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Dos años después (XXI)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanas y ciudadanos

Fuentes: Rebelión

Para sus amigos cubanos, que han descubierto la rigurosidad de su marxismo sin ismos Para los estudiantes de la anterior promoción universitaria, que volvían a la universidad de Barcelona después de año y medio de servicio militar en el desierto del Sahara, entonces colonia española, en Canarias o en otros lugares, recordaba FFB, todavía expedientados […]

Para sus amigos cubanos, que han descubierto la rigurosidad de su marxismo sin ismos

Para los estudiantes de la anterior promoción universitaria, que volvían a la universidad de Barcelona después de año y medio de servicio militar en el desierto del Sahara, entonces colonia española, en Canarias o en otros lugares, recordaba FFB, todavía expedientados y con la experiencia de lo que había sido el SDEUB aún fresca, la nueva situación venía a representar una especie de paradoja.

«Por una parte, el rector-represor García Valdecasas y la mayoría de los decanos reaccionarios que le acompañaron en su mandato habían dimitido o habían sido cesados y sustituidos por los partidarios de aquello que empezaba a llamarse «liberalización de la universidad»; por otra parte, nos encontrábamos ante un movimiento estudiantil internamente muy dividido y radicalizado, en el que se estaban imponiendo, como he dicho ya, formas nuevas y muchos más radicales de actuación. Pero la paradoja iba a durar poco, resuelta una vez más desde fuera, por la vía represiva.»

Más allá del radicalismo hiperideológico y de que algunos de aquellos eslóganes le parecieran traducciones idealizadoras de los anteriores vientos de París y Pekín, vientos del Este, venturosos vientos orientales decíamos entonces, FFB recordaba haber vivido varias de estas innovaciones en las formas de actuación del nuevo movimiento estudiantil como una bocanada de aire fresco, «con la impresión de que tal vez aquellas formas apuntaban hacia la superación de lo que yo mismo había llamado años antes «sindicalización» de los problemas universitarios.»

Con la distancia del tiempo transcurrido creía que, a pesar de los pesares, «dejando a un lado las evidentes exageraciones verbales y la crítica desaforada al vecino de al lado, por matices ideológicos» que en nuestro hoy, con toda razón, nos parecen absolutamente irrelevantes, había que considerar aquella traducción de ideas de otros más como un mérito que como una insuficiencia de las vanguardias del movimiento estudiantil. No era «la imaginación al poder» que se decía, «pero sí que había un elemento imaginativo en las formas de actuación (que pronto iba a perderse, por cierto)». El lado positivo de la situación, la aproximación siempre equilibrada de uno de sus protagonistas.

Una muestra sintomática de la división existente entonces en el movimiento estudiantil barcelonés había sido en su recuerdo la convocatoria de tres concentraciones el mismo día de enero de 1969 en que se produjo la ocupación del rectorado en el edificio central de la universidad de Barcelona, «dos de ellas, convocadas por la UER y por el PSUC, pensadas precisamente para evitar lo que finalmente ocurrió y que, en cierto modo, fue el final de la paradoja.»

La ocupación del rectorado de la UB, «seguramente la acción más sonada de la vanguardia de aquel movimiento sesentayochista», se hizo directa y explícitamente contra el aperturismo tecnocrático, entonces incipiente, contra los «liberalejos», como se decía entonces, con la intención de proclamar in situ la «universidad popular».

«Y trajo como consecuencia inmediata otra proclamación, ésta por parte del régimen, la de un estado de excepción que en Cataluña duraría meses, haría casi imposible la continuación del movimiento iniciado y cortaría de raíz lo que de imaginativo hubo en las nuevas formas de actuación heredadas del mayo francés. La represión afectó en este caso mayormente a las organizaciones estudiantiles y universitarias del PSUC pero también a la mayoría de los grupos universitarios que se situaban a su izquierda [1]. Así que, como suele ocurrir en el movimiento estudiantil, hubo que volver a empezar. O casi.»

Escribía casi con toda conciencia. También para abrir la reflexión sobre otro aspecto ya aludido y al que daba FFB mucha importancia: «el de los cambios socio-culturales que, mientras tanto, se estaban produciendo». Era un aspecto del que se solía hablar menos cuando se hablaba de «nuestro» 68, «tal vez porque de él ha quedado poca constancia en los papeles que redactaba la vanguardia del movimiento estudiantil y al que los historiadores suelen prestar menos atención porque para captarlo hay que salir de los panfletos y materiales de la época para adentrarse en los testimonios orales, la literatura y el cine».

FFB no sabía si existía la novela del sesentayochismo en Catalunya, pero sí que ya en los primeros relatos publicados por Montserrat Roig, la gran novelista y ensayista comprometida catalana prematuramente fallecida, que fuera compañera de Joaquim Sempere, gran amiga suya, había apuntes acerca de ese cambio socio-cultural que se estaba incoando entonces.

«De entrada, la difusión de valores de eso que vagamente se llama el 68, y que engloba ideas de los estudiantes rebeldes norteamericanos, franceses, alemanes o italianos, representó un cierto cambio generacional también aquí. El anhelo de emancipación de los jóvenes universitarios se acentuó al calor de esas ideas. La crítica a la familia tradicional, que en la promoción universitaria anterior era todavía vaga y soterrada, se hizo cada vez más abierta. Empezó a hablarse de la comuna como alternativa a la familia; y, en no pocos casos, a poner en práctica la idea: vivir juntos fuera del marco de la familia tradicional y de las residencias universitarias oficiales.»

Las relaciones autoritarias entre padres e hijos empezaron a cambiar. También la relación entre jóvenes, entre chicos y chicas, en cualquiera de sus variantes de orientación sexual.

La batalla que entonces se dio en favor de los anticonceptivos en las relaciones sexuales también tuvo su fruto. Por supuesto. La presencia y protagonismo de las compañeras, de las mujeres en el movimiento estudiantil en Cataluña creció por entonces y no sólo a consecuencia de la represión anterior contra los dirigentes, mayormente varones. «Se empezó a hablar en serio de la relación entre lo público y lo privado, de la relación entre política y sentimientos, de la revolución de la vida cotidiana. Las relaciones sexuales empezaron a ser más libres entre los estudiantes universitarios y cosas tan sórdidas como el nacional-catolicismo o las que se cuentan en películas como I vetelloni o Calle mayor empezaron a parecernos antiguallas de una época ya pasada.»

En relación con esto circulaban un par de tópicos que FFB no querría dejar pasar. El primero

«[…] dice que el que no haya habido aquí un movimiento equivalente al del mayo francés se debió a que España y sus universidades eran entonces un erial vuelto de espaldas a Europa. Pero esta afirmación me parece falsa o inexacta. Para empezar, ese tópico confunde dos cosas: lo que era la universidad «oficial» desde el punto de vista ideológico y lo que era el nivel o situación intelectual y política del movimiento estudiantil de protesta que, como he dicho, aquí había tenido ya un notable desarrollo continuado entre 1965 y 1967″.

El tópico se basaba en un equívoco: la suposición de que el corsé de la censura y de la represión franquistas lograron realmente impedir en 1968 la difusión de las ideas nuevas. Un simple repaso de lo traducido y publicado, legal o ilegalmente, así como de las publicaciones distribuidas por canales alternativos en la España de 1968-1969 serviría para refutar el tópico. No fue así.

«Se puede hacer la prueba repasando los catálogos de editoriales como Ciencia Nueva, Grijalbo, Ariel Quincenal, Aguilera, Halcón, Equipo Editorial, Martinez Roca, Nova Terra, Zero-Zyx, Edicions 62, Península, Edició de Materials, Siglo XXI… Por no hablar de lo que entraba clandestinamente o se podía adquirir en las trastiendas de varias librerías de Barcelona y de Madrid: Cuadernos del Ruedo Ibérico desde París, Realidad desde Roma, además de las publicaciones que llegaban desde La Habana, Moscú, Pekín, Buenos Aires o México). O de lo que en el lenguaje de Esopo e incluso abiertamente publicaban de manera regular o habían publicado ya antes de 1969 revistas como Primer acto, Nuestro cine, Praxis, Promos, El ciervo, Serra D´Or o Cuadernos para el diálogo. O de las ediciones rudimentarias de artículos y ensayos hechas por los propios estudiantes en las universidades.»

(En Realidad publicó FFB uno de sus primeros artículos. Con Joaquim Sempere, ambos con nombres de combatientes, y sobre Heidegger y el humanismo nada menos. Su amigo y discípulo Jordi Mir ha estudiado con enorme interés y resultado las revistas citadas).

Un repaso exhaustivo de todo eso así como de los textos que circulaban en nuestras universidades en francés, italiano, inglés y alemán permitiría afirmar, con conocimiento de causa, que «la vanguardia estudiantil de este país tuvo a su disposición en 1968-1969 prácticamente el mismo material que inspiró a los estudiantes franceses, italianos y alemanes.» Refutación del tópico.

Por la universidad circulaba entonces lo esencial de las tres M (Marx, Mao, Marcuse); muchas de las obras de Bakunin, de Lenin, de Gramsci, de Lukács; gran parte de la obra de Guevara y del general Giap; la mayoría de las obras de Sartre y Simone de Beauvoir, los primeros ensayos de Althusser (Pour Marx, por ejemplo); el libro de B. Russell sobre los crímenes de guerra en Vietnam; las aportaciones de los principales protagonistas del nuevo curso en Checoslovaquia, de Dubcek y de Ota Sik (de enorme influencia en algunos sectores del movimiento comunista). También gran parte de los documentos de los líderes estudiantiles europeos, de Rudi Dutschke a Cohn Bendit. Esto en el ámbito estrictamente político-ideológico.

«Pero es que además en aquellas fechas era igualmente corriente en la vanguardia estudiantil de las principales universidades de aquí la lectura de Freud y de Fourier, de Fromm y de Bloch, de Rimbaud y de Pasolini, de los conductistas anglosajones sobre las nuevas técnicas sexuales, de los principales exponentes del freudo-marxismo y de los teóricos de la renovación pedagógica como Paolo Freire.»

FFB había conservado copia de los textos preparados para una publicación de la Editorial Nova Terra, del otoño de 1968, cuyo título iba a ser «La revolta dels estudiants», la rebelión de los estudiantes, con la participación de personas que por entonces tenían que ver directamente con los varios grupos en que estaba dividido el movimiento estudiantil barcelonés (Solé Tura, Termes, Comín, Boix.). El estado de excepción del 69 impidió esta publicación. Como tantas otras cosas.

Él podía dar fe sin embargo «de que esos textos no sólo revelan el conocimiento directo de los autores citados sino la proximidad de nuestra discusión respecto de la que por entonces se tenía en otros países europeos tanto en lo político como en lo cultural o en lo socioeconómico». Se podía rastrear la influencia de todos estos autores compartidos con los otros movimientos estudiantiles europeos leyendo los documentos de las organizaciones barcelonesas de entonces (la UER, las CES, los CHE-CHO, los Comités de Acción, los estudiantes del PSUC, los estudiantes de los grupos marxistas-leninistas): «ahí están los mismos autores que aparecen en las imágenes documentales del París del 68». Sólo había dos excepciones importantes: «los textos del movimiento norteamericano (que no fueron publicados aquí hasta 1970 o después) y buena parte de los textos situacionistas (que en general sólo se conocieron de oídas)».

El tópico del «erial», tantas veces repetido, pasaba por alto, además, otro hecho que no ignoraban, en cambio, los dirigentes estudiantiles europeos mejor informados de entonces: «que la eclosión del movimiento estudiantil en España había sido cronológicamente anterior a la francesa, a la alemana y a la italiana». A FFB no le parecía en absoluto casual el que los dos análisis más lúcidos de los hechos hubieran venido siendo sistemáticamente ignorados y hayan quedado, por así decirlo, como dos «cabos sueltos», incluso para quienes se acercan aquí al fenómeno del 68 con criterios historiográficos.

«Me refiero, en primer lugar, al análisis que hacía Manuel Sacristán en una larga entrevista aparecida en el número de agosto del 69 de Cuadernos para el diálogo, prolongado luego en el ensayo, de 1970, titulado «La universidad y la división del trabajo». Y pienso, en segundo lugar, en el análisis crítico llevado a cabo por Agustín García Calvo en su panfleto «De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil», escrito durante su exilio en París.»

Sacristán y García Calvo sabían de qué estaban hablando, pues ambos habían estado en contacto directo con el movimiento estudiantil de aquí desde 1965, asistieron como invitados a la asamblea fundacional del SDEUB (se mostraron muy activos, aunque las exposiciones apenas hagan referencia a su presencia: por ejemplo, la dedicada recientemente a Salvador Espriu en el CCCB) y conocían bien los movimientos estudiantiles europeos (García Calvo estaba en París por aquellos años; Sacristán tenía relaciones con dirigentes estudiantiles alemanes e italianos) y la evolución de los acontecimientos como para poder comparar.

«Los análisis de Sacristán y García Calvo sobre la universidad y los movimientos estudiantiles diferían en no pocas cosas (García Calvo inspiró a los primeros grupos de estudiantes ácratas madrileños y Sacristán a buena parte de los grupos marxistas críticos de la universidad de Barcelona), pero tienen, sintomáticamente, dos puntos en común: el reconocimiento del fracaso del pronunciamiento estudiantil del 68 y la crítica al carácter hiperideológico del sesentayochismo, desde la identificación, eso sí, con muchos, la mayoría, de los objetivos, de sus metas, de las expectativas ideales que crearon.»

«La universidad y la división del trabajo» era en realidad, en opinión más que documentada de FFB, la reelaboración de una serie de conferencias organizadas por los estudiantes de varias universidades españolas. Su tema de fondo: qué tipo de universidad para una sociedad socialista. La polémica con una parte de la vanguardia estudiantil de entonces apuntaba al verbalismo sin motivación teórica de consignas como la ya aludida de destrucción de la universidad.

El opúsculo de García Calvo fue inicialmente una carta abierta «a unos cuantos compañeros estudiantes de varias universidades españolas y francesas». Su asunto: la crítica fraternal de la utopía de los pronunciamientos estudiantiles que no tienen en cuenta los modos de integración en el sistema.

«Es evidente, pues, que, a pesar de haber sido escritos desde fuera de la universidad, estos dos panfletos de Sacristán y García Calvo recogían y discutían críticamente preocupaciones y reivindicaciones de una parte importante de las vanguardias estudiantiles del 68-69. Así que se podrá decir que Sacristán y García Calvo, expulsados de la universidad unos años antes, fueron precisamente representantes de las ideas que las autoridades universitarias del régimen no podían admitir en 1968. Pero no se puede ignorar la otra cara del asunto: la influencia de sus ideas entre los estudiantes críticos y el profesorado más joven de aquellos años. Es verdad que a veces la crítica del erial resulta ser otro erial. Pero esta vez no lo era».

El otro tópico al que FFB se quería referir es en realidad una leyenda urbana de la derecha de los últimos tiempos, alimentada generalmente por sesentayochistas arrepentidos y por pseudohistoriadores, otro de los nudos de la ininterrumpida revisión histórica a la que nos vemos sometidos:

«Esa leyenda pretende hace cargar con el muerto de las peores cosas políticas a los protagonistas del 68 y atribuye el cambio socio-cultural de fondo a la evolución del régimen (franquista) o del sistema (capitalista), lo que viene a ser tanto como apuntar el mérito, a posteriori, en el haber de los mandamases de siempre. Pero esa leyenda urbana, de la que se han difundido por ahí varias versiones (centralistas y nacionalistas) cada vez que toca conmemorar el 68, es también falsa. O es otra consecuencia, precisamente, de la derrota del movimiento estudiantil de entonces.»

Aquel cambio socio-cultural que se estaba produciendo hacia 1968, paralelamente a la radicalización político-ideológica, no fue el efecto mecánico de ningún desarrollismo, ni de ningún aperturismo propiciado por los que mandaban entonces en Cataluña y en España, no funcionan así los movimientos sociales críticos ni los cambios sociales «sino que fue en gran parte fruto de la asimilación de lecturas (y del diálogo sobre ellas) que tienen que ver precisamente con aquella radicalización.»

FFB había hecho referencia a cómo y en qué libros se había formado «no sólo políticamente sino también culturalmente, para bien y para mal, la vanguardia del movimiento estudiantil barcelonés de la época de la radicalización». El llamado «aperturismo» franquista de la época, el del régimen y el del sistema, la ideología del final de las ideologías, «prohibió o liquidó pronto casi todo aquello, durante el estado de excepción del 69, como prohibió, liquidó o descabezó a la mayoría de las organizaciones estudiantiles que habían nacido al calor del 68». No destruyó todo.

«Pero si en el plano político la represión de entonces fue efectiva, en el ámbito socio-cultural llegó ya tarde. En aquellos años las nuevas ideas, las nuevas creencias, los nuevos hábitos, las nuevas prácticas pasaron de la universidad a los institutos precisamente a través de las organizaciones socio-políticas que se habían creado entonces. De las universidades y de los institutos las nuevas ideas y los nuevos hábitos pasaron a los barrios y a las familias».

Más allá de las en general absurdas divisiones políticas y de los errores en el análisis de las correlaciones de fuerzas, que los hubo afirma sin duda FFB, «la difusión de las ideas nuevas fuera de la universidad fue también un mérito del movimiento estudiantil del 68». Otro más.

«Un mérito que no hay que subvalorar por el hecho de que luego algunos de los protagonistas del movimiento de entonces cambiaran de opinión o de chaqueta y se dedicaran a pontificar con la monserga aquella, tantas y tantas veces repetida, de que es bueno ser revolucionario a los veinte y malo a los cincuenta.»

FFB, siempre prudente, no da nombres. ¿Son necesarios? Déjeme que apunte uno con toda la indignación de la que soy capaz: Andreu Mas-Colell, conseller de Economía -y de recortes sociales y hachazos- del gobierno neoliberal y nacionalista separador de don Andreu Mas, un hombre de negocios y político profesional formado en la escuela privada-privada «Aula.» Mas-Colell, como recuerdan seguramente, fue uno de los cuadros universitarios del PSUC… Y alumno muy valorado de Manuel Sacristán.

Notas:

[1] Sobre los acontecimientos de esos meses, FFB recomendaba: «se puede ver J.M Colomer i Calsina, Els estudiants de Barcelona sota el franquisme, vol. II, Barcelona, Curial, 1978; y sobre la represión durante el estado de excepción de 1969, Albert Fina, Des del nostre despatx, Barcelona, Dopesa, 1978.»

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes