Elmar Altvater, economista y sociólogo, es profesor de la Universidad Libre de Berlín en el departamento de ciencias políticas (Instituto Otto Suhr) desde 1970. Profesor visitante en las universidades de Sao Paulo y Belém-Pará (Brasil), UAM y UNAM (México), York University en Toronto (Canadá), y en la New School for Social Research de Nueva York […]
Elmar Altvater, economista y sociólogo, es profesor de la Universidad Libre de Berlín en el departamento de ciencias políticas (Instituto Otto Suhr) desde 1970. Profesor visitante en las universidades de Sao Paulo y Belém-Pará (Brasil), UAM y UNAM (México), York University en Toronto (Canadá), y en la New School for Social Research de Nueva York (EEUU), ha escrito varias obras relacionadas con el sistema económico mundial.
En la entrevista que reproducimos a continuación, Elmar Altvater plantea las tensiones y antagonismos presentes entre mercado y democracia. En un recorrido que va desde las nuevas perspectivas latinoamericanas de cara a la globalización hasta la crisis de la concepción de Estado benefactor, el autor traza una serie de líneas de análisis con el objeto de entender las nuevas y cambiantes relaciones entre política, economía y sociedad.
Karina Moreno: ¿Son compatibles mercado y democracia?
Elmar Altvater: Este es un gran tema. Por un lado, los neoliberales dirán que sin mercado no hay democracia y que el proceso democrático funciona homólogamente con el del mercado, ya que siempre estamos frente a consumidores de mercancías o de ofertas políticas.
Esta es la vieja versión de Schumpeter y Anthony Downs: mercado y democracia no son categorías contrapuestas o contradictorias, por el contrario, van de la mano. Esta visión luego se convirtió en concepto político, y puede encontrarse en la discusión respecto del totalitarismo. Para el caso de Chile se afirmaba que era un Estado autoritario, pero al mismo tiempo liberal, ya que contaba con una economía de libre mercado, por lo que, siguiendo esta tesis, donde hay un mercado libre la democracia no tarda en llegar; que el autoritarismo fuese la forma de dominación preponderante era una cuestión solamente de índole temporal, aunque haya traído consigo el sacrificio de miles de vida humanas. En contraposición, para el caso cubano se afirma que el modelo no sólo es totalitario políticamente, ya que no cuenta tampoco con un mercado libre; en consecuencia, Cuba es vista como una situación mucho más grave que Chile. Por supuesto que este es un discurso muy ideologizado que se basa en Hanna Arendt -específicamente en sus trabajos del decenio de los ’50- pero francamente considero que hoy Hanna Arendt se opondría con seguridad a este punto de vista.
Por otra parte, existen otros autores que opinan que el mercado significa siempre inclusión y exclusión: entre los excluidos están aquellos que no disponen de dinero, ¿y por qué no disponen de dinero? Porque son desempleados, por ejemplo, y además porque el Estado benefactor no funciona bien. Y dentro de este sistema, existe otro grupo que cuenta con muchas boletas para votar, es decir, tiene mucho dinero. En consecuencia, la igualdad de las boletas, la igualdad de los ciudadanos, no está garantizada en el mercado. Todo lo contrario, no puede existir igualdad, ya que significaría contradecir absolutamente al principio del mercado. Pero en una democracia debe existir esta igualdad, donde cada uno y cada una tenga un mismo voto, uno solo, y no unos más y otros menos, por las razones que fuera. Por consiguiente, desde esta perspectiva, tales conceptos aparecen como bastante contradictorios. Uno podría volverse más fundamentalista y decir que los mercados provocan una aceleración de todos los procesos, así como una extensión hacia el mercado mundial, en tanto la democracia exige un espacio delimitado en el que esté definido que quiénes pueden participar en las tomas de decisiones sean exclusivamente los ciudadanos, y nadie más. Entonces, la democracia debe considerar también una exclusión en sentido positivo: los excluidos deben ejercer sus derechos democráticos en un espacio político. En nuestra realidad, cuando el proceso de globalización ha disuelto las fronteras territoriales y políticas y, simultáneamente, ocurre una aceleración de todos los procesos y no queda un resquicio de tiempo para ser utilizado en deliberaciones políticas, entonces llegamos a un punto donde peligra la democracia por culpa de los procesos del mercado. Por lo que, según mi opinión, globalización y democracia no se llevan muy bien.
KM: Hirst y Thompson, en su libro Globalization in Question plantean que el «sector político» ha cedido espacio al mercado y a los grandes agentes económicos globales. ¿Está Usted de acuerdo con esta opinión, o más bien coincide con el comentario del Dr. González Casanova respecto de que lo que existe en la actualidad es una estrecha vinculación entre un poder del Estado que aparece fuertemente ligado con los sectores que detentan el poder en el mercado mundial?
EA: Coincido más con Pablo González Casanova que con la postura de Hirst y Thompson. Por un lado, si bien es parcialmente cierto que los Estados han tenido participación en el surgimiento del fenómeno de la globalización, debido a que la política gubernamental de desregulación del decenio de los ’70 abrió mucho espacio a los mercados y a los actores económicos -incluso espacios a los que anteriormente no habían tenido acceso como ocurre actualmente- esto no significó que los Estados se retiraran totalmente del ámbito económico. Al contrario, los Estados son necesarios para la regulación económica de la desregulación, pues paradójicamente desregulación significa una regulación nueva por parte del Estado. Para sintetizarlo de algún modo, podríamos decir que el problema se manifiesta de dos maneras:
1) En Chile pudimos observar con claridad que la libertad de mercado no conlleva necesariamente la libertad política, dado que los Estados autoritarios militarizados la limitan de manera extrema. Pero también en las economías de mercado democráticas los Estados juegan un papel muy importante como garantes de la ley y el orden. Y sin esta legalidad y sin este orden, el mercado no funciona para nada.
2) Las economías modernas necesitan mucha energía y muchos recursos naturales, y garantizar el acceso a estos recursos y al suministro energético siempre ha sido una tarea estatal. Sin el Estado, esto no funciona en absoluto. Pero esta situación implica, también, la necesidad de aplicar una política hiperrealista, como se puede ver nítidamente ahora con la regulación del precio del petróleo. Los Estados Unidos les dicen a los Estados productores de petróleo «hasta aquí y nada más, el precio del petróleo puede subir hasta tal o cual marca, pero si afecta a nuestros intereses y al de los otros países industrializados, entonces deberemos intervenir». Queda claro entonces que los Estados y el poder político son casi un complemento del poder económico en los mercados.
Por último, acerca del libro de Hirst y Thompson se puede decir algo más: desde mi perspectiva su enfoque me parece totalmente equivocado, porque no muestra ninguna comprensión histórica de la globalización. Ellos ofrecen muchos datos, pero no son capaces de interpretar lo nuevo, lo inédito de la globalización a finales del siglo XX y principios del siglo XXI en comparación con la fase de la globalización de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los autores afirman que la globalización siempre ha existido y, por lo tanto, no es nada especial, es lo mismo que dice el Fondo Monetario Internacional (FMI). En un informe de 1997 este organismo financiero internacional aborda la temática de la globalización basándose principalmente en las tesis y datos de Hirst y Thompson. Señalan, del mismo modo que otros autores como Agnus Madisson e historiadores como Paul Bairoch y Richard Kozul-Wrigth lo mostraron para un período largo, que ya antes de la primera guerra mundial las relaciones económicas era tan vastas e intensas como lo serían posteriormente en el decenio de los ’70 del siglo XX. Pero olvidan que la globalización de finales del siglo XIX tuvo un final abrupto con la primera guerra mundial. Se dice que ya todo ha existido antes, que no debemos tenerle miedo a la globalización; ésta es su tesis final. Pero entonces nos tenemos que preguntar ¿qué pasará cuando termine la fase de globalización si ahora todo es igual? ¿Otra guerra? Resulta complicado imaginarlo, por lo menos una guerra a escala mundial es difícil de concebir. Guerras «pequeñas» tenemos muchas en este mundo y también son parte de la globalización. Por un lado, son guerras por recursos naturales como en las zonas de conflicto de Europa y el Cáucaso: Azerbaiyán / Armenia, Kosovo / Serbia, Macedonia, Chechenia, Tayiquistán / Kirguizistán / Uzbekistán. El mismo escenario se presenta también en Medio Oriente, en el Iraq por ejemplo, donde la Guerra del Golfo puede interpretarse en esta dirección. Al mismo tiempo, también existen movimientos a contracorriente de tipo fundamentalista, de fuerzas nacionalistas que adquirieron fuerza durante la fase de la globalización y que se distinguen mucho de los movimientos contra la globalización, grupos como estos existen por ejemplo en Alemania. Viéndolo así, el libro de Hirst y Thompson me parece bastante peligroso, porque sugiere que las respuestas a los desafíos de la globalización hoy podrían ser las mismas que a finales de siglo XIX. Esto es falso. Y es, además, un planteo políticamente peligroso.
KM: ¿Qué opina de la visión de Hirsch y su concepto de Estado competitivo nacional?
EA: Es correcto, pero es necesario hacer algunas apreciaciones y diferenciaciones. Es cierto en el caso de los Estados modernos industrializados, en donde la producción de mercancías y servicios está en el centro, pero no es correcto en el caso de las economías de extracción. Para los Estados dependientes principalmente de la exportación de recursos naturales, como los países del Golfo Pérsico u otros países del llamado Tercer Mundo, el análisis no explica en nada su realidad. No existe un Estado competitivo nacional sino un Estado-territorio y una competencia por la dominación del territorio. Dicha dominación es hoy disputada también por los Estados Unidos -hasta la reciente invasión al Iraq en alianza con la OTAN- lo cual tiene poco que ver con el Estado competitivo nacional. De igual forma, tampoco aplica esta categoría para el arbitraje, es decir, el análisis de los grandes negocios especulativos que efectivamente pueden prescindir del Estado y por ende están a favor de la desregulación total. En contraposición, debemos observar que las economías de producción sí necesitan al Estado y, para estos casos, es certero hablar de la conversión del Estado nacional en un Estado competitivo nacional. Sin embargo, es necesario recalcar -y Hirsch no lo toma suficientemente en cuenta- que la competencia exige la estabilidad de la moneda. En consecuencia, no se trata solamente de la competencia en los mercados de bienes sino también en los mercados de divisas, lo que significa que cada Estado intentará reforzar la divisa nacional respectiva. A veces lo logran porque la moneda es fuerte, o lo intentan ligando la moneda nacional a una moneda fuerte, como lo muestra en América Latina la discusión acerca de la dolarización, o lo que en Europa fue la creación del bloque del marco alemán del cual surgió posteriormente el euro. Esta competencia entre las divisas tiene la misma importancia que la política de competencia que lleva a cabo el Estado competitivo nacional.
KM: ¿Qué rol juega en la economía mundial la esfera informal? ¿Qué expresa la ilegalidad, la emergencia de vastos sectores que se encuentran «fuera de control»?
EA: Sabemos y podemos observar claramente que la globalización siempre conlleva el hecho de que ciertos países, regiones y sectores sean incluidos y otros sean excluidos. Globalización significa la dialéctica, el espacio paralelo, o la antinomia de inclusión y exclusión. Como ejemplo, podemos estudiar las actividades de arbitrage, donde están excluidas todas las regiones en las que no tiene sentido, ni es de interés, según la lógica de la especulación, realizar operaciones de negocios bursátiles. En las economías de producción se garantiza que todos aquellos factores negativos sean rechazados, ya que no aportan a la competencia en los mercados de bienes. Por tal razón, la misma puede ser incrementada mediante la reducción de salarios, la flexibilización del trabajo y el aumento de la productividad, la política de competencia siempre trae consigo un empeoramiento de la distribución del ingreso hasta llegar a la producción de pobreza.
La globalización produce pobreza y aumento del desempleo, a pesar del crecimiento simultáneo de riqueza. Entonces, se nos plantea la siguiente pregunta: ¿Qué pasará o qué harán aquellos que son arrojados a la indigencia o al desempleo por las fuerzas de la acumulación global del capital? Por tratarse de una cuestión estructural, con una duración muy larga, surgen nuevas formas del trabajo, al que llamamos informal. Informal significa que las normas antiguas que han regulado las relaciones laborales ya no tienen vigencia. Las normas que tienen que ver con la protección frente al despido, así como la protección por parte de los sindicatos y el seguro por parte del Estado social, la capacidad de contraer contratos, el simple hecho de la mera existencia de contratos laborales, todas estas condiciones no rigen, están ausentes en este sector informal. Esta población que cada vez es más numerosa y que constituye el sector informal, continúa aumentando en la mayoría de los países en los últimos 20 años. En América Latina el 30, 40 o 50% de la población se emplea en el sector informal. En los países industrializados son menos, pero en Italia ya llega también a un 30%. En Alemania se calcula de 15 a 20%. Y trabajan bajo condiciones laborales absolutamente flexibilizadas, donde las normas de una relación laboral como mencionábamos ya no tienen validez, y esto es lo nuevo.
KM: ¿En qué consistiría lo que Usted denominaba en una conferencia «informalidad política»?
EA: Hablamos de una primera faceta de la informalización. Existe una segunda cara, otro aspecto, que sobre todo destaca en los países del este europeo, especialmente en Rusia, donde se da algo así como un proceso de acumulación originaria de capital, lo que significa que en esta fase surge una nueva clase de capitalistas y de quienes ofrecen su mano de obra. Estos trabajadores están desprotegidos de tal forma que se asemejan a los obreros en el período de la acumulación originaria en Gran Bretaña, el momento descripto por Marx en el capítulo 24 del primer tomo de El capital. Se trata de una clase capitalista que, con una energía criminal equivalente a la que surgiera en Inglaterra en el siglo XVI y XVII, logra finalmente llevar a cabo el proceso de acumulación originaria de capital. No existe ninguna regla, todo es informal porque nada está regulado. Todo está fluyendo mientras recién se están construyendo nuevas formas de las cuales no sabemos que devendrá. Pero seguramente no serán las formas de un capitalismo moderno y civilizado, para decirlo de alguna manera, sino tomarán otras formas híbridas.
Por último, nos encontramos frente al tercer tipo de informalidad, que tiene que ver con el dinero. Como ya mencionábamos anteriormente, la inclusión se da, por una parte, por el hecho de que la gente trabaja y gana dinero, o lo consigue por cualquier medio. Hay un reducido grupo de personas que tienen mucho capital, los ricos, que cuentan con muchos ingresos y, por consiguiente, pueden vivir cómodamente con ellos. Pero existen muchos otros, una franja de población creciente y mayoritaria que debe conseguir el dinero de otra forma, son aquellos que lo obtienen en ínfimas cantidades, como por ejemplo los mendigos, quienes lo buscan pidiendo limosna o vendiendo en pequeñas cantidades, como observamos en el metro aquí en la ciudad de México. Sin embargo, existe otro grupo que recurre a actividades criminales que se han extendido en una buena medida a gran escala por todo el orbe. Por todo esto, junto con la globalización y a causa de la tendencia creciente a la exclusión crece un mercado mundial criminal. La versión más visible y conocida es el narcotráfico, al igual que el tráfico de armas, pero el lavado de dinero y el tráfico de seres humanos juegan también un rol importante, así como la adulteración de alimentos, etcétera. Todas estas formas en las que se expresa la criminalidad corresponden a intentos de inclusión mediante la obtención simple y llana de dinero, sin que el trabajo juegue un papel, porque toda esta gente no cuenta con una oportunidad de trabajar en el sector formal.
Globalización significa exclusión, ¡y todavía se sorprenden los responsables de la globalización por la aparición de un mercado mundial criminal, que ya constituye hasta un 20% del comercio mundial! El mercado mundial criminal es enorme, como lo son las sumas de dinero que allí circulan, lo cual lo convierte no ya en un asunto marginal, sino central.
Por todo esto, es sumamente coherente que también la política se vuelva informal. Este fenómeno es observable en los países del este europeo, donde los Estados participan en el proceso de acumulación originaria y no han creado formas fijas que regulen la explotación, y donde los burócratas estatales participan en actividades que generalmente se califican como criminales: lavado de dinero, narcotráfico o fraudes, que tienen que ver con los impuestos y la venta ilegal de recursos naturales; todo esto ocurre allí y es posible solamente mediante la corrupción. En este caso, la corrupción se puede interpretar también como el intento de minar los contratos formales necesarios para entablar relaciones económicas y hacer negocios. No se firman contratos, o en realidad se firman, pero simultáneamente se hacen arreglos y negocios corruptos por debajo. De esta manera se simplifican las cosas y se abren accesos a áreas normalmente cerradas y prohibidas. Este proceso es tan profundo y llega tan lejos que Estados enteros se desmoronan. Y en lugar de estos Estados se implantan otros entes: puede ser que intervenga la OTAN , como en los Balcanes o en Kosovo, por ejemplo; o que organizaciones no gubernamentales realicen las tareas del Estado, como sucede en muchos países africanos donde la separación formal entre economía y política, que es normal -o la que pensábamos normal en las sociedades capitalistas- ya no existe.
A estos procesos los incluiría también en lo que he denominado informalización de la política. En otras palabras, la globalización es un gran proceso de transformación social, económica, política y cultural, pero esta metamorfosis no comienza en un punto localizado antes de la globalización y termina en otro punto donde ya contamos con una sociedad civil global con gente linda y formas de convivencia amables, con modos pacíficos de resolución de los conflictos, como muchos creen todavía. Esa es la ilusión de gente como Habermas y su escuela, y desde mi punto de vista, me parece absoluta y peligrosamente ingenua.
Este grupo ya no es capaz de percibir las contradicciones de la sociedad moderna, y si eso no se puede hacer ni observar, tampoco serán capaces de reaccionar políticamente de manera acertada. Por ejemplo, Habermas defendió la intervención de la OTAN en Kosovo con el argumento de la defensa de la población civil y hasta ahora no se ha distanciado de esta postura, a pesar de que hoy vemos que Kosovo en realidad es un territorio ocupado por tropas de la OTAN y que de ninguna manera se puede hablar de una sociedad civil. Por supuesto, si se opina, como lo hace Habermas y su grupo, que la globalización es un proceso de transformación de un mundo preglobal en una sociedad civil global, entonces uno llega a apreciaciones muy desatinadas porque en este proceso de transformación ocurren muchas bifurcaciones. Y cada una produce formas nuevas, dentro de las cuales existen algunas que no son coherentes, ni congruentes, ni encajan en el sistema, a las que definiría como parte de la informalidad.
KM: ¿Cuál es su opinión -límites y potencialidades- sobre los movimientos sociales en América Latina -huelgas universitarias, Chiapas (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), Argentina (Piqueteros), Brasil (Movimiento Sin Tierra)?
EA: No cuento con una impresión más precisa ya que no he estado suficiente tiempo en México, sin embargo he leído periódicos y hablado con gente sobre el movimiento en la UNAM , conozco los debates y el movimiento de los zapatistas en Chiapas.
Respecto de las luchas en la UNAM , en principio puedo decir que en Europa las problemáticas universitarias son bastante similares, ya que también se está debatiendo la introducción de cuotas, si la educación es un bien público, si a una sociedad moderna no solamente corresponde una economía, una administración y una jurisprudencia modernas, sino también una universidad moderna que le ofrezca a la sociedad el espacio no únicamente de calificación de las profesiones, sino también de reflexión acerca de sí misma, etcétera. Pero esta temática que se plantea tanto en Alemania como en otros países europeos no ha desatado una lucha tan fuerte -por lo menos hasta ahora- como en América Latina. Por supuesto que hubo épocas de fuertes luchas universitarias, pero no sucede ahora algo semejante, por lo que opino que se puede aprender mundo en Europa del caso mexicano.
Respecto del movimiento zapatista, considero que es difícil apreciarlo, ya que gran parte de la izquierda europea lo observa con mucho romanticismo. Pero mas allá de todo este romanticismo y la nostalgia relacionada con ello surgió un proceso de resistencia que es local y global al mismo tiempo, y que se integra a un movimiento global, por lo que resulta interesante.
De hecho, creo que cualquiera puede identificarse rápidamente con este movimiento, lo que era muy distinto en el caso de la guerra de Viet Nam, porque los vietcong no tenían la posibilidad como hoy tienen los zapatistas de adquirir vía internet u otros medios globales influencia sobre la opinión pública en el mundo. Casi no hubo declaraciones de los vietcong que tuvieran impacto en la izquierda, en esa época era la lucha como tal la que importaba. Y en Chiapas no es solamente la lucha como tal, sino también lo es el discurso, demostrando algo significativo: que realmente son los discursos sobre los cuales se desarrollan los debates políticos y no, como siempre se pensaba, que solamente el rifle es un arma. Se comprueba que también la máquina de escribir y la computadora son armas, y una conversación personal también puede serlo. Esto es lo nuevo que se descubre y, a mi parecer, lo positivo del movimiento de Chiapas.
En conclusión, todos estos movimientos sociales tienen historias y raíces muy diversas, provienen de diferentes culturas y emplean estrategias de organización muy distintas. Esta misma experiencia la vivimos en Europa y ha resultado bastante similar a la de América Latina; sin embargo, todos estos movimientos tienen un punto en común: el modo como han sido afectados por la globalización y sus crisis. Las fuertes crisis financieras en casi todos los países latinoamericanos han arrojado a gran parte de la población a la pobreza, mientras que otros tantos han perdido su empleo. Al mismo tiempo, mucha gente -sobre todo campesinos de las áreas rurales- ha sido expropiada y afectada por los nuevos derechos de propiedad sobre semillas, recursos genéticos, etcétera, que fueron concedidos a grandes consorcios multinacionales. Para la mayor parte de la sociedad la situación no ha mejorado, por lo que solamente podemos esperar cambios si la gente se organiza y lucha por sus derechos. La autoorganización en contra del neoliberalismo desde abajo constituye el trasfondo de los movimientos que se mencionan en la pregunta.
KM: ¿En su opinión, la hegemonía norteamericana está declinando?
EA: Visto de manera superficial, los Estados Unidos hoy están fuertes como nunca en la historia, por lo menos así lo pregonan los ideólogos neoconservadores, quienes propagan orgullosamente a los Estados Unidos como la «única superpotencia». En efecto, los Estados Unidos pueden intervenir militarmente en todo el mundo y no existe poder que pueda frenarlos. Sin embargo, muchos autores alertan respecto a una «sobreexpansión imperialista» (imperial overstretch), debido a que mantener 600 bases militares en el extranjero cuesta mucho dinero y, además, representan una provocación constante que paulatinamente iría generando resistencia.
En lo que se refiere a la esfera económica, los Estados Unidos se encuentran en una situación contradictoria: por un lado, cuentan con la economía más grande y fuerte del mundo; por el otro, tienen el déficit más grande del orbe en su balanza de pagos y en lo concerniente a las finanzas públicas y estatales. Este problema que ha sido caracterizado como el de los déficit gemelos o twindeficit probablemente no se reducirá, provocando en consecuencia un debilitamiento del dólar, a menos que otros países, en especial los del este asiático, continúen financiando el déficit norteamericano para evitar una devaluación de esta moneda, solución que sin embargo, a largo plazo no funcionará. Una devaluación del dólar entraña el peligro de llevar a los países exportadores de petróleo a no vender su petróleo en dólares, sino a aceptar como moneda de cambio las divisas en competencia, sobre todo al euro.
KM: ¿Cuál es su análisis del proceso que actualmente cruza el Iraq y los escándalos sobre las torturas de los militares norteamericanos?
EA: La guerra de la llamada «coallition of the willings» o alianza de los gobiernos de buena voluntad bajo la dirección de los Estados Unidos es un gran crimen internacional. Por consiguiente, si se violan todas las normas internacionales vigentes que rigen la convivencia entre los seres humanos, entonces también es lógico que «en lo pequeño» dejen de existir los compromisos morales y jurídicos. Las prácticas de tortura por parte del ejército norteamericano en Guantánamo o el Iraq son de alguna manera la continuación de una guerra global que se lleva a cabo más allá de las normas legales.
KM: En referencia al polémico texto de Hardt y Negri, según Usted: ¿estamos frente a un Imperio o ante una fase del imperialismo?
EA: El análisis de Hardt y Negri acerca del «Imperio» es cuestionable desde varios ángulos. Ni podemos hablar de una difusión del poder en el espacio global, ni de viejos y nuevos movimientos sociales que fueran sustituidos por una «multitud» no identificable. Por otra parte, el análisis de Hardt y Negri no pone mucho interés en las dimensiones socioeconómicas de la globalización. Si se dedicaran más a este punto se hablaría menos de un Imperio difuso, y más de un imperialismo nuevo y muy concreto. De lo que se trata es de la dominación de los territorios y de los recursos que contienen (sobre todo petróleo); se trata del control de la logística y de la valorización de los bienes públicos mediante su conversión en propiedad privada.
KM: En su libro Las limitaciones de la globalización usted nos habla del «trilema de la globalización». ¿Puede aclararnos brevemente el concepto?
EA: El trilema de la globalización significa que en tiempos de globalización nos encontramos con tres elementos contradictorios: primero, con el hecho de que desde finales del decenio de los ’70 los intereses reales en el mundo son más altos que las tasas reales de crecimiento del producto social. La causa del alza de los intereses la encontramos fundamentalmente en la liberalización de los mercados financieros, ya que la competencia de los mercados financieros -lugares como Wall Street, etcétera- y su impacto en el mercado global tiene como consecuencia el aumento de los rendimientos, con el objetivo de poder evitar una fuga de capitales. La segunda contradicción consiste en que las tasas reales de crecimiento del producto interno bruto son regresivas, sobre todo por razones ecológicas, pero al mismo tiempo se eleva la productividad del trabajo dada la competencia entre los mercados. La brecha entre el crecimiento del producto social y el crecimiento de la productividad tiene como consecuencia la liberación de mano de obra. En resumen, el trilema consiste, en primer lugar, en que por los altos intereses reales los mercados financieros ejercen presión sobre las economías reales; en segundo lugar, en que es imposible aumentar el crecimiento por razones ecológicas y, en tercer lugar, en que la competencia global exige forzosamente aumentos en la productividad que provocan una disminución del empleo.
Todo esto significa desempleo y también la aparición de un sector informal que, a su vez -y aquí regresamos nuevamente a la sexta pregunta- es la cuna de muchos movimientos sociales en América Latina, realidad que también se extiende hacia otros continentes.