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Dos años después (XIII)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes: Rebelión

Para Joao França, que tanto recuerda al joven FFB «La insólita experiencia de un sindicato democrático estudiantil bajo el fascismo» en el segundo capítulo del libro que comentamos dedicado al SDEUB. Había aparecido como artículo en la revista Materiales, nº 2 -no en el número extraordinario dedicado al movimiento-, Barcelona, marzo-abril de 1977. La posición […]

Para Joao França, que tanto recuerda al joven FFB

«La insólita experiencia de un sindicato democrático estudiantil bajo el fascismo» en el segundo capítulo del libro que comentamos dedicado al SDEUB. Había aparecido como artículo en la revista Materiales, nº 2 -no en el número extraordinario dedicado al movimiento-, Barcelona, marzo-abril de 1977.

La posición de fondo: no es siempre verdadera la tesis de que cuando la ciudadanía, «las masas» en terminología clásica de importación física, tiene que elegir entre dos caminos o dos objetivos se inclina siempre por la vía de más rápido tránsito (cómo saberlo por otra parte) y por el objetivo de menor contenido revolucionario (no siempre evidente). En definitiva, las «masas» son pasivas y conservadoras. Siempre. Pues no siempre es así, no en momentos de entusiasmo colectivo y esos años, los de 1966, 1967 y 1968, lo fueron.

La profecía pesimista no se cumple inexorablemente, señala FFB. El futuro está abierto apunto yo con temor de que la formulación no fuera de su agrado.

Del mismo modo, prosigue FFB en su major castellano, «que los andarines de antaño, sabedores de que por lo general el camino que baja verticalmente desde lo alto de la montaña ha de conducir a las frondosas orillas de un río que harán perder un tiempo inapreciable en la marcha, se detenían un instante a pensar por dónde continuar», del mismo modo los estudiantes de entonces encontraron su alto en el camino para reflexionar acerca de las posibles vías que se abrían una vez liquidado el SEU. Esos altos en la marcha, para preparar la continuación de la misma, la larga marcha hacia el socialismo dijeron años después algunos grupos estudiantiles, «fueron las primera reuniones coordinadoras estatales y, luego, las reuniones preparatorias del futuro congreso nacional de estudiantes.»

FFB estuvo más que activo en ellas, en todas las que pudo.

La segunda de esas reunions, mayo de 1965, donde había de establecer las líneas generales de actuación a proponer al conjunto de los estudiantes universitarios tuvo un carácter decisivo «[…] aunque sólo pudo llegar al acuerdo general de favorecer la autoorganización sin aceptar el entonces reciente decreto gubernamental que fijaba la obligatoriedad de las Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE)». No pudo, en cambio, dada la diversidad de situaciones existentes en el conjunto de la universidad española, «definir con concreción el camino a seguir.»

De este modo, se siguieron simultáneamente tres vías: la rápida del boicot a las elecciones convocadas oficialmente -la adoptada en algunas facultades de Madrid, por ejemplo-; la del aprovechamiento de aquellas elecciones oficiales para, desde dentro de las APE, minar la organización oficial -la postura de los estudiantes de Valencia- y, finalmente, la de convocar elecciones libres previamente a las elecciones oficiales para hacer éstas inútiles, la que se impuso con éxito en la Universidad de Barcelona. Por ello, los resultados alcanzados al terminar el curso 1965-1966 fueron diversos:

«[…] la constitución del sindicato democrático de estudiantes en Barcelona, el auge del movimiento estudiantil en Valencia, que se preparaba para constituir también su sindicato, y el descenso del movimiento, por falta de organización, en Madrid.»

A primera vista esos resultados parecían poner de manifiesto la superioridad de una táctica basada en la iniciativa ofensiva o incluso en el largo rodeo sobre el puro rechazo de lo establecido. Y en cierto sentido, señala FFB, así fue en realidad.

«[…] Pero sólo en cierto sentido, pues no puede olvidarse tampoco la decisiva influencia que probablemente tuvo en el bajón del movimiento en Madrid durante el año 1966 la intensa represión que se ejerció sobre estudiantes y profesores de esa universidad desde las jornadas de febrero del año anterior que, como es sabido, originaron la expulsión de los catedráticos Aranguren, García Calvo, Tierno Galván, Montero Díaz y Aguilar Navarro, así como de un considerable número de estudiantes universitarios.»

Un año después Madrid volvía a ser la vanguardia del movimiento universitario español señalando uno de los rasgos característicos de esta fase:

«[…] la falta de sincronía entre los movimientos de las dos universidades cuantitativamente más importantes del país. Pero 1os desfases no existieron sólo entre las universidades de Madrid y Barcelona, sino que, respondiendo tal vez a otras desigualdades más estructurales, afectaron al conjunto del movimiento estudiantil en el estado español, como lo pone de manifiesto el hecho de que cuando la insólita experiencia de los sindicatos democráticos bajo el fascismo alcanzaba su mayor generalización en 1968, ese tipo de organización empezara a hundirse primero en Barcelona y luego en Madrid.»

FFB no solía usar el término «España». Acostumbraba a usar, en sentido no estricto, el palabro generado entre la izquierda «Estado español.»

Apenas dos años duró la experiencia. Pese a lo cual casi todo el mundo estaba de acuerdo en aceptar que la fase que fue desde 1965 a 1968 había sido, en muchos aspectos, la más productiva políticamente del movimiento universitario en el conjunto de nuestro país de países.

«En ese generalizado acuerdo se incluyen por voluntad propia incluso algunos de aquellos que al final de esa fase, deslumbrados tal vez por el multicolor arco iris del París de 1968, pensaron que la característica esencial de dicha fase había sido un democratismo imposible degradado a burocracia. Y hay, sin duda, un montón de razones que abonan la veracidad de ese consenso en tomo a la positiva productividad de aquel movimiento.»

Y entre otras razones, estaba el hecho de que la punta más avanzada del movimiento estudiantil europeo posterior, la vanguardia, por decirlo en términos clásicos, de los estudiantes alemanes en 1968, «haya considerado los combates de los estudiantes barceloneses y madrileños de entonces como uno de sus antecedentes directos», o el fácil recuento de la gran cantidad de cuadros comunistas, socialistas (del PSOE quería decir FFB), cristianodemócratas forjados en esa experiencia, y que eran ya entonces dirigentes o cuadros de los principales partidos de la oposición española (o incluso de partidos de gobierno: Mas-Colell, Ferran Mascarell son ejemplos destacados de esto último), «o la valoración de la práctica unitaria de los estudiantes en aquel movimiento como elemento precursor de posteriores organismos unitarios antifranquistas; o la estrecha vinculación entre vanguardia y masas puesta de manifiesto en esa etapa y considerada luego como «modelo» al que debería tender el movimiento estudiantil actual.»

Eran éstas algunas de las razones probatorias de la importancia de ese período: asumidas por unos con coherencia política desde el principio del movimiento, finalmente aceptadas por la mayoría.

«Como en otros aspectos de la vida social bajo el franquismo, y por encima de otras consideraciones, también en éste, cuando se haga la historia detallada de esos años, habrá que empezar destacando la superior visión política de los comunistas, esto es, la capacidad del PCE/PSUC para resaltar varios de los elementos embrionarios en los movimientos nacientes y que habrían de tener una trascendencia general.»

En este sentido habrá que interpretar por ejemplo, el que ya en los primeros meses de 1965, en un artículo titulado «Les vies de la democràcia», Gregorio López Raimundo -se han cumplido estos días el primer centenario de su nacimiento- subrayara «uno de los factores básicos de la movilización estudiantil de aquellos años, adelantando además, a partir de ahí, una iniciativa que habría de concretarse en el conjunto de la sociedad catalana sólo algunos años más tarde.»

El artículo citado de López Raimundo (de la gran admiración del que fuera secretario general del PSUC y presidente del PSUC-viu por el autor de Leyendo a Gramsci tengo numerosos testimonios personales), «Les vies de la democracia», fue publicado en Nous Horitzons, 5/6, primer/segon trimestre de 1965, páginas 3-8:

«¿Cuáles son las causas de la extensión y combatividad alcanzadas por las luchas de los estudiantes? En nuestra opinión, entre esas causas destaca la unidad de acción y el alto nivel de organización forjados en la universidad en la lucha contra el SEU. Es evidente que en la universidad se ha alcanzado una coordinación entre los diversos grupos políticos mucho más sólida y regular que la existente entre las direcciones de los partidos, lo cual ha dado origen también a formas más maduras de organización de la lucha y del movimiento de masas. ¿Por qué no establecer una coordinación general, completa, entre todas las fuerzas que desean acabar con la dictadura y que se comprometen a acatar la voluntad popular expresada en elecciones libres?»

En efecto, comentaba FFB, la unidad de acción entre los grupos políticos de oposición en la universidad «era ya entonces, y lo sería aún más durante el curso siguiente, un elemento sustantivo del desarrollo logrado por el movimiento estudiantil».

Tampoco en la universidad esa unidad fue una consecución fácil, nada es fácil en estos ámbitos, sino, como suele ocurrir, comenta FFB, «el tortuoso resultado de la presión de base que llega desde las mayorías combinado con el espíritu antisectario de los militantes organizados durante esos años, los cuales, dadas las condiciones de clandestinidad y el consiguiente temor a la represión, no rebasarían en ese momento los dos centenares en la Universidad de Barcelona, para poner un ejemplo». Otro ejemplo, por si fuera necesario sin serlo, del realismo politico y del buen ejercicio del cómputo por parte de FFB

Aunque esbozos de coordinación entre partidos habían existido ya en los años cincuenta del siglo XX, e incluso en ciertos momentos de los años cuarenta, «puede decirse que la presencia activa de una masa de partidos con una cierta estabilidad data, en las universidades de vanguardia (Madrid y Barcelona), de 1962-1963.»

Debía tenerse en cuenta además que ese tipo de contactos, que se harían habituales y periódicos algunos años después, «no siempre acababan por entonces en la unificación de objetivos, sino que eran más corrientemente el reflejo de una voluntad de colaboración en actividades coyunturales varias.»

Podía afirmarse que la verdadera unidad de acción, la que facilitó la masividad de las reivindicaciones estudiantiles de 1966 y de 1967, se hizo en torno a unos objetivos básicos y complementarios compartidos por la inmensa mayoría de quienes cursaban estudios superiores en el conjunto del estado español:

«[…] la liberación del corsé ortopédico que significaba el SEU y el deseo de crear una organización autónoma, independiente, propia de los estudiantes. En las enormes dificultades con que había de topar la forja de esa unidad fueron pioneros estudiantes y profesores vinculados a diferentes organizaciones comunistas, socialistas, nacionalistas y cristiano demócratas de los años 50-60.»

Con esa vocación unitaria surgieron respectivamente en 1963 y 1964 FUDE (en Barcelona INTER y, más tarde, ADEC) y UED, organizaciones a las que se debía la iniciativa de las primeras semanas de renovación universitaria celebradas en las universidades de Bilbao, Madrid y Barcelona (más tarde en Valencia), así como la preparación de la entonces denominada «semana de la paz» (febrero de 1965) que está en el origen de la célebre IV Asamblea Libre de los estudiantes de la Universidad de Madrid.

«La colaboración entre FUDE y UED habría de ser uno de los principales motores impulsores de las luchas finales contra el SEU y en favor de la autoorganización democrática de los estudiantes. El carácter genéricamente antifranquista de ese tipo de organizaciones y su función mediadora entre los partidos políticos y la práctica asambleística de las facultades posibilitó una mayor articulación del movimiento estudiantil e hizo factible, por la gran flexibilidad de sus actuaciones, el buscado consenso de los estudiantes.»

Precisamente por ello, FUDE/INTER y, en menor medida, UED se convirtieron en la escuela de los cuadros dirigentes estudiantiles de 1966-1967, lo que explicaba en gran parte la relativa coincidencia de los pasos dados y de los métodos empleados durante esos años en el conjunto de las universidades estatales.

Esa presencia de organizaciones políticas y de las instituciones estudiantiles intermedias hacía muy poco plausible la interpretación de las luchas de esos años en la Universidad, tesis a veces aceptada sin mirada cítica en su opinión, como un movimiento sustancialmente espontáneo.

No fue el caso, casi nunca lo es.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes