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La música como un juego

Gastón Estévez: rock en movimiento

Fuentes: Rebelión

No vamos a decir cuánto dinero consigue Gastón cantando rock en los colectivos[1], no vaya ser que a los recaudadores de impuestos se les ocurra comenzar a perseguir a los músicos callejeros. De hecho ya se los persigue pero por otras causas, «afean el paisaje» para el turismo, dicen. Para ganarse la vida y ganarse […]

No vamos a decir cuánto dinero consigue Gastón cantando rock en los colectivos[1], no vaya ser que a los recaudadores de impuestos se les ocurra comenzar a perseguir a los músicos callejeros. De hecho ya se los persigue pero por otras causas, «afean el paisaje» para el turismo, dicen. Para ganarse la vida y ganarse un espacio de lucha hay que subirse al menos a 10 colectivos diariamente, hacerse escuchar sin equipos acústicos, a canto pelado, entre los «pasajeros» que al final del día habrán sido unos 300 y de los cuales «ponen» sólo unos cuantos. Andanzas de rock portátil.

Ya que los gobiernos no son capaces de sostener «políticas culturales» que defiendan el trabajo de los poetas del rock, ya que la demagogia anda desatada en todas partes y las burocracias juran y perjuran que hacen hasta lo indecible por «llevar cultura al pueblo», he aquí un reducto de las fuerzas creadoras que se las ingenia para mantener un patrimonio cultural de la humanidad que se olvida fácilmente: el rock y la rebeldía.

Hay mucho que hacer antes de poder cantar en un «bondi»[2], eso incluye ubicarse en la parada siguiente a la del inspector; hacer relaciones públicas con los «bondieros», chóferes, tirarles una seña clave que, antes de subir, resuelve un si, un no o la indiferencia más cruda. Hay que calcular que las canciones duren menos de siete minutos para terminar antes de llegar al inspector siguiente. Pasar con la mano bien abierta como si fuese un mapa de la vida, no se pide limosna, no se trata de un salario, no se regatea el asistencialismo gubernamental… es un pacto, un convenio en «colectivo» de lucha, un episodio solidario convertido en monedas «de curso legal». Una señora escucha a los «jóvenes», podrían ser sus nietos, se enternece, no entiende el rock pero pone una moneda. Alguien recomienda «por qué no vas a la tele… mira que tienes talento… tienes linda voz… así empezaron muchos famosos… vos tenés que seguir, así vas a llegar muy lejos…» Pero esta vez no conviene llegar muy lejos porque hay inspectores en el camino. No vamos a decir en que colectivo, camión, o líneas de autobuses canta Gastón porque está prohibido y podríamos armarle un lío a los colectiveros.

Hay mucho que hacer antes de poder cantar al público en movimiento de «bondi», hay que escribir las letras y la música, poner en marcha ese proceso enigmático que es sincronizar el deseo creador con la acción productiva… la praxis misma de una actitud rebelde consustancial al rock. La voz que es lucha de significados, la bofetada y la necesidad de andar juntos. No hay rock si hay complacencia con la barbarie que nos agobia, con la miseria galopante, con el cinismo alienante. Antes de poder cantar ante esos interlocutores adormilados, distraídos, fatigados… hay que vivir la calle, sortearla, poner los pies sobre la tierra y ponerlos en polvorosa a menudo porque la policía «sacrosanta» que tan bien se dedica a cuidar la propiedad privada, goza de «gatillo fácil», cachiporra, machete, trompada, insulto y coima fácil. Cultura de la corrupción asalariada con impuestos de la gente.

Hay mucho que hacer antes de ser músico callejero. Es un trabajo difícil, insalubre, peligroso, marginado y perseguido. Es trabajo cultural asediado por la miseria y por la intolerancia, es cultura que fuera del sistema no resigna sus mejores prendas, las prendas rebeldes de un canto inconforme, no pocas veces revolucionario. Es un trabajo sin servicios médicos, sin vacaciones, sin jubilación. No hay congresos, sindicatos, asociaciones… es un trabajo muy solitario que suele soldar algunas amistades y «ensambles» entre músicos que a veces dejan de competir por una «parada». Es un trabajo en condiciones y con condiciones particulares. Lo que ofrece no se compra en disqueras, no se ve en las programaciones radiales. Es un trabajo cuyo escenario y logros es de la calle, con la calle y para los transeúntes. No se le puede conseguir en otra parte. He aquí una actualización de la cultura, invisible para muchos.
Es un trabajo de miles. No son pocos los músicos callejeros que entre otras decisiones toman la de poner el rock en el oído del que pasa. Decisión que llena con música y letras rebeldes el espacio común… especie de pintura con sonidos que tiñe las calles con esos colores de los espíritus irredentos. Mural de sonidos que sirve para caminar y para recrear atmósferas acústicas. La realidad es otra cuando suena la guitarra y la voz de alguien que le puso decisión a este trabajo. Hay que aportarle.

Gastón además integra la agrupación roquera niños envueltos [3]. 4 músicos, (Federico Estévez, Alejandro -Ava-, Guido Gravano). No vamos a decir la nacionalidad porque no les interesa su «argentinidad al palo» dicen que son planetarios. Su música y canciones, en su mayoría «canciones rotas», letras en doble juego semántico: «otra vez sin voz (vos) cantándole a la luna llena de lobos entre vos y yo». Tocan y cantan lo suyo, algunos títulos son: «Maga», «Pensamiento», «Sacarías», «Tristeza»… música también «rota» a la que le adosan tiempos raros, le agregan disonancias, le superponen efectos. No se consigue más que en vivo. A veces tocan en su casa, recitales a domicilio. Casi nada significa lo que parece. Una especie de semántica trémula no sin actitud de lucha. La música como un juego. Contenido y forma en la misma estatura.

Niños Envueltos milita además, como banda, en el «Movimiento MUR[4]» (Músicos Unidos por el Rock). Suma de voluntades que, a como pueden, intentan restituirle su dignidad al trabajo roquero. Andan en la lucha para ganar espacios, ganar orejas, ganar pensamientos y justicia. Andan en esta lucha acicateados también por el dolor pero no sólo. No están paralizados. Andan ahora en esta lucha necesaria porque está bien fresca la brutalidad en Cromañon, porque las victimas no son los culpables, porque con el pretexto de prohibir las bengalas cancelaron la independencia del rock en beneficio de los establecimientos de música mercantil y «bailable»… y porque hay una guerra de baja intensidad contra las agrupaciones roqueras, sus espacios y sus fuerzas rebeldes. Hay una especie de persecución moralina y burocrática financiada desde el conservadurismo más hipócrita. Pero el rock y sus huestes no bajan sus banderas. «¡Compañeros lo mejor está por venir!». Dicen.

Gastón dice que, en general, hay muchos músicos con miedo o pereza cuando se trata de pensar políticamente su trabajo. Dice Gastón que se habla de la «libertad» pero no se trabaja con libertad porque eso no existe, todavía está por construirse. Dice que hay consenso cuando se trata de repudiar a Bush, que la mayoría de los compositores y arreglistas son personas cuya insatisfacción y hartazgo dan para armar una revuelta roquera renovadora pero que falta mucho debate, formación, técnica… organización y programa de lucha. Parece que MUR se las trae en estos ítems. Ya tomaron la Plaza de Mayo en dos ocasiones, más de veinte bandas por vez, una tras otra abriendo de par en par el corazón de un trabajo que deberá ser reivindicado en sus poderes plenos de expresión colectiva y de poesía.

Gastón cumplió 25 años cantando rock a bordo de un colectivo. Ese día Nayla, actriz en plena formación, su novia, subió con él a hacer coros, como acostumbra, van con guitarra y pandereta desafiando al equilibrio, los empujones, el barullo. Cantaron, en cada colectivo, al que pudieron subir, las dos canciones de rigor que permite la circunstancia. Iban con ellos, metidos en sus letras y voces, sin ser vistos, Eduardo Mateo, (músico uruguayo), Daniel Viglietti, Luca Prodan, Syd Barrett y la música de los Pixies. Iban con ellos sus materias pendientes en la escuela, sus planes por terminar de estudiar, sus sueños de artistas combativos, sus infancias, sus adolescencias y sus futuros. Iban con ellos las incertidumbres, los miedos, las desesperaciones y las urgencias. Sus primos, sus hermanos, sus madres y padres… también sus amigos. Todos visibles detrás de lo gestos y sonrisas de Gastón y Nayla, entre giros de la voz mientras se canta, los dedos sobre las cuerdas locas, los acordes cargados de fe. La urgencia de conseguir dinero para comer.

Gastón cumplió sus 25 años en un colectivo cantando, quizá sin saberlo, ese himno oculto, acaso mundial, que se estancia en las voces de todos los que como él, depositan, contra todos los pronósticos burgueses, fe absoluta en la expresión humana, en lo mejor de nosotros, en la reivindicación de la dignidad y en la urgencia de pegar un salto grande en la conciencia para que muy pronto, y entre poesía de rock, las cosas cambien para siempre. Gastón le pone a eso una apuesta que no se ve a simple vista. Es una apuesta que no depende de panfletos, de declaraciones, de misas, de burocracias ni de doctrinas extraterrestres. Es una apuesta que depende del corazón y de esas fuerzas, que a veces faltan, para estirar la mano, tirarle un gesto al chofer y ganarse su simpatía necesaria que dejará iniciar de nuevo los siete minutos respectivos, antes de llegar al próximo inspector. Los siete minutos donde habita una poesía de lucha que, tarde o temprano, saldrá de su zona invisible para hacerse conciencia de todos. Gastón apuesta a eso con su rock en movimiento.