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Entrevista al jazzman israelí y activista propalestino

Gilad Atzmon, músico y disidente

Fuentes: Cuadernos de Jazz

Preludio: 11-M en el Pizza Express Londres, Pizza Express (uno de los mejores clubes de la ciudad, a pesar del nombre). Viernes, 11 de marzo, primer aniversario de la masacre de Madrid y víspera del cincuentenario de la muerte de Charlie Parker. Una fecha idónea para ver a Gilad Atzmon, activista político, polemista, filósofo, escritor, […]

Preludio: 11-M en el Pizza Express

Londres, Pizza Express (uno de los mejores clubes de la ciudad, a pesar del nombre). Viernes, 11 de marzo, primer aniversario de la masacre de Madrid y víspera del cincuentenario de la muerte de Charlie Parker. Una fecha idónea para ver a Gilad Atzmon, activista político, polemista, filósofo, escritor, pero, sobre todo, saxofonista de jazz y líder del Orient House Ensemble, uno de los grupos más sólidos de la escena británica.

Atzmon se encuentra en plena campaña de presentación de su segunda novela, My One and Only Love, publicada en inglés y a punto de ser editada en Francia y Grecia. Su música (el último disco reseñado en el número 86 de Cuadernos de Jazz) es una solución de bebop y música mediterránea, sazonada con tango, free jazz y cabaret alemán. En directo ofreció la ya acostumbrada mezcla de música y sátira política, como en el tango dedicado a «dos tiranos que, por impopulares, deciden cambiar de sexo y emigrar a Buenos Aires para ejercer la prostitución bajo los nombres de Georgina y Antonella, Bush y Blair». También sonaron Lili Marlene, My One and Only Love y temas propios como Liberating the American People.

Una semana después charlábamos en su casa. Atzmon, judío israelí de ascendencia rusa, es un hombre alto, recio y velludo, apasionado, amable y de carcajada fácil. Habla inglés con fuerte acento mediterráneo, su conversación está sembrada de aforismos y deriva indefectiblemente hacia la política.

Un judío antisionista que toca jazz en Inglaterra ¿Por qué Londres?

De hecho, no vine a tocar sino a estudiar filosofía. Y era caro de narices, no esperaba que lo fuera tanto. Así que me tuve que poner a trabajar y no tardé mucho en darme a conocer, a la gente le gustaba mi música. Ya había trabajado como músico de sesión y productor pero no quería tocar más. Cuando vine aquí estaba harto de Israel, esto me gusta, sobre todo cuando hace buen tiempo. En general me gusta la gente, son divertidos como público, son puñeteramente anárquicos, y de todas formas apenas hay ingleses en Londres. Es un sitio muy interesante, aunque los servicios públicos son una ruina. Hay algo profundamente inhumano que los propios ingleses son los primeros en sufrir. De hecho, hay más de un músico en este país que cuando no se encuentra bien, coge un vuelo barato y va al médico a España. Este matiz asesino no es exclusivo de Inglaterra, ocurre en países que nunca han sido derrotados, países gobernados por una élite anquilosada en el poder. Es muy triste.

¿Qué le llevó a abandonar Israel?

Hay quien tiene la impresión de que fui un héroe cuando serví en el ejército israelí en la guerra del Líbano. En absoluto. No hice más que ver a aquella gente, ¡los palestinos estaban por todas partes!, y me di cuenta: «¡Mierda, estoy viviendo en territorio palestino!» Fue entonces cuando decidí ponerme en marcha; y no es sólo que no quisiera vivir en tierra palestina sino que no podía aceptar lo que estaba sucediendo allí, al principio fue un cierto sentimiento de culpa. Vine a Londres para estudiar filosofía germánica y no estaba demasiado interesado en la política. No recuerdo cuándo se me ocurrió hacer aquí el máster de filosofía, luego empecé el doctorado, se suponía que debía empezar a enseñar y me di cuenta de que la Universidad es un lugar bastante horrendo, casi tanto como Israel. Decidí escribir un libro, hacer filosofía en un formato diferente y así salió Guía de perplejos. Eso fue todo, y estaba satisfecho con ello, nunca pensé que se llegase a publicar. Por entonces fue aumentando mi popularidad, no tenía tiempo para la universidad y el doctorado y dije «que le den… prefiero tocar jazz por cuatro duros hasta que me muera», y eso fue todo.

¿Cuándo empezó con el jazz?

A los 17 años, bastante tarde. Yo crecí en Jerusalén y de adolescente me gustaban Queen, los Beatles, ya sabes; entonces vi a Boris Gamer, un músico ruso, saxofonista, tocando como un poseso en la tele. En ese mismo momento decidí que me tenía que comprar un saxo. Antes había tocado algo el clarinete pero no me lo había tomado demasiado en serio, y al cabo de un mes ya era un saxofonista. Durante dos o tres años practicaba alrededor de catorce horas diarias. Probablemente toco algo mejor ahora, pero es muy fácil.

Atzmon relata en uno de sus incontables artículos cómo se crió en un entorno marxista, y se refleja en su explicación de la historia del jazz como una dialéctica de lucha(s).

En la década de los 50, el jazz era la voz común de los negros clamando por la liberación. Yo sostengo que el jazz era un movimiento genuino de rebelión antiamericano y fue derrotado. Los estadounidenses negros fueron vencidos y nunca han logrado los objetivos por los que lucharon tanto, se quedaron atascados en unos pocos lemas y tópicos, como el del tamaño de sus penes, y así se quedó el asunto. Y eso fue suficiente para convertirlos en carne fresca, carne de cañón para la ideología expansionista de EE UU.

Hace poco me pidieron que hiciera las notas para un disco. No suelo hacer este tipo de encargos pero hay gente que me pide que les escriba algo, me lo suelen pedir porque les gusta mi música y creen que hay algo en la suya que voy a comprender. Es muy confuso porque, en el fondo, yo toco bebop. Me pongo a escuchar el disco y es horroroso; el pianista trata de sonar como Brad Mehldau, y Mehldau es fantástico. El saxofonista trata de sonar como Michael Brecker, y Brecker es fantástico, es el único capaz de tocar de verdad como Michael Brecker. Todos tratan de tocar como alguien, no hay un solo momento sincero en esa música y no sé cómo escabullirme de ese encargo, porque no es un trabajo, no cobro por ello. El jazz no es una música genuina.

Quizás lo fue y ha dejado de serlo.

John Lewis, de Time Out, hizo una reseña de mi primer pase en el Pizza Express, una crítica muy interesante. No me gustó, mantuvimos correspondencia por e-mail, me ofendió en principio, pero al final nos entendimos. Según él, «Wagner dijo que los judíos no pueden generar música porque copian la cultura del país en el que viven», o sea, que generamos música pero no es auténtica. «Gilad Atzmon concuerda con Wagner, su música no es auténtica», y lo cierto es que hasta ahí estoy de acuerdo, pero luego me atacaba por ser antisionista, y no tengo problema con eso, pero me comparaba con Wagner por el antisemitismo. En fin, estoy de acuerdo en que a la actividad artística judía le falta autenticidad pero creo que ahí reside la fortaleza de los judíos.

Creo que la política de la identidad es totalmente insostenible. Si alguien dice «¡soy gay, soy gay!», lo que quiere decir es que se identifica. En esos términos, nunca podrías decir quién eres porque cuando intentas describirte estás usando una terminología, un lenguaje preexistente. Nunca se puede acceder a uno mismo, siempre se trata de un proceso de autoidentificación, el idioma, la jerga, el lenguaje corporal… son formas de identificación. Si eres judío eres extranjero de todas maneras, y mientras no te tomes demasiado en serio -y ése es el problema de los sionistas-, todo encaja por eliminación: eso no soy yo, eso tampoco, eso tampoco… El caso es que al crítico de Time Out le gusta mi música, premió mi disco como el mejor de 2004, no es que no le guste. Lo que pasa es que yo no creo en la autenticidad; yo creo en la belleza. Yo soy un artista, mi trabajo es buscar la inspiración estética y a eso me dedico.

En realidad, Atzmon se dedica a bastante más. Al terminar de hablar sobre el problema de la identidad, toma unas notas para la conferencia que dará dentro de dos días en SOAS, la Escuela de Estudios Africanos y Orientales de la Universidad de Londres, que versará sobre el problema de la identidad, que trata en su segunda novela.

Aun aceptando la imposibilidad de ser auténtico, llama la atención hasta qué punto no copia a otros saxofonistas de bebop, a pesar de la huella evidente de Charlie Parker y Cannonball Adderley.

He tardado años en conseguirlo. Solía copiar a los grandes, pero por ejemplo, Coltrane solía dejar de tocar cuando se daba cuenta de que estaba copiando a alguien. Creo que ya tengo mi propio repertorio de frases, de ideas, pero mi ritmo y mi armonía son fundamentalmente bebop. Es la música que comprendo, en realidad es la única música que conozco. No tengo formación académica.

El bebop es uno de los dos sabores principales de su música. ¿De dónde sale exactamente el otro, el del Mediterráneo oriental? ¿Es palestino? ¿judío?

No me gusta la música kletzmer. Puedo tocar kletzmer muy bien, pero lo odio. Me llevó años darme cuenta de que hay una música judía con alma, que en realidad es europea, y cuyo mayor virtuoso quizás sea Giora Feidman. Lo hace realmente bien, una música calma y con sentimiento. En cambio, cuando se trata de música judía moderna, la música de la identidad judía, de judíos radicales como John Zorn, no la soporto. Un buen amigo mío ha grabado con Zorn, y me pasó un disco que creyó que sería interesante que lo reseñara. Pero es música estridente, vulgar, violenta. Es más violenta que los jodidos colonos de los territorios ocupados de Cisjordania. En mi opinión, el kletzmer es música gitana tan mal tocada que se ha convertido en un estilo.

He estudiado la música griega durante cinco, quizás siete años. Para mí esta música es profunda, como la árabe, la influencia andaluza, ya sabes, el modo frigio [canturrea]. Me inspiro en la música griega y turca, y la egipcia, pero no soy un experto. El mejor cumplido que me han hecho es que la mía es la mejor versión occidental de esa música. Es verdad que he vivido en Jerusalén y he oído a los muecines todos los días, pero nunca tocaría así en Israel…

Sin solución de continuidad, Atzmon salta de un tema a otro.

… No puedo regresar a Israel. La única relación con mi tierra es comer humous, falafel, y tratar de producir esa música. No puedo regresar porque soy un oponente político. Así que, cuando tengo morriña, recurro a eso, a la comida y la música.

¿Le han prohibido la entrada en Israel?

No, pero… Hace unos días puse un correo en circulación anunciando la publicación de mi libro. A las pocas horas había una crítica en Amazon masacrándolo. La escribió una persona de Tel Aviv, y de hecho sé quién es. Tengo mis espías [risas]. Una vez llamé a mi informático porque tenía un virus y le comenté «no sé, igual es el Mossad», y me dijo «no, al Mossad lo puedo ver aquí, cuidando de tu ordenador porque quieren libre acceso para ver qué estás haciendo», así que quizás debería quejarme al Mossad… Con probabilidad sería algún judío estadounidense joven haciendo de las suyas.

Básicamente, estoy aportando ideas que pueden considerarse ilegales, un delito. Pero esto pasa hasta en Europa. Si dijeras que en el Holocausto no murieron seis millones de judíos sino 5.999.999, cometerías un delito. Y de hecho, puedo probar que fueron menos de tres millones y en realidad no importa porque aunque sólo se tratara de una familia aniquilada, su sufrimiento sería suficiente para fundamentar un argumento o para provocar empatía.

Lo que yo sostengo es que los sionistas fueron los mayores colaboradores de los nazis, y lo podemos respaldar con hechos más que probados. También sostengo que Israel no tiene derecho a existir, que el antisemitismo es una invención judía y respaldo cualquier forma de resistencia contra Israel.

El día que le vi en el Pizza Express se cumplía un año de la masacre de Madrid ¿Qué le pareció la conmoción política que siguió al atentado?

Está bastante claro: el terror es imbatible y tenemos demasiado que perder. Por supuesto, lo sentí por todas las personas que murieron y por sus familias, pero sería probable que nos pasase a nosotros aquí, en Inglaterra. ¡Este país es muy vulnerable! Matar gente es muy fácil, aquí y en cualquier parte. La consideración importante es dónde matar y sus implicaciones tácticas.

Volviendo a la música, es paradójico que actualmente el sector más conservador del jazz lo constituyan afroamericanos como Wynton Marsalis o Stanley Crouch.

Reconozco que a veces expongo mis ideas de forma demasiado simplista [Atzmon coge papel y lápiz, y dibuja]. Hay unas pocas corrientes en el jazz. Tenemos la principal, revolucionaria. Dentro de estas corrientes está Duke Ellington, que propuso que el jazz era la música clásica de EE.UU. Por su parte, Marsalis está tratando de desarrollar el jazz según un modelo «clásico», así que, de alguna manera, es una corriente muy legítima.

Ahora bien, para mí, como filósofo, mi premisa es «el jazz trata sobre la libertad». Según la escuela alemana, la filosofía es la búsqueda de la condición de la posibilidad. Así, la estética sería la condición de la posibilidad de la belleza, ¿qué es la belleza? ¿qué sentimos en realidad? Algunos filósofos sostienen que el arte moderno es filosofía, porque plantea la pregunta «¿qué es arte?» Si lo aplicamos al jazz, tenemos un vector social, una tendencia que apunta hacia la libertad, y a la vez celebra la libertad en sí mismo. En muchas ocasiones, en política, se ha reclamado la libertad de distintas formas. En el caso del jazz, queremos libertad, mostramos qué libertad queremos pero, para hacerlo, debemos liberarnos primero. Ahora bien, los hombres no pueden ser libres porque, por ejemplo, tocas el saxo y si tocas según los acordes, incluso cuando tocas contra los acordes, no eres libre, aunque ése es el objetivo. El jazz es una lucha dialéctica en potencia y ahí reside su belleza…

Ya no supone la lucha por la liberación de la que habla al principio…

El jazz ya no lucha por la libertad como un movimiento político porque no lo es, ya no se asocia con ningún movimiento político, y tampoco apunta a la libertad como actividad musical. ¿Por qué? Porque vivimos en una era muy orquestada desde el punto de vista comercial. Producimos música cuya apreciación se refleja en su mérito comercial, o sea, que mi disco es fantástico porque ha vendido 2.500 copias en dos meses, ha establecido un nicho que, una vez alcanzado, anula cualquier búsqueda de autenticidad, de motivación social o política, y lo que queda es únicamente un movimiento temático o semántico, ya sabes, unas pocas frases, unos colores producidos por el timbre de los instrumentos. Algo lamentable. En un artículo explicaba que, una vez que esta forma de resistencia social fue aniquilada, fue cuando la burguesía blanca incrementó su interés por el jazz y cuando el jazz se volvió académico, cuando florecieron Berklee, Mannie’s y todas esas escuelas. El jazz pasó de tratar de decir lo máximo posible a decirlo lo más rápido posible. Esto es lo que pasó en los 70 y los 80, se convirtió en un ruido ininteligible. Ahora tenemos un retorno del jazz porque, para empezar, tenemos estanterías en las tiendas con esta etiqueta. Si a una cantante como Norah Jones, por ejemplo, la pusieran en country estaría perdida, pero si la pones en jazz, despierta interés. Ahora estamos jugando con diversas tácticas comerciales, somos víctimas de las maniobras comerciales, y te digo una cosa: me hace la vida muy sencilla.

¿En qué sentido?

Porque yo voy por el camino contrario. No entro en el juego ni intento meter mi disco en la radio. ¡Me importa un rábano! Quiero llegar a la gente y para mí, tocar una semana en un club del centro de Londres es un problema.

¿Por qué?

Porque hay muy poca gente que se lo puede permitir. Si quieres ir con tu pareja tienes que conseguir una canguro, tienes que sacar el coche, aparcarlo, comer algo, beber… ¿quién se lo puede permitir? En cierta manera yo estoy tocando para la burguesía, me di cuenta el otro día en el Pizza Express. Así que en junio voy a hacer una gira por Londres, en los peores garitos, porque ahí está la gente que se supone que debe escuchar jazz, y que de hecho lo escucha y lo disfruta.

La sátira es componente fundamental en las actuaciones de Atzmon. En uno de sus números la banda toca una suerte de libre improvisación y, al cabo de unos momentos, el saxofonista explica que han solicitado una subvención del Arts Council of England, y que ésa es la música que les gusta.

La parodia sobre el ACoE, ¿trata de ridiculizar a la burguesía blanca y cómo el jazz se ha incorporado al sistema?

Desde luego. ¿Cómo podemos resistir si dependemos de ese dinero? Es una maniobra muy inteligente. Antes era la burguesía la que patrocinaba a los músicos pero lo que distinguía a esos burgueses era que les motivaba la estética, como pasaba en la corte de Federico II. Dentro del concepto de la democracia liberal, la burguesía la forman los políticos, gente que busca el poder, y son ellos los que deciden quién toca y quién no. Y, al parecer, su conocimiento estético es bastante banal y queda la impresión de que todo lo que se produce en este país, al menos todo en lo que yo he participado organizado por estas instituciones, era sorprendentemente perjudicial y muy impopular. De ahí la reacción del público a nuestra parodia: saben que es una farsa.

También podría entenderse como una crítica al free…

Es fundamental aclarar este punto, porque sé que hay quien cree que es una crítica al free. Yo no tengo ningún problema con el free. Hay free alucinante y free apestoso, como hay bebop alucinante y bebop apestoso. Tan solo trato de ridiculizar a esos políticos vacuos. Cuando tocamos en Europa mantengo el argumento pero digo que soy un compositor moderno.

¿Qué le parece entonces la subvención del jazz con dinero público?

Estoy a favor. En ese sentido, en el continente se hace de forma más inteligente que en Inglaterra, porque en el continente se apoya la MusiK, como he titulado mi último disco. Music representa el mantenimiento de la hegemonía, del poder; MusiK, con K mayúscula, es la búsqueda de la belleza. Diferencio entre la «K», la búsqueda estética, y la «c», que es la transformación de la estética en un efecto material, en algo comercial, la misma diferencia entre Kultur y culture.

Una vez toqué en España, un buen local, el piano estaba muy bien. Si toco en Europa del Este, lo mismo. Hace poco tocamos en uno de los mejores teatros de Exeter, y el estado del piano era lamentable. Si cobras 20 £ [30 €] por entrada, cómo es posible que el piano no se afine todos los días.

Sus conciertos incluyen música, comedia y sátira política. ¿Se plantea que la parte política pueda ocultar la musical? ¿Qué apartado tiene preferencia?

No me interesa tanto la política, a veces ni sacamos el tema. De hecho estoy cansado de la política, no me interesa como tal. No interferiría en la política británica a menos que empezaran a matar a mi gente. Eso es lo que está haciendo [Blair], así que lo masacro. Todas las noches él masacra iraquíes, yo lo masacro a él. Estoy comprometido, eso es todo. Pero a veces pienso que soy un estúpido metiéndome gratis en estos follones.

¿Proyectos para el futuro?

Creo que el tamaño del grupo es el adecuado, pero viajar es un problema. En definitiva somos un grupo de jazz, no hacemos demasiado dinero. Cuando ganamos más dinero incluimos más músicos [risas]. Y todavía me sorprende porque estamos saliendo adelante sin patrocinadores. Mis discos venden sorprendentemente bien.

En el mundo del jazz tendemos a olvidarnos de que esto también es un negocio.

Desde luego. En primer lugar soy músico pero también soy un hombre de negocios y tengo que vender mi música. Hoy tengo una posición buena, quizás la más alta del jazz británico. Hay mucho que perder ¡Podría estrellarme!, ya han tratado de estrellarme.

Los tres personajes principales de su última novela, un músico, su agente, y una espía que usa su cuerpo como herramienta de trabajo ¿tienen que ver con usted?

En efecto, también soy una prostituta. De ahí salen todos mis personajes, no soy tan inteligente. Sé cómo funciona este negocio de la música, y apesta.

Epílogo

Al final de nuestra charla, Gilad admitió que está cansado. Si se visita su website se puede apreciar la productividad de este hombre en discos, libros, las correspondientes promociones, entrevistas, conciertos, artículos, conferencias, etc. De momento, sigue gestionando directamente todo lo que hace, pero no ve el momento de escapar al Pirineo francés:

«De verdad que necesito unas vacaciones, relajarme,» dice con tono de desesperación. «Escaparme con mi saxo y mi ordenador portátil…»… para ensayar y seguir escribiendo, se supone.

Atzmon puede parecer petulante por esa aplastante franqueza que le protege de falsas modestias. También es cierto que, como todo hombre poseído por la necesidad de exponer su pensamiento, cae en la contradicción y la paradoja (como ejemplo, el plato conmemorativo de la boda del Príncipe Carlos y Lady Di que tiene en su casa). Pero lo que, en cualquier caso, resulta innegable es su coherencia artística y personal a la hora de defender su obra. El éxito de crítica y público constituye una inusual pero justa recompensa. Para esos músicos que creen ciegamente en su propio mensaje debería ser un rayo de esperanza.

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Entrevista aparecida en Cuadernos de Jazz, n.º 88, Mayo-Junio de 2005 (Madrid)