Existe una corriente de opinión, léase de presión, que ha extendido la necesidad de que España destine el 2% del PIB a Defensa, sin concretar en qué, por qué ni cómo. El mensaje se puede acompañar con ingredientes de riesgo cero como que es criterio aprobado en el seno de la OTAN, si bien a […]
Existe una corriente de opinión, léase de presión, que ha extendido la necesidad de que España destine el 2% del PIB a Defensa, sin concretar en qué, por qué ni cómo. El mensaje se puede acompañar con ingredientes de riesgo cero como que es criterio aprobado en el seno de la OTAN, si bien a una década vista con lo que el compromiso se diluye y convierte los anuncios en gaseosa.
Otras ideas asociadas pueden utilizar el terrorismo (si estamos en guerra contra él, habrá que utilizar instrumentos militares) o la minoría de edad permanente de Europa frente al primo norteamericano de Zumosol que, se dice, se ha hecho cargo de nuestra seguridad desde hace décadas. Difícil encontrar la explicación a esto último, salvo que en lugar de Normandía el desembarco se hubiera producido en La Manga del Mar Menor, en ese caso el argumento podría funcionar por estas tierras.
De cumplirse el objetivo España debería casi duplicar su gasto en Defensa, incrementar unos ocho mil millones de euros, cosa harto improbable si no se utiliza algo más convincente que el síndrome infantil europeo.
Teniendo en cuenta que el incremento real del presupuesto español en Defensa, eliminando trasvases cosméticos, es en el aún no nacido proyecto de 2017 del 0,6%, necesitaría dos siglos para llegar al nivel que se nos exige y nos exigimos teóricamente, porque los actuales responsables del asunto se suben con entusiasmo al argumento.
Algunos indicadores pueden ayudar a contextualizar el asunto.
El sueco SIPRI, Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, difunde regularmente datos sobre el tema. En informe reciente indica que el gasto militar mundial fue en 2016 de 1,6 billones de dólares, que representa el 2,2% del Producto Interior Bruto global.
Como no todo el mundo gasta con el mismo entusiasmo, hay que afinar algo más.
En cifras absolutas, EEUU encabeza el gasto militar mundial con 611 mil millones de dólares, que supone el 3,3% de su economía. Siempre ilumina saber que EEUU gasta el triple que el segundo clasificado (China, 1,9%% del PIB) y diez veces más que el tercero (Rusia, 5,3% del PIB). Cuarto puesto en gasto para Arabia Saudí (10% del PIB) y quinto para India (2,5% de su PIB es gasto militar).
Según los datos del SIPRI el gasto militar de España representa el 1,2% del PIB, mismo peso relativo que Alemania y por encima de grandes potencias económicas como Japón (1%).
Europa suma 334 mil millones de dólares en gasto militar, lo que vuelve a desmentir el infantilismo pacifista europeo. Solo Francia supera el manido dos por ciento (2,3%).
Dejando las cifras absolutas, resulta revelador conocer que el mayor peso del gasto militar por regiones lo encabeza Oriente Próximo. Ahí tenemos a los saudíes, otros países como Israel, Emiratos y la media de la zona se acercan al 6%. Por su tamaño es importante mencionar a India o Corea del Sur, que rondan el 2,5%.
Una mínima interpretación sería que un peso elevado del gasto militar sobre la economía de un país se encuentra en potencias nucleares, zonas de conflicto y regímenes autoritarios que pueden a su vez ser o no atómicos y conflictivos.
Hasta aquí el peso del gasto público militar sobre la economía, que es una forma de medir; otra posible sería añadir también la industria relacionada, sumar por ejemplo en cada país a los presupuestos públicos su sector industrial privado, lo que ofrecería una imagen del grado de militarización de una economía, que en muchos países va íntimamente asociado a la innovación y el desarrollo tecnológico.
Otra alternativa sería medir el gasto militar por habitante, clasificación encabezada por Arabia Saudí seguida de Omán, Emiratos, Israel y EEUU.
Y luego tenemos el Reino de Bután, encajonado en el Himalaya entre India y China, superficie y población parecida a Extremadura, que decidió hace un tiempo inventarse el índice de la Felicidad Nacional Bruta como indicador principal de desarrollo en lugar de la economía, índice elaborado a partir de variables como el bienestar psicológico, el uso del tiempo, la vitalidad de la comunidad, la cultura, la salud, la educación, la diversidad medioambiental, el nivel de vida y el buen Gobierno.
Entendemos que la Administración y los investigadores sociales butaneses andan obsesionados con estos indicadores y cómo evolucionan de un año a otro y con sus decimales.
No hay nada de gratuito en medir la seguridad por su participación en la economía, por su peso en el PIB.
Porque lo que medimos afecta a lo que hacemos o, al revés, lo que no se mide no se echa de menos.
Como podemos decir también que no existe el arte sin la mente del que lo interpreta, no existe el sabor a fresa si nadie se la come, si se queda en la mata.
Los colores, los sabores, los olores son productos de nuestra mente construidos a partir de elementos químicos u ondas electromagnéticas; la caída de un árbol sin animal con oído alrededor no produce ningún ruido.
No existe seguridad en abstracto sin tener en cuenta la persona a proteger. Y esas personas en un régimen político representativo deben ser informadas y además opinan.
El sabor a fresa no existe en otro lugar distinto a nuestra boca.
Y el paladar está en el cerebro.
Fuente original: http://contextospnd.blogspot.com.es/2017/05/gasto-militar-y-felicidad-nacional-bruta.html