Decía Jacques Derrida en su libro Espectros de Marx (1993) que, desde su tumba, el marxismo perseguiría como un fantasma a la sociedad occidental. Según Colin Davis, esto se manifiesta en la restitución «ontológica» del marxismo como la figura clásica del fantasma en tanto que ni está presente ni ausente: ni vivo ni muerto. Formalmente, […]
Decía Jacques Derrida en su libro Espectros de Marx (1993) que, desde su tumba, el marxismo perseguiría como un fantasma a la sociedad occidental. Según Colin Davis, esto se manifiesta en la restitución «ontológica» del marxismo como la figura clásica del fantasma en tanto que ni está presente ni ausente: ni vivo ni muerto.
Formalmente, ello se concretaría en el hecho de que las formas de representación son fantasmales, pues a las obras de arte las rondan -fantasmagóricamente- las formas ideales de las cuales éstas serían las representaciones concretas, así como la sospecha de que hay algo que siempre escapa a la representación misma, lo que Maurice Blanchot llamaba «el tormento eterno de nuestro lenguaje».
Participando de esa línea de restitución espectral que señalaba Derrida y que según algunos sería el símbolo del zeitgest contemporáneo, nos gustaría ahora (re)pensar el volumen colectivo La (re)conquista de la realidad: la novela, la poesía y el teatro del siglo presente que publicara en 2008 la editorial TierradeNadie ediciones.
Si como bien nos indica el compilador, Matías Escalero Cordero, es necesaria la confrontación del «horror y el rechazo que nos produce lo real» [pág 13], tal como propone el filósofo francés Clément Rosset, lo siguiente (lo que ahora se está debatiendo en las asambleas de barrio del llamado Movimiento 15M) es la dificultad intrínseca de reconocimiento de esa realidad. Esto es, justamente, lo que se indaga en este volumen. Así, estos once ensayos de escritores, filósofos, críticos y editores se proponen contribuir a ese proyecto, el de «una reacia y real reivindicación de lo real […] como cimiento irrenunciable […] del pensamiento y de la creación literaria actuales» [pág 7].
Contra lo que se podría pensar, no se trata de un libro que abogue exactamente por el realismo, sino por un arte que refleje la vida, con esos «espejos especiales» [pág 147] de los que hablaba Bertold Brecht, y que, como nos dice Alicia García, dé «un paso complementario, más allá, para ver quiénes, cuándo y en qué circunstancia sostienen en sus manos el espejo» [pág 177].
El libro se plantea, de algún manera, buscar alternativas al hecho de que «no pasa lo que pasa; no sucede lo que sucede; no ocurre lo que ocurre, sino lo que se nos dice que pasa, sucede y ocurre» [pág 126], constatando así que «las ficciones no son mentiras, sino irrealidades» [pág 124]. Y, así, la realidad se transforma en «la verdad de cada cual» que no se debe confundirse «con la realidad tal como aparece en la experiencia cotidiana de todos nosotros» [pág 128].
Hay diferentes enfoques en el libro. El de Alfonso Sastre, por ejemplo, es el de «establecer los niveles de relación que se dan entre imaginación o realidad, en función de profundidad de la exploración veritativa, profundizadora, de la realidad» [pág 117]; el enfoque de índole histórica de Juan Antonio Hormigón y su recordatorio de que «la furia contra lo público es un paradigma arquetípico del sistema capitalista» [pág 80]; la investigación del enigma que es «un corte en el espacio semántico» [pág 77] y que «se apoya en una postura ética» [pág 78] del que nos habla Iris M. Zavala y cuya propuesta poética sugiere «organizar un texto alrededor de un centro ausente, así se multiplican los centros, los ejes, combinados con la explosión de los sentidos» [pág 77]; la denuncia de la radicalidad del capitalismo de Belén Gopegui y su desconfianza, junto a Brecht, de «la compasión, que es impulsiva y aleatoria y actúa, casi siempre, de arriba abajo, como la tolerancia y tiende, entonces, a condescender» [pág 61]; el «acto de ocupación» [pág 41] que es la escritura para Enrique Falcón, ese «mirar de frente a la desesperanza y no bajar los ojos» [pág 42]. También está la visión de Antonio Orihuela y su observación de que «el capitalismo nos empobrece» [pág 38], su máxima de que «la vida real no tiene sustitutos» [pág 32] y que por ello ha de actuar la poesía, pues no hay poesía neutral y aboga él por una poesía radical, «una poesía que aspire a ser reflejo de unas prácticas sociales transformadoras» [pág 33], una poesía que suceda, que se una «a la conjetura contra el asentimiento unánime» [pág 35] y así nos sea útil para «la aventura afectiva que debe ser nuestra vida cotidiana» [pág 35].
Y es que se habla mucho de poesía en este libro, de poesía y acción social, aunque para Jorge Riechmann la poesía duerma en el bosque, y tenga algo de «salvaje e indomesticable, reacia en última instancia al compromiso cívico» [pág 23].
Es también palmario que el volumen tiene algo de irrenunciable panfleto como arma arrojadiza contra lo banal, ese «grado de opacidad de la experiencia cotidiana tal que se resiste, en su inercia, a ser categorizado» [pág 178] o incluso al modo que lo hacía el viejo Courbet al decir: «soy un realista, porque ser realista significa ser el amigo sincero de la verdad real» [pág 90]. Pero no una verdad, como nos dice Julio Rodríguez Puértolas, que refleje esa «pretendida objetividad del realismo burgués» [pág 148], sino una que rechace todo mecanicismo y que busque la «objetivación» [pág 150], que sea crítico, pero que no excluya la fantasía o inventiva y así observe también ese erotismo de la imaginación galdosiano. La realidad no es más que un constructo social, nos recuerda Constantino Bértolo, y por ello no es real. Aunque no es menos importante señalar que sin el hombre la realidad no existiría más que como materia innombrada [pág 129].
Es hora pues, de (re)conquistar esa realidad humana y abrir el debate sobre el que elaborar ese acto intermedio entre el conocimiento metódico y la acción que es el juicio, para que la literatura sea capaz «de decir cosas incómodas sobre el presente» [pág 174], huyendo de la naturaleza servil de la literatura de género, que se encarga de «ocuparnos el tiempo, de entretenernos, de adiestrarnos, amansarnos y desvalijarnos» [pág 8] y es que, como nos dice Niklas Luhman y nos recuerda de nuevo Bértolo, «es en la comunicación donde reside el núcleo fuerte de la construcción de la realidad» [pág 132. Seamos, pues, capaces de hacer buen uso de la palabra, mediante el ejercicio constante, legítimo-y veraz– de la voz.
Esta es nuestra responsabilidad más urgente.
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