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Ganivet, Unamuno y el porvenir de España

Fuentes: Rebelión

Resumen de la conferencia pronunciada en la Casa Molino Ángel Ganivet de Granada el 10 de diciembre de 2008

La breve pero intensa relación entre Ganivet y Unamuno ejemplifica de forma especialmente clara y temprana las preocupaciones, los temas recurrentes y las contradicciones de la Generación del 98, un movimiento literario (y no solo literario) que, a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre él, aún está lejos de haber sido comprendido en toda su amplitud y complejidad.

Para empezar, ni siquiera hay un consenso pleno sobre sus integrantes. Ateniéndose a criterios meramente cronológicos y estilísticos, algunos incluyen en el elenco a autores como Benavente, Blasco Ibáñez o Arniches; pero la Generación del 98 no se define solo por su ruptura con la retórica decimonónica (una ruptura que la distancia tanto del romanticismo como del realismo al uso), sino también, y sobre todo, por sus preocupaciones políticas y filosóficas, que se concentrarían en lo que se denominó el «tema de España» y en la angustiada búsqueda de una supuesta identidad nacional tras la larga decadencia y la abrupta desaparición del imperio español. De acuerdo con este criterio más restrictivo, los componentes del núcleo duro de la Generación del 98 serían, por orden alfabético, Azorín, Baroja, Ganivet, Machado, Maeztu, Unamuno y Valle-Inclán.

Aunque algunos consideran a Ganivet un precursor de la Generación del 98 más que un miembro propiamente dicho, puesto que murió el mismo año de referencia en que se sitúa la eclosión del grupo, no tiene mucho sentido, como señaló el propio Unamuno, llamar «precursor» a alguien estrictamente coetáneo de los autores a los que supuestamente precede. Ganivet es un miembro de pleno derecho, y uno de los más representativos, además; solo que su muerte prematura, a diferencia de sus compañeros de generación, le impidió desarrollar su obra y contrastarla con la turbulenta realidad histórica del primer tercio del siglo XX.

De hecho, es Ganivet el que nos ofrece, con su Ideariun español, la más explícita y sistemática exposición del «tema de España». Unamuno, que lo sobrevivió cuatro décadas, profundizaría mucho más que él en la materia; pero el Idearium, con todos sus defectos  -y sus excesos-, sigue siendo el libro de referencia para obtener una visión de conjunto de los tópicos e inquietudes de la Generación del 98.

En la primera parte del Idearium, afirma el autor que los tres elementos constitutivos del «alma española» son el estoicismo grecorromano, el cristianismo y la influencia árabe, un riquísimo patrimonio que se desperdició en la aventura imperial. «Si la fatalidad histórica no nos hubiera puesto en la pendiente en que nos puso -dice al final de la primera parte-, lo mismo que la fuerza nacional se transformó en acción, hubiera podido mantenerse encerrada en nuestro territorio, en una vida más íntima, más intensa, y hacer de nuestra nación una Grecia cristiana».

En la segunda parte, y tal como anuncia la frase anterior, propone Ganivet la reconstrucción interior de la nación: «Una restauración de la vida entera de España no puede tener otro punto de arranque que la concentración de todas nuestras energías dentro de nuestro territorio». Y en la tercera y última parte nos invita a «un acto de contrición colectivo» para superar la pasividad y el sometimiento a las influencias exteriores, esa abulia que para Ganivet es el gran vicio nacional, y que sería uno de los temas recurrentes de la Generación del 98 (recordemos, por ejemplo, los versos de Machado: «Hay un español que quiere vivir y a vivir empieza entre una España que duerme y otra España que bosteza»).

Algunos de los temas y conceptos del Idearium habían sido abordados también por Unamuno hacia la misma época, sobre todo en La España moderna y En torno al casticismo, y la idea unamuniana de «intrahistoria» armonizaba con la «reconstrucción interior» propugnada por Ganivet, lo que llevó a ambos autores a mantener en 1898 un cordial debate público sobre los temas de interés común, en forma de cuatro cartas abiertas que aparecieron en El Defensor de Granada bajo el epígrafe El porvenir de España. Pero la relación Ganivet-Unamuno venía de antes: se remontaba a 1891, cuando, con motivo de unas oposiciones, coincidieron en Madrid y durante un par de meses se vieron casi a diario. Ganivet tenía a la sazón veinticinco años y Unamuno aún no había cumplido los veintisiete. Y sin duda estas conversaciones juveniles sentaron las bases de su posterior relación epistolar, que se inició en 1896 y duraría hasta la prematura muerte de Ganivet.

En 1912, El porvenir de España se publicaría en forma de libro, con unas «Aclaraciones previas» de Unamuno en las que nos advierte: «Como han pasado cerca de catorce años desde que estas cartas abiertas se publicaron y en estos años he cambiado no poco en mi manera de ver y apreciar muchas cosas, yo, por mi parte, habría condenado a no ser jamás reeditada la parte que en este volumen me corresponde, y si he accedido a ello es solo para que así resulte más claro y más justificado lo de Ganivet que a lo mío se refiere, como lo mío a lo suyo». Y acaba diciendo: «Me felicito de poder contribuir a que sea mejor conocido aquel hombre de pasión, de pasión más que de ideas, aquel gran sentidor, sentidor más que pensador en esta tierra en que es pasión y sentimiento y entusiasmo más que ideas y doctrinas lo que falta». Al conocedor de la obra de Unamuno no le sorprenderán estas advertencias preliminares, pues, efectivamente, algunas de sus afirmaciones de 1898 contrastan vivamente con su pensamiento posterior.

En su primera carta abierta, que básicamente es un comentario-respuesta al Idearium español, denota Unamuno un esencialismo cristiano que le lleva al extremo de negar la importancia de las influencias pagana y árabe, que compara a las tempestades que alborotan la superficie del mar sin alterar sus profundidades. Todavía está lejos del escepticismo subyacente a obras como La agonía del cristianismo o San Manuel Bueno, mártir. Pero lo más interesante de esta primera carta es su impugnación de la España una e imperial impuesta a sangre y fuego por los Reyes Católicos y sus herederos. «Nuestro pecado capital fue y sigue siendo el carácter impositivo y un absurdo sentido de la unidad», son sus contundentes palabras. Y más adelante añade: «Más de una vez se ha dicho que el español trató de elevar al indio a sí, y esto no es más que una imposición de soberanía. El único modo de elevar al prójimo es ayudarle a que sea más él cada vez, a que se depure en su línea propia, no en la nuestra».

En su respuesta, Ganivet se acerca a la posición antiimperialista y antiunitarista de Unamuno: «Si existe un medio de conseguir la verdadera fraternidad humana, este no es el de unir a los hombres bajo organizaciones artificiosas, sino el de afirmar la personalidad de cada uno y enlazar las ideas diferentes por la concordia y las opuestas por la tolerancia». Y nos sorprende luego con una observación de extraordinaria actualidad: «El socialismo tiene en España adeptos que propagan estas o aquellas doctrinas de este o aquel apóstol de la escuela. ¿No hay acaso en España tradición socialista? ¿No es posible tener un socialismo español?». El triunfo de la Revolución Cubana y su emancipación del modelo soviético, así como los recientes procesos revolucionarios autóctonos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc., han demostrado que no hay una única y preestablecida vía al socialismo: se hace socialismo al andar, y en cada país y momento la andadura tiene características propias; en este sentido, las palabras de Ganivet son proféticas. Y también lo son cuando dice: «España es una nación absurda y metafísicamente imposible. Su cordura será la señal de su acabamiento».

En su segunda carta abierta, Unamuno muestra su desacuerdo con lo que denomina el «idealismo» de Ganivet: «Lo que cambia las ideas -dice-, que no son más que la flor de los estados del espíritu, es la organización social… En diferentes obras, algunas magistrales, como las de Marx y Loria*, está descrita la evolución social en virtud del dinamismo económico». E insiste en su antiunitarismo: «No me cabe duda de que una vez que se derrumbe nuestro imperio colonial surgirá con ímpetu el problema de la descentralización, que alienta en los movimientos regionalistas… Nada dificulta más la verdadera unión de los pueblos que el pretender hacerla desde fuera, por vía impositiva, o sea legislativa, y obedeciendo concepciones jacobinas, como suelen serlo las del unitarismo doctrinario».

Su segunda carta, la última de la serie, la inicia Ganivet con otra frase profética: «Poco a poco, sin pretenderlo, vamos a componer un programa político». Por desgracia, Ganivet moriría trágicamente ese mismo año, y no pudo seguir participando en ese trabajo programático; pero Unamuno y los demás miembros de su generación sí lo harían; poco a poco (a lo largo de cuatro décadas confusas y turbulentas), a veces pretendiéndolo y otras sin pretenderlo. No es un programa explícito y pormenorizado, el de la Generación del 98; pero su constante preocupación política y filosófica se traduciría en un corpus literario y ensayístico de extraordinaria influencia sociocultural, permanentemente recorrido por las angustias y contradicciones que desembocarían en la Guerra Civil.

Desde el punto de vista ideológico, la Generación del 98 supone el cuestionamiento del trinomio tradicional (y tradicionalista) Dios-patria-rey. Un cuestionamiento titubeante y confuso al principio, pero que con el tiempo daría lugar a posturas definidas y enfrentadas, desde el fascismo explícito  de Ramiro de Maeztu hasta el republicanismo militante de Antonio Machado. Un cuestionamiento del que fue hija la Segunda República, y que provocó la brutal reacción armada de la derecha.

Tras el triunfo del golpe fascista, el trinomio Dios-patria-rey adoptó la forma catolicismo-españolismo-franquismo, y tras la farsa de la «transición» se mantiene vigente con algunas variantes superficiales: el franquismo se prolonga en el borbonismo, el catolicismo ha cedido algo de terreno (no mucho) y el españolismo sigue imponiéndose a sangre y fuego, como lo demuestra la brutal represión de quienes -sobre todo en Euskal Herria- defienden su derecho a la autodeterminación, una represión que no merece otro nombre que el de terrorismo de Estado.

«Por Dios, por la patria y el rey lucharon nuestros padres», dice el himno tradicionalista. Nosotros tenemos que seguir luchando por el trinomio contrario, el trinomio emancipador laicismo-autodeterminación-república.

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*Se refiere al economista italiano Achille Loria (1857-1943), considerado el gran teórico del socialismo agrario. Estudió los problemas derivados de la propiedad de la tierra y el reparto de la riqueza en Italia, Inglaterra e Irlanda, y escribió uno de los clásicos fundamentales del pensamiento socialista: Análisis de la propiedad capitalista.