Lo vimos moverse con su rostro único, su sabiduría popular, su extraordinario gesto artístico y su irreductible compromiso revolucionario, para recordarnos que además de bailarín, coreógrafo y combatiente, fue, es y será gente de cine. Antonio Gades (1936-2004), evocado desde múltiples ángulos coincidentes, protagonizó una mañana del 27 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La […]
Lo vimos moverse con su rostro único, su sabiduría popular, su extraordinario gesto artístico y su irreductible compromiso revolucionario, para recordarnos que además de bailarín, coreógrafo y combatiente, fue, es y será gente de cine.
Antonio Gades (1936-2004), evocado desde múltiples ángulos coincidentes, protagonizó una mañana del 27 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
¿Pretexto? La presentación en el Hotel Nacional de la capital cubana del libro «Antonio Gades», una espléndida coedición de la Fundación que lleva su nombre y la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), mediante Iberautor.
Dividido en tres secciones -el hombre, el artista y la obra-, el libro recoge un valiosísimo testimonio gráfico de la trayectoria y el legado gadiano, sazonado por frases y criterios suyos sobre su experiencia y maneras de ver la creación artística y el mundo.
Seis meses antes de morir, el coreógrafo de Bodas de sangre designó al prestigioso musicólogo gallego Faustino Núñez al frente de la Fundación.
Faustino, quien hizo armas en su compañía desde la guitarra y concibió la banda sonora de Fuenteovejuna, pintó ayer un retrato muy vivo de un maestro «al que no le gustaba que le dijeran maestro, sino trabajador de la cultura».
Habló de su rigor artístico, del sentido de la disciplina en cada creación suya, de la precisión milimétrica de sus montajes, «que pueden ser leídos como si se tratara de una partitura de Bach».
«Lo vi llorar de emoción -recordó Faustino- cuando ya herido de muerte me dijo que regresaría a Cuba». Aquí, en presencia de Fidel y Raúl, recibió la máxima condecoración estatal. Aquí, en el II Frente Oriental Frank País, reposan sus cenizas.
Calificó su vida como un ejemplo de coherencia ética y estética, de compromiso político y plena entrega al arte que nunca más se perd! erá. «Lo tuve todo muy claro -acotó- en agosto pasado. Reunimos a la compañía de Gades, los veteranos y gente nueva, y nos fuimos a Verona, en Italia, a ofrecer un espectáculo. Al final, los aplausos compitieron en duración con la de la puesta en escena. Gades seguía con nosotros».
El cineasta español Manuel Gutiérrez Aragón, presidente de la Fundación Autor de la SGAE, hizo énfasis en cómo Gades fue capaz de asumir los riesgos de la creación, al repasar aquel momento de 1965 en que estrenó una versión de Don Juan, en el madrileño Teatro de la Zarzuela, con música de Antón García Abril, y el público conservador no entendió la nueva aventura estética que había puesto en marcha, esa que magistralmente llegó al cine por el ojo de Carlos Saura, en Carmen y Bodas de sangre.
Y como ya estaba en el terreno del cine, Aragón subrayó una cualidad que debe tenerse muy en cuenta: Gades actor, el que aportó dramatismo al guerrillero antifranquista de Los días del pasado, de Mario Camus (1977).
Alfredo Guevara habló del amigo y el revolucionario, de los encuentros en Madrid y París y luego en La Habana, donde puso en contacto al bailaor con Alicia Alonso. De la entrañable amistad de Gades con Fidel y Raúl.
«Haremos todo lo posible -anunció- por recuperar toda la memoria cinematográfica de Gades entre nosotros».
El encuentro tuvo un momento mágico. Precisamente, cuando Faustino Núñez citaba las palabras de Gades en las que este reconocía haber aprendido en Cuba, y en especial del Ballet Nacional, el sentido de la organización del trabajo artístico, irrumpió en la sala Alicia Alonso.
Muy cerca de ella se encontraba el guitarrista y comp! ositor Sergio Vitier. Ambos, junto a Gades, crearon el misterio de Ad libitum, uno de los más prodigiosos encuentros que se puedan concebir entre la danza clásica y la flamenca. Una obra cuyo testimonio fílmico urge rescatar.