Un mes después
Para Mercedes Iglesias Serrano, en un día en el que Paco solía felicitarla.
¡Arden las pérdidas!, escribió Víctor Ríos. Siguen ardiendo. Y tal vez ahora, en la que fuera su ciudad y su tierra de adopción durante casi medio siglo más que nunca. ¡Cuan necesaria sería la prudente voz y la siempre informada reflexión de Francisco Fernández Buey [FFB] en estos momentos! ¡Cuánto le necesitamos!
Vale la pena detenernos en algún ejemplo de esa inmensa capacidad del autor de Discursos para insumisos discretos para abonar el racionalismo político desde la temperancia y el radicalismo (de fundamental, de raiz) a un tiempo, y sin contradicción.
En1993, dos años después de la desaparición de la URSS, FFB fue entrevistado por Francesc Arroyo para su libro La funesta manía. Conversaciones con catorce pensadores españoles [1]. Eran aquellos tiempos del final de la historia, del triunfo definitivo de la estructura social CN + DMD: capitalismo neoliberal, «democracia» demediada-muy-demediada. No eran, nuevamente, buenos tiempos para la lírica. Muchas voces de izquierda se habían quedado mudos y el transformismo seguía causando estragos.
La primera pregunta de Arroyo versó sobre si era posible que la expresión «final de la historia» estuviera encubriendo otra, el final de la política.
FFB abrió su respuesta son la prudencia política y epistemológica a la que nos tenía acostumbrados desde hacía muchos años. Toda caracterización histórico-sociológico, señaló, «que, para describir el cambio de fase, hable de final o de novedad en un sentido tan drástico y general» es simplista. Y por ello, vale la pena destacar la inferencia, poco atendible. Era obvio, proseguía, que «los hombres y mujeres de este mundo seguimos teniendo un futuro, que la historia no se ha acabado y que la actividad política continúa levantando pasiones y hasta enriqueciendo a algunos». Y eso en Nueva York, en Moscú y en cualquier parte. El futuro podía ser negro, la historia que ya entonces se veía venir una tragedia y la política dominante un asco «pero no hay finales tan absolutos ni novedades tan únicas».
¿Dónde había realmente muy poco futuro para las gentes? En Etiopía y en países afines. FFB tocaba siempre realidad y siempre tuvo muy presente a los desfavorecidos, a los condenados de la Tierra. Supo mirar donde no había que permitir que el olvido habitara
Los filósofos (la crítica al gremio era más que pertinente en alguien que fue un apasionado de la filosofía sólida y del buen filosofar) no solían pensar en este tipo de concreciones cuando hablaban del final de la historia o de la política. Lo suyo era la Historia universal que -el humor y los sarcasmos de FFB eran magníficos, deberían crear escuela- «es, como se sabe, la historia de nuestros amigos y paisanos».
Los seres humanos necesitamos diferenciarnos de los miembros de nuestra especie que nos precedieron. Los ideólogos -el uso de la noción, como en el caso de su compañero y amigo Manuel Saristán no fue en general afable en las reflexiones y escritos del autor de Marx (sin ismos)- que conocían esa necesidad natural, vivían de ella. Era parte de la división social y técnica del trabajo del bloque hegemónico.
En síntesis: no se había llegado al final de la historia ni al final de la política. «A lo sumo, estamos llegando al final de una historia y de una forma de entender la actividad política». A lo sumo: había mucha, muchísima actividad política que seguía los senderos abismales de casi siempre. Lo hemos visto durante estas dos últimas décadas.
¿Cómo explicar entonces la fortuna cultural, mediática, de la expresión? La fórmula era una caracterización ideológica «para una situación histórica tan particular como inusitada, la que empezaba a entreverse en los días siguientes a la apertura del muro de Berlín». Desde luego, FFB fue muy consciente de la existencia de otros muros y tenía muy presente la apenas conocida y trágica historia que estaba detrás de la construcción de aquel muro caído recientemente.
El estudioso de Gandhi apuntaba a continuación un giro (dialéctico si se quiere [2]) que demostraba, una vez más, la importancia de la historia, también de la más inmediata, en sus reflexiones políticas. La fórmula de Fukuyama podía leerse «como un gran suspiro de alivio». ¿Por qué? Porque «todavía en 1984 muchos europeos bien informados pensaban que habíamos entrado irremisiblemente en la fase «exterminista» de la historia de la humanidad. Por entonces se hacían cálculos acerca del mes de 1985 en que empezaría la nueva guerra librada con armas nucleares en Europa».
La administración Reagan había contemplado esa posibilidad en varias ocasiones, la había anunciado como un escenario a tener muy en cuenta. De pronto todo empezó a cambiar, señalaba FFB: «con el anuncio de la perestroika en la [ex] URSS, el clima se invirtió». En apenas cuatro años, se pasó de la preocupación por el invierno nuclear a la euforia para algunos de un liberalismo -nuestro actual neoliberalismo- que se extendía por todo el mundo. También sobre la exURSS y los países del este de Europa. «En la ciudad alegre y confiada cuajó la buena nueva: la vida empezó en nuestro universo con una sopa tibia, terminará en una sopa boba».
Al cabo de apenas un año, el mensaje del teórico usamericano se había quedado en nada: el liberalismo, que apenas nunca un humanismo, era ya un dogmatismo. Debajo de él, «están saliendo en muchos sitios los viejos demonios de Europa». ¿Qué podía decirse del final de la historia después de la guerra y desaparición de Yugoslavia en la que una vez más FFB no perdió la brújula esencial? ¿Qué podía decirse del triunfo de la democracia mientras crecía ya entonces el nazismo en Centroeuropa y el racismo y la xenofobia por todas partes?
Más aún: «¿qué decir del final de la historia después del descubrimiento de que la guerra del golfo [la primera guerra] ha sido una de las más crueles de la historia de la humanidad sin que ésta, que teóricamente tiene a su disposición un montón de canales de televisión, haya podido enterarse apenas de nada sustancial?». De las otras guerras que vinieron, que no fueron las primeras ni tampoco las últimas, FFB pensó y habló en términos similares: la crueldad mortífera y bélica como motor de una historia inhumana.
¿Qué era entonces, en definitiva, aquella filosofía de la historia sobre el final de la historia? Los historiadores del XXI, apuntana el autor de La gran perturbación, verán ese final de la historia «como una ingenuidad de ideólogos deslumbrados por otro final mejor conocido: el del intento de construir el socialismo en la Europa Oriental». En el este de Europa. FFB fue muy consciente, hasta el final de su vida, que el socialismo tenía otros desarrollos de interés, de mucho interés, en tierras no europeas (No hablo de China precisamente. FFB nunca fue un maoísta cegado; el que suscribe esta nota sí).
Recordaba justamente FFB que un deslumbramiento similar se había producido en los años cincuenta del siglo XX cuando se habló del final de las ideologías. La tontería había sido mayúscula. A continuación «tuvimos una de las décadas más ideológicas del siglo», en el sentido, esta vez, de enfrentamiento de cosmovisiones, de concepciones del mundo, opuestas, antagónicas.
Él pensaba que en aquellos años noventa podía pasar algo parecido. «Aunque es de toda evidencia que la explosión ideológica va a ser de signo contrario». Acertó de pleno.
Tampoco deslumbraron a FFB -otra prueba de su prudencia y equilibrio epistemológicos- muchas de las aportaciones del entonces denominado marxismo analítico a quien por supuesto supo tratar con concreción y distinción.
A él que le apasionaba la historia del pensamiento político, le acabó aburriendo «una gran parte de la filosofía moral y política contemporánea precisamente por eso», porque era sólo formalista, ahistórica, «casi sin vínculo con las tragedias que está viviendo el hombre de la calle».
Hacía excepción de algunos estudios sobre la objeción, sobre la insumisión y la desobediencia civil que, al menos en su inspiración se ocupaban de asuntos que eran claves en las democracias modernas (esta fue su opinión hasta el final de sus días). Pero, en general, se había pasado de la escolástica marxológica al academicismo ecléctico. El eclecticismo, señalaba, «se ha extendido tanto que una parte de la filosofía moral del llamado «marxismo analítico» puede inspirarse en The Logic of Collective Action. Public Good and The Theory of Group, de Mancur Olson», sin pararse a pensar ni por un momento, añadía, que la caracterización de la teoría marxiana del Estado y de las clases sociales que allí se hacía era una caricatura inmantenible.
Su crítica principal: apuntaban que Marx era un «amoralista». La anécdota tenia su punta teórica: ponía de manifiesto que «ir por ahí recogiendo conceptos para armar modelos sin atender a los contextos históricos desvirtúa por completo el pensamiento de un autor». No era lo mismo estar harto del abuso que habitualmente se hacía de las palabras «ética» y «moral» en el mundo académico al igual que en el político -tal era, precisaba, el caso de Marx- «que despreocuparse de los problemas morales como si sólo existiera la ciencia». No era el caso, nunca fue el caso para el autor de la Contribución a la crítica al marxismo cientificista.
En esto, concluía, el hacer también era la mejor forma de decir. Hacía falta una pasión, una tensión moral, «para la discusión de los dilemas morales vividos por las gentes». FFB, también esta fue una constante, buscó esa tensón que faltaba a los filósofos académicos de la moral en declaraciones fragmentarias de poetas, dramaturgos, cineastas, científicos de la naturaleza y narradores. Citó en esta ocasión algunos nombres que le acompañaron durante años: Pasolini, H. Müller, el Zinoviev de aquellos años, la herencia siempre querida y respetada de Walter Benjamin [3], su querido John Berger y las últimas películas de Tarkovski.
Eran pensadores muy distintos, de acuerdo. No formaban ningún sistema, de acuerdo también. Pero todos le sirvieron de inspiración. Cada uno de ellos, a su manera, apuntaba a cuestiones esenciales de fondo de esta época del hombre-máquina. Algunos de ellos eran algo herméticos, concluía, pero ya decía «Brecht que lo simple es lo difícil».
Lo simple es lo difícil. De muchas de esas cosas simples-difíciles nos habló Francisco Fernández Buey. Por ejemplo, de la transformación social.
Notas:
[1] «Francisco Fernández Buey: la política». Francesc Arroyo, La funesta manía, Barcelona, Crítica, 1993, pp. 75-93
[2] En una carta personal fechada el 23 de marzo de 1994, Paco Fernández Buey reflexionaba sobre la dialéctica en estos términos tan suyos y tan interesantes:
La causa principal del error provenía del propio Marx quien consideró que la dialéctica era un método en sentido propio, si bien matizó. Distinguió entre método de exposición y método de investigación. Aún así, «dio tanta importancia al valor de la dialéctica como método de exposición que los resultados alcanzados (sin distinguir del todo entre esto y el programa, punto de vista, paradigma, concepción del mundo o ángulo de mirada) que los resultados fueron terroríficos». FFB recordaba aquello de que aquel método suyo, el de Marx, tomado de Hegel e invertido, era todo un horror y un enorme escándalo para la burguesía. ¡Temblad malditos, temblad!
A lo que añadía un FFB más inspirado que nunca: «Pues bien, el capitán de la compañía se tomó esto literalmente en serio e interpretó que un método así, capaz de horrorizar a la burguesía, tenia que ser algo gordo, muy gordo: un ama teórica mucho mejor que las que usaba el enemigo en las universidades, una sartén bien agarrada por el mango. Como se estaba habando de asuntos lógico-teóricos, el sargento de la compaña interpretó que aquel instrumento-aterra-burgueses tenía que ser por lo menos una lógica distinta de las habituales (en particular de la lógica formal) y lo llamó «Lógica Dialéctica» con capitales áureas. Constructo magnífico que, en manos del cabo de la compañía, produjo la transmutación esencial que sólo logran las verdaderas creencias mitológicas. Una lógica alternativa que es a la vez una arma arrojadiza contra la burguesía y de tan fácil uso que basta con repetir las palabras rituales de tesis/antítesis/síntesis para que se abra de golpe la cueva de los ladrones. En los sesenta, la soldadesca ya sólo tenía que decir: Abracadabra-pata-de-cabra. Lee, lee, comparativamente lo que decían de la dialéctica los panfletos de la época». Tenía razón el autor de La ilusión del método: decían eso, decíamos eso.
[3] Fue en 2002. FFB nos acompañó, en un viaje organizado por UCR, a la tumba de Benjamin, a la de Machado y a la maternidad de Elna. Además de otros amigos, estuvieron con nosotros Miguel Casado y Olvido García Valdés. Nadie ha podido ni querido olvidar ese día. Nadie ha podido ni querido olvidar las palabras de Paco en la tumba de Benjamin y en el encuentro que mantuvimos al final de la jornada. Nadie. Vuelven con fuerza a nuestra memoria en estos momentos.
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