenciales del 2017 están ya en todas las cabezas, que el discurso musulmanófobo recupera fuerzas y ¡qué lástima! otros esbirros sueñan ciertamente con otros ataques, es de temer que el hálito unificador de la manifestación del 11 de enero pueda perderse entre las brumas del invierno.
Nota:
(1) «Le cigne noir: la puissance de l’imprévisible» Les Belles Lettres, 2010, 486 pag. (ISBN 978-2251443959)
Fuente: http://akram-belkaid.blogspot.com.es/2015/01/la-chronique-du-bledard-france-et.html