Los beneficios de la revolución serán para todos, sin importar cuáles sean las opiniones políticas de cada cual o a qué partido apoyan. Unámonos todos como uno solo…”
-Maurice Bishop, fragmento del primer discurso proclamando la toma del poder gubernamental (Granada).
Uno también viene de ahí, de los “clubes izquierdistas”
Eran esos tiempos en los cuales la palabra ‘revolución’ podría sorprenderte leyendo al revés los periódicos corporativos que con razón o sin ella llamábamos ‘de la burguesía’. Ahora esas no las dudas y sí el largo de la vinculación con los grupos económicos. Eran buenos tiempos de recargas de fe por el afán de alcanzar lo imposible o que lo parecía, pero se volvía realidad de titular gozoso o rabioso. Nuestra juventud, aquella que corresponde a los babys boomers, sin importar el país y el barrio, vivía algo como euforia por encima de la razón gravitacional que mandaba poner los pies al suelo. Año de 1979, presagio cierto del crepúsculo de los dioses políticos dominantes en las Américas, también parecía que se cumplía ese anhelo profético: “Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo, se vuelven ahora contra ella”[1]. Era en Esmeraldas, mi ciudad y en muchas ciudades americanas, los clubes izquierdistas discutían (vaya usted a recordar el kick boxing palabrero, los grados de calentura y el radicalismo de la discutidera), sobre la calidad de las revoluciones en todo el mundo. Mientras se consumía tiempo y saliva, a los jóvenes nos importaba un pepino la marca y más la awoara[2]: una revolución es o no es, por su textura humanista. Es cuando le sacamos la vuelta al conservadurismo: ¡cualquier tiempo político pasado no fue mejor! Las habladurías continúan, pero quizás con más sofisticación argumentativa. “Tomemos en serio la revolución, pero no nos tomemos en serio a nosotros mismos”, se escribió en una pared del Teatro Odeón, en París. ¿Exageración o resultado analítico?
Las revoluciones con apellidos
Y con estética renovada, renovadora y propuesta más cimarrona y primordial: all power to the people. Todo el poder para el pueblo o para la gente de barrio adentro. Éramos así, radicales y festivos, muchachos y muchachas, desde la puntita de la Patagonia hasta el conchito inicial del Río Grande, incluya el Caribe, estudiantes sin fin, con ciertos libritos en el bolsillo de atrás del bluyín. Año de 1979, es marzo 13, había ocurrido otra ‘revolución’, en una isla de las cuales casi nadie sabía nada, porque la geografía colegial y universitaria anda por los rumbos académicos del grupo dominante o sea como se sufre la dominación de piensa. O al revés cuando la rebelión es un estado espiritual. ¿Revoluciones? Sí, claro, pero toda atención la consumía Nicaragua y su Revolución Sandinista o Irán y su Revolución Islámica. El apellido de la revolución es cosa brava. Bravísima. En el mapa buscábamos un país llamado Afganistán, porque las revistas Nueva[3] y Cuadernos del Tercer Mundo[4] nos avisaban que había ocurrido algo parecido a ya saben qué, en 1978. Y en diciembre de 1979, ingresan las Fuerzas Armadas Soviéticas a Afganistán. Ya no era el glorioso Ejército Rojo de las canciones proletarias (en ese ‘ahora’ tenía olores imperiales) y las explicaciones justificadoras fueron de un barroquismo imposible. Esa invasión produjo bastante material para que las izquierdas siguieran en su inutilidad izquierdizada.
Caminando hemos sido aquello que somos (¿y seremos?)
Las fotografías dicen (¿gritan?), y no sé si aquello que dicen valga mil palabras, pero esta era una señal de tiempos buenos, para los teóricos de los cambios y para los guerrilleros del ornato urbano. La narrativa del trío de la foto estaba en el punto ácido del caramelo de unas Américas que se movían con ánimo y ganas. Una revolución que no marimbea no es tal. Así es el dicho y confirmado desde esta orilla. La foto: Fidel Castro, Maurice Bishop (con su estatura de basquetbolista de la NBA[5]) y Daniel Ortega estrenando el poder arranchado a la dictadura somocista. Tres símbolos del poder cimarroneado desde el monte a la ciudad. “El poder público es pura y simplemente, un consejo que gobierna los intereses colectivos de la clase burguesa” ¡Tremenda verdad de los barbudos alemanes! Aún vigente, por cierto.
Esa foto fue publicada en el periódico Granma. Acostumbrados como estábamos a que un movimiento revolucionario, para que tuviera esa sólida seriedad, debería gritar que lo era; fuerte y claro en las siglas y en el redundante propósito. Entonces, el frentismo y el movimientismo empezaban con ciertas palabras claves, si es que no con aquella que comienza con ‘R’. La erre mayúscula era el santo y seña, para descalificar a los tibios hasta por la auto-denominación. Era cierto: la revolución era una declaración amor. Perdón, ¿declaración de amor? Aquello jamás fue así, una ‘R’ es algo más mundano, se frena el límite del hastío, alcanza una cota romántica, se vuelve heroica en los meses difíciles y termina por ser un deber ser incorruptible. Sin embargo, así éramos, medio romanticones y con celos dogmáticos, la Guerra Fría pasaba por nuestros pasaportes y por las clases de historia colegiales. Casa Adentro de las izquierdas la pureza química revolucionaria fue una jodienda feroz, por flagelantes críticas y autocríticas; por el control de calidad de revoluciones y revolucionarios; por inspirados líderes sobrenaturales que validaban nuestra conciencia revolucionaria; el centralismo era más central que democrático. ¡Muéranse de risa ahora! Después de varias décadas de lecturas, cotidianidades azarosas, tuntuneo de debilidades y fortalezas humanas a la vez, grandiosidades y mezquindades no siempre en partes iguales e intermitente militancia en la humildad desiderativa por las cosas simples y muy humanas, al fin se entendió que no se trataba de una época de cambios y más bien de un complicado cambio de época. Eso es el proceso revolucionario. Cualquiera que se quiera y desee, más allá del rótulo temporario. Y los ismos también. Valga la excelsa necedad de Silvio Rodríguez: “Yo no sé lo que es el destino. Caminando fui lo que fui”[6].
Revolución sin alardes nominativos
El martes 13 de marzo de 1979, una organización llamada New Joint Endeavor for Welfare, Education, and Liberation (New Jewel Movement) o sea Nuevo Ánimo Unido para el Bienestar, la Educación y la Liberación o simplemente el Movimiento de la Nueva Joya. ¡Fabuloso cimarronismo político! ¿Y el pres-pres[7] revolucionario? No estaba, porque las apariencias sí importaban. También estuvimos nuestras dudas y también creímos que algunas calenturas estaban en las sábanas. ¡Ah, la izquierda de las Américas! Enamorada de las formas, a veces hasta las últimas consecuencias. Aún quedan por ahí esas basuritas ideológicas. ¿Movimiento de la Nueva Joya? ¡Quitá de ahí! Ahora con algunos camaradas nos reímos de esos detalles, vistos desde hoy no son tan significativos. ¡Caramba! Todo era ‘R’, M-L, ‘T’ (trabajadores), ‘P’ (popular) o ‘C’ (comunista). El dogma cuarzoso en política es cosa brava. Bravísima. La izquierda mundial apenas dio importancia a Maurice Bishop, salvo Fidel y algunos líderes africanos. La Unión Soviética aceptó una visita de cortesía y miró para otro lado. Imitación al dedillo de las organizaciones afines a Moscú, revisen las hemerotecas izquierdistas. Más o menos como con el progresismo de estos años y meses, qué sí que no, que H. Chávez, que E. Morales, que R. Correa. ¡No hay mapas para avanzar hacia un sistema mucho más justo! No se aprende que los caminos de la ‘R’ son muchos y no están reglamentados, aunque las teorías expliquen uno u otro proceso. Sabiduría ancestral afropacífica para explicar el cambio de época: “al atardecer entra una persona diferente a la que salió por la mañana”. Tensión dialéctica entre lo pasado y lo presente, entre el poder dominante y la respuesta insurgente del naciente poder del dominado. Al final ganará la humanidad, en su búsqueda de justicia total.
Ocurrió en una isla, llamada Grenada (en castellano, Granada), antigua colonia británica, de 344 m2, 48 veces más pequeña, en superficie territorial, que Esmeraldas, mi provincia ecuatoriana. No tenía petróleo, oro, ni una gran industria, se defendía con la exportación de nuez moscada y otras especias, por aquello fue llamada la Isla de las Especias, también se defendía con algo de turismo, pero en esos tiempos su importancia económica era baja. No existía en ningún noticiario, hasta ese martes 13 de superstición anulada. El país estaba gobernado por Eric Gairy, famoso por su insensato misticismo y su sincera preocupación por la llegada de alienígenas. Ironía pragmática, sus aliens isleño serán el Mangoose Squad (Escuadra Mangostas),un abusivo grupo paramilitar. El 13 de marzo de 1979, la rebelión del MNJ lo encontró en esos menesteres estelares en el edificio de las Naciones Unidas.
¿Adivinen qué? “La fuerza con las que dos cuerpos, de diferente masa se atraen, dependerá solo del valor de sus masas y del cuadrado de la distancia que los separa”. Se descifra con una ecuación y tal, es inevitable en los temas de física newtoniana. ¿Y qué hay con eso? Simple y sencillo. Las revoluciones no tienen predicción física o matemática, ni siquiera los anhelos psicológicos se convierten en aquello. El inicio de una revolución puede ser cualquier evento político, que sus líderes a falta de un mejor marketing digan que eso es. Qué más da, una revolución no solo es sustituir un poder político, eso es fácil, son tres consecuciones imprescindibles: Uno, recuperación de poder político por cada miembro de una sociedad, como individuo y en comunidad. Dos, igualdad radical de las condiciones sociales (mejor si son culturales, en términos de avances civilizatorios). Tres, no aceptación de ninguna forma de dominación, aunque el ejercicio del poder, por encargo, es ceder soberanía individual y colectiva. Esto lo supe mucho después y entendí que el caminar y el andar por ahora es lo que importa, por supuesto mucho más que las proclamas, las denominaciones y el alardeo de ser mártir teórico de la ‘R’. No hay fórmulas y por ahora tampoco algoritmos. La caída de la Revolución de Grenada fue un daño colateral de la Guerra Fría. Y Maurice Bishop la víctima mayor.
Notas:
[1] El manifiesto comunista, Carlos Marx y Federico Engels, documento en PDF, p. 21.
[2] Armonía estructural de una obra artística. En yoruba.
[3] María José Garrido Arce, en su tesis de Maestría escribe: “Un espacio de expresión de este desplazamiento fue la revista Nueva que circuló en Ecuador desde 1971 hasta 1990. Fue una publicación político-cultural, de pensamiento crítico e independiente que pretendió informar e incidir en el espacio público, donde se expresaron los idearios de izquierda marxista y socialdemócratas”, documento UASB-Digital, PDF, p. 7.
[4] Revista de la UNAM, que circuló en América Latina, desde los años ’70, del siglo pasado.
[5] National Basketball Association (NBA), de los Estados Unidos de América.
[6] El necio, Silvio Rodríguez. La estrofa completa dice: “Yo no sé lo que es el destino./ Caminando fui lo que fui/ Allá Dios que será divino/ Yo me muero como viví/ Yo me muero como viví/ Yo me muero como viví”.
[7] Afroecuatorianismo que significa exhibición, ostentación, fanfarria, petulancia.