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Dos años después (XIX)

Francisco Fernández Buey (1943-2012): estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes: Rebelión

I Para Enric Prat, discípulo, compañero y amigo «La imaginación al poder». De todas las frases acuñadas por los movimientos de aquellos años, recuerda FFB, ésta fue y es la más célebre, la más repetida. Tan célebre y tan repetida que hace ya mucho tiempo que se trivializó, hasta el cansancio y la distancia. «Ya […]

I

Para Enric Prat, discípulo, compañero y amigo

«La imaginación al poder». De todas las frases acuñadas por los movimientos de aquellos años, recuerda FFB, ésta fue y es la más célebre, la más repetida. Tan célebre y tan repetida que hace ya mucho tiempo que se trivializó, hasta el cansancio y la distancia.

«Ya no quiere decir nada o quiere decir cualquier cosa. Cuando se la usa ahora, por lo general sugiere una de estas dos cosas: hippies y provos, protesta lúdica, ecologista y pacifista. Y a veces cuando se la emplea ahora acaba queriendo decir casi lo contrario de lo que quiso decir la primera vez que alguien la escribió en un muro. Voy a restituir su sentido original. Esa frase cerraba una breve pero contundente declaración de principios en la entrada principal de la Sorbona de París asediada por la policía. Decía así: «Queremos que la revolución que comienza liquide no sólo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo original. La imaginación al poder».

FFB se iba a ocupar ahora del mayo francés del 68. Sólo pretendía restablecer el sentido original de la frase para añadir que no era extraño que un situacionista como Debord, que se consideraba a sí mismo un estratega, «se muriera de risa, diez años después, al constatar lo que la «sociedad del espectáculo» había conseguido hacer con esa y otras muchas frases célebres del movimiento del 68″. También para sugerir que, a pesar del contexto original de la frase, «tampoco hay que exagerar, como se hace a veces (véase, por ejemplo, el planteamiento de Bernardo Bertolucci en Soñadores) la contraposición entre el pacifismo hedonista de la contracultura del movimiento juvenil norteamericano de la época y la violencia verbal de las vanguardias del pronunciamiento estudiantil en Francia.»

Si se tomaba como términos para la comparación, de un lado, las proclamas de los grupos anarquistas, situacionistas, maoístas y trotskistas del mayo francés, o las imágenes de los enfrentamientos en las calles de París, y, de otro, las prácticas de los hippie apolíticos o las imágenes más vistosas del primer Festival de Woodstock, las diferencias eran hasta demasiado obvias. A partir de ahí se contraponía a veces lo que fue la contracultura norteamericana de los sesenta al marxismo y al anarquismo de los grupúsculos sesentayochistas europeos.

«En esa historia maniquea los representantes de la contracultura norteamericana habrían sido los buenos (pacifistas, ecologistas, feministas, gentes cuyos valores vale la pena heredar) mientras que maoístas, trotskistas y guevaristas europeos y latino-americanos habrían sido los malos de la película (violentos, comunistas, pasados de moda)».

Bastaba con leer lo que escribieron Hal Draper y Christopher Lasch, al hilo de los acontecimientos en USA, «para darse cuenta de que esa leyenda tiene poco que ver con la realidad.»

La cultura a la contra de las vanguardias juveniles y de la nueva izquierda norteamericana había evolucionado entre 1964 y 1968 en una dirección radical bastante parecida a la del contexto en que aparece la frase sobre la imaginación al poder.

En Berkeley, según Lasch (Sacristán tradujo al castelano un libro suyo sobre la izquierda norteamericana), los estudiantes habrían podido construir sobre los fundamentos de su victoria en la lucha por la libertad de palabra, pero en vez de ello «celebraron el triunfo de la libertad de palabra proclamando la consigna política agitatoria: Joder». El lenguaje de los estudiantes cambió: se impuso la campaña «en favor del habla obscena y soez: contra el capital, contra la universidad existente, contra la hipocresía de la clase media, contra las llamadas buenas costumbres, contra lo que se llamaba liberalismo y no lo era.»

«En 1968, el Youth International Party, liderado por Abbie Hoffmann, los yippies, como se les llamaba, tenían ya tanta implantación como los hippies. Eso se ve bien en la protesta masiva de los jóvenes en Chicago, en agosto de 1968, ante la convención nacional del partido demócrata. Desde el punto de vista político-ideológico la orientación de los yippies, de buena parte de la nueva izquierda norteamericana y de buena parte del movimiento negro del momento tenía más puntos en común con las vanguardias estudiantiles europeas que con lo que había sido la contracultura en sus inicios.»

También en esto convenía precisar, señalaba FFB. De la misma manera que no se podía reducir lo que fue el movimiento estudiantil europeo a ciertas frases en francés, de inspiración más o menos marxista, anarquista o situacionista, tampoco se podía identificar sin más lo que fue la rebelión juvenil norteamericana de los sesenta con la versión edulcorada de la contracultura que sólo se fija en la atracción por el folk y por el rock, en la búsqueda de la autorrealización individual o en la exaltación del viaje. No.

«La comparación habría que tener en cuenta, además, la tendencia paralela hacia la radicalización política tanto en Europa como en los Estados Unidos de Norteamérica. Si, aceptando esto, aún hubiera que subrayar las diferencias entre la contracultura norteamericana y la cultura a la contra de las vanguardias estudiantiles europeas de la segunda mitad de la década de los sesenta, yo pondría el acento en las connotaciones de dos palabras: pop y proletarización.»

 

En el ámbito anglosajón, y sobre todo en EEUU, con el término «pop» se había designado generalmente la revalorización de lo popular, de «lo pobre» o considerado pobre, siempre por comparación con la llamada «alta cultura», «por oposición a los cánones y criterios tradicionalmente establecidos por la cultura universitaria para valorar lo que es culturalmente bueno o apreciable». La revalorización de lo popular tuvo sus manifestaciones en muy distintos ámbitos: música, pintura, poesía, cine, teatro, incluso en el vestir.

La reafirmación de lo popular en la contracultura norteamericana de aquellos años tenía que ver tanto con las costumbres en común de los de abajo como con la economía moral de la gente y con sus gustos.

«Se ha dicho muchas veces que el origen de la cultura pop, como estilo de vida, es consecuencia de la capacidad técnica de reproducción seriada de objetos y productos, propia de una sociedad mercantilizada y volcada hacia la producción de artículos para el consumo masivo. Y, desde luego, en EEUU, eso es observable en no pocas manifestaciones artísticas de la época que caracterizaron la cultura pop, en las obras más significativas de Jasper Johns, de Robert Rauschenberg, de Roy Lichtenstein y de Andy Warhol, en la música y en el comic.»

Hasta qué punto esta revalorización de lo popular apuntaba allí, a una inversión de los valores vigentes, hegemónicos, hacia una transmutación de los valores establecidos, se pregunta FFB. Desde el punto de vista de las formas, existían pocas dudas:

«[…] la difusión y el aprecio del cómic se opuso al cuento o relato tradicional; la difusión y el aprecio de la literatura de ciencia ficción o de la literatura fantástica se opuso a la novela realista o clasicista; la aparición de las variantes de la música pop se presentó como un alejamiento de la música clásica; las primeras manifestaciones de la pintura pop aparecieron como un distanciamiento consciente del expresionismo».

Todas estas manifestaciones culturales fueron superficialmente vistas como parte de la contracultura: «eran manifestaciones atentas a la cultura popular y se oponían, en aquel momento histórico, a la cultura culta, por así decirlo.» Otra cosa eran los contenidos. La aspiración a cambiar los valores formalmente establecidos en ámbitos como el de la música, la pintura, la narración o la poesía no implicaba necesariamente, ni implicó para la mayoría de las corrientes contraculturales de aquellos años o incluso de años posteriores, «una propuesta definida de transformación socio-política radical de lo existente». Si uno se atenía al análisis de los contenidos habría que decir que, sin llegar a una propuesta concreta, definida, de transformación socio-política, «el pronunciamiento antibelicista, pacifista, feminista y medioambientalista de la cultura pop fue creciendo con los años y en función de la resistencia al cambio de los sectores más conservadores de la sociedad.» No era poca cosa.

De hecho, FFB ya se había referido a ello, en la revalorización de la cultura popular que fue característica de la contracultura norteamericana de aquellos años habían existido también dos almas:

«[…] de un lado, la crítica radical de la sociedad tecnocrática en el momento puntero del industrialismo; de otro, el aprovechamiento y utilización de técnicas producidas por aquella misma sociedad que se criticaba, como consecuencia de la innegable atracción que estas mismas técnicas producían en los sectores populares de la sociedad.»

La importancia concedida por la contracultura a la publicidad y su uso alternativo era el ejemplo más evidente de todo ello.

Se hizo cultura a la contra interpretando aquellas mismas manifestaciones de otra manera, «o bien jugando, irónica o paródicamente, con ellas». La ironía y la parodia fueron seguramente en este caso consecuencia de la conciencia de la contradicción, «del estar viviendo con dos almas». Por eso, en lo que tenía de contracultural, «la cultura pop o popular se manifestó precisamente en aquellos ámbitos en los que sus exponentes creían que era todavía posible actuar y crear de manera alternativa, no en el ámbito de la política institucional, del poder político, que aquella misma gente veía ya muy alejado, inalcanzable.»

Para la comparación con las vanguardias de los movimientos europeos de la misma época, tenía interés recordar que la gran mayoría de los representantes de la contracultura en EEUU tenían en realidad poco que ver con la cultura popular propiamente dicha. Eran personas de otro origen social, procedentes de la clase media, casi todos ellos con estudios universitarios. De manera que la exaltación de lo pop, de lo popular o de lo pobre aceptó su vínculo directo con «lo underground», pero al mismo tiempo, al enlazar con la cultura crítica universitaria, tendió a rebasarlo por la vía de la provocación.

«Podríamos decir, pues, para concluir este punto que si el joven Lukács, también él con el alma dividida como Fausto, pudo y supo imputar idealistamente a las clases trabajadoras de su tiempo una conciencia que en realidad no tenían, los rebeldes norteamericanos de los sesenta, con su culto a lo pop, inventaron, desde las universidades y tan idealistamente como el otro, una cultura popular a que llamaron contracultura.»

En cambio, en Europa, y sobre todo en la Europa continental, en Francia, Holanda, Alemania e Italia, también en España en algún momento y entre sectores de la izquierda comunista, la gran palabra equivalente, recordaba FFB, fue proletarización.

«Esta afirmación puede suscitar la perplejidad de muchos estudiantes universitarios de hoy. Pero fue así. Y porque fue así, el hecho histórico requeriría una explicación más detallada que la que se necesita para ponerse en situación cuando se habla del vínculo entre contracultura y cultura pop en EEUU durante aquellos años».

Esa explicación tenia que tener en cuenta tres cosas.

Primera: se iniciaba entonces en Europa el acceso de los hijos de las clases trabajadoras a los estudios universitarios «y no pocos de estos estudiantes, y con ellos algunos intelectuales, equiparaban su propia situación en el capitalismo tardío con la de los asalariados.»

Segunda: los PC’s eran entonces una importante fuerza político-social en países como Francia, Italia y España. Su «visión de la sociedad tenía considerable influencia no sólo en estos países sino también en Alemania, Inglaterra, Grecia, Portugal, etc., a través de los sindicatos y de las secciones juveniles de los partidos social-demócratas».

Tercera: el llamamiento de las vanguardias sesentayochistas a la proletarización no sólo atendía al dato sociológico de «la progresiva asalarización del trabajo intelectual o polemizaba con el análisis de los partidos comunistas sino que trataba de enlazar en forma directa con aquella parte de las tradiciones revolucionarias, un día vanguardistas, que se habían conservado más vivas y más críticas». Esto es, ciertas corrientes anarquistas y marxistas que quedaron desplazadas ya en los años veinte y treinta por el leninismo y, después, por el estalinismo.

«De ahí que en esta parte del mundo el engarce entre vanguardia y cultura popular no haya puesto tanto el acento en lo pop (aunque en algunos casos, sobre todo en Inglaterra, también) cuanto en los momentos y corrientes en que futurismo, surrealismo, dadaísmo y constructivismo trataban de enlazar con los valores de la clase obrera. La Internacional Situacionista en Francia, los «enragés» del mayo francés, el movimiento de los «provos» en Holanda y la mayoría de los dirigentes de la universidad crítica en Berlín o del movimiento estudiantil en Italia son exponentes de este punto de vista, que también se encuentra representado en algunas de las organizaciones estudiantiles de Madrid y Barcelona (sobre todo después de 1968).»

Esta llamada de las vanguardias a la «proletarización» reflejaba bien, en Europa, la tensión interna de un movimiento que nació en la universidad, entre estudiantes, pero que quería enlazar con el movimiento obrero, o, como en caso de Berlín, con el «proletariado mundial» nada menos, representado por los pueblos del Tercer Mundo.

«Significativa, en ese sentido, es la reedición por entonces en Europa de la obra de Lukács Historia y conciencia de clase (que había sido publicada inicialmente en 1923). Como significativo es el prólogo, muy difundido, que el ya viejo Lukács puso a esa obra en 1968. Pues en él aparece explícitamente el tema de las dos almas como para reconocer, por una parte, el resurgimiento del espíritu revolucionario y advertir, por otra, a los estudiantes europeos acerca del error de imputación que, por idealismo, él mismo había cometido de joven.»

(La obra fue traducida por Sacistán para Grijalbo, incluyendo el prólogo al que FFB hace referencia. Sobre ello puede verse: Entre clásicos, Madrid, La Oveja Roja, 2013).

Eso en lo que hacía a las diferencias. Pero ya Paradise Now sugiere semejanzas en la evolución de los movimientos y daba, entre líneas, una pista más para explicarla.

«En 1968, como decía Beck, el hombre negro se había visto forzado a aceptar la violencia y los pacifistas andaban desesperados. Creo que desesperación es aquí la palabra clave, la palabra que une, la palabra que aproxima a unos y otros. ¿Qué hubo detrás de la desesperación que llevó al radicalismo de los jóvenes? No la ideología, que vino después, sino el delito, el crimen y la muerte.»

En EEUU, dos asesinatos políticos contribuyeron a cambiar el curso de la historia del movimiento juvenil y contracultural: el de Robert F. Kennedy, en abril de 1968, y el de Martin Luther King, en agosto del mismo año. Acabaron con las esperanzas y las ilusiones de muchos ciudadanos, de muchos sectores sociales usamericanos.

«Nunca sabremos del todo hasta qué punto los asesinatos de Robert Kennedy y Luther King fueron decisivos para la evolución de los jóvenes y de la nueva izquierda norteamericana, pero de lo que no hay duda es de que los asesinatos dieron argumentos a los sectores más radicales del movimiento. Como ocurrió en el movimiento estudiantil alemán después del atentado contra Rudi Dutschke el 11 de abril de 1968. Como en ocurrió en Francia después de la durísima represión policial en mayo de aquel mismo año».

Como ocurrió en España, recordaba FFB, después del brutal asesinato de Enrique Ruano, el 21 de enero de 1969.

Lo que a partir de 1968 condujo a la radicalización, verbal y no sólo verbal, de los más en movimiento, y eso a ambos lados del Atlántico, no fue, pues, la ideología, que es algo que suele venir después, «cuando el movimiento va de baja», y menos todavía la estrategia política, por lo general, entonces, convenientemente controlada por las vanguardias, «sino, principalmente y sobre todo, la desesperación; la desesperación de tantos y tantos jóvenes que se habían propuesto alcanzar los cielos, fuera por la vía contracultural o por la vía político-social, y se encontraron de cara ante los crímenes políticos, la represión y las persecuciones que acabaron con las ilusiones de muchos.»

Decía Tocqueville que los excesos de la revolución sólo se explican atendiendo a las injusticias que hubo antes.

Salvando las distancias, valía también para explicar la evolución de los movimientos rebeldes del 68.

«Sin los crímenes políticos, las persecuciones y la represión generalizada que hubo antes, los excesos verbales de las vanguardias, en Europa o en EEUU, suenan sólo a hiperideología, gusto impropio por el lenguaje soez o mera paranoia. En medio, entre la lucha ilusionada y pacífica por un mundo mejor y la violencia verbal de las minorías, suele estar la desesperación de muchos ante el crimen político inesperado y ante sus consecuencias. Eso es lo que yo creo que pasó.»

Una de las personas que mejor vio esta conexión, recordaba FFB, había sido Erich Fried, quien poco después de la muerte de Dutschke (navidad de 1979, en parte como consecuencia del atentado que había sufrido once años antes, en 1968), conociendo ya lo que había pasado mientras tanto en Alemania, escribió unas palabras en homenaje al más lúcido de los dirigentes estudiantiles de aquellos años, palabras que otros compartimos, señala FFB, y que él daba aquí en la traducción que había hecho entonces Manuel Sacristán:

Son muchos, que están en duelo por ti, y sin embargo,

se creen que no pueden ya hablar unos con otros,

o que sólo se pueden atacar, insultar, acusar, combatir.

Y este error se puede enquistar ahora en ellos más fácilmente,

porque ya no les habla tu buena voz ronca

ni les opone, como antes, objeciones, enérgica o blandamente,

blanda o enérgicamente.

El que ese error se pueda enquistar más fácilmente sin ti

es ya una parte primera y pequeña de la prueba

de que no es tan fácil sustituirte

en las arrugas y los rincones de nuestras cabezas y corazones

y de nuestra vida.

¿No vale para nosotros el poema? ¿No bastaría con sustituir Erich Fried por Francisco Fernández Buey y la voz ronca de aquél (que yo nunca he oído) por la voz del segundo, una voz cada vez más afable, más penetrante, más conmovedora, más inolvidable… más imprescindible?

II

Para Jordi Guiu, que siempre supo estar

El siguiente capítulo del libro está dedicado a los «Situacionistas y mayo francés del 68». FFB refundió en esta ocasión dos textos inicialmente redactados para dos conferencias. La primera de ellas llevaba por título «Situacionismo, mayo del 68 y nuevos movimientos sociales». La impartió en Barcelona, en el MACBA, el 22 de octubre de 2001. La segunda, con el título de «París 1968: la imaginación y el poder», fue en la Fundación March, Madrid, el 29 de abril de 2008, dentro del ciclo «Berkeley-Paris: cuarenta años de contracultura». En la redacción final del texto, FFB había tenido en cuenta «varias objeciones y sugerencias de personas que intervinieron en los coloquios que siguieron a las conferencias.»

Hasta hacía no mucho tiempo la mayor parte de los intérpretes y comentaristas del mayo francés del 68 estaban de acuerdo en que una de las fuentes principales de inspiración del movimiento que cuajó en aquellos meses fue la Internacional Situacionista. No fue ésta, en todo caso, la única corriente influyente ni los situacionistas aspiraron nunca a serlo. Tanto en los comités estudiantiles como en los comités de ocupación que se formaron en aquellos meses los situacionistas compitieron continuamente con otras organizaciones, como el Movimiento 22 de Marzo, liderado por Cohn-Bendit, o los distintos grupos marxistas-leninistas, trotskistas y maoístas.

«También se puede discutir si esta influencia se dejó sentir en el plano organizativo y hasta qué punto la presencia de los situacionistas influyó en los comités estudiantiles y en los comités de ocupación de las fábricas. Pero, en cualquier caso, está fuera de duda que el lenguaje y el tipo de acciones propugnados por la Internacional Situacionista jugaron un papel central en las proclamas, en los panfletos, en las pintadas, en las ocupaciones y en otras muchas de las actividades alternativas desarrolladas dentro y fuera de las universidades, en Nanterre, en la Sorbonne y en la calle. En el situacionismo habría que ver, pues, la sustancia de lo que fue la cultura a la contra del mayo francés.»

¿A qué aspiraban los situacionistas? La Internacional Situacionista había nacido en 1957 de la fusión entre los restos de la Internacional Letrista (fundada por Isidore Isou), el Movimiento Internacional por una Bauhaus Imaginista, surgida a su vez de la experiencia denominada COBRA (Copenhague, Bruselas, Amsterdam), impulsada por el artista comunista danés Asger Jorn, que propugnaba un surrealismo revolucionario al tiempo que criticaba la cultura individualista, y el Comité Psicogeográfico de Londres. Nada menos. Sus fuentes de inspiración iniciales, de nuevo es FFB quien habla, por lo que contaba Raoul Vaneigem, habían sido Fourier, Marx, Sade, Lewis Carroll, Lautrémont y el surrealismo. ¡Sade, Marx y Carroll

En una primera fase, durante los años que van de 1957 a 1962, la Internacional se habían dedicado fundamentalmente a la crítica de cultura estandarizada, a la crítica de las derivaciones, conservadoras según ellos, de las distintas vanguardias artísticas.

«Partiendo de esta crítica propugnaban la superación del arte mediante la realización del mismo en la vida cotidiana. Su idea principal, de donde viene el nombre de situacionismo, era la «construcción de situaciones», es decir, de ambientes momentáneos de la vida y su transformación en una cualidad pasional superior. En esa etapa la Internacional Situacionista puso mucho énfasis en la realización del deseo y de la pasión en la vida cotidiana y trató de establecer los medios para ello.»

Estos medios debían ser lo que ellos llamaban urbanismo unitario, la investigación o experimentación psicogeográfica y la «deriva» o «desviación».

Por urbanismo unitario «la IS entendía la utilización del conjunto de las artes y de las técnicas para la construcción integral de un espacio dinámicamente vinculado a las experiencias de comportamiento». Por psicogeografía «entendía el estudio de los efectos del medio geográfico, manipulado o no por el hombre, sobre el comportamiento efectivo de los individuos». Por «deriva» entendía «un modo de comportamiento experimental y continuado contra la separación del hombre del producto de su actividad, de su vida y de sus deseos», algo así como «la práctica duradera de la retorsión de las alienaciones que caracterizan la vida de las gentes en las sociedades urbanas contemporáneas.»

«Como en el caso de lo que luego se ha llamado postmodernismo el arranque de la Internacional Situacionista ha sido la preocupación estética en un sentido amplio, la concreción contemporánea de la idea del final del arte. Se entiende que el final del arte o la muerte del arte representa al mismo tiempo transformar la sociedad para cambiar la vida. Desde el primer momento varios de sus miembros, y en particular Asger Jorn y Guy Debord, declararon el propósito de ir más allá de lo estético propugnando una transformación radical de la vida por la voluntad de emancipar los deseos, subvertir el entorno urbano y dar rienda suelta a las manifestaciones lúdicas.»

En esto, señalaba FFB, los situacionistas eran neofourieristas (un autor muy estudiado por él, como en el caso de Sacristán. Lo editaron en «Hipótesis»). Las actividades prácticas de los miembros de la IS tuvieron mucho que ver con la crítica de la arquitectura y del urbanismo entonces existente, con una reconsideración radical y provocadora del fenómeno cinematográfico, con el intento de desbordar toda vanguardia realmente existente mediante lo que llamaban «proletarización de las manifestaciones artísticas». De ahí el tono provocador y experimental de los ejercicios cinematográficos de Debord y la preferencia de varios miembros de la Internacional S por el cómic para la crítica de la política, de la burocracia y de la sociedad consumista.

«Ya desde 1960, las principales publicaciones y actividades de la IS fueron pasando de la crítica de las vanguardias artísticas y de la parodia contra la situación cultural europea a una crítica igualmente radical de la política y de la economía. Y en esa línea varios de sus miembros contactaron durante algún tiempo con otras organizaciones revolucionarias de la época, como, por ejemplo, y sobre todo, con el grupo luxemburguista y consejista de «Socialismo o barbarie» (Cornelius Castoriadis, Edgar Morin, Claude Lefort). El texto de Raoul Vaneigem publicado en 1962 con el título de Trivialidades de base se puede considerar como el anuncio de este paso de la Internacional Situacionista desde la crítica artística a la crítica de la vida cotidiana y desde ésta a la crítica global de la sociedad moderna.»

Cuando en 1962, en un artículo significativamente titulado «Los días malos acabarán», la IS aludía a los autores que había que recuperar, «o con los que sus miembros quieren dialogar», enunciaba una larga lista que empieza con Marx y seguía con los anarquistas de la Primera Internacional, el blanquismo, el luxemburguismo, los makhnovistas  de la  insurrección de Cronstadt (1921), el movimiento de los consejos en Alemania y España y los responsables de la revolución húngara de 1956.

«Aunque la IS decía despreciar cualquier ideología y, sobre todo, cualquier forma de poder que fuera unida a ellas, así como todas las formas de organización que se derivan de las ideologías y de los poderes concomitantes (burocracias, partidos, sindicatos), se puede afirmar que la orientación política de la mayoría de sus miembros era consejista, anarco-comunista o comunista libertaria.»

Esto último diferenciaba a la IS del neofourierismo hippy de los años sesenta. El socialista Charles Fourier, FFB lo estudió desde joven (recuérdese su edición en la colección Hipótesis de Grijalbo), que había vivido las consecuencias inmediatas de la revolución francesa, no amaba las revoluciones.

«Los situacionistas criticaban las derivaciones burocráticas de las revoluciones del siglo XX pero, a pesar de ello, aspiraban a propiciar una nueva revolución proletaria. Sus componentes pretendían construir una teoría revolucionaria que consideraban inseparable de la participación activa en lo que llamaban «el asalto proletario contra la sociedad de clases».

Lo que de verdad permitía utilizar la palabra originalidad al hablar de la IS, por comparación con otros grupos revolucionarios de la época, era, además de su lenguaje, el tipo de análisis que realizó de la sociedad de los años sesenta. Antes de 1968 los textos más conocidos de la IS fueron, además del ya mencionado de Vaneigem, un ensayo de Jorn titulado Para la forma. Esbozos de una metodología de las artes (1958), De la miseria en el medio estudiantil (1966) y, sobre todo, La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord y el Tratado del saber vivir para uso de las nuevas generaciones (1967), también del filósofo y escritor Raoul Vaneigem.

«Vivir, no sólo sobrevivir (que es lo característico de la sociedad alienada del Welfare State). En esa frase se podría resumir el programa de Vaneigem: «La vida entera se baña en una negatividad que la corroe y la define formalmente. Hablar de vida suena hoy como mencionar la soga en casa de un ahorcado. Una vez perdida la llave del querer-vivir, todas las puertas se abren sobre tumbas» [1] . Para pasar del mero sobrevivir al vivir auténtico se necesitaría una revolución no sólo en el plano económico sino en la vida cotidiana, y eso sólo se puede esperar de los nuevos sujetos: el «nuevo proletariado» (que incluye a la vanguardia de la clase obrera «que descubre su miseria en la abundancia consumible», pero también a la juventud rebelde de los países modernos), la intelectualidad de los países del Este de Europa insatisfecha con las revoluciones truncadas y burocratizadas…»

como los pueblos del entonces rebelde tercer mundo que desconfiaban, con razón, de los mitos tecnicistas del colonialismo y «el libertarismo de la IS que denuncia todas las revueltas teledirigidas y consentidas».

En cuanto a la propia organización de la IS, prosigue FFB, Vaneigem presentaba su proyecto en 1962 casi en términos nietzscheanos renovados: «Vamos a construir un grupito experimental, casi alquímico, donde se apunte la realización del hombre total». Pero eso al margen de cualquier marco jerárquico, comunicándose a través de «redes no materializadas», es decir, mediante relaciones directas, episódicas, contactos no opresivos, «desarrollo de vagas relaciones de simpatía y de comprensión, a la manera de los agitadores rojos de antes de la llegada de los ejércitos revolucionarios».

Esta forma laxa de organización a través de redes, tan alejada de lo que eran los partidos revolucionarios del momento (inspirados en el marxismo-leninismo, en el leninismo organizativo), no contribuyó precisamente al crecimiento de la IS.

«De hecho, entre 1962 y 1968 la IS había sufrido tantas escisiones y separaciones como los otros grupos revolucionarios. Se dice que poco antes de mayo de 1968 en Francia sólo había cuatro miembros activamente organizados en la IS: Guy Debord, Raoul Vaneigem, René Viénet y Moustapha Khayati. Tenían redes y contactos en EEUU, Inglaterra, los Países Bajos e Italia, pero el conjunto de personas vinculadas no pasaba de la veintena.»

El primer documento importante elaborado por los situacionistas, sobre la universidad, recordaba FFB, tenía por título «De la miseria en el medio estudiantil considerada en sus aspectos económico, político, psicológico, sexual y principalmente intelectual, y sobre algunos medios para remediarla». Se había publicado en Estrasburgo, en noviembre de 1966. No era precisamente un elogio de los estudiantes universitarios. Más bien lo contrario:

«[…] es una diatriba contra la miseria entonces existente en los ambientes universitarios, contra el conformismo alienante de los estudiantes del momento, contra los sociólogos y politólogos que en aquellas fechas empezaban a especular sobre la protesta juvenil y contra los intelectuales y las revistas de la izquierda tradicional que habían manifestado una admiración complaciente ante los primeros síntomas de la contestación juvenil.»

Los firmantes del panfleto, miembros de la IS y estudiantes afines de Estrasburgo, empezaban declarando que el estudiante universitario no escapaba a la ley general del capitalismo avanzado: la pasividad generalizada ante el espectáculo, ante la reificación, ante la mercantilización de todas las actividades culturales. Veían al estudiante universitario en una situación enfermiza: entre un presente miserable y las ilusiones que se hacían de un futuro acomodado. En su mayoría eran hijos de la burguesía, a pesar de lo cual disponían de una renta inferior a la de cualquier asalariado, y era, en ese sentido en el que se podía decir de ellos que eran parte de «la nueva miseria del nuevo proletariado». Era esta situación lo que conducía al estudiante universitario a una infantilización prolongada, a la conversión de los estudiantes en niños sumisos, en «esclavos estoicos» que se creían tanto más libres cuanto más fuertes eran las cadenas que les ligaban a la autoridad, a la familia y al Estado.

«La miseria del medio se caracteriza porque la universidad se ha convertido en una organización institucional de la ignorancia, donde la alta cultura se disuelve al ritmo de la producción en serie de los profesores, y en la que el estudiante se limita a seguir escuchando mecánicamente el «ruido vacío» que hacen los docentes. Estos son en su mayoría unos cretinos, o, lo que, en opinión de los autores del panfleto, aún es peor: modernizadores reformistas de izquierda que pretenden adaptar la institución universitaria al proceso general de la mercantilización capitalista.»

No sólo eso: en sus relaciones íntimas, los estudiantes reproducían los hábitos de la moral burguesa tradicional; se dejaban aconsejar por psicólogos y psiquiatras que las autoridades les habían impuesto como control parapolicial, creían encontrar compensación en el mercado cultural y en el espectáculo cultural cuando en realidad se convertían con ello en discípulos respetuosos, «de manera que, en la época de la muerte del arte, el estudiante universitario se encuentra a gusto en teatros y cine-clubs «consumiendo cadáveres» o naderías envueltos con celofán en los supermercados.»

Lo característico del panfleto situacionista, proseguía FFB, era que el centro de la crítica de la miseria en el medio estudiantil no se había puesto, por tanto, en las antiguallas que quedaban realmente en las universidades del momento -«los restos de la universidad napoleónica, tantas veces denunciados por los sociólogos y por los políticos reformistas»- sino precisamente en la crítica paródica de lo que entonces pasaba por ser el modernismo -Robbe-Grillet y le nouveau roman, Godard y Lelouch en el cine- así como de las vedettes intelectuales del momento: Althusser, Garaudy, Sartre, Levi-Strauss, Barthes,… todos ellos mencionados con distancia o con desprecio.

«En el plano político se criticaba tanto el arcaísmo que representaba el general De Gaulle como el arcaísmo del estalinismo en todas sus formas. Al contrario de lo que se ha dicho luego, los autores de aquel manifiesto no estaban celebrando el comienzo de una nueva era de protesta juvenil, sino que levantaban su voz contra el coro que estaba convirtiendo a la «juventud» en un nuevo mito publicitario. Manifestaban con seguridad su creencia de que la universidad no cambiará sin que cambie la sociedad capitalista, la sociedad del espectáculo en que se vive, y llamaban la atención sobre las ilusiones de una revuelta que, en su opinión, sólo podría llegar a ser algo si se convertía en conciencia revolucionaria, proletaria, contra el sistema imperante.»

Tampoco eran precisamente condescendientes los situacionistas con las primeras manifestaciones de lo que iba a llamarse «la nueva izquierda» (actividades de protesta de los «blousons noirs», los provos, los beatniks) ni sentían especial atracción por el uso y abuso de las drogas en esos ambientes. FFB da esta fragmento: «El consumo en masa de la droga es la expresión de una miseria real y la protesta contra esta miseria real: es una búsqueda falaz de libertad en un mundo sin liberad, la crítica religiosa de un mundo que ha superado la religión, expresión de la derecha de los jóvenes rebeldes que se junta a menudo con la aceptación de las supersticiones más fantásticas».

En su última parte -«Crear por fin la situación que haga imposible toda vuelta atrás»- el documento pasaba revista a las organizaciones de la izquierda política de la época. En su análisis de lo que considera expresiones del viejo mundo, no dejaba títere con cabeza destaca FFB:

«[…] denuncia y rechaza lo que han sido y son la II, la III y la IV Internacional, critica el sindicalismo obrero y el sindicalismo estudiantil («caricatura de una caricatura»), se distancia de las ideologías tercermundistas, de las revistas como «Socialismo y barbarie» y de la mayoría de los grupúsculos anarquistas, para acabar propugnando la autogestión generalizada, «la realización internacional del poder absoluto de los Consejos Obreros» (de los que los autores ven anticipaciones en la Comuna de París, en los soviets de 1905, en la Barcelona de 1936) y la supresión de trabajo.».

Redactado en su mayor parte por el activista de origen tunecino Mustapha Khayati, comentaba FFB, «De la misère en milieu étudiant» tuvo una gran difusión: primero en Estrasburgo, donde produjo gran escándalo -«denunciado por el rector, las autoridades, la mayoría de los profesores universitarios, la UNEF, la UEC, etc.»- y luego en Nanterre -«distribuido por los estudiantes anarquistas»- y en París, «donde se convertiría pronto en uno de los textos más influyentes en las vanguardias estudiantiles del 68». Se agostó en poco tiempo.

La segunda edición del panfleto, aparecida en marzo de 1967, alcanzó una tirada de 10 mil ejemplares. Con aquel panfleto, y con el escándalo que le acompañó, la IS llegó al conocimiento del gran público. El final del panfleto era una diatriba contra el espectáculo que remitía, sin citarlo, al análisis que Debord estaba llevando a cabo simultáneamente: «En la época de su dominación totalitaria el capitalismo ha producido su nueva religión: el espectáculo. El espectáculo es la realización terrestre de la ideología. Como crítica de la religión, la crítica del espectáculo es hoy la condición primera de toda crítica»..

La evolución de Debord había sido descrita como una aventura intelectual y social que debía más al experiencial «vagar» y experimentar que a los libros o a los estudios y seminarios marxológicos.

«La actividad de Debord fue radicalmente antiacadémica, antiautoritaria y antiburocrática, crítica de la política y de la politiquería al uso no sólo en la izquierda parlamentaria sino también en la izquierda extraparlamentaria (trotskismo, maoísmo, tercermundismo, etc.) de inspiración leninista.»

Desde el punto de vista político, su posición enlazaba más bien con las corrientes marxistas, muy minoritarias, que desde los años treinta se desplazaban hacia el anarquismo: Karl Korsch (uno de los inspiradores de FFB en su Marx sin ismos), ciertas tendencias consejistas (bien conocidas por él desde su juventud), etc.. Enseguida se diferencia de éstas por la importancia que su situacionismo concedía a la interrelación entre arte, vida cotidiana y revolución social.

«El punto de partida de Debord fue precisamente «la superación del arte a partir de la autodestrucción de la poesía moderna». Su modelo declarado era Lautréamont; su objetivo, renovar la inspiración del dadaísmo y de los primeros surrealistas mediante la reducción de la poesía a su elemento último, la letra, unir todas las artes. Esto implica desmontar el mundo para reconstruirlo sobre la base de la creatividad generalizada, superar la división entre el artista y el espectador.»

Tres nociones articulaban y marcaban la diferencia de la actividad de Debord entre 1952 y 1968: aventura, deriva y détournement. Las tres se relacionaban con el aprecio letrista-situacionista por las vanguardias artísticas y en especial por el dadaísmo y el surrealismo.

«Debord pretendía recuperar el espíritu rompedor e inconformista de las vanguardias originales (1910 a 1925); y esto, en un momento en el que algunas de estas vanguardias se han convertido ya en retaguardias, le obliga a intensificar las demostraciones provocadoras, particularmente en el campo de la última de las artes históricas, el cine».

Aventura, deriva y détournement eran nociones que, en el ámbito del situacionismo, enlazaban, de un lado, preocupación artística y preocupación y social, y, de otro, innovación y conservación, esto es, «la pretensión de renovar la vanguardia a sabiendas de que también esta renovación cae bajo la ley general de la sociedad del espectáculo y debe superar, por tanto, la mera búsqueda formal de la originalidad». Así que el auténtico aventurero sería «aquel que hace suceder las aventuras más que aquel a quien las aventuras suceden». De ahí los vagabundeos sistemáticos, buscados, intencionales, indicaba FFB, a los que Debord y los suyos llamaron «derivas» [dérives]: «La deriva es una técnica de paso rápido a través de ambientes variados», que consistía en unos paseos de aproximadamente una jornada de duración en los que el sujeto se deja llevar por «los requerimientos del terreno y de los encuentros».

Détournement era la segunda noción, otra manera de disponer los elementos ya existentes, «derivada del collage dadaísta: una nueva utilización de citas que adapta el original a un contexto nuevo y distinto para así superar el culto burgués de la originalidad y la propiedad privada del pensamiento». La creación era para Debord sustancialmente recreación crítica: «Todos los elementos para una vida libre están ya presentes, tanto en la cultura como en la técnica; sólo hace falta cambiar su sentido y componerlos de modo diferente».

Esto es lo que permitía «la construcción de situaciones» o construcción consciente de nuevos estados afectivos, una nueva educación sentimental.

«La actividad artística, así entendida, tiene que desembocar en la vida misma. Y por eso para los situacionistas partidarios de Debord no se trata de crear una nueva escuela literaria, sino de la búsqueda experimental de una nueva manera de vivir. Sólo contemplaban dos posibilidades: o continuar la destrucción del arte moderno (pero ya como embellecimiento y adoración de la nada), o bien realizar, por primera vez en la historia, los valores artísticos directamente en la vida cotidiana, como un arte anónimo y colectivo, como un arte del diálogo: «No queremos trabajar en el espectáculo del fin del mundo, sino en el fin del mundo del espectáculo»».

Si Marx pretendía realizar la filosofía mundanizándola, superándola en el mundo, sostenía FFB, Debord quería realizar la cultura superándola también: negar la cultura como esfera separada y realizarla en la teoría y en la práctica de la crítica social. Por ahí se separaba también Debord de «la cultura de la crisis» y de la crítica irracionalista de la ciencia para enlazar con el marxismo de la cotidianeidad y de la subjetividad, el marximo de Henri Lefebvre, un marxismo que nunca desconsideró: «Hacer el mundo sobre todo más racional, que es la primera condición para hacerlo más apasionante», pues «la victoria será de quienes hayan sabido crear el desorden sin amarlo».

III

Para las amigas y amigos del CEMS (Centre d’Estudis dels Moviments Socials) de la UPF

La primera edición de La sociedad del espectáculo de Debord apareció en noviembre de 1967. Debord había llamado «sociedad del espectáculo» al tipo de sociedades que caracterizaban tanto al capitalismo tardío como al socialismo entonces (ir)realmente existente.

«Por «espectáculo» entendía Debord la relación social mediatizada por las imágenes, un tipo de relación social donde el consumo se convierte en ocupación total de la vida social. En la sociedad del espectáculo, dominada por el consumismo, todo se convierte en representación. De ahí que la tarea del momento fuera desarrollar la crítica de la economía política como crítica de la sociedad de clases y del capital que organiza el imperio del consumo e impone la superviviencia y la miseria.»

Al estudiar la filiación intelectual de la renombrada noción de espectáculo en el marco de los marxismos de aquellos años, Anselm Jappe, recordaba FFB, recuperaba el concepto marxiano de alienación y atendía sobre todo a las páginas de los Grundrisse dedicadas a la crítica del fetichismo de la mercancía. El espectáculo, para Debord, era la alienación generalizada: el triunfo absoluto de la forma mercancía convertida en fetiche en el plano sociocultural.

(A FFB, abro un paréntesis, no le era extraña ni distante esta aproximación de Sacristán a la noción: «(…) Karl Marx (1818-1883) ha heredado el tema de la alienación de Hegel y de Feuerbach. Hasta el año 1844 aproximadamente (Manuscritos económico-filosóficos) lo trata según las líneas indicadas. Pero ya antes y luego en los citados manuscritos traspone el tema a un contexto de análisis histórico-social. Ello tiene dos consecuencias. Primera: aparecen otros términos -como «Zersetzung» escisión o descomposición- que tienen una función parecida a la de «alienación» pero se refieren a fenómenos precisamente históricos y más o menos fechables. «Escisión», por ejemplo, se refiere a la que Marx ve en el individuo de la sociedad burguesa; es una escisión entre las «ilusiones heroicas» de 1789, los Derechos de los Ciudadanos, la figura del ciudadano libre y guerrero que defiende con sacrificio propio la libertad, que pugna por la igualdad y proclama la fraternidad y el particular burgués de los Derechos del hombre, el egoísmo privatista, la propiedad privada de los medios de producción, la concurrencia sin barreras morales, el homo homini lupus de la sociedad mercantil».

La segunda: la raíz de la alienación se buscaba ahora no en el terreno de la ideología sino en la situación material del hombre. «Lo primero y fundamentalmente alienado (en un sentido jurídico y material) en la sociedad capitalista es el trabajo asalariado. Sobre esta base quedan alienados (ya más en el sentido de Feuerbach) los productos de toda clase de trabajo, de la práctica humana en general, y señaladamente, las relaciones económicas-sociales, que acaban por erguirse frente al hombre como hechos de la naturaleza y se imponen así a la obnubilada conciencia de su propio productor. Como Marx piensa que por «naturaleza humana» (en sentido no ideológico) no debe entenderse sino ese sistema, o esa red, de relaciones económico-sociales resulta que la misma idea de naturaleza humana queda alienada o fetichizada (…) Por último, sobre la fetichización de la naturaleza humana alienada en esencia metafísica inmutable, se levanta la alienación de toda la cultura, que culmina en la religión. Este es un análisis concreto, no de toda alienación sino de la específicamente capitalista y de las formas concretas que toman en esa sociedad alienaciones de origen arcaico» .

No le cuesta mayor trabajo al autor demostrar, comentaba FFB, que Debord, sin ser filólogo ni marxólogo, leyó a Marx mucho mejor que la mayoría de los intelectuales de culto en la sociedad francesa de la época.

«Desde luego, mucho mejor que Garaudy y Althusser, pero también mejor que Sartre y los existencialistas. De la crítica radical a la que son sometidas (por Debord y por Jappe) todas las corrientes marxistas del siglo XX sólo se salvan aquéllas que resultaron muy minoritarias en los años sesenta: el joven Lukács de Historia y consciencia de clase (1923), las páginas de Henri Lefebvre sobre urbanismo y vida cotidiana y algunas cosas, no todas, del grupo original vinculado a la revista Socialisme ou barbarie (Castoriadis, Morin).

Se había llegado a escribir que la revolución de mayo de 1968 había sido una «revolución situacionista». Sin duda, era una exageración. Los líderes estudiantiles más conocidos de aquel movimiento -Cohn-Bendit, Sauvageot, Geismar, Krivine- no eran situacionistas y a menudo discreparon fuertemente de los situacionistas más activos en Nanterre y en la Sorbonne, como René Riesel y René Viénet.

«Durante los acontecimientos de mayo-junio los situacionistas fueron siempre minoría no sólo en las asambleas estudiantiles sino también en los comités de los que formaron parte. A pesar de lo cual, la influencia de la Internacional Situacionista en el desarrollo de los hechos es indudable, sobre todo en Nanterre donde formaron grupo con los llamados ‘enragés».

E n las pintadas, carteles y dazibaos que cubrieron los muros de las facultades universitarias de Nanterre y la Sorbonne, era donde resultaba más patente la inspiración situacionista. También en la orientación política del comité de apoyo a las ocupaciones, tanto de las universidades como de las fábricas.

Una de las primeras y más célebres pintadas en la Sorbonne fue obra de un situacionista, René Viénet: «La humanidad sólo será feliz el día en que el último burócrata haya sido colgado con las tripas del último capitalista». Un dicho que había que leer como un «détournement», una retorsión de una frase de Meslier citada por Voltaire: «La humanidad sólo será feliz el día que el último de los tiranos haya sido colgado con las tripas del último cura». Empero, como había contado el propio Viénet, comentaba FFB, la mayoría decidió borrarla después de un debate público.

También había sido situacionista el primer cartel publicitario «detournée» en la Sorbonne. El Comité Enragés-IS de la Sorbonne se dedicó preferentemente a las pintadas y muchos de los textos de éstas fueron escritos por situacionistas o fueron tomados de los panfletos de Vaneigem y de Debord.

FFB daba ejemplos: «Los recuperadores están entre nosotros», «Descristianicemos inmediatamente la Sorbonne», «Desterremos y enviemos al Elíseo y al Vaticano los restos del inmundo Richelieu, hombre de estado y cardenal», «Después de Dios, también el arte ha muerto. Que sus curas no lo resuciten», «Comed profesores». Cita directa de Vaneigem es este otro: «Quien habla de revolución sin querer cambiar la vida cotidiana es que tiene un cadáver en la boca». Y de Debord estos otros: «Abajo la sociedad espectacular-mercantil», «Abolición de la alienación», «Fin de la Universidad», «Abolición de la sociedad de clases», «El poder a los consejos de trabajadores».

Entre los autores de textos de pintadas había destacado Christian Sébastiani, organizado entonces con los situacionistas, sería más tarde llamado el «poeta de los muros»: «Tomo mis deseos por la realidad porque creo en la realidad de mis deseos». «Corre rápido, camarada, que el viejo mundo viene detrás de ti», «¿Cómo pensar libremente a la sombra de una capilla?», «Seamos crueles».

«Textos de Vaneigem, como el «Tratado de saber-vivir para uso de las nuevas generaciones», y «La sociedad del espectáculo» de G. Debord fueron pasados al comic y alcanzaron una gran difusión. El propio Debord con Khayati, Riesel y Vaneigem formaron parte del Comité para el mantenimiento de las ocupaciones (CMDO), constituido el 17 de mayo. De las cuarenta personas que formaban aquel Comité, diez eran situacionistas y enragés.»

.

La pregunta era ahora: ¿qué ha quedado de todo eso en las conmemoraciones periodísticas del cuarenta aniversario del mayo francés? La respuesta era obvia para FFB:

«[…] muy poco; el inevitable recuerdo ritual de nombres y palabras sin concepto. Y es que veinte años no serán nada, como dice la canción, pero cuarenta parecen una eternidad. Eso es lo que uno piensa leyendo los artículos conmemorativos del mayo francés del 68 que se han ido publicando en los suplementos de los periódicos de mayor circulación, todos, o casi todos, dominados de tal manera por el presentismo que lo que ocurrió entonces y las ideas que inspiraron los hechos quedan como perdidos en una intensa niebla.»

Existían tres pistas posibles para intentar reconstruir aquella historia más allá de la filosofía periodística de la historia dominante, uno de los campos de batalla del autor

La primera de ellas la dio precisamente un situacionista, el propio Guy Debord. En 1988, cuando se cumplían veinte años de los hechos de mayo, escribió en sus Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo algo que podría ser un punto de partida:

«La primera intención de la dominación espectacular era hacer desaparecer el conocimiento histórico en general, empezando por casi todas las informaciones y todos los comentarios razonables sobre el más reciente pasado. Una evidencia tan flagrante no necesita ser explicada. El espectáculo organiza con maestría la ignorancia de lo que ocurre e, inmediatamente después, el olvido de aquella parte de los acontecimientos que pudo ser conocida. Lo más importante es lo más ocultado. En estos últimos veinte años no hay nada que haya sido cubierto por más mentiras inducidas que la historia de mayo de 1968. Ciertas lecciones útiles podrían sacarse de algunos estudios desmitificadores sobre aquellas jornadas y sobre sus orígenes, pero eso es un secreto de Estado.»

Las palabras de Debord podían parecer una exageración. Y tal vez lo fuera, admitía FFB. Pero eran también una de esas exageraciones candidatas a la verdad: «en lo que hace a mayo del 68, lo más importante es lo más ocultado.» La derecha política de entonces redujo la interpretación de los hechos a un gran complot anarco-marxista, a una gran conspiración -que quedaría desmontada en las primeras elecciones que siguieron a las grandes movilizaciones; el gaullismo, que salió fortalecido de ellas, vio en los acontecimientos una «crisis de civilización» a la que había que hacer frente precisamente reforzando «nuestra civilización»;

«[…] los restos de los grupúsculos marxistas de entonces interpretaron los hechos como una crisis internacional del capitalismo tardío que, a pesar de la derrota de mayo, se seguiría pudriendo; y los nuevos camaleones fueron adaptando su interpretación de los hechos a lo que vino después: principio del fin de las ideologías, gran fiesta lúdico-juvenil, anuncio del individualismo contemporáneo, fin del psicodrama de la era revolucionaria, revuelta reformista, insurrección democrática que anunciaba el retorno a los principios de la gran revolución francesa, origen de los nuevos movimientos sociales, etc., etc.»

«Todo mentiras», había dicho Debord, todo mentiras. Se podía decir con una expresión menos drástica sostenía FFB: «medias verdades que se corresponden bien con lo que luego, en los años que siguieron, hemos sido los unos y los otros o, más directamente, con las trivialidades de base que los mandamases del mundo que de ahí salió y los letratenientes a ellos vinculados quieren que sepan las nuevas generaciones». No estaba hablando de conspiración del silencio ni siquiera de tergiversación conscientemente construida. Al contrario.

«Pienso que, en este caso, cuanto más se habla y más se escribe más domina el espectáculo y más nos alejamos todos de lo que realmente fue aquello. Así que no voy a pretender aquí contar la verdadera verdad del mayo del 68″.

FFB sólo pretendía contar brevemente su versión de los hechos con palabras que se acercasen a las palabras que se pronunciaban entonces, en Mayo del 68, «la mayor parte de las cuales se han hecho impronunciables, y tal vez incomprensibles, en los tiempos que corren ahora.» Daba dos pistas más.

A pesar del gusto de los situacionistas por lo lúdico, apuntaba el autor de Leyendo a Gramsci, por la provocación, por la parodia y por la caricatura, mayo-junio del 68 no fue la gran fiesta lúdica, como se viene diciendo casi siempre tergiversando los hechos. No fue nada de eso, fue otra cosa: el gran susto.

«O aún mejor: una gran protesta estudiantil que se acabó convirtiendo en un gran susto para la gran mayoría. Lo que empezó como un memorial de quejas en las universidades (en Estrasburgo, en Caen, en Nanterre) se convirtió enseguida en un movimiento de protesta social generalizado en las barricadas de París, y, a partir del momento en que se multiplicaron las ocupaciones de fábricas y las huelgas obreras, en un ensayo general revolucionario que asustó a la mayoría de la sociedad francesa del momento.»

De ahí lo del gran susto señala FFB. ¿Quiénes se asustaron? Se asustaron los burgueses -vieron peligrar sus propiedades-, se asustaron los pequeños burgueses -vieron peligrar sus privilegios y los de sus hijos (Chabrol enseña, comentaba FFB en este caso sin mayor concreción)-; se asustó De Gaulle -tuvo que echar mano del ejército-, se asustó el partido socialista -creía pasada la época de las revoluciones-, se asustó incluso el partido comunista, «que aún hablaba de revolución en general pero no de esa», se asustaron los sindicatos obreros -«se vieron rebasados por la espontaneidad de los consejistas en las ocupaciones de fábricas y criticados por los estudiantes por su inconsecuencia»- y se asustó una parte de los intelectuales y profesionales.

¿Por qué el susto de estos últimos? Porque vieron con buenos ojos el arranque de los acontecimientos y todavía se solidarizaron con el movimiento en el momento de la represión, pero «no pudieron aguantar la acusación de ser unos mandarines al servicio del sistema, una acusación cada vez más repetida por los comités de obreros y estudiantes.»

Del gran susto, prosigue FFB, salió el viaje de De Gaulle a los cuarteles. De este viaje militar-gaullista salió la gran reacción de junio en París: la grandísima manifestación de todas las fuerzas de la conservación el 30 de mayo de 1968.

«El 13 de junio De Gaulle decretó la disolución de las organizaciones trotskistas y maoístas, así como la del Movimiento 22 de Marzo, en virtud de una ley del Frente Popular establecida en su momento contra ligas paramilitares de extrema derecha. Los responsables de la OAS. exiliados regresaron a Francia. Y de la gran reacción de junio salió la victoria de la derecha en las elecciones (de una derecha que, conviene no olvidarlo, entonces estaba a favor del orden y del Estado, pero también del «estado de bienestar», de las reformas sociales y culturales, de una reforma progresiva de la universidad y hasta, en algunos casos, de la «contracultura bien entendida»).»

Nada que ver, desde luego, con la derecha francesa y europea del momento, con las actuales y reaccionarias fuerzas conservadoras, que nada quieren conservar en el fondo.

Los estudiantes rebeldes se despidieron con una frase que se hizo célebre: «Es sólo el comienzo, la lucha continúa», recuerda FFB. ¿Fue realmente aquel mayo un comienzo o fue más bien el final de una época? En agosto de 1968, como se recuerda, las tropas de algunos países del Pacto de Varsovia (Rumanía se opuso como se recuerda) aplastaron la rebelión de Praga,

«[…] que fue percibida como más de lo mismo en el otro lado del mundo de la guerra fría, y la mayor parte de los rebeldes y revolucionarios de Francia (y de Europa) que habían puesto casi todas las esperanzas en la revolución autogestionada y autogestionaria se quedaron sin modelos y casi sin amigos. Asesinados Lumumba (el símbolo de la revolución africana) y Guevara (el símbolo de la revolución latinoamericana), sólo quedaba Vietnam. Y no es casual que Vietnam haya sido, a partir de 1968, el único símbolo positivo que ha unido en la calle a todos los restos del sesentayochismo.»

Ese es el origen, en opinión del autor de La gran perturbación, de la otra gran depresión del siglo XX, «de la depresión subjetiva, por así decirlo, de la gran depresión de la izquierda rebelde y revolucionaria».

«Lo que vino después es lo que suele venir después en estos casos: «revoluciones pasivas» o contrarrevoluciones que se presentan a sí mismas pomposamente como «revoluciones culturales» o «revoluciones de la vida cotidiana», que recuerdan vagamente, por las palabras que se pronuncian, lo que quisieron quienes perdieron, pero que por lo general consisten en la integración por el sistema de todo aquello que puede ser integrado sin que cambie lo esencial, o sea, la propiedad del dinero, la propiedad del poder, la propiedad de los medios de producción, el mando en plaza.»

De la gran depresión producida por la derrota del 68, no de las ideas que se expresaron en ese mayo, salió lo que luego se ha llamado «individualismo contemporáneo». Una de las grandes manipulaciones mediáticas de los últimos treinta años, apunta un más que enrabietado FFB, ha consistido precisamente «en convencer a las gentes que ya no vivieron aquello de que el individualismo contemporáneo es hijo del mayo del 68. Nada más lejos de la verdad.» Lo contrario es lo verdadero: «el individualismo contemporáneo es hijo de los que vencieron a los estudiantes y obreros rebeldes del 68. O tal vez el hijo pródigo del matrimonio de éstos con quienes, habiendo perdido, se resignaron para acomodarse a la derrota».

La tercera y última pista de FFB: muchas veces se ha dicho y se ha escrito en los últimos años que los movimientos sociales nuevos, críticos y alternativos, tuvieron su origen en el mayo francés del 68. También esto era inexacto, convenía precisarlo, otro de los atributos permanentes de las aproximaciones del autor a estas temáticas: la precisión, el punto de vista propio.

No había duda de que 1968 representó el momento culminante de uno de los movimientos sociales más activos e interesantes de la segunda mitad del siglo XX, el movimiento estudiantil o universitario, que, por supuesto, como se ha comentado, no se redujo ni muchos menos a los acontecimientos de Francia y que produjo manifestaciones y revueltas importantes en los cuatro puntos cardinales: en Berkeley y en Milán, en México y en Barcelona y Madrid, en Berlín y en Tokio, en Londres y en Praga y en Varsovia.

«Hay dos rasgos o características que aparecen reiterativamente y con mucha fuerza en todos (o casi todos) los movimientos estudiantiles de entonces, y que, efectivamente, heredarían los movimientos sociales posteriores. Me refiero al antiautoritarismo y al antiimperialismo. Antiautoritarismo no sólo en el sentido de la crítica de la autoridad de la familia, del Estado, de las iglesias y del mandarinato existente en la universidad, sino también como autonomía radical respecto de todos los partidos políticos del arco parlamentario. Y antiimperialismo entendido como oposición a los dos modelos socioeconómicos cristalizados durante la guerra fría.»

En líneas generales esos rasgos pasarían en los años setenta a la crítica feminista del patriarcado, a la crítica ecologista de la fáustica e irresponsable sociedad industrial y productivista y a la crítica pacifista y antimilitarista de la estrategia militar del terror. Pero si por movimientos sociales nuevos entendíamos lo que en aquellos años empezó a llamarse «nuevo feminismo», ecologismo o pacifismo, había que decir enseguida que el mayo francés del 68 tuvo muy poco que ver con eso. ¡Bastaba para probarlo con ver -leer y estudiar, no hablando de oídas- los documentos escritos y orales que han quedado de las asambleas de Nanterre y la Sorbonne: ahí hay muy poco feminismo, casi nada de ecologismo y, desde luego, nada de pacifismo.» Sintomáticamente, señala con énfasis FFB (en ocasiones, Paca Fernández Buey), no había ni una sola mujer entre los líderes destacados de aquel movimiento y las grabaciones que han quedado -cintas magnetofónicas y cinematográficas- mostraban que a las mujeres apenas se las dejaba tomar la palabra en los comités.

«Es verdad que se citaba a Reich y se hablaba de sexualidad liberada, pero mayormente para varones. El primer cartel publicitario détournée, que muestra a una mujer acariciándose los pechos mientras de su boca sale el gemido orgasmático ( «Ahhhhhh!!! La Internacional Situacionista!!!») no era precisamente una representación del gusto del nuevo feminismo…»

Las alusiones a los hippies y a los beatknis que había en los textos situacionistas de entonces eran todas despreciativas o paródicas. El lenguaje y el tono de la mayoría de las intervenciones en las asambleas y en los comités de ocupación, así como el de la mayoría de los panfletos escritos,

«[…] era más bien «guerrero», crítico del militarismo, sí (particularmente cuando se hablaba de la intervención norteamericana en Vietnam), pero también exaltador de la violencia revolucionaria, ya fuera en términos leninistas, guevaristas, consejistas, maoístas o para recordar las virtudes de Durruti, de los combatientes del Vietcong o del general Giap.»

Los orígenes del feminismo, del ecologismo y del nuevo pacifismo que cuajarían como movimientos en las dos décadas siguientes no estaban ahí. Había que buscarlos en otras ubicaciones: en las universidades norteamericanas, en las manifestaciones británicas contra la guerra – organizadas entre otros por el Comité Russell, un autor muy querido por FFB como lo fuera por Sacristán-, en los discursos de Luther King (un autor muy estimado por él en sus últimos años), en la Universidad Libre de Berlín.

Para no alargar más el punto y concluir con la tercera pista FFB nos daba un sólo ejemplo al que se había referido anteriormente:

«El eslogan más célebre y más veces repetido del mayo francés fue: «La imaginación al poder». Todo el mundo lo ha oído repetir muchas veces como símbolo de lo que allí se cocía. Repetida cientos de veces por los grandes medios de comunicación, esa frase se trivializó hasta el punto de que, fuera ya de su contexto, parece sugerir una de estas dos cosas: hyppis y provos, protesta lúdica, ecologista y pacifista. Así sonaba ya años después de que fuera escrita por primera vez. »

Sin embargo lo que quiso decir con ella quien la escribió no tenía nada que ver con pacifismo, con la protesta lúdica, con el medio-ambientalismo. Nada.

«Voy a restituir su sentido original (las cursivas son de FFB) para que se pueda comparar. Esa frase cerraba una breve pero contundente declaración de principios en la entrada principal de la Sorbonne de París, asediada por la policía. La declaración decía así: Queremos que la revolución que comienza liquide no sólo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo original. La imaginación al poder.»

El original era mucho mejor y muy distinto de las copias transmitidas. O cuanto menos, era otra cosa.

No era extraño que unos años después Debord dijera que había para morirse de risa al constatar lo que la «sociedad del espectáculo» había conseguido hacer con esa y otras muchas frases célebres del movimiento del 68. Se comprendía también muy rápidamente que Mustapha Khayati se opusiera muy pronto a que se siguiera reproduciendo su panfleto sobre la miseria en el medio estudiantil con intereses mercantiles.

Por cierto, ya puestos: ¿y Sefarad? ¿Y nuestro Mayo del 68?

IV

Para sus amigos brasileños, que no lo olvidan

«E l sesentayocho en España» es el título del siguiente capítulo de Por una universidad democrática. El quinto del volumen. La primera versión del escrito fue una comunicación presentada en las Jornadas sobre El miratge del 68 i la seva influencia a Espanya, no hace falta traducir, organizadas por el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la UAB en abril de 1998. Revisó y redactó el texto de nuevo para «participar en una mesa redonda sobre El 1968 a Catalunya: mèrits i insuficiències , organizada por   Praxis,   (Associació de Joves Investigadors en Història i Ciències Socials ) y la Fundación Pere Ardiaca , en el Museu d’Història de Catalunya», el 24 de enero 2009.

El dato básico del que a FFB le parecía que habría que partir para analizar la repercusión que había tenido en España, y en Cataluña por supuesto, eso que genéricamente solía llamase el Sesentayocho era el siguiente: la influencia de los principales movimientos estudiantiles de aquel año empezaron a notarse en el movimiento estudiantil de nuestro país de países al comenzar, en octubre/noviembre el curso 68-69. Es decir: cuando aquellas movilizaciones -no sólo estudiantiles- ya habían sido derrotadas y el reflujo del movimiento en países como Francia era muy patente. Entonces se encendió aquí la llama.

Era moral y políticamente comprensible que el movimiento de mayo se despidiera en París con estas palabras: «Fue sólo el comienzo; el combate continúa». Lo cierto era que al iniciarse el curso 68-69 los estudiantes de la UB estaban divididos sobre esto: unos pensaban que, efectivamente, el mayo francés sólo había sido el comienzo de una fase revolucionaria mientras que otros pensaban, atendiendo a la victoria indiscutible de la derecha en las elecciones franceses, que aquello había sino más bien lo contrario, un final de época. Aunque FFB no creía que la discusión sobre si el Sesentayocho francés había sido el comienzo de algo o más bien un final fuera el elemento decisivo para explicar lo que hizo en nuestro país el movimiento estudiantil en aquellos años, sí que le parecía oportuno aludir a ello, aunque no fuera más que para dedicar unas palabras, necesarias a la percepción del contexto internacional que se tenía en la época. Era difícil entender qué quería aquella gente sin saber qué tenían a sus espaldas, de qué mundo querían huir. Una posición de método muy presente siempre en él. El estudio del contexto era marca esencial de la casa, cuestión imprescindible en los análisis y aproximaciones de FFB.

«Los estudiantes de aquella época tenían la costumbre de relacionar todo con todo y de enmarcar lo que hacían (o creían estar haciendo) en la situación mundial del capitalismo y del imperialismo. Desde un punto de vista metodológico seguramente hacían bien los estudiantes operando así. Pero, si uno se atiene al eufórico optimismo que reinaba en las vanguardias estudiantiles del 68-70, cuando ponían marco a la situación más próxima, no es nada seguro que se estuviera acertando, en cambio, en el análisis concreto de la situación mundial.»

Ya antes del verano del 68 se podía percibir el reflujo del movimiento revolucionario con el que los estudiantes rebeldes pretendían enlazar, esto es, el reflujo de un movimiento revolucionario que había estado mayormente alimentado, tanto en África, como en Asia y Latinoamérica, por la guerrilla y los movimientos de liberación nacional. Varios de los acontecimientos que se habían producido en el mundo durante la década de los sesenta apuntaban por ahí: el primer aldabonazo había sido el asesinato, en 1961, de uno de «nuestros héroes», de Patricio Lumumba (Violeta Parra no se olvidó de él en «Un río de sangre»). Desde entonces el movimiento guerrillero en favor de la descolonización en África había empezado a retroceder. La fuerza y los procedimientos de la reacción fueron terribles.

Existían más indicios:

«[…] las ilusiones que muchas personas se habían hecho respecto de un final feliz de la guerra fría empezaron a quebrarse en 1963 con la muerte de Juan XXIII y el asesinato de J. F. Kennedy; el conflicto chino-soviético se había agudizado y no sólo dividía al llamado «sistema socialista» sino que amenazaba con hacerse armado; desde el golpe militar de Suharto en 1966, Indonesia estaba viviendo una de las mayores represiones anticomunistas de la historia del siglo XX (medio millón de comunistas muertos y un millón y medio de simpatizantes detenidos o desterrados); el propósito de Ernesto Che Guevara tantas veces repetido, crear varios Vietnam, no había cuajado y el propio Guevara había salido derrotado del Congo en 1965 y su guerrilla finalmente liquidada en Bolivia; en la primavera de 1967 había triunfado en Grecia el golpe de los coroneles.»

Por si faltara algo, el asesinato de Martin Luther King, 4 de abril de 1968, «había representado un auténtico mazazo para los partidarios de la lucha en favor de los derechos civiles de los negros.».

En pocas palabras: había indicios más que suficientes para pensar que la contraofensiva imperialista en el mundo era ya un hecho en 1968. Sin atisbo para ninguna posición escéptica. París en junio y Praga en agosto del 68 fueron, inequívocamente, dos derrotas (los dos grandes aldabonazos de los que habó Sacristán) y no sólo simbólicas «de la nueva forma de pensar social-comunista-libertaria que había surgido de la crítica simultánea del estalinismo y del nuevo análisis del capitalismo en su fase tardía, que se decía entonces.»

De dónde salía entonces, se preguntaba FFB, aquella esperanza convertida por las vanguardias estudiantiles postsesentayochistas en ofensiva revolucionaria. La respuesta era evidente: de Vietnam, siempre Vietnam, de las noticias que de allí nos llegaban.

«Allí no sólo se resistía en nombre del socialismo y de la liberación nacional, sino que se estaba poniendo en serias dificultades a la mayor de las potencias militares de la época, los Estados Unidos de Norteamérica. Sólo que Vietnam, que era en 1968, por así decirlo, la excepción, fue presentada por la vanguardia estudiantil del momento como la regla general de una nueva ofensiva revolucionaria mundial que aparentemente coincidía con la rebelión estudiantil.»

Así se interpretó también la historia de los últimos años de Ernesto Guevara: (las páginas que FFB le dedicó, por ejemplo, en el volumen de los clásicos del Pensamiento Crítico, son imprescindibles): no como una derrota, sino como otro anuncio de la nueva ofensiva. En ese traspiés analítico, la expresión es del autor de La ilusión del método, en este traspiés que considera regla la excepción, estaba en su opinión el origen del espejismo del 68-69 en Sefarad.

«Es verdad que en el momento en que transcurren los acontecimientos nunca se tienen todos los datos de los que después puede disponer el historiador. Por ejemplo, entre los estudiantes de aquel entonces casi nadie conocía la complejidad del pensamiento de Guevara ante la situación en África (cosa que luego hemos conocido por la publicación de su diario dedicado al Congo y por otros testimonios). Muy pocos conocían la dimensión de la tragedia que se estaba viviendo en Indonesia, y en cambio, se idealizaba sin matices la orientación de la revolución cultural en China. Y no se valoró en toda su magnitud lo que significaba el asesinato de Luther King.»

Leyendo los documentos que habían quedado de aquellos meses podía decirse que, por lo general, la vanguardia del movimiento estudiantil del 68-69 en Cataluña -y no sólo en Cataluña- había interpretado las cosas en el sentido contrario, apuntaba FFB. Él no pretendía hacer un juicio político sobre ello. Sólo adelantaba una hipótesis historiográfica para la discusión de las insuficiencias. Quien quisiera explorar esa hipótesis con cuidado podía repasar «el conjunto de materiales del movimiento estudiantil de aquellos años que publicamos (él de manera destacada), una década después, bajo el rótulo de «La hora del radicalismo estudiantil», Documentos del movimiento universitario bajo el franquismo. Fue en un Materiales extraordinario, en el número 1, 1977, páginas. 93-174″.

Interesaba, en cualquier caso, relacionar lo que había apuntado antes -que las movilizaciones en España se produjeron cuando ya había sido derrotado el movimiento en Francia y su reflujo era muy patente- con otro hecho punto que a veces no se valoraba suficientemente: «la acentuación de la represión por parte del régimen franquista durante buena parte de los años 1968 y 1969». Casi todo el año 1969 estuvo marcado en nuestro países «por la imposición de un estado de excepción que duró desde el 24 de enero hasta el verano, con cierres continuos de universidades, presencia constante de la policía en ellas y numerosísimas detenciones de estudiantes.» FFB, como otros y otras, lo sufrió en su propia carne. Para el análisis de lo ocurrido en Cataluña en 1968-1969 valorar esta acentuación de la represión era muy relevante.

«Pues a la anterior expulsión de la universidad de los delegados, subdelegados, consejeros y otros muchos estudiantes, que habían contribuido a crear el SDEUB entre 1965 y 1967, se unió la expulsión de los profesores antifranquistas más activos, el expediente abierto a casi centenar y medio de estudiantes que se habían reunido en la Escuela de Arquitectura en enero de 1968 y, finalmente, la detención de buena parte de la vanguardia estudiantil a comienzos del año siguiente durante el estado de excepción.»

Para hacerse una idea de lo que esto llegó a significar para el movimiento estudiantil en aquel curso convenía recordar que las expulsiones de la universidad, los expedientes abiertos, los reclutamientos forzosos para hacer al servicio militar (el suyo no excluido y en el Sáhara), las detenciones (la suya por ejemplo) y los encarcelamientos afectaron a varios centenares de estudiantes, sin duda los más activos del momento. En una universidad como la de Barcelona, «que debía tener por entonces un total de seis mil y pico estudiantes», la cifra de represaliados era porcentualmente muy alta. Tal vez, como consecuencia de la represión hubieran quedado total o parcialmente fuera de la universidad algo así como el 10% de los matriculados.

«Ya eso, naturalmente entre otras cosas, puede servir para explicar que el curso 68-69 no haya sido especialmente feliz en Barcelona desde el punto de vista de las movilizaciones y de la participación estudiantil en ellas. A consecuencia de la represión que había habido en la universidad de Barcelona, ya antes del mayo francés la vanguardia de las movilizaciones se había desplazado a otras universidades del país (Madrid y Santiago, sobre todo). Se ha dicho muchas veces y es verdad: nuestro 68 fue el 66.»

A lo que habría que añadir, para precisar y matizar: fue así si se juzgaba por la magnitud de la participación estudiantil en las protestas y movilizaciones, «y no sólo por el radicalismo verbal que entonces tuvo el movimiento». FFB daba tres datos al respecto.

Se había dicho muchas veces, y era verdad en su opinión: nuestro 68 fue el 66. Había que añadir para precisar: fue así si se juzgaba por la magnitud de la participación en las protestas y movilizaciones, «y no sólo por el radicalismo verbal del movimiento». Daba tres datos al respecto. El primero:

«[..] antes del mayo francés seguramente la acción más importante del movimiento estudiantil barcelonés fue el encierro de estudiantes, en enero del 68, en la Escuela de la Arquitectura, precisamente para protestar contra la represión. Los encierros eran una novedad entonces. Y se consideraban un síntoma de debilidad. Aquel encierro, además de originar nuevos expedientes, creó más división de la que ya había en el movimiento estudiantil, al menos desde la primavera del 67, cuando se escindió la potente organización universitaria del PSUC.»

(Desconozco el resultado de la escisión; no sé si FFB se está refiriendo a la formación del PCI, el que posteriormente sería el PTE.)

Dos: la celebración del 1º de mayo del 68, clandestina por supuesto, convocada en el Turó de la Peira, «coincidió ya con las primeras noticias que llegaban de Francia sobre las movilizaciones allí, a pesar de lo cual la participación estudiantil (y obrera) fue mínima.»

Tres: la conmemoración en 1968 del 11 de septiembre, la Diada Nacional de Cataluña entonces fuertemente perseguida, convocada por el PSUC (no nacionalista) y otras fuerzas políticas antifranquistas en la Plaza de Urquinaona, una plaza céntrica de Barcelona, tuvo también un seguimiento menor.

«El nacionalismo organizado tenía entonces aquí poca fuerza y no estaba por hacer política en la calle; y las organizaciones estudiantiles nuevas, que acababan de crearse al calor del mayo francés o escindidas del PSUC, eran poco o nada sensibles a la reivindicación de las libertades nacionales.»

No fue el caso del PSUC, nunca fue insensible a ello.

Por otra parte, proseguía FFB, y en lo que hacía al análisis de lo ocurrido en el conjunto de las universidades españolas a partir de octubre de 1968, «tal vez el hecho más relevante a tener en cuenta haya sido el de la diferencia en las formas de organización y actuación.» Hubo cierta continuidad en la lucha de los estudiantes universitarios en favor de la autoorganización («creación y/o consolidación de los sindicatos democráticos de estudiantes») y en favor de la democratización no sólo de la universidad sino de la sociedad, lo que, recuerda FFB, «había constituido el programa básico del SDEUB». Los sindicatos democráticos de estudiantes, anteriormente existentes en las universidades de Barcelona y Madrid, se extendieron a la mayoría de las universidades del país: Valencia, Bilbao, Santiago, Valladolid, Sevilla, Zaragoza, Granada, La Laguna, Pamplona…

Consecuencia: «esto dio al movimiento estudiantil en España una dimensión y una amplitud que no había tenido en años anteriores.» Pero, casi al mismo tiempo

«[…] durante el curso 68-69 se vivió el declive prácticamente definitivo del SDEUB, desplazado en la universidad de Barcelona por los comités de acción. En Madrid, en cambio, el sindicato democrático de estudiantes convivía con otras formas organizativas asamblearias o de democracia directa. Mientras en Barcelona el SDEUB se iba diluyendo, el papel del SDEUM todavía creció en 1968.»

Era significativo a este respecto, el papel que jugó el SDEUMen las movilizaciones que tuvieron lugar en las facultades madrileñas entre marzo y mayo del 68, particularmente

«[…] en la organización y desarrollo de la sería primera gran concentración estudiantil de protesta que tuvo lugar en España mientras se producía la movilización estudiantil en París: el recital de Raimon en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid el 18 de mayo de 1968.»

(Raimon dedicó tiempo después una canción a aquel encuentro: » 18 de maig a la «Villa»:

I la ciutat era jove,/ aquell 18 de maig./ Sí, la ciutat era jove,/ aquell 18 de maig/ que no oblidaré mai. (la ciudad era joven aquel 18 de mayo que nunca olvidaré)

Per unes quantes hores/ ens vàrem sentir lliures,/ i qui ha sentit la llibertat/ té més forces per viure (Por unas cuantas horas nos sentimos libres y quien ha sentido la libertad tiene más fuerzas para vivir)

De ben lluny, de ben lluny, arribaven totes les esperances, i semblaven noves, acabades d’estrenar: de ben lluny les portàvem (de muy lejos llegaban todas las esperanzas, y parecían nuevas, acabadas de estrenar: de muy lejos las traían)

Per unes quantes hores/ ens vàrem sentir lliures, / i qui ha sentit la llibertat / té més forces per viure (Por unas cuantas horas nos sentimos libres y quien ha sentido la libertad tiene más fuerzas…).

Una vella esperança/ trobava la veu / en el cos de milers de joves/ que cantaven i que lluiten (una vieja esperanza encontraba la voz en el cuerpo de miles de jóvenes que cantaban y que luchaban)

No l’oblidaré mai, no l’oblidaré mai, aquell 18 de maig, no l’oblidaré mai,/ aquell 18 de maig/ a Madrid.

A Madrid. Lo cantó Raimon, lo sigue cantando)

Era significativo porque tanto el tipo de acto -«un recital que acaba convirtiéndose en protesta antifranquista y antifascistas abierta»- como los eslóganes coreados por los estudiantes, e incluso el destino que los organizadores dieron a los fondos obtenidos en el recital -«para los obreros de Pegaso en huelga y para los estudiantes encarcelados en Carabanchel y Yeserías»- sugieren que

«[…] todavía en esa fecha, cuando se conocía ya el desarrollo de los acontecimientos de París, lo que contaba mayormente para la mayoría de los estudiantes rebeldes de aquí era la solidaridad (con otros estudiantes y con los obreros) y la lucha en favor de la libertad y de la democratización. De manera que, a pesar de los hechos diferenciales, lo que lo que por entonces hacía el movimiento estudiantil en Madrid se parecía más a lo que se había hecho en Barcelona entre 1966 y 1967 que a lo que empezaban a proclamar las vanguardias de aquí por aquellas mismas fechas.»

De ahí infería FFB que la explicación de la heterogeneidad o falta de simultaneidad en cuanto a formas organizativas y reivindicaciones en el movimiento estudiantil del curso 68-69 debía buscarse por otro lado.

El creía que habían influido principalmente tres factores

El primero: «aunque se mantuvo la práctica de las reuniones nacionales o estatales de coordinación, éstas se hicieron cada vez más difíciles después de la ilegalización formal, por parte del régimen, de los sindicatos democráticos de estudiantes». Las pocas reuniones de coordinación estatal que pudieron realizarse en aquel entonces acabaron con la detención de la mayoría de las personas reunidas.

El segundo: «los niveles de conciencia y de lucha habían sido y seguían siendo bastante diferentes en las distintas universidades españolas: Barcelona y Madrid se habían alternado en la vanguardia casi siempre en función de los efectos de la represión en una universidad o en la otra». En las demás universidades la capacidad organizativa de los estudiantes había sido hasta 1968 bastante menor. O bien porque el número de los matriculados en ellas era pequeño, o bien porque el entorno socio-político era poco propicio.

El tercero: «la heterogeneidad de las respuestas de los movimientos estudiantiles influyó muy directamente la política del Ministerio de Educación franquista-opusdeista». El Ministerio combinaba «la represión institucional y policial con medidas aperturistas, tecnocráticas o «liberalizadoras» (que decía su propaganda)».

«Por una parte, se crearon entonces en Barcelona y Madrid, con cierta pompa publicitaria, las universidades llamadas autónomas, que fueron una consecuencia del paso de las autoridades desde la ideología seuista a la ideología del «fin de las ideologías» (profesionalización y tecnificación); pero por otra parte, y simultáneamente, crecía en toda España el número de estudiantes universitarios críticos expedientados, expulsados de la universidad, detenidos o encarcelados.»

La orientación tecnocrática o «liberalizadora» de esa política ministerial trajo como consecuencia que la vanguardia estudiantil identificara, en algunas universidades, «la crítica al fascismo y al régimen franquista con la crítica que los estudiantes europeos habían hecho o estaban haciendo al neocapitalismo». La agudización de la represión llevó a que en la mayoría de las universidades españolas el movimiento estudiantil de los años 68-70 «tuviera que priorizar la lucha constante contra el cierre de los centros académicos, contra los desalojos de asambleas por la policía, contra la presencia permanente de la brigada político-social en las facultades y escuelas, contra las detenciones de representantes y dirigentes estudiantiles y contra los estados de excepción».

Esto último, en su opinión, podía explicar que, más allá de los eslóganes tomados del mayo francés, de las glosas al maoísmo, de las referencias constantes de la vanguardia a la revolución cultural china, «el motivo de protesta más explícitamente aducido por el conjunto del movimiento estudiantil en aquellos meses, y el más unificador, fuera el de la solidaridad suscitada a partir de lo que se llamó lucha contra la represión

No era, nunca fue un tema baladí. El fascismo español, sin exclusiones, acechaba y actuaba.

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