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Gentuza: el «lumpenfinancierato»

Fuentes: Rebelión

Esa pandilla que se ha apoderado de las riendas de la economía, ante la cada vez más pasiva postura de los gobernantes, recuerda a la caterva de «timadores, saltimbanquis, carteristas, rateros, jugadores, dueños de burdeles…» que integraban el lumpenproletariado. Esa banda organizada de delincuentes financieros que ha originado la crisis actual no puede ser calificada […]

Esa pandilla que se ha apoderado de las riendas de la economía, ante la cada vez más pasiva postura de los gobernantes, recuerda a la caterva de «timadores, saltimbanquis, carteristas, rateros, jugadores, dueños de burdeles…» que integraban el lumpenproletariado. Esa banda organizada de delincuentes financieros que ha originado la crisis actual no puede ser calificada con el noble adjetivo de emprendedores. Al igual que sus altos asesores, son una especie de lumpenfinancierato. O, simplemente, gentuza.

Lumpenproletariado es una voz que ha caído en desuso en el vocabulario político actual. Con ella se designaba a la capa más baja del proletariado industrial, que por su falta de preparación cultural y cualificación laboral se ve obligada a aceptar los empleos más degradantes y peor remunerados. Y en razón de sus bajo nivel cultural incapacitadas para llevar a cabo una acción política. En El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx traza una descripción del lumpenproletariado (lumpenproletariat) incluyendo en esta categoría a: «Vagabundos licenciados de tropa, licenciados de presidio, esclavos huídos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni (granujas), carteristas, rateros, jugadores, maquereaux (proxenetas), dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos».

La figura del lumpenproletariado ha desaparecido de los discursos políticos, en los que ni siquiera se habla de proletariado. En parte, porque ya no hay proletarios en sentido estricto: esa masa de ciudadanos pobres desprovistos de otros bienes que no fueran la fuerza de trabajo de su, por lo habitual, numerosa «prole» o descendencia. De ahí el nombre (proletarius) que recibía en la Antigüedad aquel que sirve al Estado no con sus propiedades, sino con sus hijos.

Marx señaló que: «Por proletario ha de entenderse, en el sentido económico, el obrero asalariado que produce y valoriza capital, y que es lanzado a la calle no bien se vuelve superfluo para las necesidades de valorización de Monsieur Capital […]. El enfermizo proletario de la selva virgen es una gentil fantasía […]. El habitante de la selva virgen es propietario de ésta y la trata como su propiedad, de la misma manera despreocupada como lo hace el orangután. No es, pues, proletario. Este sería el caso sólo si la selva virgen lo explotase, en vez de explotarla él».

El marxismo creyó que el proletariado sería la principal fuerza motriz revolucionaria del proceso histórico de transición del capitalismo al socialismo: «la burguesía produce sus propios sepultureros ya que, al concentrar a los obreros, crea las condiciones para el nacimiento de una clase proletaria encargada de llevar a cabo un proceso revolucionario de emancipación».

Hoy por hoy, sabemos que el proletariado ha desaparecido como colectivo social dotado de «conciencia de clase» encaminada a dotarse de instrumentos políticos destinados a poner fin a esa explotación. Su lugar ha sido ocupado por el precariado, esa cada vez más numerosa clase social a la que pertenecen los asalariados cuyo trabajo se desarrolla en el más absoluto desamparo: contratos temporales, bajos salarios, sin derecho a disfrutar de vacaciones ni días de descanso pagados. Sujetos, a menudo, a contratos leoninos en los que les obligan a firmar la baja por despido antes de darles el alta en el empleo.

El precariado configura la nueva forma de fuerza de trabajo: intercambiable en cuanto a las tareas, inmaterial en cuanto a los contenidos y flexible en cuanto a las prestaciones. Se mueve en la inestabilidad de un escenario conformado por las transformaciones de las dos últimas décadas del siglo XX: procesos de reestructuración de los mercados de trabajo y de los estatutos de empleo, así como modificaciones tecnológicas de los procesos productivos.

En el extremo opuesto de las relaciones sociales, lo que se estila hoy es una clase detentadora del poder cuya forma de apropiación de la riqueza pasa directamente por el ejercicio de la sinvergonzonería. Grandes empresarios que se llenan la boca defendiendo las virtudes del libre mercado, pero que obtienen sus ganancias gracias a chupar del presupuesto del Estado a base de adjudicaciones de obra o servicios públicos. Banqueros que, tras llevar a sus entidades al borde de la quiebra, son salvados por el dinero del contribuyente. Sirva de ejemplo el caso de Rodrigo Rato, que defiende alargar la edad de jubilación de todos los españoles mientras acomete un plan de prejubilaciones a mansalva en Cajamadrid, la entidad que actualmente preside.

Por si fuera poco, en un momento en que toda la prensa económica se rasga las vestiduras ante la elevadísima cifra de paro en nuestro país, es el propio Banco de España el que acaba de instar al sector bancario a acometer mayores reducciones de plantilla para frenar el desplome de los márgenes. En su Informe de Estabilidad Financiera semestral, esta es la única receta que ofrece el supervisor para sobrevivir a un 2011 que admite que será muy complicado para el sector.

«A pesar de la moderación en los gastos de explotación, las entidades tienen que hacer esfuerzos adicionales para reducirlos, en la medida en la que son el resorte de la cuenta de resultados que puede ser más eficaz para compensar el estrechamiento del margen de intereses y unas necesidades de provisiones, decrecientes, pero todavía elevadas. Asimismo, y con diferencias entre ellas, las entidades habrán de corregir los excesos de capacidad instalada», señala el informe. No puede ser más claro: en términos contables, el principal coste de explotación es el de personal.

Esta pandilla de gestores que se han apoderado de las riendas de la economía, ante la cada vez más pasiva postura de los gobernantes, no merece el noble calificativo de emprendedores. Esa banda organizada de delincuentes financieros que ha originado la crisis actual si a algo se asemeja es a esa caterva de «timadores, saltimbanquis, granujas, carteristas, rateros, proxenetas y dueños de burdeles…» que Marx incluye en su retrato del lumpenproletariado. Por lo que, podríamos considerarlos como una especie de lumpenfinancierato.

Pero no pretendo establecer nuevas definiciones. El diccionario está lleno de palabras, y una de ellas sirve a la perfección para englobar a los sinvergüenzas que, desde sus privilegiadas posiciones, contribuyen a precarizar, cada día un poco más, las condiciones sociales. Y esa palabra es gentuza, o sea, «grupo o tipo de gente que es considerada despreciable».

Fuente: http://carnetdeparo.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.