En los últimos párrafos del manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, fundada el 28 de septiembre de 1864 en Londres, Marx llamaba a la clase obrera a “iniciarse en los misterios de la política internacional” y a levantar una política exterior propia:
“Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo?” Frente a esta política exterior de las clases dominantes, los trabajadores tienen el deber de “iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla, en caso necesario, por todos los medios de que dispongan; y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones.
La lucha por una política exterior de este género forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase obrera.
¡Proletarios de todos los países, uníos!”
Es notable que un manifiesto tan fundamental cerrara con esta convocatoria, lo que demuestra la enorme relevancia que Marx le asignaba a una política internacional propia de los trabajadores, vinculada enfáticamente a la “lucha general por la emancipación de la clase obrera”.
La conclusión es que los sujetos de la política internacional son las clases sociales. El llamado que hace Marx es a que la clase obrera se inicie “en los misterios de la política internacional”, es decir la estudie y la analice para actuar en este ámbito como lo hace en la esfera de la política nacional con el fin de enfrentar la política exterior de las clases dominantes e imponer la propia. Incluso cuando Marx desmenuza la política exterior de las clases dominantes, distingue entre distintas clases –aristocracia y burguesía, por ejemplo– y entre diferentes facciones –burguesía comercial y burguesía industrial, etc.
Para la geopolítica tradicional burguesa los sujetos son los estados o sus representantes: presidentes, ministros, parlamento, partidos políticos y otros. Es una geopolítica estado-céntrica.
Desde la perspectiva marxista, las relaciones internacionales se fundan sobre un concepto de historia que da cuenta de la dialéctica entre relaciones de producción, conflicto de clases, y estado, con la revolución como objetivo permanente. Marx y Engels hicieron análisis geopolíticos siempre desde el punto de vista del “partido de la revolución”, como venían llamándolo desde 1848. De otra forma, se puede decir que la lucha de clases es el puente que vincula el modo de producción y las relaciones interestatales, que de otra manera aparecen como dos realidades disociadas, no como una totalidad. Todo esto se comprende mejor, por supuesto, estudiando situaciones concretas. En el mismo párrafo antes citado, por ejemplo, Marx señala: “No ha sido la prudencia de las clases dominantes, sino la heroica resistencia de la clase obrera de Inglaterra a la criminal locura de aquellas, la que ha evitado a la Europa Occidental el verse precipitada a una infame cruzada para perpetuar y propagar la esclavitud allende el océano Atlántico”. Es decir, la resistencia que opuso la clase obrera impidió que las clases dominantes en Inglaterra intervinieran en apoyo del Sur en la guerra civil estadounidense, lo que ejemplifica la dialéctica entre relaciones de producción, lucha de clases, relaciones interestatales y guerra.
La confianza que tenía Marx para exhortar de esa manera a aquella asamblea obrera, en Londres, el 28 de septiembre de 1864, se basaba en que él y Engels habían desentrañado, en lo fundamental, “los misterios de la política internacional”. En efecto, habían afilado sus armas analizando el transcurrir diario de la Guerra de Crimea entre 1853 y 1856. En ese lapso Marx ejerció como corresponsal del diario The New York Herald Tribune, enviando más de cien artículos al periódico. Muchos de esos artículos Marx pidió a Engels que los escribiera o se basó para redactarlos en cartas que éste le enviaba. Engels se hizo cargo del seguimiento pormenorizado de los aspectos puramente militares con escritos que analizaban y sostenían críticas sustanciales a las decisiones que tomaban los mandos respectivos. Pero no escribió tan solo sobre eso.
En la “Introducción” a los Grundrisse, Marx planteó un programa de trabajo que comenzaba con el análisis de la economía política y continuaba con el estudio del estado, las colonias, el intercambio internacional y el mercado mundial. Como se sabe, no logró avanzar más allá de la publicación del primer volumen de El Capital, no alcanzó a completar un análisis del estado que hubiese abarcado las relaciones internacionales. Eso no implica que no hubiese estudiado en profundidad los asuntos más allá de la economía política, sino que sus planteamientos se encuentran diseminados en el conjunto de su obra. Los artículos con el seguimiento cotidiano y detallado de la Guerra de Crimea constituyen una fuente fundamental para comprender el tipo de análisis que hicieron Marx y Engels de la dialéctica entre guerra, estado, relaciones internacionales, lucha de clases y geopolítica.
En lo que sigue hacemos una presentación analítica de esos artículos publicados por el New York Herald Tribune sobre la base del libro Eastern Question. A Reprint of Letters written 1853-1856 dealing with the events of the Crimean War –La Cuestión de Oriente. Una reimpresión de las cartas escritas en 1853-1856 que tratan los sucesos de la Guerra de Crimea– editado y publicado por la hija de Marx, Eleanor Marx, en 1897. Los textos entre comillas son extractos de los artículos, no recurrimos a otras fuentes primarias. En el relato, no incluimos los detalles del transcurso de los hechos militares ni los pormenores de las discusiones en el parlamento inglés, ambos aspectos cubiertos minuciosamente por Marx y Engels.
LA CUESTION DE ORIENTE
La “Cuestión de Oriente” hacía referencia a la situación por la que atravesaba el Imperio turco otomano, en franca decadencia. El Imperio otomano abarcaba regiones en el norte de África, en Medio Oriente y en la península de los Balcanes en Europa. Desde el siglo anterior venía perdiendo territorios. Después de dos insurrecciones, en 1817 se estableció el Principado de Serbia, aún bajo dominio otomano, pero al que se le garantizó una considerable autonomía. Tras librar una cruenta guerra, Grecia logró su independencia en 1830. Egipto, aunque era parte del Imperio, tenía un gobierno autónomo pro occidental. Argelia fue conquistada por Francia en 1830. Rusia libró cinco guerras contra Turquía en los cien años previos a la Guerra de Crimea, triunfando en todas, lo que le permitió ir anexando paulatinamente territorio otomano. Además, exigió a los turcos dar autonomía a algunas regiones, entre ellas los principados del Danubio, Valaquia y Moldavia.
A decir de Marx: “Es evidente que la Cuestión de Oriente está una vez más a la orden del día en Europa, un hecho que no asombrará a los conocedores de la historia (…) Cada vez que el huracán revolucionario amaina por un rato, es seguro que aparece [esa] cuestión recurrente”. Aludía a la derrota –que juzgaba momentánea– de las revoluciones de 1848, la Primavera de los Pueblos. En el aplastamiento de esas revoluciones los ejércitos del Imperio ruso habían jugado un papel esencial, en particular con su ingreso a Austria, pero sobre todo como un peligro siempre presente, ávido de poner fin a cualquier movimiento revolucionario, razón por la cual Marx y Engels le tenían una particular saña. Marx señalaba:
“Rusia es decididamente una nación conquistadora, y lo fue durante un siglo, hasta que el gran movimiento de 1789 convocó a potente actividad un antagonista de naturaleza formidable, la Revolución europea, la fuerza explosiva de ideas democráticas y de sed de libertad, natural al ser humano. Desde aquella época ha habido en realidad solo dos poderes en el continente europeo: Rusia y el absolutismo, la Revolución y la democracia. Por el momento la Revolución parece haber sido aplastada, pero vive y es temida más que nunca. Fíjense en el terror de la reacción ante las noticias del reciente levantamiento en Milán. Pero permítanle a Rusia apoderarse de Turquía y su poder crecerá casi por la mitad, y se situará sobre el resto de Europa en su conjunto. Un suceso como ese sería una calamidad indescriptible para la causa revolucionaria”.
Sin embargo, era seguro que la revolución democrática proseguiría hasta triunfar: “Europa occidental es débil y asustadiza porque los gobiernos sienten que han envejecido y que sus pueblos ya no creen en ellos. Las naciones han sobrepasado a sus gobernantes y ya no confían en ellos. No es que sean imbéciles, pero hay vino joven en botellas antiguas. Con un estado social más igualitario y respetable, con la abolición de las castas y los privilegios, con constituciones políticas que garanticen la libertad, con industria desamarrada y pensamiento liberado, los pueblos de Occidente alcanzarán nuevamente el poder y la unidad de propósito, al tiempo que el mismo coloso ruso se verá desmoronado gracias al progreso de las masas y la fuerza explosiva de las ideas”.
En el Congreso de Viena, en 1815, las cinco potencias europeas –Inglaterra, Francia, Prusia, Austria y Rusia– habían acordado respetar un equilibrio de poder entre ellas y actuar en sincronía cuando surgiera la necesidad de aplastar algún brote de revolución en el continente. La Cuestión de Oriente ponía en riesgo ese equilibrio, en especial la situación que se daba en los Balcanes, el territorio otomano en Europa. Austria al norte, Rusia por el este, al sur este los Dardanelos, un estrecho fundamental para el comercio con Oriente que Francia e Inglaterra ansiaban controlar y “doce millones de seres humanos –eslavos, griegos, valacos, albaneses– sometidos por un millón de turcos”; esa era la situación a groso modo de la península balcánica. Marx: “Turquía sigue decayendo y seguirá decayendo mientras se mantenga el sistema actual de ‘equilibrio de poder’ y de mantenimiento del status quo; y no obstante los congresos, protocolos y ultimatums, procurará su cuota anual de dificultades diplomáticas y disputas internacionales”. Esa era la Cuestión de Oriente.
De todo lo anterior, se hace evidente que en su análisis Marx y Engels tenían la revolución como perspectiva, así como también se visualizan las reivindicaciones fundamentales de la “revolución democrática”. Durante la revolución de 1848 en Alemania, Marx y Engels habían formado parte, en primera instancia, del “partido democrático” o pequeño burgués revolucionario, que incluía una buena cuota de trabajadores, y más adelante del “partido de la revolución”, el partido proletario.
LA POBLACIÓN DE LOS BALCANES
De los más de cien artículos de Marx que, como hemos dicho, publicó el periódico The New York Herald Tribune, los primeros tres estuvieron dedicados a la descripción de los rasgos geográficos –incluido el tipo de economía predominante y su nivel de desarrollo– y las características de la población de la península de los Balcanes. Al analizar y caracterizar la población, es sobresaliente la forma que adquiere la dialéctica marxista entre clase, nación y etnia y por eso se merece incluir citas in extenso. Un ejemplo para distinguir las tres categorías: un campesino serbio forma parte de la etnia eslava, de la nación serbia y de la clase pequeño burguesa campesina. Es notable que los tres primeros artículos se refieran a estos aspectos fundamentales de un análisis geopolítico.
“Los valacos o dacio-romanos, principales habitantes en el territorio entre el bajo Danubio y el Dniester (…) pertenecen a la iglesia griego ortodoxa y hablan una lengua derivada del latín, en muchos aspectos similar al italiano. Los que viven en Transilvania y en Bucovina están sometidos a Austria, aquellos de Besaravia, al Imperio ruso; los habitantes de Valaquia y Moldavia, los únicos dos principados donde la etnia dacia ha adquirido existencia política, tienen príncipes propios, bajo soberanía turca y el dominio real ruso. (…) Los dacio-romanos de los principados turcos tienen por lo menos una nobleza propia e instituciones políticas, y no obstante todos los esfuerzos de Rusia, entre ellos ha penetrado el espíritu revolucionario, como bien demostró la insurrección de 1848. No cabe duda que los tributos, cargas y privaciones a que han sido sometidos durante la ocupación rusa desde 1848 deben haber elevado ese espíritu aún más. (…) Y si este fuese el caso, la nacionalidad valaca todavía podría jugar un papel importante en el destino final de los territorios en cuestión”.
“Los griegos de Turquía son en su mayor parte de ascendencia eslava, pero han adoptado la lengua helénica moderna. (…) Son, junto a los judíos, los principales comerciantes en los puertos y en muchos pueblos del interior. También son labradores de la tierra en algunos distritos. En todos los casos, ni su número, ni su densidad, ni su espíritu nacional les otorga algún peso como nación, excepto en Tesalia y tal vez en Epiro”.
“De entre las otras nacionalidades, podemos disponer en unas pocas palabras de los albaneses, un pueblo montañés muy tenaz, que habita la región que baja hacia el Adriático y que habla una lengua propia, la que al parecer forma parte del gran conjunto de lenguas indo-europeas. Son en parte griego ortodoxos y en parte musulmanes (…) Sus hábitos depredadores obligarán a cualquier gobierno cercano a mantenerlos en sujeción militar, hasta que el desarrollo industrial en los distritos colindantes les encuentre empleo como leñadores o cargadores de agua, el mismo caso que el de los gallegos de España y de los habitantes de regiones montañosas en general”.
“Hemos llegado a la etnia que forma la enorme mayoría de la población (…), la etnia eslava, y más en particular la rama de ella que se resume bajo el nombre de ilirios (Ilirski) o eslavos del sur (yugoslavyanski). Tras los eslavos occidentales (polacos y bohemios) y los eslavos del este (rusos), forma la tercera rama de esa numerosa familia eslava que durante los últimos mil doscientos años ha ocupado el este de Europa. Estos eslavos del sur ocupan no solo la mayor parte de la Turquía europea, sino que también Dalmacia, Croacia, Eslovenia y el sur de Hungría. Todos ellos hablan el mismo idioma, que es muy parecido al ruso (…) Los croatas y una parte de los dálmatas son católicos y el resto pertenece a la iglesia griego ortodoxa. Los católicos usan el alfabeto latino, pero los seguidores de la iglesia greco-ortodoxa escriben su idioma con letras cirílicas, que también son usadas en Rusia y por el eslavo antiguo o idioma de la Iglesia. Esta circunstancia, unida a la diferencia de religión, ha contribuido a retardar cualquier desarrollo nacional que abarque todo el territorio de los eslavos del sur. (…) A pesar de todos los esfuerzos paneslavos (…) el serbio, el búlgaro, el bosnio cristiano, los campesinos eslavos de Macedonia y de Tracia tienen más simpatía nacional, más puntos de contacto y más intercambio intelectual con el ruso que con el eslavo del sur católico que habla el mismo idioma”.
“(…) Sometidos en la mayor parte de Turquía al dominio directo del turco, pero bajo autoridades locales de su propia elección, convertidas en parte al islam en Bosnia (…) solo han conquistado existencia política en Serbia”, que se encuentra bajo soberanía turca, pero que en realidad existe de manera independiente, contando con la protección de Rusia. “Como en Moldavia y Valaquia, la existencia política ha traído nuevas necesidades, y llevado a Serbia a un intercambio creciente con Europa occidental, por lo que la economía moderna comenzó a echar raíces, se extendió el comercio, surgieron nuevas ideas y de esa manera encontramos en el corazón del baluarte de influencia rusa, en la Serbia eslava y ortodoxa, un partido progresista anti ruso, pero por supuesto con demandas de reforma muy modestas”.
“No cabe duda de que si la población greco-eslava llegase a adquirir la soberanía sobre la tierra que habita, y en la que representa tres cuartas partes de la población (siete millones), las mismas necesidades darían –con el tiempo– nacimiento a un partido progresista anti ruso, cuya existencia ha sido hasta aquí consecuencia inevitable en cualquier porción de este territorio que se haya semi separado de Turquía”.
“Y acerca del progreso civilizatorio, ¿quiénes son aquellos que impulsan ese progreso en todas partes de la Turquía europea? No los turcos, que son pocos y esparcidos y apenas se puede decir que estén asentados, excepto en Constantinopla y en uno o dos pequeños distritos rurales. Son las burguesías griega y eslava en todos los pueblos y centros de intercambio quienes son el verdadero soporte de cualquier avance económico que es importado al país. Esa parte de la población está constantemente creciendo en riqueza e influencia, mientras que los turcos son más y más relegados a la zaga. Si no fuese por su monopolio del poder civil y militar, pronto desaparecerían”.
“En Montenegro no hallamos algún valle fértil con pueblos relativamente grandes, si no que un terreno árido y montañoso de difícil acceso. Aquí, un conjunto de ladrones se ha asentado, allanando las planicies y almacenando el fruto de su saqueo en sus bastiones montañeses”.
La impresión que nos deja la descripción anterior es la de una sociedad muy diversa –semejante a las que había también en los imperios ruso, austríaco y prusiano– en la que conviven distintas nacionalidades, lenguas, etnias, clases sociales y modos de producción. En algunos lugares subsistían relaciones de producción pre feudales, como aquellas donde habitaban los albaneses; en la mayor parte predominaban las relaciones de tipo feudal, pero había muchas áreas, especialmente puertos, ciudades y algunos pueblos donde ya se habían instalado las relaciones de producción capitalista. Lo anterior lo explica la teoría del desarrollo desigual y combinado.
La ley del desarrollo desigual y combinado fue planteada por León Trotsky a fines de la década de 1920 y comienzos de la siguiente. Sostiene, a groso modo, que al interior de una formación social existen niveles dispares de desarrollo debido a una progresión desigual de las diversas regiones y lugares y también por el avance desigual de diferentes aspectos de una sociedad, como por ejemplo el estado y las relaciones de producción. Es combinado porque hay convivencia e influencia mutua entre las diversas regiones y aspectos. «El desarrollo de las naciones históricamente atrasadas lleva necesariamente a una combinación peculiar de diferentes etapas del desarrollo histórico», anotó Trotsky en la Historia de la Revolución Rusa, escrita entre 1929 y 1932. Por esto, «La dialéctica histórica no conoce nada semejante al atraso desnudo o al progreso químicamente puro». El desarrollo no es lineal, siguiendo estrictamente un cierto patrón de etapas sucesivas, sino que puede haber saltos, explicados por esta ley. Vinculada estrechamente a esto está la noción de que hay situaciones en que una clase debe asumir las tareas de otra, como ocurrió en Rusia en 1917 cuando la clase obrera se vio obligada a dirigir las tareas de la revolución burguesa debido a la incapacidad de la burguesía de hacerlo. De esta forma, la ley del desarrollo desigual y combinado se vincula a la teoría de la revolución permanente.
De la descripción de la sociedad que habitaba los Balcanes podemos sacar varios ejemplos. Los albaneses eran un pueblo montañés que, por la descripción que hace Marx, podemos concluir que su sociedad era pre feudal. Marx opinaba que cuando se desarrollara la industria en los distritos colindantes encontrarían empleo – acordes a sus habilidades y conocimientos– en una sociedad ya industrial, tal vez como leñadores o cargadores de agua, aunque quizás también podrían trabajar directamente en una fábrica. Ese es un ejemplo de como una sociedad puede transitar desde un modo de producción pre feudal a uno capitalista, saltándose la etapa feudal. En la mayor parte del territorio, sin embargo, existieron relaciones de producción feudales, que fueron las que entraron en contacto con los países capitalistas de Occidente. Ese, explica Marx, fue el caso de los serbios, los valacos y los moldavos quienes, aunque estaban bajo soberanía turca, contaban con sus propios gobiernos, lo que les dio la posibilidad de entablar relaciones independientes con Europa Occidental. Fruto de ese contacto, en esos territorios “la economía moderna comenzó a echar raíces, se extendió el comercio, surgieron nuevas ideas”. Los turcos tenían el monopolio de los puestos en el aparato burocrático y en el ejército, lo que les daba su poder, aunque “son pocos y esparcidos y apenas se puede decir que estén asentados”. Es decir, la sociedad turca era atrasada y rural, por lo que podemos inferir que era todavía una economía feudal. Sin embargo, en ese mismo territorio las burguesías griega y eslava habían tejido unas muy productivas redes comerciales centradas en los asentamientos urbanos.
Una definición más precisa de esa ley la entrega Trotsky en Historia de la revolución rusa: “Las leyes de la historia no tienen nada en común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela, en parte alguna, con la evidencia y la complejidad con que lo patentiza el destino de los países atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la combinación de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la historia de Rusia ni de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera sea su grado (…) El retraso histórico no significa seguir simplemente las huellas de los países avanzados a una distancia de cien o doscientos años. Más bien da lugar a una formación social combinada de muy distinto modo, y en la que los adelantos más recientes de la técnica capitalista y de su estructura están integrados en las relaciones sociales de la barbarie feudal y prefeudal, transformándolas, dominándolas y moldeando una singular relación entre las clases. Igual sucede con las ideas”.
CAUSAS DE LA GUERRA
La Guerra de Crimea fue gatillada por el ultimátum ruso demandando para sí el protectorado sobre la Iglesia ortodoxa en todo el territorio del Imperio otomano. El gobierno turco rechazó el ultimátum a comienzos de junio de 1853. A fines de julio el ejército ruso ocupó los principados de Moldavia y Valaquia y en octubre el sultán le declaró la guerra a Rusia. Estaba claro que todo esto solo había sido un pretexto y que las auténticas causas de la guerra se encontraban en otra parte.
Las guerras ruso-turcas habían comenzado en el siglo XVI y le habían permitido a Rusia avanzar desde el norte hasta el mar Negro donde se habían hecho de la península de Crimea. Habían conquistado, además, territorios en la península balcánica y en el Cáucaso (ubicado entre el mar Negro y el mar Caspio). En la Guerra de Crimea, las acciones militares se dieron en las costas del mar Negro, en los Balcanes y en el Cáucaso. Para todos los contendientes los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos eran el principal objetivo a controlar, ya que es ahí donde se conectan los mares Mediterráneo y Negro.
“Es evidente que, no solo un gran flujo comercial, sino que todas las relaciones fundamentales entre Europa y Asia Central, y por consiguiente la principal vía para transmitir la civilización europea a esa vasta región, depende de la libertad de comerciar a través de esta puerta al Mar Negro. (…) Y considerando el aspecto militar, la importancia comercial de los Dardanelos y del Bósforo los convierte en posiciones militares de suma relevancia, esto es, posiciones con influencia decisiva en cualquier guerra”.
A Francia e Inglaterra les interesaba que se mantuviese el estatus quo, es decir las cosas tal como estaban, lo que significaba asegurar que el imperio Otomano siguiese teniendo el control del estrecho de los Dardanelos.
“Inglaterra no puede darse el lujo de permitir que Rusia tome posesión de los Dardanelos y del Bósforo. Tanto desde el punto de vista comercial como desde la perspectiva política, un suceso tal sería un golpe formidable, si es que no mortal, al poder británico. (…) Cuánta importancia está adquiriendo este comercio, y en general el comercio en el Mar Negro, puede apreciarse en la bolsa de Manchester, donde negociantes griegos de piel morena están creciendo en número e importancia, y donde se oyen dialectos griegos y eslavos a la par del alemán y el inglés”.
Constantinopla está ubicada en el estrecho del Bósforo, es decir en la entrada hacia el mar Negro. Más al oriente en la costa turca en el mar Negro había adquirido gran importancia comercial, como puerta hacia el Asia Central y hacia la India, el puerto de Trebisonda.
“El comercio con Trebisonda también se está convirtiendo en un asunto político que merece seria atención, ya que ha sido la vía para poner nuevamente en conflicto los intereses de Rusia e Inglaterra en el Asia Central. Hasta 1840, los rusos gozaban de un monopolio casi exclusivo del comercio en productos manufacturados en esa región. Los bienes rusos habían encontrado salida, y en algunas instancias incluso preferencia por sobre los ingleses, hasta tan lejos como el Indo. Antes de la guerra afgana y de la conquista del Sindh y del Punjab, puede decirse con entera confianza que el comercio de Inglaterra con el Asia Central era inexistente. La situación es ahora distinta. La necesidad suprema de una expansión comercial incesante es un fantasma que aterroriza a la Inglaterra industrial que de no ser apaciguado de inmediato desencadena esos terribles trastornos que sacuden desde Nueva York hasta Cantón, desde San Petersburgo hasta Sidney. Esta necesidad inflexible ha ocasionado que el interior de Asia sea asaltado desde dos costados por el comercio inglés: desde el Indo y desde el Mar Negro”.
Uno de los objetivos de Rusia en la guerra era obtener un puerto en “aguas calientes”: “El zar, disgustado e insatisfecho al ver que su inmenso imperio se encuentra confinado con solo un puerto para exportar”, que está además ubicado en el Ártico, “repite periódicamente sus incursiones en Turquía”.
Las revoluciones de 1848 habían comenzado en París y desde ahí extendido a prácticamente toda Europa. Marx y Engels viajaron desde Inglaterra a Alemania para tomar parte en los eventos revolucionarios y llegaron a ser protagonistas de ellos, Marx instalado en Colonia como editor de la Nueva Gazeta Renana y Engels cooperando en ese mismo medio. Ambos participaron en numerosas asambleas y reuniones que congregaban a los elementos revolucionarios. En estas Marx apoyó en primera instancia al partido democrático, que reunía a la pequeña burguesía y a trabajadores, y más adelante formó el partido de la revolución separado ya de la pequeña burguesía. En 1849, en los estertores finales, Engels formó parte de una escuadra de combate que actuó en el sur de Alemania. Como se sabe, Engels había hecho el servicio militar en Berlín. Una vez derrotada la revolución en Alemania, ambos regresaron a Inglaterra. Esperaban que dentro de poco se desencadenara una nueva ola revolucionaria y estaban atentos a las crisis del sistema comercial que se desataban periódicamente. Consideraban que se trataba solo de un interregno entre episodios revolucionarios.
En las revoluciones de 1848, Rusia había jugado un papel clave en aplastar la revolución en Austria, ingresando un ejército que derrotó a los revolucionarios húngaros, y cubrir a Prusia en caso de que fuese necesario también entrar ahí, por lo que Marx y Engels la consideraban un bastión de la reacción. De triunfar la revolución en Europa occidental y en Alemania, era segura una guerra contra Rusia. Por esto, Marx insistía en que el temor más grande de Rusia era que se desatara una nueva oleada revolucionaria:
“Hubiese sido imposible para Rusia hacer demandas más amplias tras haber obtenido una serie de victorias clave. Esta es la mejor prueba de la porfía con la que se aferra a su noción inveterada que cada interregno de la contrarrevolución en Europa constituye un derecho para ella de lograr concesiones del Imperio otomano. Y de hecho desde la primera revolución francesa, al imponerse la reacción en Europa continental, se ha impuesto de la misma forma el avance de Rusia hacia el Oriente. (…) Pero la propia Rusia teme más a la revolución que resulta de cualquier gran guerra en el continente que lo que teme el sultán a la agresión del zar. (…) La única pregunta es la siguiente: ¿actúa Rusia conducida por sus propios impulsos, o no es más que esclava inconsciente y reacia del hado moderno, de la revolución? Me inclino por la segunda alternativa”.
Una vez iniciada la Guerra de Crimea, no estaba claro que harían los gobernantes de Prusia y de Austria. Los austriacos, en particular, intentaron jugar un rol mediador con el objetivo de obtener alguna ganancia territorial y estaban dispuestos a participar en la guerra. Sobre todo, les interesaban los principados danubianos y llegaron a un acuerdo con Rusia para ocuparlos en el momento en que el ejército ruso se retirara.
Marx y Engels tenían la esperanza de que, como había ocurrido muchas veces antes, la guerra se convirtiera en la antesala de la revolución:
“Mientras la guerra se encuentre confinada a las potencias de Occidente y Turquía por un lado y a Rusia por el otro, no será una guerra europea tal como las que hemos visto desde 1792. Sin embargo, permítanle comenzar y la indolencia de las potencias occidentales y las acciones de Rusia pronto impulsarán a Austria y a Prusia a ponerse del lado del autócrata”.
“No debemos olvidar que hay una sexta potencia en Europa, que en momentos señalados confirma su poderío por sobre todas las denominadas grandes potencias y las hace temblar, a cada una de ellas. Esa potencia es la revolución. Hace un buen rato silenciada y en retirada, ahora nuevamente está siendo llamada a actuar por la crisis comercial y la escasez de alimentos. Desde Manchester a Roma, de París a Varsovia y a Pest, es omnipresente y está levantando su cabeza y despertando del sueño. Muchos son los síntomas de su retorno a la vida, evidentes por doquier en la agitación y la inquietud que ha tomado a la clase obrera. Solo se espera una señal y la sexta y más formidable potencia avanzará, con brillante armadura y espada en mano, como Minerva de la cabeza de los olímpicos. Dicha señal la dará el inminente conflicto bélico y entonces todos los cálculos de un equilibrio de poder se verán alterados por la adición de un nuevo elemento que, siempre boyante y juvenil, confundirá los planes de las viejas potencias europeas y a sus generales, como lo hizo desde 1792 a 1800”.
POSTURA DE LAS DIFERENTES CLASES SOCIALES EN INGLATERRA Y FRANCIA
La aristocracia y los gobiernos inglés y francés hacían todo lo que podían para que no se desatase un conflicto con Rusia, a la que veían con buenos ojos:
“En cuanto a la aristocracia británica, representada por el gobierno de coalición, ellos sacrificarían, si fuese necesario, los intereses nacionales de Inglaterra a sus intereses particulares de clase, y permitirían la consolidación de un imperio juvenil en el este con el deseo de encontrar apoyo a su oligarquía senil en el oeste. En cuanto a Luis Napoleón, él está vacilando. Todas sus preferencias están del lado del autócrata, cuyo sistema de gobierno él ha introducido en Francia, y todas sus antipatías están contra Inglaterra, cuyo sistema parlamentario él ha destruido ahí”.
Había sectores de la burguesía inglesa a los que convenía la guerra –una parte de la burguesía comercial con intereses en Oriente–, y otros que la rechazaban porque veían que afectaría innecesariamente sus negocios o que, como señalaba el Times de Londres, podría prolongarse, causar malestar en la población y existía el riesgo, como creían también Marx y Engels, de que ese malestar condujera a una insurrección.
“Para las burguesías de Francia e Inglaterra esta guerra es decididamente impopular. Para la burguesía francesa fue así desde un comienzo porque esta clase desde el 2 de diciembre está en total oposición al gobierno del ‘salvador de la sociedad’. En Inglaterra la burguesía estaba dividida”. Así escribió el Times de Londres el 19 de octubre de 1853 [el Times, periódico burgués, se oponía a la guerra]: ‘El primer choque entre los ejércitos británico y ruso sería una señal para la revolución en todo el continente’. En el parlamento, el señor Layard [representante de la burguesía que era favorable a la guerra] planteó que ‘Si cae Constantinopla en manos rusas, todas las provincias que conforman Turquía, como por ejemplo Asia Menor, Siria y Mesopotamia caerían en un estado de confusión y anarquía. La potencia en cuyas manos quedaran, regiría la India. La potencia que domine Constantinopla sería por siempre vista en el Oriente como la potencia que domina el mundo”. Nuevamente el Times, una vez iniciada la conflagración: “Mientras los rusos no puedan controlar su propensión a civilizar provincias bárbaras, es mejor para Inglaterra dejarlos hacer lo que deseen y evitar enturbiar la paz por vana obstinación”.
Cuando había comenzado la guerra, el pueblo en Inglaterra y, en menor medida, en Francia fue arrastrado por el entusiasmo y el conflicto se hizo muy popular. La mayor parte estaba en Francia compuesto por campesinos. En Inglaterra era más urbano.
“En cuanto a la masa del pueblo en ambos países, la situación es distinta. El campesinado francés, desde 1789, ha sido un gran puntal de la guerra y de la gloria guerrera. Están ciertos esta vez de no sentir demasiada presión por la guerra porque la conscripción en un país en que la tierra se encuentra dividida infinitesimalmente entre pequeños propietarios, no solo libera a los distritos de mano de obra sobrante, sino que también otorga a veinte mil jóvenes cada año la oportunidad de servir en la reserva y obtener un salario por ello. En cuanto a los impuestos de guerra, el emperador no puede imponerlos al campesinado sin arriesgar su corona y su vida. La única manera de mantener el bonapartismo entre ellos es comprarlos con la exención de los tributos de guerra, así es que por varios años más van a estar liberados de este tipo de presión”.
“En Inglaterra la situación es similar. En la agricultura generalmente hay un exceso de mano de obra y es la que entrega la masa de la soldadesca, que solo más adelante en la guerra recibe el influjo de la masa alborotadora de los pueblos. Los impuestos directos no afectan al campesinado y hasta que sientan el peso de los impuestos indirectos habrán pasado varios años de guerra”.
El ánimo en las filas del proletariado era distinto:
“Los trabajadores industriales tienen en ambos países poco interés inmediato por la guerra, salvo que las victorias de sus compatriotas adulen su orgullo nacionalista. La conducción de la guerra, necia y presuntuosa en cuanto a Francia, tímida y estúpida en cuanto a Inglaterra, les ofrece la oportunidad de agitar contra los gobiernos y las clases gobernantes. Pero el asunto principal para ellos es el siguiente: esta guerra, que coincide con una crisis comercial de la cual solo los primeros desarrollos se han visto hasta ahora, conducida [la guerra] por manos y cabezas no aptos para la tarea, que al mismo tiempo cobra dimensiones europeas, traerá y deberá traer eventos que van a permitir a la clase proletaria volver a alcanzar esa posición que perdieron en Francia en la batalla de junio de 1848, y no solo concerniente al proletariado francés, sino que todo el de Europa central, incluida Inglaterra”.
Como se puede apreciar, el análisis que hacen Marx y Engels se centra en diagnosticar la postura de las diferentes clases sociales y, en cuanto a los gobiernos, distinguen a qué clase representan; en su evaluación no se confunden con nociones como el “estado” en abstracto ni los gobernantes desligados de su posición respecto a las clases, es decir, también en abstracto. El análisis es concreto.
TRANSCURSO DE LA GUERRA
Fue Engels quien se hizo cargo de escribir sobre los pormenores de los aspectos tácticos y estratégicos de la guerra. El número de artículos al respecto es considerable, no podemos incluir esos análisis in extenso en este trabajo. Baste consignar que Engels fue siempre muy crítico de los mandos, ya que veía que no estaban a la altura de las responsabilidades que tenían en sus manos y analizó cada maniobra con esa consideración.
“Los aliados son míseros en su rendimiento, y también lo son los rusos. Estos últimos tuvieron más que suficiente tiempo para prepararse. Han hecho todo lo que han podido, ya que sabían desde un comienzo el talante de la resistencia que enfrentarían y aun así, ¿qué han sido capaces de hacer? Nada. No han podido tomar de los turcos un metro de terreno disputado; no pudieron tomar Kalafat; no fueron capaces de ganar a los turcos ni en uno solo de los enfrentamientos que han tenido. (…) Pero Rusia ¿seguirá sola? ¿Qué papel jugarán en la guerra Austria, Prusia y los estados germanos e italianos que dependen de ellas?”
“El hecho es que la Europa conservadora –la Europa del ‘orden, propiedad, familia y religión’–, la Europa de los monarcas, los señores feudales y la burguesía, como quiera que estén distribuidos en los distintos países, está una vez más exhibiendo su extrema impotencia. Europa puede que esté putrefacta, pero una guerra debió haber animado los elementos sanos; una guerra debió haber traído a luz alguna energía latente; y con seguridad debiese haber algo de coraje entre doscientos cincuenta millones de hombres, que por lo menos podría haber un combate decente en el que ambos lados pudiesen cosechar algo de honor, que la fuerza y el espíritu pudiesen recoger del campo de batalla. Pero no. No son tan solo la Inglaterra de la burguesía y la Francia de los Bonaparte las incapaces de librar una guerra decente, sustanciosa, reñida, sino que incluso Rusia, el país de Europa menos contaminado por los avances civilizatorios perturbadores y herejes, tampoco puede llevar a cabo nada de eso. Los turcos son capaces de arranques repentinos en la ofensiva y de terca resistencia en la defensa, pero no parecen ser hábiles para realizar amplias maniobras combinadas de grandes ejércitos. Y así entonces todo queda reducido a distintos grados de impotencia y debilidad, que al parecer son además recíprocamente predecibles por todas las partes. Con gobiernos como los que existen en estos momentos, esta guerra de Oriente puede prolongarse por treinta años y aun así no llegar a ninguna conclusión”.
La guerra concluyó con la derrota de Rusia, propinada por los ejércitos turcos, ingleses y franceses. Ya en las etapas finales, cuando los aliados asediaban el puerto ruso de Sebastopol, en Crimea, en el mar Negro, Marx y Engels escribían:
“En estos momentos, Rusia se halla en una situación difícil y sumamente humillante. Sus ejércitos sufren derrotas en Turquía, y después de haber padecido enormes pérdidas de hombres y medios, se retiran tras su propia frontera. Sus posesiones en Asia, fruto de muchos años de esfuerzos y grandes gastos, están en parte perdidos y todos amenazados. Su comercio exterior está destruido y su industria averiada. Su marina está bloqueada y sus fortalezas amenazadas. Todo esto por haber puesto la atención de todo el país y las energías del pueblo en una guerra inútil y desastrosa”.
CONCLUSIONES
Marx y Engels no escribieron un tratado dedicado específicamente al estado y a las relaciones internacionales, lo que no significa que no tuvieran una concepción clara de ambas. El asunto es descubrir esa concepción en el conjunto de sus escritos, evaluando cuáles se aproximan más, o la presentan de una manera más “concentrada”. Existe consenso en que el abordaje que hicieron de la Guerra de Crimea constituye uno de los textos clave en este respecto.
El análisis que hicieron Marx y Engels de la Guerra de Crimea, publicado en las páginas del The New York Herald Tribune entre 1853 y 1856, fue una crítica sistemática de las rivalidades imperialistas contemporáneas por medio de introducir los antagonismos de clase que se daban al interior de cada nación, vistas desde el punto de vista de la clase revolucionaria que venía saliendo de las revoluciones de 1848. Esto en rechazo a una concepción de política mundial centrada en el estado ya que consideraban que es la lucha de clases la que vincula dialécticamente las relaciones de producción con el estado. Esto se aprecia en, por ejemplo, la presentación que hace Marx de los distintos pueblos que habitaban la península de los Balcanes o en el desglose que plantea de la posición que fueron tomando las distintas clases sociales en Inglaterra y Francia en relación con la guerra.
Marx y Engels nos muestran el lugar que ocupan las relaciones internacionales en la historia desde un punto de vista que tiene en cuenta la dialéctica que existe entre la totalidad del capitalismo y las particularidades. A partir del relato que nos hacen se advierten las relaciones de producción capitalistas impregnando el conjunto de relaciones particulares entre clases o entre distintas etnias o nacionalidades. Al mismo tiempo la revolución como objetivo permanente nos plantea el tránsito de unas relaciones de producción a otras, que en parte son descritas, como cuando explican las características de la revolución democrática.
Un enfoque como el descrito se preocupa principalmente de cómo las relaciones geopolíticas están condicionadas por –pero no reducidas a– el desarrollo desigual del capitalismo y los conflictos de clase al interior de las naciones.
Fuentes
Karl Marx. Eastern Question. A Reprint of Letters written 1853-1856 dealing with the events of the Crimean War. Editado por Eleanor Marx Aveling y Edward Aveling, 1897.
Karl Marx y Frederick Engels, 1853-1856. The Russian Menace to Europe. Extracts from the New York Tribune on the Crimean War. En https://www.marxists.org/archive/marx/works/subject/russia/crimean-war.htm#04
George Novack. La ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad, 1957. En https://www.marxists.org/espanol/novack/1957/desigual.htm
Benno Teschke. “War and international relations”. En The Marx revival. Key concepts and new interpretations. Editado por Marcello Musto. 2020.
Kevin Anderson. “Nationalism and ethnicity”. En The Marx revival. Key concepts and new interpretations. Editado por Marcello Musto. 2020.
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