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Gran Comarca Afrodescendiente Colombo-Ecuatoriana

Franswa Mackandal en el norte de la provincia de Esmeraldas (Parte I)

Fuentes: Rebelión

En Afrique, chaque vieillard qui eurt est une bibliothèque inexploitée qui bróle [1] . Amadou Hampâté Bà En el marimbeo del silencio Nunca entendí el engaño de algunos proverbios hasta aquel jueves de agosto de 2008, arriba una luna sin los estropicios estéticos de los manglares numbiformes, brillaba como en sus primeros orígenes y abajo […]


En Afrique, chaque vieillard qui eurt est une bibliothèque inexploitée qui bróle [1] .

Amadou Hampâté Bà

En el marimbeo del silencio

Nunca entendí el engaño de algunos proverbios hasta aquel jueves de agosto de 2008, arriba una luna sin los estropicios estéticos de los manglares numbiformes, brillaba como en sus primeros orígenes y abajo unas calles desoladas, aunque por uno de esos fondos el Fruko y sus tesos de los 70 o de los 80, con alternancia entre Joe Arroyo y Wilson Saoko, testimoniaba el insomnio barrial. El proverbio santificaba que arriba es igual que abajo. Espejo cóncavo natural y espejo convexo emocional. Allá, arriba, era un aposento frío y pacífico, acá, abajo, un thriller cotidiano. Los anfitriones desgranaron como si nada esta conseja: «tengan cuidado, no andarán hasta tarde». San Lorenzo del Pailón, las crónicas periodísticas e ilustradas con fotografías de cadáveres, desataban la jauría de malos presagios, acompañadas de advertencias desmentidas por gente de zona: «esos traen sus guerras para acá y sus cosas son entre ellos, en serio». Se me ocurrió pensar: «aún no es con nosotros». Colocar las manos detrás de la nuca y maravillarse de este fino y discreto marimbeo del silencio.

Desde San Lorenzo, año 2008, una franja de territorio que se presume de territorio comanche (agradecimientos a Arturo Pérez Reverte), porque es de cualquiera que tenga armamento de guerra y ganas de guerrear con quien sea por ideología, bandidaje, frustraciones sin cuento, negocios clandestinos de drogas y un chininín de luchas de clases. Angostura, cuatro meses atrás, masacre en un campamento de las FARC, instalado en territorio ecuatoriano, culminación de la operación Fénix. Los servicios de espionajes colombianos y ecuatorianos eran ñaños siameses, por estos días andan alebrestados porque se cree que vuelve la ñañería. O ya volvió sin ojos ni oídos curiosos. «Hay ingenuidad y candidez, producto en gran parte de la improvisación de los decisores, su falta de contacto con los temas de seguridad, en las autoridades responsables de la seguridad, inteligencia y defensa, de los últimos tres años» [2] . Parecería que la historia se repite, pero en clave ñángara.

Esos seres de ninguna ciudadanía

El norte de Esmeraldas es territorio de la Gran Comarca, ese país para nada imaginario de los Ancestros, que empezaba en el sur de la actual provincia esmeraldeña y se aproximaba a Buenaventura (hoy, Colombia), se lo mapeó con la oralidad afanosa de algún día tener un país para el pueblo de origen africano. Años antes del 5 de agosto de 1820, el republicanismo haitiano andaba de boca en boca, entre libertos y esclavizados de las Américas. Una constante en los desvelos y preocupaciones de las nacientes comunidades negras eran el día después de la expulsión colonialista española. El incipiente proceso acumulativo, en la versión marxista, los devolvía a sombras distantes o a seres de ninguna ciudadanía.

Carlos Marx da el axê explicativo a la distancia de la Historia, no de los tiempos ni de la exactitud analítica: «Ni el dinero ni la mercancía son de por si capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Necesitan convertirse en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo, deseosos de valorizar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de su trabajo» [3] . Dos palabras resumían la filosofía existencial de la Ancestralidad afropacífica: «territorio y libertad». O sea la propiedad del medio de producción (la tierra, su uso y sus recursos extraíbles) y la condición de ofertante de mercancía intelectual (trabajo).

El cimarronismo se las sabía completa, sin importar las tribus de historiadores disminuidos por el eurocentrismo, tenía estrategias liberacionistas para enfrentar los devenires cambiantes del esclavismo. No se amanece con la cabeza llena de probabilidades ensayadas para convertirlas en actos de negociación o de insurgencia, siempre prevalece la existencia comunitaria más como fortaleza política que costumbre gregaria. Los sufrimientos por la dispersión de familias y naciones africanas pesaban en la memoria de resistencia, la existencia conectaba con el territorio hasta sembrarlo productivamente con ánimas épicas de los que se habían ido con el tiempo, mitológicas (leyendas de ciencia y metáforas), fabulosas sin faltar en nada a las leyes naturales y persistentes en el reconcomio de espiritualidad.

El Abuelo Zenón, suma de abuelas y abuelos, oralidad perpetua (Rithm and Poetry) desde el Ayè: «Cuando por voluntad propia o ajena, nos alejamos de la vida de las comunidades y de la tradición que ordena el uso del territorio ancestral y de la tutela de los ancestros que garantizan su permanencia, de seguro estamos renunciando a un espacio vital y estamos perdiendo el derecho más importante que nuestros mayores construyeron para mantener y perpetuar nuestra diferencia cultural». Eso fue y es todavía territorialidad. Es decir, territorio + Historia; territorio + existencia; territorio + proceso civilizatorio; territorio + transformación económica (alternativa al capitalismo bestial de estos días). ¿En qué momento ocurrió la pérdida de territorio y derecho ancestral sobre aquel? ¿En qué momento de esta historia reciente, perdió su razón política como acto de auto reparación?

La incómoda región de las Esmeraldas

Juan José Flores llegó con su comitiva militar de la cual formaba parte Juan Otamendi Anagonó, aún no era coronel, pero se le concedía ese grado en los hechos por su amistad con el general J. J. Flores. Eran los primeros. El General disimulaba el nerviosismo con una sonrisa sin afecto y con golpecitos con la en la pierna derecha. Ese era el día, antes se lo dijo en persona a Simón Bolívar y aquel, con el desencanto de las enemistades súbitas, había accedido con un rictus de desilusión. Su respuesta fue cualquier cosa, indescifrable para él, pero decidió asumirla como un ‘sí’. Con las hilachas del humor de los tiempos camaradería le soltó: «no enciendas lámparas para alumbrar el día».

El Quito de falsa calidez estival de ese día tenía un cielo azul puro y cansaba si se insistía en mirarlo, monotonía colorida. La lluvia ligera de la tarde y extendida con desgana hasta casi la media noche del 12 de mayo de 1830 creó esa mañana como de cristalina fragilidad, luminosa y friolenta a la vez, para sorber mocos al disimulo. Los coches llegaron con entusiasta puntualidad. El mundillo de próceres se buscaba al disimulo su propia república de intereses. Estaban los que podían estar. Ni los cocheros eran negros tampoco había entre los soldados ni en la servidumbre. De los demás ya se sabe: militares, hacendados, religiosos y propietarios urbanos. Juan Otamendi Anangonó, se había ubicado a distancia de afán mal disimulado. El cotilleo duró hasta que el ceño fruncido del general Flores devolvió a todos a la solemnidad. Sentados, espaldas rectas, bigotes atusados y palabras grandilocuentes como cabe el nacimiento inevitable de un país.

Era ese el día, en uno de los salones de la Universidad de Santo Tomás de Aquino (hoy Universidad Central del Ecuador). Un secretario de espesos bigotes con las puntas hacia arriba y peinado con prolijidad raya al medio comentó: «El Senado y la Cámara de Representantes de la Gran Colombia, el día 25 de junio de 1824, dividió su territorio en doce departamentos con sus provincias y cantones. Está en la Ley de División Territorial de la República de Colombia, damas y caballeros». Estaban en Quito, capital del Departamento de Ecuador. Uno de esos cantones era Esmeraldas. Las eminencias firmaron el Acta leída y corregida a satisfacción. Por gusto, porque no tuvo reconocimiento y recién en la Asamblea de 13 de agosto de 1830 y con la incorporación de los departamentos de Guayaquil y Azuay, además del de Ecuador, se consolidó la formación de la República.

El flow palabrero inventor de nuestro mundo

Más de un siglo después un abuelo repetía a su nieto la cátedra que escuchó a su padre y aquel a tanto abuelo colectivo. Oralidad, ese bendito flow palabrero que recreó «África en las Américas» [4] . Esa función de ciencia y arte de la palabra, el cimarronismo cognitivo, la resistencia productiva, la resiliencia de las pequeñas humanidades para ennoblecerse en el mataperreo de la esclavización y convertir cada acto sencillo en recuperación existencial (bioreparación). La funcionalidad oral de abuelas y abuelos trenzó como el mapa neuronal la memoria colectiva contraria a la necropolítica [5] de los esclavizadores y las conformadas sociedades dominantes de las nacientes repúblicas.

Una de esas voces: «El camino que nos trajo a esta tierras no es el camino de andar y apropiar el mundo por voluntad de colonizar y conquistar. Llegamos aquí siguiendo el camino de la injusticia de la dispersión obligada que para nuestro pueblo de origen africano significó la esclavitud de América», Abuelo Zenón. No fueron palabras al viento de antes y ni son palabras a los malos vientos de ahora, buscan los oídos de las comunidades negras sucesoras de otras comunidades que estuvieron aquí mucho antes que el Estado ecuatoriano y el Estado colombiano. Cuando ni siquiera había línea de imaginación para separar la sangre. Desde el 13 de agosto de 1830, se puso una raya para consagrar enemistades dentro de los troncos familiares. Adrede lo hicieron porque al tanteo entendieron que «el ayer es el tiempo cuando todos lo que éramos y eran las comunidades nacía de la voluntad de ser nosotros mismos» [6] .

La impagable deuda de Simón Bolívar

La amargura bajó con Simón Bolívar a la sepultura. Él cedió a la tentación de escribir a Juan José Flores la profecía que ha de cumplirse hasta que no se consume el deseo del incendiado Franswa Mackandal y transmitido por Alexandre Petion a Bolívar al momento de embarcarse en la primera, y no en la segunda expedición liberadora, a tiro cercano de los cañones de las naves de las potencias colonialistas. «Ciudadanía a la negritud esclavizada, al momento de liberar territorios», esa fue la esencia del pedido, escrito, firmado y sellado por los dos. No cumplió su palabra con el Autor de nuestra libertad [7] . Sus presagios verbales se muerden la cola y es maldición circular: » Vd. sabe que yo he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que poco resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros. 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América… » Murió el 17 de diciembre de 1830, en Santa Marta, Colombia, y es posible que algunos de aquellos combatientes haitianos no volvieran más a esa primera república americana y se quedarán, en esta región de las Esmeraldas, por razones dispares todas vinculadas al prodigio político de Mackandal.

La sangre estira pero no arranca

Débora, Zenón y toda la procesión de ancestros hicieron traslados de memorias, igual que bibliotecas vivas de resistencia, a quienes vinimos después, el axê de mandatos, propósitos, ideas, consejas, filosofías y políticas fue (o es) el territorio y después la territorialidad a partir de los troncos familiares las comunidades. El renglón de división estatal comenzado en 1830, con nombres definitivos (Ecuador y Colombia), estiró la sangre, pero no la arrancó. Los divisores de Bogotá y Quito miraban solo sus faltriqueras, por eso el reparto mercantil de la naturaleza incluyendo a las comunidades negras e indígenas carga una genética de violencia. A la biogeografía chocoana le pusieron límite hasta el río Mataje y no Costa Arriba (provincia de Esmeraldas, Ecuador), a los tolitas los llamaron tumacos Costa Abajo, los comuneros se referían a la «raya» (con sus dos la’os) haciendo abstracción de la frontera. El Pueblo Negro de la costa pacífica del noroeste americano quedó fragmentado y con unas imposiciones ideológicas de los Estados, para la prevalencia del olvido de sangre e historia, según el interés de quienes gobernaran (y para quién) en Quito y Bogotá.  

Dos mil años de territorialidad tolita-tumaco (o como se llamara la Nación de estos territorios), con la continuidad del pueblo de origen africano, fue desaparecida en 1830. El Proceso de Comunidades de la Costa Pacífica Colombo-Ecuatoriana recobró la memoria en sus combativas reuniones y se planteó aquello de la Gran Comarca Afro- Pacífica. Una cosmovisión de paz y prosperidad.

Notas:


[1] «En África, cada anciano que muere es una biblioteca sin explotar que se quema».

[2] Movimientos geoestratégicos, operaciones de inteligencia y psicológicas, en el calentamiento del escenario andino, Mario Ramos, CENAE, noviembre 2009, página 30, documento en PDF.

[3] El Capital, Tomo I, Karl Marx, digitalizado por LIBRO dot.com, p. 427 en PDF.

[4] Sidney Minz, citado por M’baré N’gom, en Tradición oral y sus supervivencia en la transafricanía: El caso Perú, p. 27, documento en PDF.

[5] Achille Mbembe: «(el esclavo) en tanto que propiedad tiene un valor. Su trabajo responde a una necesidad y es utilizado. El esclavo es, por tanto, mantenido con vida pero mutilado en un mundo espectral de horror, crueldad y desacralización intensos», Necropolítica, Editorial Melusina, S. L., 2011, p. 33.

[6] Abuelo Zenón.

[7] Así llamaba Simón Bolívar a Alexandre Petion.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.