Quienes viven más pendientes del Estado que de construir una fuerza política autónoma dedican mucho tiempo a discutir cómo acceder a los puestos decisorios, conseguir la hegemonía política y mantenerla frente al acoso de los adversarios. Qué se hace luego realmente desde esos puestos o con dicha hegemonía suele quedar en un segundo o tercer […]
Quienes viven más pendientes del Estado que de construir una fuerza política autónoma dedican mucho tiempo a discutir cómo acceder a los puestos decisorios, conseguir la hegemonía política y mantenerla frente al acoso de los adversarios. Qué se hace luego realmente desde esos puestos o con dicha hegemonía suele quedar en un segundo o tercer plano.
Con frecuencia, el carácter transformador de la práctica institucional de los partidos que se proclaman de izquierdas suele ser inversamente proporcional a la retórica que despliegan. Cuanto más reiteran sus llamamientos a la rebeldía y a la lucha, cuanto más critican el capitalismo -no digamos si vociferan sobre la revolución-, más decepcionantes pueden llegar a ser las políticas que acuerdan desde el Estado cuando acaban ocupando sus puestos directivos. Esto no tiene por qué deberse necesariamente a la corrupción de sus dirigentes, a errores de diagnóstico, o a la incorporación en sus programas de demandas imposibles, sino a los propios límites que impone la representación política -que tiende a la contención del antagonismo- y a un Estado concebido para favorecer el mando del capital por encima de la cooperación social. Además, el mismo Estado-nación hace tiempo que perdió la competencia exclusiva en la mayor parte de las políticas. No obstante, aún asumiendo estos límites, es posible y necesario discutir sobre el buen uso de las herramientas institucionales disponibles, en paralelo a la construcción de otras nuevas. No habrá muchas opciones, pero una está clara, si se está dispuesto a asumir las consecuencias: poner el «no» en práctica.
En una época marcada por el fracaso histórico del neoliberalismo como proyecto político y económico -que las elites europeas tratan de enmascarar con un ataque sin escrúpulos contra lo público-, y si asumismos que estamos ante un fin de ciclo, o una encrucijada, los partidos que se presentan como alternativa no pueden limitarse a amortiguar los efectos de un modelo sin cuestionarlo radicalmente. En este sentido, la experiencia de cogobierno de Izquierda Unida en Andalucía, y su papel en Asturias y Extremadura -donde sus escaños son relevantes-, no por esperable ha resultado ser menos decepcionante, al desperdiciar ocasiones únicas para mostrar con ejemplos claros y rotundos el rechazo a la lógica de los recortes sociales y cuestionar la deuda odiosa. Lo mismo sucede con ERC, cuya estrategia de autodeterminación le ha llevado a convalidar las políticas neoliberales de CIU. Ya no hay lealtad institucional que valga, y así lo han entendido las propias derechas, que cuando les conviene emplean argumentos rupturistas para saquear a gusto o para buscar nuevas legitimidades como en Cataluña.
He mencionado IU y ERC por la responsabilidad institucional que han asumido en sus ámbitos respectivos, pero estas reflexiones valen para partidos como Bildu, CUP, ICV, Alternativa Sí se puede, etc. Partidos que pueden llegar a contar en autonomías, diputaciones forales o ayuntamientos. 2013 es el año en el que las comunidades autónomas deberán recortar sus presupuestos en más de 6.827 millones de euros, sobre todo en sanidad y educación (El País, 29 de diciembre de 2012), en virtud de la reforma constitucional pactada por PSOE y PP y puesta en práctica por la Ley de Estabilidad Presupuestaria. Suele hablarse de la PASOKización de los socialdemócratas. Pero si los partidos a su izquierda no acompañan a los movimientos en la confrontación, se corre el riesgo de acabar como Chipre, con un presidente comunista que implora un rescate bancario y acepta el control de la isla por parte de la troika como un «mal menor», mientras por otro lado denuncia con amargura la austeridad impuesta. Al menos Demetris Christophias no se presentará a la reelección en febrero. Para qué.
Esta es la disyuntiva. Si desde los partidos se quiere hacer política democrática, habrá que desobedecer, replantearse muchas cosas y apostar por el común. Porque si lo que quieren es gestionar quiebras con buenos modos, mejor será que monten otro negocio.
Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/ganar-para-que